Por Ricardo Ronquillo Bello*
Unas
veces se presenta a los cubanos como un pueblo esclavizado, y en otras
fanatizado. La manipulación incluso terminó por convertirse en táctica
política de algún sector reaccionario dentro de Estados Unidos, para el
cual la llamada “solución biológica” es la mejor apuesta, pensando en el
derrocamiento de la Revolución.
Para
esos apostadores, la desaparición física de los “hermanos Castro” -como
suele llamarlos la prensa occidental dominante-, y con ella de la
denominada generación histórica, tendría el mismo efecto “fulminante”
que el de una victoria de su 82 División Aerotransportada, en el
supuesto de que pudieran derrotar el concepto de resistencia de Cuba,
basado en la Guerra de Todo el Pueblo.
Según
la “lógica” de esos analistas, con la muerte de un hombre llegaría
también el entierro del proyecto que encabeza. No por gusto la
propaganda contrarrevolucionaria, al mejor estilo de Goebbels, machaca
sobre el carácter de dictadura del proceso político cubano.
En
su retórica contra la Revolución, sus enemigos han tratado siempre de
presentarla desinstitucionalizada. Durante años, según ese discurso, en
Cuba no existió un modelo social democrático, ni elecciones libres, ni
Estado de derecho, ni Parlamento…
Para
sus binoculares de doble rasero ningún paso del país después de 1959 se
ha realizado dentro de la Ley, con lo cual ignoran que una de las
principales preocupaciones de la Revolución, tras la toma del poder, fue
precisamente la formación institucional de la nación, a cuya maduración
apuesta con énfasis el proceso de actualización en marcha ahora en el
país.
Pero
a la institucionalidad burguesa le era y es difícil refrendar que la
contraparte fundada en Cuba rompió con ella y con todo lo que había
conocido el país, e incluso buena parte del mundo, hasta ese entonces.
En
el nuevo proceso y la constitución socialista que lo sostiene se
fundieron lo mejor de las tradiciones y la historia nacionales, con las
corrientes más modernas y avanzadas internacionalmente, buscando romper
definitivamente con el “orden” que durante más de 50 años caotizó al
país en lo político, económico y social.
Los
historiadores más objetivos reconocen que la experimentación
democrático-burguesa tuvo su punto final en el archipiélago con la gran
decepción en la que lo sumieron los denominados gobiernos Auténticos.
Estos últimos, autoproclamados herederos de los anhelos de la Revolución
de 1930 -un levantamiento popular que culminó con el derrocamiento de
la dictadura de Gerardo Machado- terminaron por empujar al país hacia un
abismo insalvable de entreguismo político a los intereses
norteamericanos, corrupción generalizada, dolorosos males sociales y
hasta contubernio con poderosos grupos gangsteriles que soñaban con
levantar en Cuba una “isla del placer”.
El
nombrado modelo pseudo republicano desbordó su copa con el golpe de
Estado del general Fulgencio Batista. Este cuartelazo, afirman
historiadores, fue el punto de ruptura, pues marcó el fin del
multipartidismo (piedra preciosa de la llamada democracia liberal
burguesa), como opción política en la Isla.
Ya
este le había dado a la nación todo lo que de él podía esperarse, y con
esa decepción se levantaban los ardores de la Generación del Centenario
que, inspirada en José Martí y encabezada por Fidel Castro, condujo al
triunfo del primero de enero de 1959.
El
primer gran encontronazo entre el proceso revolucionario naciente y la
oligarquía nacional aliada a Estados Unidos ocurrió precisamente al
aprobarse la Primera Ley de Reforma Agraria. Las nuevas leyes y el nuevo
orden en fundación, con su inconmensurable contenido social, se
situaban verticalmente frente a los peores intereses que habían
desgobernado la república mediatizada.
Desde
ese momento, nada de lo que fue Ley en Cuba resultó legal para la
burguesía derrotada y sus sostenedores, los sucesivos gobiernos
norteamericanos. Una de sus principales apuestas fue, y sigue siendo,
presentar un país sumido en la ilegalidad, a pesar de que, ahora mismo,
por ejemplo, están en marcha unas elecciones en las que se espera
participen la mayoría de los ciudadanos con derecho al voto, expresión
de apoyo a su modelo democrático.
Las
campañas olvidan además que el espíritu y la letra de la Constitución
socialista cubana recibieron en 2002 un espaldarazo mayor, cuando el 99
por ciento de los ciudadanos refrendó su perdurabilidad. Todavía tratan
de explicarse la insólita dimensión de esa cifra, que le ofrece al país
un altísimo nivel de consenso político.
Tal
vez sea muy difícil entender la dinámica de la Revolución cubana. Hasta
a quienes la construyen les resulta difícil, en ocasiones, asumirla en
todas sus dimensiones coherentes o contrapuestas. Lo indudable es que
quienes acudieron a los referendos de 1976 y 2002, y quienes participan
de los comicios generales de este domingo, asumen un acto de plena
madurez y un ejercicio ciudadano absolutamente libre, responsable y
cuerdo.
En
esos actos no solo quedó plasmada la satisfacción por la obra forjada
por el socialismo durante su existencia, sino también la inconformidad
con sus defectos, discutidos en los más diversos debates, como los que
acompañaron la discusión de los Lineamientos de la Política Económica y
Social del Partido y la Revolución aprobados en el VI Congreso del
Partido.
El
socialismo cubano se las ha arreglado hasta hoy para ser dialéctico y
potencialmente capaz de enfrentar sus contradicciones sin renunciar o
sacrificar fundamentos.
Fuente: Rebelión
*Periodista cuba, Subdirector Editorial del Periódico Juventud Rebelde
Imagen agregada RCBáez
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