Algún diplomático, algo desesperanzado de comprender a Bolivia, me dijo el viernes pasado: “Por favor, den tiempo para entender lo que ocurre, antes de lanzarnos una nueva historia”. Hasta la mañana del jueves 8 de mayo, la propaganda mediática centraba en los referendos autonómicos la proyección política del país. La ilegalidad, los hechos de violencia protagonizados por
Todo cambió al mediodía del jueves cuando, la bancada de PODEMOS, en el mismo Senado, se empeñó en aprobar el proyecto de ley sobre revocatoria de mandato para el Presidente y los prefectos; el gobierno había presentado este proyecto el año anterior, en un momento de alta tensión. El desarrollo posterior de los acontecimientos, determinó que se desestimara, por el momento, tomar ese camino; el proyecto, que ya había sido aprobado en Diputados, quedó en suspenso en el Senado sin fecha de consideración.
La bancada oficialista, sin haber tenido ningún indicio previo, reflexionó largamente sobre los motivos evidentes y ocultos que podría tener esa decisión sorpresiva. Contribuía a mayor especulación, la intención abiertamente declarada, de aprobar el proyecto sin modificaciones, pese a las objeciones que hacían antes. Pero, finalmente, los senadores del MAS acordaron aprobar el texto. Así, la ley fue aprobada por unanimidad.
Reacciones y contradicciones
Desconcertados por la situación, todos quedaron a la espera de la reacción que habría en el Palacio de Gobierno. Esa misma noche, el presidente Evo Morales, anunció que la ley sería aprobada apenas llegase a sus manos. El desconcierto cundió en los grupos de oposición; especialmente esto fue notorio entre los prefectos, que hasta poco antes veían despejado el camino para derrotar al gobierno mediante el fácil expediente de los referendos autonómicos.
Un conocido comentarista de televisión y radio, sin pelos en la lengua, dijo lo que muchos de los afectados se cuidaron de afirmar: que la convocatoria a referendo revocatorio era un arma efectiva para el gobierno.
Casi al mismo tiempo que se aprobaba la ley en el Congreso, el presidente Morales volvía a convocar a los prefectos para intentar el inicio de un diálogo que no parece concretarse, pese a todos los esfuerzos que se han hecho hasta ahora. Por supuesto, tampoco esta convocatoria será aceptada, como ya lo hicieron saber, esta vez con el pretexto de que la revocatoria cambia la situación política.
El largo tiempo de dos años
La toma de mando del presidente Evo Morales, el 22 de enero de 2006, fue un golpe del que la derecha tardó en rehacerse. Declaraciones hipócritas de convencimiento en la necesidad del cambio y sibilinas advertencias de que, las reformas, sólo podrían hacerse con el consentimiento de quienes seguían creyéndose dueños del poder, marcaron ese primer periodo que se alargó más allá de los tres meses. Cierto es que esperaban prontas desviaciones y errores fatales que iban a contribuir a sacar de en medio a Evo y dejar el gobierno en manos de Álvaro García Linera. La lisonja al vicepresidente era constante en todos los círculos derechistas, que veían con horror la presencia de un indio en la silla presidencial.
La recuperación del control sobre los hidrocarburos el 1 de mayo y, después, la elección de constituyentes más el referendo autonómico en julio siguiente, consolidaron la figura presidencial. A esto se sumó el prestigio internacional ganado en ese periodo; no se trataba de una figura folklórica exhibida como curiosidad, sino la de un gobernante capaz de llevar adelante una política independiente y digna.
Pronto encontraron dos o tres pretextos para atacar a la administración del gobierno. La creciente relación con Hugo Chávez fue la más manida, hasta llegar a la acusación de haber pasado a depender de las decisiones que se tomaban en Caracas. Luego, lograron trabar la realización de
El corto periodo de dos años
La medida del tiempo es distinta, según la proyección buscada. En el caso del gobierno que busca recuperar la soberanía, la dignidad y la propiedad de los recursos malgastados por los regímenes anteriores, ese mismo tiempo ha sido corto.
Una economía en franca quiebra, como la que recibió Evo en 2006, según calculaba el gobierno, requería entre dos y tres años para ponerla en equilibrio mínimo. Aplicando simples medidas de austeridad y transparencia, aunque muchos elementos de corrupción subsisten, se superaron en un año los índices que se esperaba alcanzar en un trienio.
El segundo paso, la inversión de recursos en obras de urgente implementación, no podía correr a ese ritmo. Improvisar ha sido riesgoso siempre. Lo demuestra algunas obras comenzadas en esa línea. Recién ahora comienza el periodo de la ejecución. Los resultados esperados para fines de este año: fortalecimiento de YPFB, construcción de las rutas de comunicación que vertebren el país, telecomunicaciones para las regiones más apartadas, la nueva línea aérea de bandera. Todo este conjunto de obras, creará el empleo requerido para mejorar la situación económica del país, es decir, de los hombres y las mujeres que lo conforman.
El referendo a ganar
En tal contexto, se plantea la realización del referendo revocatorio. El propósito inicial con que se entregó el texto al Congreso Nacional, fue la de conducir la confrontación que podía desembocar en una violencia descontrolada, hacia una decisión por el voto. Ahora, el resultado que arroje la consulta tendrá un efecto distinto. Será una consolidación de la decisión de llevar adelante el programa de cambios.
No bastará, por esto, que el presidente Evo Morales sea ratificado por un porcentaje similar al obtenido en diciembre de 2005. Ya no se trata de ganar a una oposición que ahora está ensoberbecida. Se trata, al contrario, de demostrarle a esos grupos que aún retienen el poder económico en Bolivia, que sus tiempos se acabaron y que el pueblo, más allá de los errores que le señale al gobierno, tiene la convicción de llevar adelante su programa.
Ganarle a la derecha, definitivamente, es el reto que nos lanzó y que el presidente Evo Morales aceptó sin ninguna vacilación. Hay que obtener una votación contundente.
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