viernes, 14 de noviembre de 2008

Estados Unidos y la Revolución Cubana II

Estados Unidos y la Revolución Cubana. Del diferendo a la confrontación. 1959-1961. (II Parte)

Por Orlando Cruz Capote

A partir de la aprobación de la Primera Ley de Reforma Agraria, los planes contra la Revolución comenzaron a articularse de forma decisiva. Eran necesarias todas las vías posibles para “poner de rodillas” la osadía del Gobierno Revolucionario, desde el aumento de las presiones políticas, económicas, financieras, comerciales, la preparación y creación, en su mayoría, de grupos mercenarios armados para agredirlo desde el exterior, hasta la coordinación de las acciones punitivas con los gobiernos latinoamericanos y caribeños, sin olvidar las campañas de sabotajes económicos, atentados a dirigentes, bombardeos a objetivos económicos y civiles, guerra sicológica, incluida la radial, entre otros medios. No hay que olvidar que el propio Presidente de los EE.UU. había declarado, desde años anteriores, que la “[...] “guerra sicológica” es la lucha por ganar las mentes y las voluntades de los hombres”. (Cook Blanche, Wiesen The Declassified Eisenhower. A Divided Legacy of Peace and Political Warfare, Doubleday, New York, 1981).

Pero ya era, en gran medida, tarde para provocar la caída del Gobierno Revolucionario cubano. El apoyo consensual mayoritario de la población cubana al proceso de cambios iba in crescendo. En los pocos meses posteriores al triunfo revolucionario, el conjunto de medidas había propiciado una identificación plena, en el plano de la conciencia política y la conciencia común cotidiana -gracias a la práctica real- entre la dirección revolucionaria y las masas populares. Éstas iban cerrando filas del lado del proceso que les había proporcionado, por primera vez en la historia, un lugar y una vida digna en la Patria, gracias a un sistema de igualdades y redistribución de las riquezas materiales nacionales lo más equitativas posibles. Incluso, las autoridades y los medios de prensa yanquis lo confirmaron, aunque lo dieron por transitorio y no efectivo. Tal es la apreciación que podemos encontrar en el libro de Bonsal, cuando informó al Departamento de Estado del apoyo popular en las grandes concentraciones convocadas y realizadas ante las medidas de la intervención de la Compañía Cubana de Teléfonos. Él sostuvo el criterio de que cualquier política que se siguiera “debía marchar pareja con la opinión pública cubana, que en aquellos momentos seguía mayoritariamente a Castro”, (Phillip W. Bonsal Cuba, Castro an the US, Pittsburg, University of Pittsburg Press, 1971, pp. 43-47). Pero luego de la aprobación y ejecución de la Ley de Reforma Agraria, la agresividad y el odio de los círculos de poder de los EE.UU. hacia la Revolución fue tal, que se desestimó y subvaloró todo respaldo interno. Se intentó utilizar, y además se hizo, el arma del “terror comunista” para dividir a las fuerzas revolucionarias y al pueblo.

Al matiz diáfanamente clasista, nacionalista-patriótico y antiimperialista incluido, en el enfrentamiento entre los que habían sido desposeídos (nacionales y extranjeros) justamente de sus medios de producción, y los anteriormente explotados, se le añadió el ingrediente ideológico del marxismo-leninismo y del comunismo para tratar de alejar a las masas populares del proceso revolucionario. La contradicción entre Independencia vs. Dependencia tomaba un nuevo cariz, como consecuencia de la inyección malintencionada al panorama nacional de los prejuicios y recelos hacia la doctrina y la práctica comunista. Y el carácter de la confrontación entre Cuba y EE.UU., -nación contra dependencia o anexión- se enmascaró bajo el manto de “la presencia de un régimen comunista en La Habana” que se iba convirtiendo, además, en “una pieza” o un “activo de la política de la URSS, de China y el movimiento comunista internacional.” (4) La campaña anticubana tomaba otra dimensión y profundidad. Se había incluido a Cuba en la confrontación Este-Oeste o, en la Guerra Fría, y la Isla se convertía en un peligro para la "seguridad nacional" de los EE.UU. y el Hemisferio.

En ese sentido, el caso del ex-comandante Pedro Luis Díaz Lanz quien había defectado como Jefe de las Fuerzas Aéreas Revolucionarias (fue destituido en junio, por irregularidades en el manejo de su jefatura y su vinculación con el agente de la CIA, Frank Florini), -conjuntamente a la actitud del Presidente Manuel Urrutia y del Comandante Hubert Matos- fue uno de los más utilizados por los EE.UU. para atacar a Cuba e incriminarle un sistema político y social que aún no era realidad. Díaz Lanz fue recibido y escuchado, del 4 al 10 de julio, por el Sub-Comité de Seguridad Interna del Senado norteamericano y allí, aseveró que "Cuba había caído en manos del comunismo". En un memorando escrito por las autoridades norteamericanas en el momento de las declaraciones de Díaz Lanz se decía que éste “[...] era el [...] testigo de primera mano más creíble sobre los asuntos de la infiltración comunista en las Fuerzas Armadas de Cuba, las divisiones causadas en la Revolución Cubana por la colaboración con los comunistas, [...]” y que representaba “[...] una oportunidad para presentar estos asuntos [...] más que como una querella entre Cuba y Estados Unidos”. (Memorandum from Assistant Secretary to Under Secretary Murphy; July 16, 1959, Department of State, ARA Special Assistant Files: Lot. 62 D 24, Cuba 1959, doc. 327, pp. 544-545).

Esta inmensa campaña diversionista pretendía, en la arena internacional, transformar “el problema cubano” del plano del diferendo histórico entre estas dos naciones, con una extensión en el tiempo de casi dos siglos, en una confrontación ideopolítica de los dos sistemas sociales antagónicos: Capitalismo Vs. Socialismo, en el marco de una geopolítica mundial donde comenzaba a prevalecer un cierto equilibrio de fuerzas internacionales, entre ambos campos, y de paso convertir a la Revolución Cubana en un problema para la "seguridad nacional" de los EE.UU. y del hemisferio. Ello brindó a los gobernantes norteamericanos presentar el caso cubano como un peligro para el hemisferio occidental y, en especial, al sistema interamericano y convocar a los gobiernos locales a sumarse a las preocupaciones y ocupaciones, planes y acciones, anticubanos. El propio documento anteriormente citado declaraba cínicamente que, “[...] El caso Díaz Lanz tiene una relación íntima con la decisión norteamericana de presionar y obtener una reunión de la OEA para evitar que Castro lance otras expediciones que alterara la paz del Caribe, y que además sirva para identificarlo en la conciencia de América Latina [...]”.

Luego de la Ley de Reforma Agraria, las agresiones de los cubanos apátridas, radicados en los EE.UU. y en otros países latinoamericanos y caribeños, fueron en aumento con el beneplácito de las autoridades de Washington, fundamentalmente, sus agencias especiales de inteligencia como la CIA, quienes comenzaron -o continuaron en muchos casos- a organizar, preparar y financiar -quizás la pionera de las organizaciones contrarrevolucionarias fue la “Rosa Blanca”, fundada en Nueva York, entre enero y febrero de 1959, y que tenía ramificaciones en Miami, República Dominicana y ya, en el segundo semestre de 1960, fueron detenidos en La Habana y Pinar del Río más de 35 miembros de esa banda-, todo un conjunto de acciones subversivas y criminales contra Cuba. El propio Díaz Lanz bombardeó La Habana, el 21 octubre de 1959, causando dos muertos y alrededor de 50 heridos. La quema de campos de caña de azúcar, el bombardeo a centrales azucareros, sabotajes a refinerías de petróleo, industrias importantes, comercios e instituciones revolucionarias de toda índole, la preparación de atentados a dirigentes de la Revolución, entre otros, fueron una constante en las actividades subversivas y terroristas anticubanas.

En este propio mes, los Estados Unidos suspendieron los créditos a los bancos cubanos. Ante los ánimos del gobierno cubano de propiciar el consumo de producciones nacionales, se vio reducido al mínimo los niveles de las compras de mercancías norteamericanas. La medida yanqui de cortar los préstamos a la banca nacional y privada iba dirigida, incluso, contra los intentos de desarrollo de la burguesía agrícola e industrial nacional. En noviembre de ese año cuando fue sustituido Felipe Pazos, como Presidente del Banco Nacional de Cuba, por el Comandante Ernesto Che Guevara, la teoría del “complot comunista” en lo interno cobró mayor auge.

Una visión y accionar más agresivos de EE.UU. se puso en marcha cuando el Subsecretario de Estado, Livingston T. Merchant, en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad, del 14 de enero de 1960, expresó que “[...] Nuestro objetivo es ajustar nuestras acciones de manera que se acelere el desarrollo de una oposición en Cuba que dé origen [...] a un nuevo gobierno favorable a los intereses estadounidenses”. (Reunión del Consejo Nacional de Seguridad, 14 de enero de 1960, FRUS 1959-60, 6:742-743). Otras de las acciones estadounidenses fue la de presionar al Reino Unido para que no ejecutara la venta a Cuba de los quince aviones “Hunter Hawk” contratados -desde la época del dictador Batista- y, en marzo de 1960, la CIA ejecutaba el plan de explotar el vapor francés “La Coubre”, en el puerto de la Habana, el cual traía armas, municiones y explosivos, comprados en Bélgica por el Gobierno Revolucionario. Cientos de cubanos murieron y fueron heridos en ese vil atentado y Fidel lanzó la consigna de ¡Patria o Muerte!, en el entierro de las víctimas. Y aunque ese día, nefasto y también heroico para el pueblo cubano, coincidió con la llegada de los primeros 15 asesores militares soviéticos, más bien oficiales hispanos-soviéticos, esta información fue conocida mucho después por los servicios secretos norteamericanos, porque no tuvo connotación alguna en esa fecha.

La actividad contrarrevolucionaria tomó tal amplitud que, el 26 de octubre de 1959, el Comandante en Jefe Fidel Castro fundaba, las ya mencionadas, Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR) y, el 28 de septiembre de 1960, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Solo el pueblo armado, organizado y entrenado sería capaz de hacer frente a las agresiones internas y externas que ocurrían y se avizoraban para el futuro. Igualmente, el día 8 de septiembre de 1960, se crearon los primeros batallones voluntarios de milicianos para ir a luchar contra los bandidos contrarrevolucionarios en la gran “Primera Limpia”, en el macizo montañoso de El Escambray.

El 26 de enero de 1960, el Presidente Dwight D. Eisenhower hizo pública una declaración que evidenciaba que la máxima dirección de la Casa Blanca era partícipe de una intromisión en los asuntos internos cubanos, ante la pérdida de la dominación sobre Cuba. En la misma afirmó que él, tenía plena confianza en la habilidad del pueblo cubano para evitar y vencer las intrigas del comunismo internacional que estaba dispuesto a destruir las instituciones democráticas en la Isla y aniquilar la antigua y beneficiosa amistad entre los pueblos de Cuba y los EE.UU. Sin embargo, no se decía que desde el día 22 de ese mes, el mismo había solicitado al Congreso de su país el otorgamiento de poderes para disminuir, a conveniencia, las cuotas de azúcar asignadas a los países productores que comerciaban con los EE.UU. Era el inicio de un golpe mortal al corazón de la economía cubana. Las notas diplomáticas se sucedieron una tras otra, de un lado al otro y viceversa, pero en la parte norteamericana primó la soberbia y la prepotencia, la unilateralidad y la visión de que no había nada que discutir entre Cuba y los EE.UU., solo una revisión cubana -un Mea Culpa- por “sus actos hostiles contra la nación norteña". Inmediatamente, el Presidente de Cuba Osvaldo Dorticós reiteró la necesidad de discutir las diferencias entre ambos países por los medios diplomáticos establecidos y sobre la base del respeto mutuo. (5)

La explicación estadounidense, fuera de toda lógica, repleta de sofismos y de un cinismo extraordinario, en donde el atacado se convertía en un ente amenazante y el victimario en noble oveja sacrificada, la brindó nada menos que el Presidente de la nación más poderosa del mundo, a través de su Departamento de Estado, al decir que “[...] El Gobierno de Estados Unidos no puede aceptar las condiciones para las negociaciones [...] el Gobierno de Estados Unidos debe permanecer libre, en el ejercicio de su soberanía, para dar los pasos que considere necesarios, totalmente consistentes con sus obligaciones internacionales, en defensa de los derechos legítimos y los intereses del pueblo. El Gobierno de Estados Unidos cree que estos derechos e intereses han sido adversamente afectados por los actos unilaterales de Cuba.” (The New York Times, 1ro de marzo de 1960; Colectivo autores cubanos De Eisenhower a Reagan, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, p. 35).

En medio de esa disputa política, económica y diplomática sucede un hecho que va a ser muy manipulado y explotado por las autoridades de Washington y la prensa de esa nación como un ingrediente más “de gran valía para ellos” en la campaña contra la presencia comunista en la Isla vecina, la visita a Cuba, el 4 de febrero de 1960, de Anastas I. Mikoyan, Viceprimer Ministro de la URSS, para dejar inaugurada la Exposición Soviética de Ciencia, Técnica y Cultura, que venía de ser mostrada en México. En el marco de esta visita se firmó un convenio comercial mediante el cual la Unión Soviética compraría 5 millones de toneladas de azúcar durante el próximo período de cinco años, a los precios del mercado mundial. El carácter beneficioso del convenio se demostraba al ser contemplado que 200 mil toneladas iban a ser pagadas en dólares norteamericanos y unas 80 mil toneladas serían canjeadas por maquinaria agrícola e industrial. Asimismo, se acordaba un crédito ventajoso para la Isla de 100 millones de dólares, pagadero en 12 años a un interés del 2,5 %.

El pretexto para continuar con su política agresiva contra Cuba era ya en cierto modo real. “La Mano de Moscú” para los gobernantes de EE.UU. estaba en La Habana y el mercado de azúcar norteamericano podría verse desabastecido por una acción cubana en contubernio con la URSS. Este falso criterio se arguyó por las autoridades norteñas y fue desmentido totalmente por la parte cubana, que se comprometió de manera absoluta a cumplir con los propósitos de enviar toda el azúcar conveniada a los EE.UU. La histeria anticubana acerca de “la influencia del comunismo internacional” y las imputaciones de “filtración comunista” en La Mayor de las Antillas aumentaron cuando, el 8 de mayo de 1960, los dos países decidieron restablecer sus lazos diplomáticos, comerciales, económicos, culturales y políticos a un nuevo y elevado nivel. A partir de ese momento, en medios académicos y políticos oficiales norteamericanos se comenzó a hablar de que Cuba era un apéndice o satélite ideológico de la URSS, y la posibilidad no remota de que en su territorio se construyera una base militar de esa potencia -"un verdadero portaaviones terrestre”- que pusiera en "peligro la tranquilidad interhemisférica”.

Lo falso de tal retórica era que, desde finales del año 1959 y, específicamente, entre el 8 y el 17 de marzo de 1960, el Presidente de los EE.UU. había dado órdenes e instrucciones a la CIA -con cierta colaboración del Pentágono y otras agencias especiales- para que comenzara a elaborar y poner en práctica el plan de entrenamiento de un grupo numeroso de mercenarios cubanos (anticubanos) para que atacaran la Isla y derrocaran al Gobierno Revolucionario Cubano, con el apoyo indirecto y directo de los EE.UU. Anteriormente, en diciembre de 1959, la Agencia Central de Inteligencia, ya había instrumentado las recomendaciones aprobadas por el Director de la CIA, Allan Dulles y su Subdirector de Planes, Richard Bissell, de reclutar y entrenar a grupos de exiliados cubanos, como instructores paramilitares en los Estados Unidos y otros países latinoamericanos para una operación de infiltración en Cuba con el fin de brindarle una dirección a los "opositores anticastristas".

A partir del 8 de enero de 1960, conforme a lo discutido anteriormente de que el programa de acción político y económico contra "Castro" -Cuba- debía ser más amplio y con una actuación más positiva y agresiva, otros planes fueron discutidos, ya con la presencia del Pentágono. Tal fue el caso del "Programa de Acción Encubierta contra el Régimen de Castro" preparado por la CIA y aprobado un día después, el 17 de marzo por el propio Presidente de EE.UU., aunque con la acotación de que "(…) El gran problema es la divulgación de la información secreta o la violación de la seguridad (…) y que todos deberían "(…) estar preparados para jurar que él nunca ha oído nada al respecto". El viejo axioma de la CIA de “la mentira necesaria” y la “negación creíble” (7) estaba en marcha contra Cuba revolucionaria.

Desde ese momento, las agencias especiales norteamericanas realizaron grandes esfuerzos para organizar, entrenar, financiar y armar a grupos de apátridas tanto en el interior como en el exterior de Cuba. Para ese fin, se utilizaron numerosos países como base de entrenamiento y subversión: República Dominicana, Guatemala, Nicaragua, Honduras (en las Islas Cisnes, se creó la emisora “Radio Swan” y en Santo Domingo, “La Voz de las Américas”) y, por supuesto, desde el propio territorio estadounidense, en especial, el Estado de la Florida. Además, se crearon, fomentaron y apoyaron grupos de bandidos contrarrevolucionarios alzados en los macizos montañosos de la Isla, agrupaciones "opositoras" y redes de agentes de la CIA para realizar sabotajes, actividades conspirativas, atentados y el envío de información necesaria, entre otras acciones subversivas contra el proceso revolucionario.

En el mes de junio de 1960, las percepciones norteamericanas acerca del proceso revolucionario cubano no daban márgenes a ambigüedades o análisis dubitativos. Cualesquiera que fueran las posiciones, más al centro, a la derecha o hacia el ala liberal, las conclusiones fueron las mismas, había que terminar con la Revolución Cubana y su ejemplo de redención e indisciplina contra el imperio. Cuba y su posición de principios eran tomados con perplejidad por los círculos de poder norteamericanos ante lo que parecía una ingenuidad redomada o un insulto calculado. Otra vez, el orgullo, la prepotencia desmedida y la subestimación hacían errar a la gran potencia frente a una pequeña Isla situada a menos de 180 kilómetros de su territorio.

En un discurso del 24 de junio de ese año, el Comandante en Jefe Fidel Castro señalaba meridianamente la coyuntura por la que atravesaba las relaciones entre Cuba y los EE.UU. En esa ocasión, exponía que lo que estaba en juego era la refinación o no del petróleo soviético; el pago o no de los impuestos a Cuba (el 25 %) de las compañías mineras de Moa y Nicaro y la ley de supresión de las cuotas azucareras a Cuba que se discutían en el Congreso del Imperio del Potomac. (8) La posición cubana fue cautelosa y muy firme desde el punto de vista diplomático, político y, por ende, económico. El 22 de febrero de 1960, el Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba entrega una Nota, al Encargado de Negocios de Estados Unidos en La Habana, Dan Bradock, que expresaba en algunas de sus partes el deseo del Gobierno Cubano de reanudar por los canales diplomáticos las negociaciones ya iniciadas y nombrar una comisión con atribuciones al respecto, pero agregaba que estas no pueden estar supeditadas a que, por el gobierno o el Congreso de ese país, no se adopte medida alguna de carácter unilateral que prejuzgue o perjudique los resultados de las negociaciones en perjuicio a la economía del pueblo cubano.

A pesar del segundo intento cubano en ese año de evitar una confrontación abierta, el 2 de julio, el Senado autorizó al Presidente Eisenhower reducir la cuota cubana de azúcar. Y el 6 de julio, Eisenhower firmó la Enmienda a la Ley Azucarera aprobada por el Congreso, mediante la cual se reducía la cuota cubana en 700 mil toneladas y se eliminaba la cuota adicional de 156 mil toneladas por los déficit de Hawai y Puerto rico. De esta forma la asignación cubana para 1960 quedó reducida en 39 752 toneladas, cifra que, en realidad, resultaba irrisoria e insuficiente para el habitual envío del país antillano al vecino norteño. Esta medida conocida como” Ley Puñal” fue respondida por la “Ley Escudo” (Ley No. 851) que autorizaba al Presidente y el Primer Ministro de Cuba llevar a vías de efecto las nacionalizaciones. Este proceso de nacionalizaciones fue impresionante y perentorio. El golpe y contragolpe cubano fueron contundentes. Se aniquilaron de una vez y para siempre las ataduras neocoloniales de Cuba hacia los Estados Unidos. Cuba era libre, independiente y soberana como nunca antes en su historia. Y la contraofensiva norteamericana, continuando la línea lógica de su política hostil, fue la de la agresión militar a través de los mercenarios anticubanos que prepararon con tanto esmero y empeño la denominada “Operación Pluto”, que desencadenaría en la invasión mercenaria, con apoyo yanqui, por Playa Girón. El modelo de interrupción del proceso nacionalista guatemalteco de 1954, se tomó como ejemplo y enseñanza del arsenal de agresiones e intromisiones de los EE.UU. en los asuntos internos de los países latinoamericanos y caribeños. Solo que la Revolución Cubana rebasaba en mucho las lecciones y alcances de la Revolución guatemalteca. Ya la decisión de su destrucción resultó tardía. Quien mejor lo definió fue el Comandante Ernesto Che Guevara, en 1961, al expresar que “[...] Antes del triunfo, sospechaban de nosotros, pero no nos temían; más bien apostaban a dos barajas, con la experiencia que tienen para ese juego donde habitualmente no se pierde [...] Cuando quiso reaccionar el imperialismo, cuando se dio cuenta que el grupo de jóvenes inexpertos que paseaban en triunfo por las calles de La Habana, tenían una amplia conciencia de su deber político y una férrea decisión de cumplir con ese deber, ya era tarde”. (En, Ernesto Che Guevara Cuba. ¿Excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista?, Obras Escogidas, Tomo II, Casa de las Américas, La Habana, 1967, p. 405).

La radical postura de los revolucionarios cubanos y de su vanguardia política no estuvo reñida con la flexibilidad y sagacidad política necesarias para proceder en la complicada situación, primero, de fortalecer a la Revolución y segundo, alejar al máximo los peligros de una intervención norteamericana en los momentos que su obra iba consolidándose. Con una aprobación popular interna masiva a los grandes cambios y un apoyo internacional importante, en primer lugar de la URSS y el campo socialista, por el eco provocado por sus transformaciones y su vertical actitud solidaria ante las luchas de los pueblos explotados y oprimidos, en especial los latinoamericanos y caribeños, la Revolución Cubana después de las grandes nacionalizaciones de 1960 estuvo en la posibilidad de aceptar el reto de la agresión yanqui.

El máximo líder de la Revolución lo expresó, estratégicamente, en 1979 de la siguiente manera: “Hasta el Primero de Enero el adversario indirecto era el imperialismo. Batista era el adversario directo. Después de enero el adversario directo fue directamente el imperialismo”. (Fidel Castro Ruz Discurso pronunciado en ocasión del XX Aniversario del Triunfo de la Revolución Cubana, en Ediciones OR, Trimestre Enero-Febrero-Marzo de 1979, Editora Política, La Habana, 1979, p. 11).

Un análisis que pretenda buscar y encontrar donde están las causas y consecuencias (o efectos) de la confrontación Revolución Cubana-EE.UU. se perderían en el entramado laberinto de las relaciones bilaterales e internacionales después de 1959. En ese “juego” de golpe y contragolpe es muy difícil hallar quien inicia el ataque y el contraataque. Si se quiere arribar a una conclusión realista en ese sentido, habría que partir que la Revolución Cubana es nacional-patriótica, revolucionaria, popular, agraria, anticapitalista, antiimperialista y socialista, solidaria, latinoamericanista e internacionalista, y tenía necesariamente que enfrentar y, por ende, romper las múltiples cadenas de dominación del neocolonialismo norteamericano. Ello, para cualquier observador político aguzado, debía traer como consecuencia la reacción del imperio, fueran cuales fueran las medidas tomadas. Pero mientras más radicales, la reacción iban a ser mayores y con un alto grado de desmesura, como ocurrió en el caso cubano.

Hoy al cabo de más de 40 años del triunfo y de aquel proceso podemos afirmar que la Revolución Cubana por sus raíces, su programa re-creado, transformaciones y carácter fue la causa principal de la enemistad sin límites del imperialismo yanqui. El rumbo socialista del proceso revolucionario no fue motivado por la agresión y hostilidad de EE.UU., sino a pesar de la existencia de esa política. Si en algo sirvió la actitud y posición intransigente de los gobernantes norteamericanos fue la de catalizar un proceso de reformas revolucionarias y medidas radicales que, instrumentadas en un inicio (recordar el Programa del Moncada) y desarrolladas posteriormente, en la propia dinámica de los cambios y, la lucha de clases interna y externa, conllevaron a un rumbo más acelerado en su implementación y renovación. Pero todo este proceso respondió, en “última instancia”, a un movimiento revolucionario endógeno, al que los factores exógenos le añadieron una dinámica más rápida.

La única alternativa para los círculos de poder de los Estados Unidos es que hubieran admitido, hasta sus últimas consecuencias, el proceso revolucionario cubano, sin crear un sisma en las relaciones bilaterales y, mucho menos, en las relaciones hemisféricas e internacionales. Pero esa respuesta, en aquellas circunstancias de Guerra Fría y enfrentamiento real o virtual contra el comunismo internacional (acaso la eterna confrontación entre el Norte Desarrollado y el Sur Subdesarrollado) fue la única lógica irracional (aunque racional para ellos) aplicable para los representantes del establishment norteño. A los gobernantes norteamericanos no les interesó distinguir nunca entre revolucionarios nacionalista-radicales o reformadores y los que eran “leales al comunismo y a Moscú” sino en atacar aquellos que defendieron los ideales e intereses nacionales autóctonos y, por ello optaron, por el apoyo a los individuos y grupos antinacionales y anticomunistas en los intentos de frenar y destruir el proyecto revolucionario cubano que socavaba la hegemonía y el dominio de EE.UU. en Cuba y en el hemisferio.

Un enfoque académico lo ofrece una politóloga norteamericana al expresar que, “[...] nuestra memoria selectiva no sólo sirve a un propósito, sino que también tiene repercusiones. Crea un abismo entre nosotros y los cubanos: compartimos un pasado, pero no tenemos percepciones compartidas.” (9) El grave problema de los Estados Unidos es que no pueden negociar su presunción hegemónica, pero tampoco pueden reconocer que no pueden negociar y, por eso mismo, se les puede obligar a negociar en coyunturas apropiadas. Por esto, lo principal es desafiar y resistir sus embates, robustecer las fortalezas y encontrar las posibilidades reales para defender y sobrevivir los retos de construir una Revolución a 90 millas de sus costas.

Los hombres no escapan a las circunstancias que lo rodean y que, en algunos casos, ellos ayudan a crear y después lo rebasan. Y el imperialismo y sus representantes, tal como lo describió V. I. Lenin, no pueden renunciar a sus preceptos políticos, económicos, sociales, comerciales, financieros y militares sino es a costa de perder su esencia expansionista, agresiva, explotadora, competitiva, parasitaria y agonizante.

Notas bibliográficas y referencias:

(1) Folletos de Divulgación Legislativa. Leyes del Gobierno Provisional de la Revolución., Tomos desde enero hasta diciembre de 1959, Editorial Lex, La Habana, 1959; Luis M. Buch Gobierno Revolucionario Cubano. Génesis y Primeros Pasos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1999 y Luis M. Buch y Reynaldo Suárez Otros Pasos del Gobierno Revolucionario, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002.

(2) Hubert Matos fue nombrado Jefe Militar de la Plaza de Camagüey. Allí desarrolló una labor conspiradora y escisionista en las filas del Ejército Rebelde, principalmente en la provincia agramontina. Creó una revista, Las Clavelinas y promocionó su figura para una Cuba contra Fidel y el comunismo. Fue la primera gran traición dentro de las filas revolucionarias al más alto nivel. La respuesta fue contundente, el propio Fidel Castro, así como Camilo Cienfuegos desbarataron ese movimiento, donde algunos compañeros revolucionarios fueron confundidos y, poco después, algunos de ellos volvieron a ser fieles representantes de los intereses de la Revolución. Hubert Matos fue sentenciado a 30 años de privación de libertad, cumpliendo su condena y luego marchó hacia los EE.UU. donde prosiguió su labor contrarrevolucionaria al servicio de la potencia imperial enemiga de Cuba. En, periódico Revolución, La Habana, nros. de octubre y noviembre de 1959.

(3) Los epítetos fueron más allá de estos términos, así se escribió que en Cuba había una “una masa sedienta de sangre”, y que se estaba desarrollando“un concepto extravagante de la justicia”, una “purga de sangre” y una “venganza”, etc. En, The New YorkTimes, 2 de febrero de 1959; New York Mirror, 7 de marzo de 1959; Journal-American, 18 de mayo de 1959; etc., En, Colectivo de autores cubanos De Eisenhower a Reagan, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, p. 21.

(4) Se usaron otras denominaciones significativas: “Castro como la voz de Rusia en América Latina”; “Castro no da señales de que detendrá a los comunistas” y se utilizó una expresión, tan temprana como el 17 de abril de 1959, que iba a servir de estereotipo en la propaganda contra Cuba: La Isla de Cuba está a noventa millas de Estados Unidos. Si se establece allí una cabeza de playa comunista existen buenas razones para una seria preocupación de nuestra parte”. En, Chicago Sun-Times, 17 de abril de 1959; Colectivo de autores cubanos De Eisenhower a Reagan, Ob. Cit., p. 23.

(5) Osvaldo Dorticós Torrado, Presidente de la República, en, Raúl Roa García “Cuba acusa”, Obra Revolucionaria, 18 de julio de 1960, La Habana, p. 42.

(6) Tomás Diez Acosta La Guerra Encubierta Contra Cuba, Editora Política, La Habana, 1997, pp. 11-15.

(7) Frances Stonor Saunder La CIA y la Guerra Fría Cultural, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.

(8) Fidel Castro Ruz Discurso pronunciado “Ante la Prensa”, el 24 de junio de 1960, Versiones Taquigráficas del Consejo de Estado, Archivo del Instituto de Historia de Cuba.

(9) Nancy Mitchell Remember the Myth, News and Observer, Raleigh, 1 de November de 1998, G. 5; The Danger of dreams: German and American Imperialism in Latin America, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1999.

Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba

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