Que todos en su momento debemos despedirnos de este mundo y pasar a ser abono de nuevas o viejas plantas, es un hecho pero, no todos por desgracia, dejamos una huella profunda por nuestros actos en esa etapa corta –en referencia a la antigüedad del Universo- en que pasamos por la vida, con honestidad creo que el caso de Sergio Corrieri fue de esos pocos elegidos cuya desaparición física deja un vacío a su alrededor.
No soy ni mucho menos un biógrafo de Sergio, fui uno de esos niños o jóvenes que crecieron admirando su desempeño como actor y, más aun, cuando protagonizó su inolvidable para nuestro pueblo David, de la serie "En silencio ha tenido que ser": ¡Cuánta entrega y cuanta veracidad se sentía en su rol!, tanto que todos creímos ver no un personaje de ficción, sino la encarnación de nuestros agentes reales, infiltrados en las narices del Imperio que nos odia y desprecia. Inclusive ahora, en que nuevamente se reponía la serie, todos sentíamos esa certeza, esa maravillosa presencia que se agigantaba en cada capítulo y nos volvía a sacar lágrimas, a pesar de que conocíamos cada escena, cada bocadillo que se diría, pero era inevitable.
Mucho antes, cuando en los años sesenta había protagonizado a otro agente de la seguridad del Estado infiltrado entre las bandas contrarrevolucionarias que hacían horrores en el Escambray , el Eduardo Delgado de la película "El hombre de Maisinicú" y su decisión de crear en aquellas montañas el Grupo de Teatro Escambray, que durante muchos años fue un pionero de trabajo cultural comunitario en nuestro país, se alzaba el hombre capaz de renunciar a las comodidades de la ciudad y de los honores ganados por su esfuerzo, para entregarse por entero a dar un poco más de cultura y alegría a muchos miles de personas que, hasta entonces, muy poco conocían del teatro y menos aun poder hacer de actores ellos mismos.
A este gran artista del teatro, del cine y la televisión cubana que, en un momento determinado y, cuando su carrera llegaba al esplendor, nuestra Revolución le pidiera ejercer otras responsabilidades cruciales por su importancia como dirigente político y que él, disciplinado militante de su Partido, supo decir sí, sin pensar en otras glorias pasajeras, no podemos menos que recordarlo con admiración y respeto.
Sus últimos años fueron de una intensidad laboral difícil de describir; desde su puesto de Presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, ¡cuántos amigos pudo reunir junto a su equipo de trabajo alrededor de la causa cubana!, ¡cuánto habrá que agradecer a su magisterio para ganar solidarias manos en tan disímiles lugares de nuestro planeta, son esos que hoy le recuerdan , le lloran y escriben miles de mensajes tan hermosos al referirse a él en esta hora.
Hace muy poco, cuando aparecía como presidente de la comisión organizadora del próximo Congreso de
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