viernes, 23 de mayo de 2008

El tráfico ilegítimo de las ideas a través de la Historia, por Orlando Cruz Capote*

Alguien escribió una vez que las mentiras burdas son más fáciles de descubrir, pero que las medias mentiras (aquellas disfrazadas) son más difíciles de desentrañar. Y la Historia, con mayúscula, siempre ha sido un campo de batalla científico-académico-ideopolíti
co y educativo. Con sus otras funciones heurísticas, gnoseológicas, teóricas, metodológicas, morales-cívicas, éticas, etc., la historia es un arma de la política. Pero lo cierto es que ningún pueblo puede sobrevivir sin su historia, o de las múltiples historias que lo nutren, porque sería como una nación con ciudadanos sin memoria alguna.

La historia es pasado, presente y se relanza hacia el futuro, de ahí su función pronosticadora. Por eso no sólo se trata simplemente -que ya es bastante- de precisar una visión de quiénes somos, de dónde venimos, cómo somos, por qué somos y hacia adónde vamos. La historia ya es pasado, cuando transcurren sólo segundos. Esa historia, la más reciente, tiene grandes riesgos porque las apreciaciones y percepciones -con sus diversas formas de interpretación- transitan por una visión menos madura y concienzuda, acaso también porque están presentes los protagonistas y el objeto y/o sujeto de estudio no tiene el distanciamiento prudente y necesario para que el historiador pueda describirla, elucidarla y demostrarla con mayor objetividad y rigor científico. Pero toda historia actual tiene sus raíces en el pasado, que no se repite nunca como un círculo, sino que se manifiesta como una espiral.

Y quien realiza y analiza esa historia tiene definido, consciente e inconscientemente, su posición teórica, metodológica y clasista, así como el carácter ideológico y político de sus valoraciones, su cosmovisión y conoce, por lo tanto, de qué lado se posiciona: de parte de los vencidos o de los vencedores. Las posiciones ideológicas y políticas de los historiadores, o de los que tratan de hacer la historia, pues en ella participan casi todos los miembros de una sociedad sociohistóricamente determinada, a veces como protagonistas activos y otras como entes pasivos, siempre salen a relucir a través de sus escritos e indagaciones.

Nadie puede escapar a la época en que vive y se desarrolla, de su marco epocal nacional e internacional. Como tampoco existe la "famosa" neutralidad académica, la asepsia ideológica, el nihilismo y el apoliticismo desde la ciencia histórica y otras ciencias sociales o humanísticas. El partidismo y la objetividad coexisten y las ciencias no están divorciadas ni subordinadas a la política y la ideología. Hablando con propiedad, muchas veces se complementan y aunque, en algunos momentos, se contradicen de forma antagónica o no con la política ejercida, constituyen tensiones y dinámicas que coadyuvan al esfuerzo de interpretar y reflejar la realidad.

La Historia, como cualquier otra disciplina o saber científico se nutre de las leyendas, los mitos, las narraciones escritas y orales, de la documentación material y de otras fuentes, a veces intangibles, que han sobrevivido a los espacios-tiempos históricos de corta, mediana y larga duración, así como también se sustenta en las crónicas, los discursos, la cultura, la idiosincrasia, la psicología social, las costumbres, el folclor, los hitos históricos - hechos y procesos -, etc. También la familia, la escuela, la comunidad, el centro de trabajo, los lugares de reunión y esparcimiento son lugares donde se habla y se comenta la historia de un país, de una nación, de una región o la historia universal humana.

Pero siempre hay algunos que trafican -mercantilmente, que significa obtener dinero fácil- con las ideas extraídas por el conocimiento histórico, por las indagaciones e investigaciones que otros acometen o ellos mismos asumen. Son aquellos que pregonan acerca de que la "historia oficial" es dogmática e ideologizante y que, la que ellos elaboran, que sería acaso la oficialista que siempre es panfletaria, se convierte en la única variante para lograr un posicionamiento real y legítimo ante el pasado y devenir de la sociedad. Haciendo malabares -repletos de subjetivismos malintencionados- con los datos auténticos, se dan a la tarea de mostrar las múltiples "interpretaciones" de los acontecimientos y procesos históricos, olvidando que sólo la verdad es revolucionaria y que a esa verdad histórica se debe arribar con humildes aproximaciones objetivas que no siempre son conclusorias.

En la actualidad, para algunos, las re-lecturas históricas constituyen una moda light. Esos se pasan la vida revisando la papelería y los testimonios, los más viejos y nuevos escritos para hallar, a toda ultranza, nuevas variantes de definiciones "objetivas" de las historias. Desde teorías y metodologías contemporáneas -siempre con la visión light y con posicionamientos clasistas desde los poseedores de las riquezas- estos abordan los acontecimientos y procesos históricos con una banalidad e intencionalidad que ponen en duda sus propósitos y la ética profesional de sí mismos. Las virtudes de quienes las realizan son pocas o ninguna. Tratan de apoyarse en fuentes y hechos históricos y "darles una vuelta" a la interpretación de los mismos, que incluyen tergiversaciones de la actuación de las personalidades histórico-políticas en la tradición de una nación.

Y no es malo que existan varias historias, pero lo que parece poco serio es que la historia se manipule, sea falaz, se dogmatice desde el ángulo de la proclamación de lo antidogmático, se convierta en descarado diversionismo para tratar de confundir, hacer vacilar y producir un desencanto entre los heterogéneos lectores, que muchas veces son pueblos enteros.

De la historia más reciente.

Ahora que el gobierno cubano ha demostrado fehacientemente, con pruebas irrefutables de la Seguridad del Estado, que la contrarrevolución mercenaria interna, enemiga del proceso revolucionario y socialista, ha estado recibiendo dinero y apoyo de todo tipo por parte del gobierno de los Estados Unidos de América, de sus agencias especiales y, en el colmo de los colmos, de los grupos terroristas de origen cubano que viven en ese país -radicados allí luego de su estampida a partir del primero de enero de 1959, y sostenidos gracias a la Ley de Ajuste Cubano de 1966- se pretende realizar una comparación de estos traidores menguados y sietemesinos, con aquellos héroes y mártires, muchas veces anónimos, que apoyaron la causa martiana en la preparación y la ejecución de la Segunda Guerra de Independencia de Cuba (1895-1898).

Si no fuera un problema que alcanza una connotación demasiado seria, movería a risa tal pretensión. Pero en este mundo tan adoctrinado por la burguesía transnacionalizada del imperialismo-capitalista neoliberal, elaboradora del pensamiento único, así como por la acción de sus fundaciones de Thinks Tanks ("tanques pensantes") y por sus poderosos medios de comunicación masiva, aquellos que practican día a día el terrorismo mediático, la Revolución Cubana no puede darse el lujo de dejar de ofrecer una repuesta científica válida a los actuales justificadores de un acto tan canalla como cínico.

El Apóstol y Héroe Nacional José Martí y Pérez, uno de los iniciadores, además, de la era del modernismo en las letras hispanoamericanas, organizó, preparó y financió esa guerra con la ayuda fundamental de los obreros tabaqueros de Tampa, Cayo Hueso y otras ciudades de los EE.UU., los cuales conformaron los pilares básicos del Partido Revolucionario Cubano (PRC) creado por él, en 1892. Esa organización única, de frente clasista y popular amplio, estaba constituida por clubes-delegaciones y sus objetivos inmediatos eran liberar a Cuba y Puerto Rico del colonialismo español. Sus miembros eran partidarios de la independencia de su patria, como alternativa viable para suprimir la opresión nacional del yugo ibérico y evitar, también, las ansias expansionistas y depredadoras del naciente imperialismo norteamericano.

Nadie como Martí en aquel siglo decimonónico para tener una visión unitaria y coherente del momento histórico que vivía y de mirar futuristamente a una Cuba libre e independiente. Se trataba de no aislar ni excluir del proceso libertario y de justicia social a todos aquellos que quisieran colaborar. Por eso, entre los que apoyaron la causa independentista aparecen nombres y apellidos de personas de alta y mediana posición clasista, aunque tampoco fueron mayoritarios. El alma de la nación cubana estaba en aquellos trabajadores manuales e intelectuales de menores ingresos económicos que, incluso, entregaban sin vacilación sus salarios o parte de estos a las arcas de la empresa mayor. Pero nunca se aceptó dinero mal habido, ni manchado de sangre, ni aquel que comprometiera la liberación nacional y social de la Isla, como tampoco a la futura República con todos y por el bien de todos, donde la primera ley debía de ser la dignidad plena del hombre.

Nadie como Martí para poseer una mirada profunda de la sociedad española y la norteamericana. Nunca confundió a los pueblos con los gobiernos de esas naciones y supo delimitar con agudeza a los posibles aliados de los independentistas cubanos. Tampoco subestimó a los potenciales compañeros de alianzas y compromisos internos, de corto, mediano y largo alcance. Su estrategia no estuvo divorciada de la táctica, con sus métodos incluidos, pero no mezcló unos con otros. Tampoco titubeó en responder con argumentos rotundos y profundos, y con plena convicción y pasión revolucionaria, a las propuestas de los anexionistas, los reformistas y los autonomistas, verdaderos enemigos y escollos para la causa nacional liberadora cubana. A los traidores los llamó por su nombre. Hombre humanista y universal fue implacable con los que, haciéndose pasar por patriotas, desertaron de las filas y se pusieron, oportunistamente, al servicio del enemigo externo e interno. En la República martiana, con todos y para bien de todos, no tenían espacio los que vendían sus ideas al mejor postor y, mucho menos, los que eran sus adversarios en el empeño independentista y en la lucha por alcanzar una justicia social superior, más igualitaria y equitativa.

¿Qué se pretende entonces con una comparación tan tosca entre los independentistas de 1895 -o de cualquier otra época revolucionaria cubana- y los denominados eufemísticamente "disidentes" y "perseguidos políticos" en la Cuba actual? ¿A quién se trata de engañar? ¿Por qué se recurre a la historia pasada, heroica y trascendental, ante los abominables hechos actuales de los mercenarios pagados por el imperialismo norteamericano?

Se trata, ante todo, de una campaña de propaganda difamatoria de la Historia de la Nación Cubana, de buscar legitimidad histórica y política, a cualquier precio, ante los bochornosos acaeceres de los neoplattistas de nuestros días. De mentir para timar a los ignorantes o desconocedores de la historia revolucionaria de la Mayor de las Antillas. En un episodio en que vale todo, vuelven a mostrar muy pocos escrúpulos y muchas irreverencias, irrespetos y carencias de ética, aquellos que lanzan tales infamias y comparaciones falaces. No es justo que los que escriben esos libelos y panfletos, tratando de justificar a los traidores actuales, que han sido los Judas y Caínes de todos los tiempos, merezcan ser llamados periodistas, historiadores e intelectuales, incluso gente común con una opinión "acertada" acerca de la cotidianidad nacional. Esas personas están tratando de engañar a la opinión pública internacional y, ¿por qué no?, a algunos dentro de la propia sociedad cubana.

Hace bastante tiempo se conoce que Cuba no debió su independencia a los Estados Unidos de América, y que sí sufrió el escarnio de ser campo de batalla de la primera guerra imperialista de la historia para ser convertida en protectorado y neocolonia de ese Estado-nación imperialista luego de una lucha tenaz contra el colonialismo español; que vivimos más de medio siglo encadenados al poderoso vecino del Norte, a solo 90 millas de sus costas, por una Enmienda Platt, una base militar impuesta en nuestro propio territorio, por los Tratados de "Reciprocidad" Comercial, tan leoninos y dañosos para la independencia del país, y los dictados de una democracia representativa burguesa dirigida y tutelada por los embajadores norteños, reales pro-cónsules, que no vacilaron en imponer dictaduras civiles y militares para frenar las luchas populares y revolucionarias.

Tampoco debe desconocerse que, en nuestro esfuerzo patriótico-nacional y antiimperialista, nos construimos, a base de conciencia política y práctica martiana y marxista fundamentalmente, un re-despertar de la conciencia nacional en la segunda y tercera décadas de la pasada centuria, ante el proceso de frustración que sobrevino a la intervención yanqui en la guerra cubano-española; que hicimos la Revolución del 33 para derrocar al tirano Machado; que pudimos re-nacionalizar la República en 1940, con la aprobación popular de una Constitución progresista. Y que, posteriormente, contra el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 y la imposición de la dictadura de Fulgencio Batista, sanguinario personaje que por estos días es recordado antipatrióticamente por los mismos que ahora brindan dinero a los mercenarios, tuvimos un asalto al Cuartel Moncada, un 26 de julio de 1953, una Historia me Absolverá, un exilio preparatorio muy similar al martiano, un Granma y una guerra de guerrillas en las montañas y los llanos que derrocó al títere y hombre fuerte de turno del imperialismo norteamericano, y que culminó en la victoria de la Revolución el primero de enero de 1959, proclamada socialista dos años más tarde.

Nadie puede, entonces, distorsionar los hechos y procesos históricos como por arte magia. Los alquimistas de la contrarrevolución externa e interna y de la mafia cubano-americana, que son los representantes de la presidencia más neoconservadora e impopular de la historia contemporánea de los EE. UU., no tienen derecho alguno a pensar que pueden entrometerse en los asuntos internos cubanos. Ya no son los tiempos de las intervenciones y ocupaciones yanquis (1898-1902, 1906-1909 y de otras presencias indeseables de los marines yanquis en nuestro territorio nacional) que, aunque tuvieron una respuesta digna y a la altura de la conciencia política de aquella época, ahora tendrían una resistencia popular-militar indetenible en su contra, una verdadera Guerra de Todo el Pueblo que lograría a la larga el desgaste y la derrota del invasor. Un Girón multiplicado.

Asimismo, las comparaciones históricas no pueden manipularse al antojo de unos cuantos "pensadores" al servicio de la mayor potencia imperialista de la historia de la humanidad, acérrima enemiga de la Revolución. Ya no estamos en los años de la década del 90, en que apostaron a la caída de la ficha cubana bajo el efecto dominó del derrumbe del muro de Berlín y la desaparición del campo socialista este-europeo y la Unión Soviética. No hubo "hora final de Castro" ni la habrá. Ya las teorías acerca del fin de la historia, de las ideologías, las utopías y el choque de las civilizaciones no obnubilan a los ingenuos ni a los decepcionados, porque han sido superadas por la propia historia rebelde y subversiva de los explotados y marginados, los discriminados y los olvidados. Estos volvieron al escenario político -acaso no estaban tan lejos de allí- y hoy son los protagonistas activos de una nueva historia. La Revolución Bolviariana en Venezuela, la Revolución en Bolivia, los procesos de izquierda en Brasil, Ecuador, Uruguay y Nicaragua, incluso el espíritu integracionista del Sur geopolítico latinoamericano, que incluye a Argentina, Chile, Paraguay y a algunos pueblos y países centroamericanos y caribeños están anunciando nuevos tiempos para la historia presente y futura de Nuestra América.

Son muy ricas y profundas las tradiciones histórico-patrióticas, solidarias e internacionalistas de la historia cubana, es muy poderosa su cultura nacional, que no excluye lo mejor de la universal, y es muy alto el nivel educacional del ciudadano de la calle en la Cuba de hoy para que se piense que la mentira pueda abrirse paso. En esta batalla política, lo mejor de la historiografía cubana es un baluarte que no debe subestimarse. Los mejores historiadores de Cuba, como el resto de la intelectualidad nacional, fueron y son partes integrantes del proceso revolucionario cubano, protagonistas y trabajadores incansables para conformar una Conciencia y una Identidad Nacional en constante construcción. Algunos de ellos, desde Félix Varela, José de la Luz y Caballero, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Antonio Maceo, Máximo Gómez, Calixto García, entre otros del siglo XIX, compendiaron, en parte, lo mejor de esa época que les tocó vivir y fueron los fundadores de la Nación y la Nacionalidad Cubana. En el siglo XX, Enrique José Varona, Manuel Sanguily, Juan Gualberto Gómez, Carlos Baliño, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Antonio Guiteras, Pablo de la Torriente Brau, Blas Roca, Jesús Menéndez, Abel Santamaría, Frank País, Camilo Cienfuegos, Ernesto Che Guevara, y muchos otros, fueron los artífices de la nueva era histórica, consolidando esa fragua redentora de la historia de una nación: la cubana. Y como síntesis de ese decursar histórico revolucionario están las figuras de José Martí y Fidel Castro, sus máximos exponentes.

No se puede desmontar la historia de la nación cubana con mentiras y deformaciones perversas. Está mucho en juego: la independencia, la nación, la patria, el socialismo, junto a las conquistas sociales, económicas y políticas alcanzadas por todo un pueblo en Revolución. Esa es una verdad irrefutable y una realidad contundente a tener en cuenta por los mercenarios y traidores y sus mecenas políticos: los gobernantes y las elites de poder norteamericanas y sus aliados europeos.

Esta es una Revolución que llegó para quedarse. Una eterna herejía revolucionaria y comunista que continúa encaminándose hacia un Socialismo en el Siglo XXI, renovado y superior, como única alternativa ante el sistema de dominación múltiple del capital y su barbarie destructiva global. Y su perfeccionamiento crítico y autocrítico es tarea de los cubanos que vivimos en este VERDE CAIMAN.

*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba

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