miércoles, 14 de julio de 2010

Todos somos nuestro Comandante en Jefe

Por M. H. Lagarde

fidel-cen-econ_06_d-580x8701.jpgLa mejor repercusión de las recientes apariciones de Fidel en público puede encontrarse en la blogosfera contrarrevolucionaria cubana. El odio, a veces, por su franca sinceridad, resulta más elocuente que el elogio o la alabanza.

Algunos que con aires de profetas de Internet habían vaticinado últimos y penúltimos días ahora andan halándose los pelos y desempolvando y reescribiendo los editoriales reservados para el día postrero, para de algún modo justificar el ridículo de sus vaticinios.

El asunto, y así lo ha demostrado la reciente actividad desplegada por Fidel, no parece ser de penúltimos días, sino más bien, de penúltimos años. Ahora falta averiguar cuántos. Con Fidel Castro parece que no funcionan las profecías. Risa da hoy aquel título de un libro que hace más de 20 años anunciara La Hora final de Fidel Castro.

Los que desde el 2006 hasta la fecha han apostado, desde Europa o Estados Unidos, por la solución biológica como alivio de sus frustraciones se equivocan. Las soluciones no caen del cielo se construyen con razón, coraje y esfuerzo.

Los cobardes plattistas que han pasado 50 años esperando e incentivando la invasión norteamericana a Cuba, son los mismos que hoy aguardan que la muerte de Fidel sea la pedrada que por fin derribe, otra vez, en manos del imperio, la fruta madura.

Uno de sus grandes problemas precisamente es que nunca han creído en Fidel, quien más de una vez ha insistido en que los hombres son mortales, sin embargo, sus ideas pueden ser imperecederas.

El problema no es dentro de cuántos años morirá Fidel, que por lo visto estos últimos días, tal parece que es inmortal. La "solución" pasa por saber cuándo morirá su legado y entonces el problema no será ni siquiera de años, ni de décadas, será de siglos.

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