miércoles, 27 de febrero de 2008

Acá se queda la clara..., Por Cristina Villanueva, Buenos Aires, Argentina


Leí este texto, y vino inmediatamente a mi mente un ser inolvidable, que conocí en los días en que trabajaba en el Boletín Librínsula, de la Biblioteca Nacional José Martí… era una mujer, negra, madre soltera de un niño portador del síndrome down… Ana Isabel Malleza González, que estudió y se superó y realizó un trabajo con el cual compartía con otras madres como educar a sus hijos discapacitados a través del pensamiento martiano… Malleza, que nos contaba cómo había sido su vida cuando concibió a su Camilo Ernesto… Los dejo con este texto, sentido y apasionado de Cristina, una de las tantas mujeres argentinas que sí saben establecer la comparación entre lo que es y lo que debiera ser, y con los vínculos a los dos trabajos relacionados con Ana Isabel Malleza que publicamos en el Boletín… y díganme si no complementan fehacientemente este texto de la hermana argentina:

http://www.bnjm.cu/librinsula/2007/febrero/161/entrevistas/entrevistas385.htm

http://www.bnjm.cu/librinsula/2007/febrero/161/documentos/documento482.htm

Acá se queda la clara...

Hay algo que me pasa cuando veo a los gusanos de Miami festejando muertes por anticipado, la de Fidel que va a llegar (sólo la del cuerpo y no la de las ideas) y la de la Revolución que espero no llegue, siento un volcán en mi, con fuegos naturales de una belleza deslumbrante.

Me gusta que después de haber vivido tanto, y con tantas decepciones, en este mundo de malos contra malos, haya una causa para defender. Me alegra seguir sintiendo lo mismo que esa mi primera manifestación -a los 15 años- en defensa de Cuba. Enfrenté a uno de los policías que venían a atacarnos y les dije porqué si acusaban a Cuba de falta de libertad, no nos dejaban ser libres para amarla, Me salvé a lo mejor por lo insólito de mi postura…

Estuve cuatro veces en la isla y la recomiendo para los amantes de la seguridad, se siente que el hombre puede ser amigo del hombre, las casas y las gentes abiertas. La gente generosa, dando lo que tienen e inventando lo que no tienen para dar. No hablo de perfección que sabemos que no existe, pero hay algo que no se ve en ninguna otra parte, al menos que yo conozca: es la dignidad. Son dignos, las mujeres, los hombres, los niños, los ancianos, los negros, los blancos, los enfermos mentales… todos son tratados como seres humanos merecedores de cariño y sobre todo de respeto. Esa es, a lo mejor, la causa de que Cuba sea una sociedad sin violencia…

Recuerdo la foto de la soldado norteamericana llevando, como si fuera un perrito, a un irakí prisionero; recuerdo a un niño revolviendo la basura, al Borda con su olor impregnado de años de exclusión social, al racismo, a los muros, a los campos de concentración, a los hombres que matan o denigran a sus mujeres, por amor al poder, a las clases sociales que no soportan y odian a los gobiernos que, aún sin haberles quitado nada, han dicho que todas las personas son merecedoras de lo mismo. A jóvenes que usan sus coches como armas, matando. A jóvenes tirando en escuelas y universidades, asesinando a compañeros y profesores. A indígenas privados de identidad y con su cultura despreciada. Al hambre, a la caridad humillante del "te doy sobras",o "te doy porque soy más".

La lista sería interminable y eso es lo que no hay en Cuba. No hay denigración, no hay un otro denigrado…

Quiero, en este salvaje mundo, lo quiero y necesito, que se conserve ese lugar. Aunque sea uno sólo, quiero ese lugar donde la Revolución sembró que todos valen, y que el valor no depende ni de la plata que tengan, ni del país del que vengan, ni de la religión que profesen, ni del color de la piel, ni del sexo, ni de la edad.

Lo quiero como una ecología del alma, esa pequeña luz de cosas simples, como que nadie muera ni viva en la calle. Sencillas pero rarísimas. Habitante de un país donde se robaron niños como cosas, habitante de un mundo donde se saquea, mata y humilla a poblaciones enteras para sacarles los recursos o la tierra, habitante de una ciudad donde se le sacó a los cartoneros, en tren de desalojo, el cartón con el que un padre pensaba, al venderlo, festejar el cumpleaños de si hijo. Habitante del continente de la desigualdad y la exclusión. Quiero a mi pequeña isla bravía que no se doblegó al poder del vecino que no pudo ser su amo. Deberá seguir sin transitar a todas estas formas de violencia, para mostrarnos que la solidaridad y lo digno no son unas cualidades extinguidas, como tantas otras cosas que el capitalismo salvaje destruyó.

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