Por Darío L. Machado Rodríguez
Los zapatos devenidos proyectiles en manos de un indignado periodista iraquí no resultan, ni por asomo, la condena que merece y la humanidad quisiera que pagaran el presidente saliente de los Estados Unidos de Norteamérica y su clan político, pero sí constituyen todo un símbolo del desprecio que el mundo siente por ellos y del enorme desprestigio en el que sumió a ese país la camarilla que se hizo con las riendas del gobierno en los últimos ocho años, que comenzaron con el fraude electoral y terminan ahora con el fraude generalizado. Eso es George W. Bush: un gigantesco fraude.
El alucinado mandatario es la viva imagen del político irresponsable y mentiroso. En realidad no pudieron haber encontrado a nadie peor para presidente, pero tampoco a nadie más idóneo para encabezar el mayor desgobierno en la historia de los USA.
Se va George W. Bush de la Casa Blanca, pero ¿pagarán él y sus secuaces por el estropicio hecho en el mundo y en su propio país? Lo de los zapatos movería a risa si el enajenado mandatario no dejara tras de sí el criminal saldo de cientos de miles de iraquíes y afganos asesinados, miles de soldados norteamericanos y de otros países muertos o heridos, enormes e irreparables daños a la cultura y al medio ambiente, unos Estados Unidos sumidos en la peor crisis y un mundo en crisis. No, no hay espacio para la gracia o el choteo.
Millones de norteamericanos en su sano juicio habrán sentido vergüenza y repugnancia por lo que es y simboliza el todavía presidente de ese enorme país, hoy despedido a zapatazos. Es que entre los descalabros de la gran nación bajo conducción tan irresponsable y libertina, resalta el desastre moral.
Durante la desacertada administración del clan Bush los norteamericanos fueron amedrentados y vigilados en su propio territorio, sus derechos civiles fueron pisoteados, su clase media empobrecida y endeudada, millones de trabajadores perdieron sus empleos, creció espantosamente el aparato burocrático-represivo, fueron vulgarmente engañados para involucrarlos y empantanarlos en sendas guerras tan injustas como genocidas, entre otras calamidades.
El próximo enero asumirá las riendas de ese país un nuevo presidente. A diferencia del errático y perturbado mandatario saliente, Barack Obama es un político que ha demostrado sensatez, inteligencia y tener ideas propias, que hereda un país en bancarrota física y moral. No hay que hacerse ilusiones. Su tarea, si la quiere hacer bien, estará preñada de los enormes obstáculos que colocarán a su paso los muchos intereses creados y la creciente corrupción. Para todos nosotros, la lucha continúa.
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