viernes, 25 de abril de 2008

Asesinato de Carlos Muñiz o paradoja del desparpajo,


Servicio Especial de la AIN

Este 28 de abril se cumplen 29 años del atentado mortal contra el cubano Carlos Muñiz Varela, en Puerto Rico, a manos de conocidos terroristas, a quienes el gobierno de Estados Unidos ampara en el sur de la Florida junto con otros asesinos.

La paradoja del desparpajo se torna grotesca: La administración norteamericana de George W. Bush, la que más ha gritado contra el terrorismo internacional, sigue protegiendo a los conocidos asesinos del joven cubano, junto a homólogos.

En 1962, cuando era aún un niño, Carlitos salió de Cuba junto con su madre y hermana, bajo el influjo maléfico de la propaganda norteamericana contra la Isla.

A los 26 años de edad, los golpes de la realidad en la emigración le habían esclarecido la razón de estrechar lazos afectivos con la Patria de origen. En ese afán, Carlos visitó La Habana como parte del Comité Ejecutivo de la operación Reunificación Familiar, o de los 75, donde laboraba activamente, y dirigía en Puerto Rico la Agencia de Viajes Varadero.

Para esa fecha el nombre de Muñiz Varela, junto al de otros cubanos de la emigración, ya aparecía en la lista de la muerte confeccionada por elementos al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de EE.UU.

Alrededor de las cinco y 45 minutos de la tarde de aquel fatídico sábado 28, mientras transitaba en su automóvil por la calle California, en San Juan, Puerto Rico, desde otro vehículo en marcha paralela le dispararon una ráfaga de pistola. Carlos fue herido de gravedad y horas después fallecía en el hospital.

Documentos desclasificados vinculan a Reinol Rodríguez --poseedor entonces de grandes alijos de armas y explosivos--, y Pedro Remón, ambos veteranos de la organización contrarrevolucionaria CORU, con el asesinato del joven cubano radicado en suelo puertorriqueño, sin que las autoridades hayan actuado al respecto.

Cinco meses antes del atentado, el semanario gráfico La Crónica publicó el anuncio del crimen en voz de un encubierto terrorista, quien se hacia llamar Zeta y jefe militar del comando Omega 7, grupúsculo de asesinos, como otros, organizado y financiado por la CIA.

Ha trascendido que el 26 de junio de 1984, el agente especial del Buró Federal de Investigaciones (FBI) Diader Rosario, refirió la entrevista realizada en la cárcel de Tunas, Texas, al convicto Ernesto Abraham Arzola Martínez, ex agente de la policía de Puerto Rico, quien declaró que el asesinato de Muñiz Varela fue planificado por Nicolás Nogueras y Julito Labatud.

El mismo policía corrupto dijo que había estado presente con los terroristas en el restaurante Metropol, dos meses antes de que se cometiera el crimen, y aseguró que el precio del contrato para ultimarlo había sido de 25 mil dólares.

Otras dos personas serían ejecutadas después de la muerte de Carlos: Eulalio Negrín, cubano residente en Nueva Jersey, y miembro del Comité de los 75, el 25 noviembre de 1979, y Félix García Rodríguez, funcionario de la misión cubana ante Naciones Unidas, el 11 de septiembre de 1980.

Pedro Remón es el autor comprobado de ambos crímenes.

Financistas y ejecutores, sospechosos y confesos, continúan libres. La paradoja andante es que en septiembre de 1998 las autoridades del FBI, en vez de proceder contra los terroristas conocidos, arrestaron a cubanos que habían propiciado información sobre las actividades criminales que organizaban y ejecutaban bandas contrarrevolucionarias en Miami.

El desparpajo se acentúa cuando, casi 10 años después, esos patriotas (Gerardo Hernández, René González, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Fernando González) continúan encarcelados, gracias a las artimañas leguleyas del gobierno estadounidense.

Mientras tanto, los asesinos de Muñiz Varela y de otros cubanos se refocilan en la misma madriguera junto a Posada Carriles y Orlando Bosch, artífices intelectuales del sabotaje a una nave de Cubana de Aviación en 1976, que costó la vida a 73 civiles. Todos estos personajes tenebrosos son amigos y cómplices de George W, Bush, presidente en cuenta regresiva.

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