viernes, 30 de mayo de 2008

Herejes elegidos, por Roberto Ginebra


“Los elegidos de los dioses
seguimos estando a la izquierda del corazón:
debidamente condenados como herejes”

Roque Dalton.

I

Llegan los días en que no basta hilvanar palabras, tal vez por la elemental preocupación que emerge de mis razones y mis certidumbres cubanas. Y es que no cejan algunos trasnochados, al pretender, bajo el ropaje de la renovación social, tildar de fundamentalistas a los partidarios de la Revolución Cubana, incluso “oponiéndose” al neoconservadurismo bushiano (tan desacreditado anda que se presenta insostenible, aún para los ideólogos de derecha). Y vienen, conjuntamente con el alegato acusatorio de estos seudo revolucionarios, las loas a la socialdemocracia (léase derechización de “guantes de seda”, aunque en tiempos recientes anden a mano descubierta) o al socialismo del Siglo XXI (conste que, muchos de quienes defienden el llamado “Socialismo del Siglo XXI”[1] son probados militantes de izquierda y revolucionarios de primera línea, pero determinadas indefiniciones conceptuales y manipulaciones teóricas han logrado una penetración evidente en sus filas por parte de un enemigo que se sabe derrotado, pero no vencido. Ya Ignacio Ramonet nos recordaba, en ese perfil, “la increíble capacidad de regeneración del capitalismo”[2]) desechando las lecciones de la historia.

Hace poco más de un año Eliades Acosta dejaba constancia en un artículo de este fenómeno posmoderno cuando decía: “Vivimos en una época en que las posiciones radicales en cualquier esfera de la vida social son reputadas como excluyentes, problemáticas e indeseables. Los puntos de vista políticos, filosóficos y religiosos; las preferencias gastronómicas o culturales, las costumbres a la hora de amar o morir, la adscripción o el rechazo a ciertos rituales y modas que se reputan como universales y de buen gusto, incluso, como “políticamente correctos”, suelen ser tomadas como signos de modernidad e incluso, de elemental urbanidad. Vivimos en el mejor de los mundos posibles, de creer en la solidez de tal aspiración a lo homogéneo, a lo global, a lo astutamente ecuménico. Lástima que todo sea una farsa engañosa, la manera en que el capitalismo contemporáneo se sueña a sí mismo…”[3]

Cuba, que debe cambiar, porque puede y porque quiere, no está subordinada a “las modas de la izquierda mundial”, que tan malos resultados han traído antaño. No desconocemos nuestras limitaciones, y recabamos el señalamiento oportuno de nuestro pueblo para la búsqueda de soluciones viables y posibles a cada desacierto, pero sin concederle ni una brecha al enemigo. Somos receptivos y respetuosos, no nos rodea una muralla de dogmas o prejuicios, pero es de cubanos esta primera pelea contra los demonios insepultos del capitalismo. Ya el Comandante en Jefe, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, durante un 2005 de aires esperanzadores para América Latina, volvía a empuñar la adarga contra esos consabidos demonios: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”[4]

En este desandar por la historia del socialismo y sus batallas, hay que recobrar las definiciones. Pero no sólo enfatizando en lo conceptual, o transitando en fila india por la trillada autopista del consignismo. Hay que definir el sitio nuestro, el de cada hombre y mujer, en el combate. Y sólo desde las conciencias individuales se sostiene la conciencia de una nación. Hay que darle voz (alto y claro) al cubano de abajo, el de a pie o de “camello.” Hay que buscar, en sus inquietudes morales y sus necesidades materiales, cada error perfectible. Ese y no otro, es el núcleo y la tabla de salvación de los valores defendidos. Esa, y no otra, es la base de nuestra capacidad de resistencia. Estas verdades de Perogrullo, que se habían ido olvidando, a veces desde el pedestal nefasto de triunfalismo o la demagogia, sin ser una receta para el resto de la izquierda mundial, son el único punto de partida posible.

El Presidente Raúl Castro, al tomar posesión de su cargo el pasado 24 de febrero, recordaba la función del revolucionario en todos los tiempos, con una formidable lección de ética: “No hay por qué temer a las discrepancias en una sociedad como la nuestra, en que por su esencia no existen contradicciones antagónicas, porque no lo son las clases sociales que la forman. Del intercambio profundo de opiniones divergentes salen las mejores soluciones, si es encauzado por propósitos sanos y el criterio se ejerce con responsabilidad.” [5] Este criterio de la máxima dirección revolucionaria refuerza la aplicación contemporánea de la sentencia de Fidel cuando, en 1986, como bien nos recuerda el propio Eliades, y precisamente ante los periodistas cubanos, expresaba “[...] prefiero los inconvenientes de las equivocaciones a los inconvenientes del silencio… Creo en la vergüenza de los hombres y por eso creo en la crítica.”[6]

La espada de Damocles que amenaza al socialismo en estos tiempos es la vaguedad de su trayectoria, pues si bien se encamina, con justicia, a salvar el futuro de la humanidad, las tácticas para llegar a ese futuro siguen escindiéndose entre sus correligionarios. Por eso la batalla es de IDEAS, no de ideologías, que sería la magnificación de las ideas, la segunda fase. Hay que empezar por las ideas, por los conceptos primarios, y cuando estos calen, ahondar ideológicamente en ellos, para recuperar, repensar y re-crear la ideología. Y no se trata de establecer un único plan de acción, que es un método inviable, o de acelerar la marcha de la “revolución mundial”, porque lo cierto es que no basta ir a pasos acelerados en el fortalecimiento de la infraestructura económica de un sistema en pos de la mejoría social necesaria, sin el abrazo humano. Hay que priorizar al individuo, como base social, sin sobornarlo. Fue Federico Engels quien dijo aquello de: “La materia no es un producto del espíritu: el espíritu mismo no es más que el producto supremo de la materia”[7] en contraposición al materialismo burdo feuerbachiano. El ser humano reclama su espacio, en presente: hay que ir al hombre, como única estrategia posible para salvar a los hombres. El socialismo tiene que tocar a las puertas del ciudadano común, instalarse en sus creencias, como lo hizo alguna vez Cristo para validar su fe, a riesgo de Roma y de los fariseos traidores. No para prometer el Paraíso, para llevar ese paraíso a nuestro interior sin “los inconvenientes del silencio”. Ese camino, como acierta Eliades Acosta en su artículo: “depende de todos, hasta del último hombre y mujer, y no solo de una vanguardia, como antes se creía.”[8]

En cuanto a Cuba, que de eso hablo, no hay mejor aprendizaje que su determinación. Estamos cabalgando, no sólo porque ladran los perros, sino porque el Gobierno y su actual Presidente tienen definida su trayectoria. Se sabe hacia dónde se va EN PRESENTE, sin mediatizar la utopía y sin descuidarse de las fintas de la historia. Ya lo expresó sin medias tintas el propio Raúl: “si el pueblo está firmemente cohesionado en torno a un único partido, éste tiene que ser más democrático que ningún otro, y con él la sociedad en su conjunto, que desde luego, como toda obra humana, se puede perfeccionar, pero sin dudas es justa y en ella todos tienen oportunidad de expresar sus criterios, y más importante aún, de trabajar para hacer realidad lo que en cada caso acordemos”.[9]

Y lo definitorio y lo definitivo deben encadenarse de una buena vez en este tiempo, en las manos redentoras de millones de herejes, bajo el cielo borrascoso que antecede a todas las victorias.

II

Cuando el VII Congreso de la UNEAC se acallaba en la “gran prensa”, y a Cuba la encasillaban en los veredictos anticipados del descalabro “postcastro”, se hizo la voz, y con las voces también se hizo la luz. Fidel, expresidente y soldado, meditaba, desde la trinchera de ideas donde siempre estuvo, y Eusebio Leal, historiador y soldado, era otra vez el donante de una clarinada de palabras necesarias. Desde el silencio comprometido de entonces soy ahora el eco: “Para no continuar el hilo de lo que todos hemos escuchado, sino más bien el hilo ese que tenemos en el corazón, el de las causas y motivaciones que nos trajeron al Congreso, recordaría, evocando el comienzo de esta sesión, aquella frase inolvidable que la eximia escritora francesa Marguerite Yourcenar, autora de Memorias de Adriano, encontró en una carta de Flaubert: "Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estaba solo".[10]

El clamor del Historiador de la Ciudad no era sólo la reivindicación urgente de la poesía vital, y menos aún alarde de retórica literaria. Eusebio, el sabio, es un hombre que nunca necesitará de esos artilugios en su oratoria. Eusebio, el leal, asume que “lo que hasta ayer no fue conveniente o prudente, hoy es necesario [...] y no es como dicen nuestros mortales enemigos, un tema cosmético”[11] Desde el Flaubert de la Yourcenar nos trae el paralelismo inevitable de este momento único que sobreviene, donde el Hombre está solo, con la única fuerza de la fe en sí mismo. Nadie ha definido mejor a Cuba ante su destino comprometido con la humanidad. La historia de hoy no ha sido hecha, la historia se está haciendo. Somos nosotros, únicamente nosotros, los responsables de esa Historia. Sin grandilocuencias ni apocamientos; sin delirios de grandeza ni manierismos.

Y no discuto razones en el terreno de la soledad garciamarquiana. No discuto razones al error, compañero disciplente de toda verdad humana. No discuto razones, como contrapartida válida, al acompañante ausente que no renuncia, desde su simpatía de amigo confeso; al que no abandona la Isla desde su lejanía inevitable; o del pueblo hermano que hace causa común con la nuestra. No discuto el futuro, aunque quisiera. Discuto las razones de la resistencia que nos funda, sin caer en el “bovarismo” (pecado original en el imaginario común de muchos jóvenes de hoy) ni en el amurallamiento, y también discuto las razones de la culpa probable que puede acunarse en estos días. Sí, la culpa de errar la senda, de no salvar el abismo de la indefinición. La pervivencia del sueño de la Revolución Cubana, se define, siempre y en todas las instancias, dentro de Cuba. Es la esencia de todo, no me cansaré de repetirlo. La “vieja guardia” no estará mañana… y la ilustración ininterrumpida de la justicia y la ética no dependió nunca de líderes mesiánicos sino de herejes elegidos, porque la culpa de no sumarse al camino herético de las revoluciones siempre es personalísima. La Revolución es un compromiso, pero ante todo consigo mismo. Es un compromiso social, pero desde los sentimientos individuales. A elección propia queda levantarse en una idea, en una causa, en un camino.

Fidel Castro esbozaba la dimensión del reto cuando decía: “El ser humano moderno no es menos egoísta que el griego de la época de Platón. Por el contrario, el de hoy está sometido a un diluvio de publicidad, imágenes e influencias a las que jamás lo había sido”.[12]

Y más adelante, reafirmando el contenido engeliano de su mensaje, siempre desde el materialismo dialéctico, sentenciaba: “La conciencia del ser humano no crea las condiciones objetivas. Es al revés. Sólo entonces puede hablarse de revolución. Las palabras bellas, necesarias como portadoras de ideas, no bastan; hacen falta meditaciones profundas.”[13]

Fidel les decía esto a los intelectuales y artistas. Las “meditaciones profundas” que pedía Fidel eran la confrontación a los problemas, las críticas de conjunto con las ofertas de soluciones; no el boceto superficial, no los devaneos buesianos, no los parangones afeminados, no las solicitudes alienadas, no el compromiso hipócrita con el país. Para el cubano de adentro era inevitable la memoria martiana: “todo al fuego, hasta el arte para alimentar la hoguera…”[14] Y parafraseándose a sí mismo, rescatando y re-creando la célebre fórmula de 1961 que fue una vez subutilizada por el reduccionismo seudocultural de los setenta, concluye su pedido abogando sinceramente por “todo lo que fortalezca éticamente a la revolución”[15] cuya utilidad objetiva no puede desdeñarse. La interpretación visible de esas conclusivas y nuevas “palabras a los intelectuales” es: la ética ante todo. Revolución sin ética, no es Revolución; arte sin ética, no es arte. Desde una posición adversa al proceso cubano es válida una mirada ética y respetuosa; desde una posición solidaria al proceso revolucionario es intolerable una solución antitética de los valores humanos promovidos por el socialismo. La ética no puede sacrificarse jamás, porque en ese sacrificio estarían incluidos todos los sueños de redención humana.

Pero la ética, que debe materializarse en lo profundo, no puede ser excusa para la desunión; por el contrario, debe ser una alianza. Desde la diversidad de criterios, por la única certitud posible: ser nosotros mismos para nosotros mismos. Como inflexiones y notas musicales diferentes en un solo coro humano, entonando la sinfonía continuada y cambiante de la patria de siempre. Eusebio Leal esclarece: “Yo no quiero ser un cubano de cuota; no lo quiero ser. Me sería ofensivo ser un cristiano —como lo soy— de cuota; o un mulato —como lo soy también— de cuota, si entendemos nuestra ascendencia de la sangre o de la cultura; o todavía uno más oscuro: un negro de cuota. Yo quiero ser parte de este grupo, a quien nadie escogió con el dedo. Cuba es así, y el que trate de modificarla separándola, dividiéndola y convirtiéndola en extrañas representaciones, pone a Cuba sin el legado de Martí.”[16]

El “cubano de cuota” que alude Leal, es precisamente el silenciado por la no pertenencia, europoide de alma o proyanki de bolsillo, cuya mercantilización circula en los entretelones del contraproyecto socialista nacional. Cuando se reacciona incondicionadamente a los antevalores foráneos, se deja de ser un “cubano de cuota.” Y cuando esa reacción es conciente, se le denomina patriotismo. Para eso, para que cale en el hombre la razón de la pelea, es la conciencia: para hacer Patria.

III

El pasado 3 de abril en el Palacio de Convenciones, el Vicepresidente Carlos Lage, a quien la mitología popular le atribuye un papel determinante en la puesta en marcha de las medidas económicas de enfrentamiento a la crisis de los durísimos años noventa, conocida ya en historia como “período especial” y provocada fundamentalmente por la debacle soviética y el reforzamiento del bloqueo imperial, compartió una breve pero incisiva reflexión con los intelectuales y artistas del patio, en la hora que representa para el país, me atrevería a afirmar, el segundo gran momento de la Revolución Cubana, después del agotamiento del modelo estructural del mal llamado “socialismo real” (el primero fue la heroica resistencia) y les dijo: “Me ha sido útil oír ideas nuevas y otras, no tan nuevas; me ha sido útil escuchar conceptos que me parecen correctos y otros, que necesito más tiempo para meditarlos. Me distancio del pesimismo de unos pocos —dos o tres, por suerte—; me identifico con el optimismo de muchos, la inmensa mayoría. Comprendo la impaciencia de todos porque es la nuestra. Me alienta la fe de muchos, la inmensa mayoría, [...]. Me preocupan los que piensan que bajos precios y altos ingresos son fruto de decisiones burocráticas y no de lo posible.

Nada puede entenderse ni nada puede criticarse con la crudeza necesaria si olvidamos nuestro pasado reciente, si olvidamos de dónde venimos.

Venimos de la ausencia dramática de alimentos y medicamentos, de calles desoladas, de noches oscuras, de doble moneda, que es como doble bandera, con la atenuante de que ambas son nuestras.

Venimos, y en alguna medida aún estamos, en un período histórico de casi dos décadas en que nos propusimos sostener un ideal de justicia que ya no era posible defender. Y lo logramos, para asombro de todos y de nosotros mismos. ¿Por qué? Porque creemos en lo que defendemos. Porque no tememos. Porque hemos tenido a Fidel.

La doble moral, las prohibiciones, una prensa que no refleja nuestra realidad como queremos, una desigualdad indeseada, una infraestructura deteriorada, son las heridas de la guerra, pero de una guerra que hemos ganado.

Estoy convencido de que la Revolución tiene hoy más fuerza que nunca para encontrar respuestas a las preguntas y solución a los problemas; incluso, a las preguntas y los problemas que brotan de las fecundas y lúcidas mentes de los delegados al Congreso de la UNEAC. Lo haremos.”[17]

Más allá de las interrogantes y sus posibles soluciones, que van haciendo, muy lentamente, su camino al andar, como nos requiriera alguna vez un gran poeta español, hay que recordar, con Lage, de dónde venimos, donde estamos aún “en alguna medida”, y porque estamos llegando ahora de este país en duermevela, entre el sueño y el descalabro, que tuvo la osadía o la locura de no abandonar la utopía cuando los cantos de sirena y los espejismos eran fabricados y vendidos como cualquier otro bien de consumo, a precios módicos para los desposeídos; totalmente gratuitos para los alucinados. La Isla alucinada que no levó anclas para que los huracanes la arrastraran al Norte como una gran balsa a la deriva. Empecinamiento o psicosis obsesiva en la que se desgastaban sus pobladores náufragos. Hemos hecho el viaje sin retorno hacia nuestra condición humana, por encima de todo, de la misma forma de Diógenes cuando andaba por Atenas, a plena luz del día, con una lámpara encendida, y ante la pregunta estupefacta de “¿Qué haces, loco?” escuetamente contestaba: “Estoy buscando una luz.”

Los amigos, que aún son amigos, y cruzaron el Golfo, renunciando al cielo por el sky, como nos canta en cualquier orilla el trovador Carlos Varela, tienen todo el derecho que les otorga la rendición, como nosotros tenemos el derecho que proviene de la resistencia. Cualquiera puede cansarse. La derrota no es del que se rinde, del que se cansa, del que pierde la fe, porque siempre se puede volver a creer y volver a pelear. La derrota es para el que pone el alma en subasta pública y pasa a militar en las filas de la raza vendible. La derrota es para el que ha dejado de buscar una luz en los seres humanos, una luz en sí mismo.

Por eso las “calles desoladas”, las “noches oscuras”, “las prohibiciones”, la “doble moral” y la “doble moneda” no fueron nuestra derrota… pero pueden serlo todavía. Dos banderas, aunque con la atenuante de ser propias, siguen siendo dos. Cuando el poeta matancero Bonifacio Byrne sostuvo “con honda energía/ que no deben flotar dos banderas/ donde basta con una: la mía” se refería a las enseñas nacionales de Cuba y los Estados Unidos. Y en ese caso, los herejes cubanos, sabemos cuál es la elección definitiva. Pero cuando Carlos Manuel de Céspedes dejó que la bandera de Yara, inspirada en los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, cediera el primer plano a la bandera de Narciso López y Cirilo Villaverde, no hacía concesión alguna, porque la causa primera de la independencia daba la hora de las definiciones y no de las dualidades. El Padre de la Patria sabía también que Cuba lavaría con su sangre esa bandera, para reivindicarla de cualquier origen oscuro.

La guerra para “salvar la Patria, la Revolución y las conquistas del socialismo” ha terminado en Cuba (y sólo en Cuba), pero no la pelea de la resistencia. Y la notación de la resistencia en cada cubano y cubana puede encontrarse sin demasiado esfuerzo en la conservación de nuestra capacidad de asombro. La imaginería nacional es vasta, pero más sorprendente aún es como celebramos todos los días, asombrados y eufóricos, el triunfo de la imaginación sobre la muerte. Y Lage nos sondea, nos ausculta, como buen médico, y reconoce el cómo “en un período histórico de casi dos décadas [...] nos propusimos sostener un ideal de justicia que ya no era posible defender. Y lo logramos, para asombro de todos y de nosotros mismos. ¿Por qué? Porque creemos en lo que defendemos. ” Así nos hemos salvado, con el credo en nuestra opción para revivir el mañana. Y Cuba, decía Martí, al salvarse, salva.

Caminando durante años “por el bulevar de los sueños rotos” siempre se pierde la ingenuidad y el derrotero rancio del confuso ayer. Y seguirá trunco el presente sino nos detenemos a redefinir, desde el socialismo imprescindible, y sin amerengamientos, hacia dónde vamos ahora, sin olvidar la digna hidalguía de aquel que buscaba, en la Atenas clásica, una luz en las tinieblas, y que, aún cuando el hacedor de un imperio, Alejandro Magno, le solicitó, al verlo desnudo en su barril: “Pide lo que quieras, Diógenes” el filósofo le contestó: “Apártate, que no puedo ver el Sol.”

No se escribe este criterio amparado en la beldad sin afeites, que refulge legítimamente cuando porta una idea; se busca en la historia, sin pretensiones, una lectura del mundo. Y cuando se concreten en la tierra nuestra, las meditaciones profundas que nos pedía Fidel, con realidades, los cubanos y las cubanas que trabajan en el taller del Sol, estarán listos para comprender que no necesitamos castillos en las nubes que cubran de sombra nuestra utopía.

Hemos ganado la guerra; heridos, mutilados, desguarnecidos ante la lluvia dolorosa que nos recuerda en el cuerpo nuestras privaciones. Nuevos campos de batalla, decía el Che, esperan por el concurso de nuestros modestos esfuerzos. Sin la victoria en ellos no habrá redención posible.

Hemos ganado la guerra, nuestra guerra, y seguimos vivos. Sólo los muertos –y sólo algunos- descansan en paz.



[1] Para mayor información sobre este concepto, ver Dieterich, Heinz. “El Socialismo del Siglo XXI”, Libros Libres, Diario digital Rebelión.

[2] Ramonet, Ignacio. “La actual crisis justifica, más que nunca, repensar el modelo económico” Entrevista a Cira Morote. Diario digital Rebelión

[3] Acosta Matos, Eliades. “Moral, ética y justicia” Cuba Socialista, Número , Año 2007

[4] Castro Ruz, Fidel. Discurso en la Universidad de La Habana, 17 de noviembre de 2005. Diario Granma.

[5] Castro Ruz, Raúl. Discurso ante la Asamblea Nacional del Poder Popular en la toma de posesión como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, 24 de febrero de 2008. Semanario Trabajadores.

[6] Castro Ruz, Fidel. Discurso en la clausura del V Congreso de la UPEC, citado por Acosta Matos, Eliades. Ídem

[7] Engels, Federico “Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana” Obras escogidas. Editorial Progreso, Moscú.

[8] Acosta Matos, Eliades. Ídem.

[9] Castro Ruz, Raúl. Ídem.

[10] Intervención de Eusebio Leal en el VII Congreso de la UNEAC, Palacio de las Convenciones, el 2 de abril del 2008. (Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado). Diario Granma.

[11] Leal, Eusebio. Ídem.

[12] Carta de Fidel Castro a los participantes en el VII Congreso de la UNEAC, Palacio de las Convenciones, 1 de abril del 2008. Diario Granma.

[13] Castro Ruz, Fidel. Ídem.

[14] Martí, José. “La exhibición de pinturas del ruso Vereschagin” 13 de Enero de 1889. Publicado en José Martí. Obras escogidas en Tres Tomos. Tomo II Ed. Política, La Habana, 1979. pág.325

[15] Castro Ruz Fidel. Ídem.

[16] Intervención de Eusebio Leal en el VII Congreso de la UNEAC, Palacio de las Convenciones, el 2 de abril del 2008. Ídem.

[17] Lage, Carlos. Intervención en el VII Congreso de la UNEAC. 3 de abril. Diario digital Rebelión.

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