lunes, 3 de noviembre de 2008

Transformaciones socioeconómicas y políticas revolucionarias I

Las transformaciones socioeconómicas y políticas revolucionarias en Cuba revolucionaria, 1959-1961 (I) por Orlando Cruz Capote

Este artículo no pretende ser un estudio pormenorizado y profundo acerca de todas las medidas y transformaciones revolucionarias en Cuba entre 1959 y principios de 1961. Tal empeño es de una envergadura que rebasa las posibilidades de este espacio, pero se hace indispensable acotar en síntesis y quizás, en forma esquemática, algunos de los momentos más importantes acaecidos inmediatamente después del triunfo revolucionario.

El Primero de Enero de 1959 fue un día decisivo para la Revolución Cubana. El instante donde no sólo se alcanzó la victoria sino que se tomaron decisiones fundamentales para defenderla. En horas de la madrugada, el alto mando rebelde ubicado en el central azucarero “América”, en el pueblo de Contramaestre, conoció de los primeros indicios de que se había producido el colapso político-militar del régimen dictatorial y la fuga del tirano Batista. Junto a estas noticias se recibieron rumores, luego la confirmación, de que se había efectuado un golpe de Estado en La Habana. Un día antes, el 31 de diciembre, el Comandante Ernesto Che Guevara había tomado la estratégica ciudad de Santa Clara -junto con el descarrilamiento del famoso “tren blindado” y la rendición de las tropas que viajaban en el mismo-, y el Comandante Camilo Cienfuegos derrotaba al ejército en la batalla de Yaguajay, quedando la Isla dividida, prácticamente en dos. En el Oriente cubano la suerte de la tiranía quedaba decidida con las victorias rebeldes en Maffo, Guisa, Contramaestre y otras zonas en que se denotaba físicamente la presencia de los cuatro frentes guerrilleros y sus columnas.

El golpe de Estado fue preparado por el General Eulogio Cantillo y el embajador norteamericano Earl E. Smith, quienes trataron de imponer en la presidencia provisional de la República al Dr. Carlos M. Piedra, que era el magistrado más antiguo del Tribunal Supremo, porque se habían marchado del país, junto a Batista, el Vicepresidente de la República, Dr. Guás Inclán, y el Presidente del Senado, Dr. Anselmo Alliegro. Además, extrajeron de la cárcel de Isla de Pinos al militar oposicionista y participante en la “Conspiración de los Puros” en 1956, el Coronel Ramón Barquín, para que asumiera el mando del ejercito constitucional. Tal intentona golpista fracasó, en el interior del conciliábulo preparado oficialmente, por no hallar ni siquiera consenso en el resto de los magistrados del Tribunal Supremo y otras personalidades políticas. En la reunión citada en el Campamento de Columbia para la aprobación de Piedra, estuvieron los Dres. José M. Cortina, Alberto Blanco, Vicente Banet, Ricardo Núñez Portuondo, Luis Cuervo Rubio, Loynaz del Castillo, Raúl Cárdenas, Juan B. Moré Benítez Y Fernando Alvarez Tabio, algunos de los cuales cuestionaron esa decisión, porque sabían que el presidente propuesto en el Pacto de Caracas era el Dr. Manuel Urrutia Lleó, desconocían si el MR-26 de Julio había autorizado esta designación, no veían en este encuentro sorpresivo a ningún miembro de esa organización y, finalmente, porque si Fidel desconocía de estos pasos dados por Cantillo era mejor no acceder, pues el procedimiento no se ajustaba a las características de una Revolución triunfante. Cerca del mediodía y en el propio Palacio Presidencial, continuaron las divergencias entre los reunidos y Piedra le comunicó a Cantillo que desistía en esos empeños, marchándose para su casa.

Por su parte, Barquín aunque intentó reorganizar al maltrecho y derrotado ejército, su efímero y virtual mandato y las órdenes que impartió no fueron aprobadas por la Comandancia General de la Sierra Maestra, quien le advirtió que el único militar con poderes para tomar el mando militar en el Campamento Militar de Columbia, era el Comandante Camilo Cienfuegos. El caso de la traición del General Eulogio Cantillo merece una atención especial, pues este fue el oficial que en una secreta reunión sostenida con Fidel Castro, el 28 de diciembre de 1958, se había comprometido a no permitir la huida del tirano y sus más fieles seguidores, que no se entraría en contactos con la embajada norteamericana y que no se admitiría la creación de una Junta o un Gobierno a espaldas de la dirección político militar de la Sierra Maestra, y sin embargo, hizo todo lo contrario. A pesar de las violaciones de lo acordado, Cantillo guardó prisión por poco tiempo, porque era un alto representante del ejército que no se había visto envuelto en hechos sangrientos durante el batistato.

Ante tales acontecimientos, la dirección política de la insurrección armada y popular decidió la toma inmediata de Santiago de Cuba, el avance y la entrada a la capital de la República de las Columnas Guerrilleras No. 2 “Antonio Maceo” y la No. 8 “Ciro Redondo”, al mando de los Comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara, respectivamente. Y ordenó a los demás jefes militares de los Frentes y Columnas que obtuvieran la capitulación de las ciudades, pueblos y guarniciones en poder de las fuerzas enemigas. Finalmente, como colofón de las acciones que definirían la victoria revolucionaria, Fidel Castro, en la mañana del día primero, desde los micrófonos de Radio Rebelde, en Palma Soriano, convocó a todos los trabajadores y el pueblo a la huelga general revolucionaria. (1) Aseverando en su llamamiento que, “[...] ¡La historia del 98 no se repetirá! ¡Esta vez los Mambises entrarán en Santiago de Cuba!”. (Fidel Castro Ruz “Instrucciones a Santiago de Cuba”, leídas por Radio Rebelde, el 1ro de enero de 1959, Documento 961, Fondo: Fidel Castro Ruz, Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado).

Ese mismo día, fue conquistada la ciudad oriental de Santiago de Cuba, la segunda en importancia en el país, lograda por la rendición pacífica e inevitable de la guarnición de la misma -al frente del Cuartel Moncada se encontraba el Coronel Rego Rubido -, quien en las conversaciones con el mando rebelde, cedió ante una realidad que le era sumamente adversa. La decisión y voluntad de las fuerzas del Ejército Rebelde, la heroicidad del pueblo santiaguero, al que le fueron suministradas armas, y la táctica de Fidel de no humillar a ese ejercito desmoralizado combativamente, al que finalmente le propuso la salida honrosa de incorporarse a las tropas guerrilleras que harían el recorrido hacia La Habana, tuvieron el efecto deseado de no propiciar un combate muy costoso en hombres y el retraso del triunfo, que siempre se dio como seguro. Un episodio poco conocido sucedió en medio de esos intercambios entre las partes beligerantes: el Comandante Raúl Castro entró al Cuartel Moncada y al dirigirle la palabra a los oficiales allí congregados, percibió la confusión e indecisión de sus interlocutores y, entonces tomó un retrato de Batista rompiéndolo contra el piso ante los ojos atónitos de todos los presentes, logrando de esa forma que fueran junto a él a la reunión que Fidel tenía citada con otros jefes militares.

Esa noche, en el discurso al pueblo de toda Cuba en general, Fidel Castro planteó la necesidad de la unidad de la nación, de la urgencia de consolidar la victoria contando con la disposición del pueblo para defender con las armas en la mano los derechos, la soberanía y la libertad recién conquistadas. Afirmó que se cumpliría con el mandato del pueblo y se aplicaría la justicia revolucionaria contra los criminales y los ladrones de la riqueza del país. Anunció, asimismo, que solo la dirección de la Revolución tenía potestad para nombrar a personas en los cargos públicos, ascensos y otorgar grados militares. Y haciendo un breve recuento de las luchas del pueblo cubano desde 1868 hasta la fecha, precisó que esta vez no iban a ser frustrados los anhelos independentistas de las masas populares, que no habría posibilidad de que los enemigos de la liberación y la soberanía de Cuba, los Estados Unidos de América evitaran con una intervención-ocupación militar la victoria, como hicieron durante la Segunda Guerra de Independencia (1895-1898) y, con la actividad mediadora de su embajador y verdadero procónsul en la Isla, en la Revolución de 1933.

En La Habana, el susodicho intento de golpe de Estado preparado por la embajada norteamericana y los militares fue prácticamente desbaratado por la acción de las milicias clandestinas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y la inmensa y rotunda huelga general que prácticamente paralizó a todo el país. Asimismo, la rapidez con que las dos columnas invasoras rebeldes entraron en La Habana, dejó sin capacidad de reacción a los conspiradores contrarrevolucionarios. El control militar y político asumido por los Comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto che Guevara, los días 2 y 3 de enero, en el Campamento de Columbia y la Fortaleza de la Cabaña, respectivamente, fueron garantía inequívoca de que el antiguo poder castrense se había desplomado.

La marea de pueblo tomó virtualmente las ciudades y campos de Cuba. Fueron cerradas todas las fábricas, talleres y establecimientos comerciales. Los centros e instituciones represivos fueron asaltados por los combatientes armados con la participación de la propia población. Allí donde la resistencia enemiga se hizo notable, la audaz acción de los revolucionarios puso fin inmediato a tales enfrentamientos. La presencia del Ejército Rebelde y las instrucciones dadas por la dirección política e insurreccional, en especial, las emanadas del Comandante en Jefe Fidel Castro, evitó que algunos ciudadanos pudieran tomarse la justicia por sus propias manos contra los delatores y torturadores al servicio de la tiranía, que fueron detenidos entonces. Los excesos fueron limitados al máximo.

El día 3 de enero, la situación política y militar comenzó a esclarecerse para la alta dirección de la Revolución. Ya no quedaban vestigios de la conspiración golpista y las fuerzas revolucionarias en estrecha coordinación con el pueblo dominaban la compleja situación política. Ese propio día se constituyó el Gobierno Provisional Revolucionario, al efectuarse la primera reunión del Consejo de Ministros, en Santiago de Cuba, la cual había sido seleccionada también temporalmente la capital del país. Posteriormente, el día 5 el Consejo de Ministros se trasladó a la Capital. Para esa fecha, el Comandante en Jefe Fidel Castro, decidió que el recorrido del Oriente al Occidente cubano que, en un primer momento tenía un carácter fundamentalmente militar, se realizara con un significado político y bajo la denominación de “La Caravana de la Libertad”. De hecho, tal recorrido fue un acontecimiento de una extraordinaria connotación sociopolítica. A su paso por las diferentes provincias y regiones, el líder la Revolución pronunció innumerables discursos y tomó decisiones que incluyó nombramientos de los nuevos representantes en las funciones públicas y militares y, con ello, el establecimiento en todos los lugares de la Isla del orden y el poder revolucionario. La llegada a La Habana de Fidel, el 8 de enero fue apoteósica.

En su discurso pronunciado en el Campamento Militar de Columbia, habló de la necesidad de la unidad de todas las fuerzas revolucionarias, alertando en contra de todas las posibles divisiones y enfrentamientos que, en momentos anteriores de la historia de Cuba habían dado al traste con la victoria revolucionaria y, avizorando su concepto de la verdadera unidad expresó que “[...] Creo que todos debimos estar desde el primer momento en una sola organización revolucionaria”. (2) La idea tenía un significado real, aunque también estratégico, pues algunas fuerzas que decían pertenecer al Directorio Revolucionario 13 de Marzo y a otras organizaciones, habían sustraído armas y logrado ocupar temporalmente el Palacio Presidencial, así como en una base militar de la provincia habanera. La sospecha y el temor de que ocurriera un enfrentamiento entre las fuerzas opositoras al batistato, había provocado que un grupo de mujeres y madres, presentes en el acto, enarbolaran telas y consignas de que no se permitiera más derramamiento de sangre entre los hijos de la nación cubana. Tal confrontación fue evitada y se comenzó un proceso de diálogo y sumatoria de todos los luchadores, no importando el espectro ideopolítico progresista antibatistiano. Solo los traidores se decantaron por su propia actitud antipatriótica y pronorteamericana.

Igualmente, Fidel aseveró que, a pesar del optimismo reinante en el seno de pueblo, nadie podía pensar que el camino a transitar desde ese instante en adelante iba a ser menos fácil con respecto a la lucha, puesto que se levantarían obstáculos innumerables ante el desarrollo del proceso revolucionario. Finalmente, advirtió que la dirección de la Revolución sabría poseer de toda la paciencia revolucionaria necesaria para asumir las responsabilidades y el enorme poder que les otorgaba una revolución victoriosa. En medio de su histórica alocución, Fidel ladeó su rostro hacia el Comandante Camilo Cienfuegos y le preguntó: “¿Voy bien, Camilo?”, a lo que el jefe guerrillero le respondió: “Vas bien, Fidel”. La noche pletórica de emociones imprevisibles, tomó un simbolismo imperecedero cuando fueron soltadas decenas de palomas y una de ellas, de color blanco, se posó en el hombro del líder del Moncada, el Granma y la Sierra Maestra.

Desde los primeros momentos, el principal problema a resolver por toda Revolución auténtica, la conquista del poder político fue en esencia alcanzado. El espacio político arrebatado al bloque oligárquico burgués-terrateniente fue ocupado por el único y verdadero poder, el bloque clasista-popular, cuyo garante fue el Ejército Rebelde, el alma de la Revolución. Conjuntamente los mejores dirigentes y miembros de las fuerzas revolucionarias fundamentales: el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular, entre otros colectivos e individuos revolucionarios, se convirtieron paulatinamente en la vanguardia política del proceso triunfante. Ellos representaron los intereses de los obreros manuales e intelectuales, los campesinos, los estudiantes, la intelectualidad, los desempleados, la pequeña y mediana burguesía radicalizada y otros grupos y sectores del pueblo. Y asumieron el rol de desarrollar hasta las últimas consecuencias la obra de la Revolución Cubana.

Pero fue necesario emprender el rumbo de las transformaciones formuladas en el Programa del Moncada e ir más allá; se hizo imprescindible destruir las bases fundamentales del aparato estatal burgués pro-imperialista e irlas sustituyendo por el establecimiento de un Estado-Nación-Popular, revolucionario, democrático y libre de ataduras imperiales. Los primeros pasos en el desmantelamiento de las instituciones militares-represivas se dieron simultáneamente posterior al triunfo. En la propia madrugada del día 2 de enero, el primer decreto presidencial nombró a Fidel Castro como Comandante en jefe de las Fuerzas de Aire, Mar y Tierra de la República de Cuba. Esta designación como jefe supremo del ejército lo facultó para iniciar el proceso de depuración y reestructuración del mismo. La idea acerca de cómo sería la nueva institución armada la expresó Fidel cuando afirmó el 6 de enero, a su paso por Santa Clara, que el derrotado cuerpo armado batistiano sería reemplazado por el pueblo armado y organizado. Y con el aniquilamiento del viejo aparato militar-represivo se produjo el surgimiento de las nuevas instituciones armadas revolucionarias. El 16 de octubre de 1959 se crea el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y, el 6 de junio de 1961, el Ministerio del Interior. El Comandante Camilo Cienfuegos les denominó a las FAR, “el pueblo uniformado.”

La avalancha de cambios originados por la Revolución se extendió al sistema político y judicial heredado. Feneció de esta forma, paulatinamente, la justicia burguesa. Por decretos y leyes aprobados por el Consejo de Ministros se suprimieron, el día 6 de enero, los Tribunales de Urgencia y los de la Sala Segunda de lo Criminal del Tribunal Supremo. El 14 de ese propio mes salió publicada la Reforma Constitucional que eliminó la inmovilidad de los funcionarios fiscales y judiciales. A su vez, los famosos jueces venales del Tribunal Supremo, y de otras instancias, fueron destituidos y de hecho inhabilitados para ocupar cargos públicos. Las medidas tomadas eliminaron de la escena política cubana a los antiguos defensores de la dictadura batistiana. Al unísono fueron creados Tribunales Revolucionarios y, en sus cargos se promovieron a profesionales, patriotas de limpia trayectoria y algunos de los que habían luchado con las armas en las manos al oprobioso tirano. Ellos iniciaron, por primera vez en la historia de Cuba y el continente, los juicios imparciales y necesarios contra los asesinos, torturadores, delatores y malversadores del anterior régimen.

En las transformaciones tuvo especial significado la aprobación el 7 de febrero de 1959, por el Consejo de Ministros, de la Ley Fundamental. Partiendo de los criterios básicos, más democráticos y progresistas, de la Constitución de 1940, la nueva ley constituyó un cambio esencial en material legal y, de hecho, sustituyó algunos articulados de la susodicha constitución. Fidel Castro, el 15 de enero, abordó el asunto durante una intervención al responder algunos cuestionamientos sobre el carácter legal de las transformaciones que se iban haciendo y las que se enunciaban, expresando que “[...] Una revolución no se hace con la ley, sino se hace una revolución y la ley viene detrás de la revolución. [...] Las leyes de la Revolución son, fundamentalmente, principios morales. Los propósitos por los cuales se está luchando, esos propósitos son los que guían y trazan el derrotero de la Revolución [...]”. (Fidel Castro Ruz Discurso pronunciado en el Club de Rotarios, en La Habana, En, Pensamiento de Fidel Castro. Selección Temática, enero de 1959-abril de 1961, Un Tomo, Dos Volúmenes, Vol. II, Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba, Editora política, La Habana, 1983, p. 356). La Ley Fundamental dio carácter legal permanente al Consejo de Ministros, (3) instrumentó su funcionamiento y permitió aprobar la creación de nuevas instituciones, que constituyeron el nuevo Estado revolucionario. Éstas ejecutaron, entre otras misiones, las confiscaciones de las riquezas mal adquiridas por los funcionarios batistianos. Con esta promulgación y aplicación inmediata se sentó las bases jurídicas iniciales para solucionar en la práctica los graves problemas políticos, socioeconómicos, éticos y jurídicos en que se encontraba el país. (4)

Algo singular sucedió a los partidos políticos burgueses, incluidos los de la oposición batistiana, que antes de la victoria revolucionaria pulularon por todo el país con su retórica demagógica. Estas organizaciones fueron desapareciendo paulatinamente del escenario político nacional porque, junto al desprestigio y los males acumulados en su seno, muchas se habían dividido y subdividido en el combate contra la dictadura. Estas escisiones a su interior, por las formas de lucha adoptadas, produjeron el desgajamiento y el abandono masivo de sus miembros de base. La vacilación y cobardía política de muchos de sus dirigentes les restó también capacidad de convocatoria. La aprobación de la Ley No. 30 del 30 de enero de 1959, que ratificó la vigencia de “Las disposiciones del Alto Mando Rebelde durante el desarrollo de la lucha armada”, inhabilitando por 30 años las posibilidades de ocupar cargos públicos y políticos a los que habían tomado parte en la farsa electoral de noviembre de 1958, fue un duro golpe a estos personeros reformistas y proclives al entendimiento con el gobierno de los Estados Unidos. Otro factores de sus desapariciones fueron que muchos de los líderes de estas organizaciones y sus miembros más reaccionarios, mas algunos confundidos, se marcharon al exilio, especialmente, hacía los EE.UU. junto a los personeros de la dictadura. Otros, algunos meses después, cuando transitaron con mayor o menor rapidez al campo de la contrarrevolución fueron detenidos y enjuiciados o huyeron hacia, fundamentalmente, el vecino del Norte.

Finalmente, el principio de que los dirigentes de la Revolución tenían que vivir como el pueblo, servirlo con el sacrificio y nunca enriquecerse a costa de él, comenzó a sembrar una confianza ilimitada en las masas trabajadoras, manuales e intelectuales, de la ciudad y el campo, hacía la nueva dirección de la Revolución. La política burguesa al uso tuvo pues una muerte casi natural.

Notas bibliográficas y referencias:

(1) La Huelga General Revolucionaria se inició a partir del llamamiento de Fidel Castro y terminó el 4 de enero, cuando el propio Fidel, desde Camagüey, convocó al pueblo y a los trabajadores a reiniciar las labores para que no se afectaran los servicios y la economía del país y ante la comprobación del triunfo revolucionario.

(2) Fidel Castro Ruz Discurso en el Campamento Columbia a su entrada a La Habana, 8 de enero de 1959, En: El Pensamiento de Fidel Castro. Selección Temática, enero de 1959-abril de 1961, Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba, I Tomo, Dos Volúmenes, Vol. II, Editora política, La Habana, 1983, p. 563.

(3) Desde la constitución del Consejo de Ministros quedaron abolidos el Senado y la Cámara de Representantes de la República, y este Consejo asumió las funciones y facultades ejecutivas y legislativas.

(4) Además, ratificó algunas leyes y medidas revolucionarias tomadas durante la lucha insurreccional por el Ejército Rebelde, como lo fue, por ejemplo, la Ley No. 3 sobre la Reforma Agraria puesta en ejecución en la Sierra Maestra.

*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba

No hay comentarios: