Una gran victoria y el reconocimiento a la resistencia heroica del pueblo cubano.
Hace solamente unos pocos días, el pueblo cubano recibió una gran alegría y una recompensa histórica y política que re-legitima sus combates nacional-liberadores por la justicia social y la militante solidaridad internacionalista desarrollada luego del triunfo revolucionario el primero de enero de 1959: luego de casi medio siglo de bloqueo norteamericano, de presiones, chantajes -expulsión incluida- y sanciones injustas en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA-1948), la Mayor de las Antillas se reincorporó a la comunidad de Estados naciones y gobiernos latinoamericano-caribeños, con y por derecho propio en la Cumbre de Países de América Latina y el Caribe. La entrada paralela del gobierno revolucionario y socialista cubano al Grupo de Río, el rechazo a la política anticubana de 10 gobernantes estadounidenses y a la hostilidad de las oligarquías burguesas que dominaban el escenario regional hace más de cuatro décadas, simbolizan el colofón triunfal de 50 años de luchas y resistencias ante múltiples agresiones directas e indirectas sufridas con estoicismo, audacia, heroicidad y sagacidad, sin olvidar nunca el apoyo desinteresado brindado a sus hermanos del Sur geopolítico. El gran precio pagado por construir una sociedad alternativa socialista, con un sistema político, socioeconómico, educacional-cultural diferente, en el sentido práctico y conceptual, ha sido desagraviado y admitido por todos como un error y un clientelismo antihumano. Ese crimen fue y sigue siendo cometido por las élites de poder de Washington y sus serviles lacayos. La presencia del Presidente del Consejo de Estado y de Ministros de la República de Cuba General de Ejército Raúl Castro Ruz, en las cumbres convocadas en San Salvador, Brasil, también es síntoma inequívoco de los nuevos tiempos para Nuestra América y todo el hemisferio.
La historia siempre presente, no como un recuerdo nostálgico, sino como experiencia y enseñanza positivas.
Un análisis político de la situación hemisférica, desde la victoria cubana de Playa Girón en abril de 1961 hasta el mes de enero de 1962, arroja que la confrontación entre EE.UU. y la Revolución Cubana se profundizó por el deseo y odio visceral de los gobernantes norteamericanos de aislar, desestabilizar y debilitar sus defensas internas para destruirla. En el análisis de las causas del descalabro, (1) en Bahía de Cochinos, el Presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy, además de nombrar una comisión especial del Pentágono y de propiciar cambios en la Agencia Central de Inteligencia, entre otras medidas adoptadas, también encomendó la confección de un plan gestado desde finales de abril y principios de mayo, denominado finalmente "Mongoose" (Mangosta) (2) que contenía numerosas variantes para llevar a vías de hecho, con múltiples pretextos y “justificaciones”, la intervención directa del Ejército de los EE.UU. en Cuba. Los gobernantes de los Estados Unidos trataron, por todos los medios, de llevar adelante una política que acondicionara a la opinión pública norteamericana y continental, además de comprometer hasta la médula a la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, para la obtención de los votos necesarios en la OEA, con el fin de acusar y separar al Gobierno de Cuba de su seno. Esos planes no obviaron el continuo desarrollo de las agresiones económicas, militares y el fomento de la subversión dentro de la Isla.
El "dossier" de agresiones fue en aumento. Las provocaciones, violaciones del espacio aéreo y marítimo cubano (524 veces entre junio y octubre de 1961, por ejemplo), la realización de ataques furtivos a la población y el sabotaje a objetivos económicos, la penetración constante de grupos de contrarrevolucionarios para llevar a cabo acciones punitivas y aumentar el contingente de "alzados" contrarrevolucionarios en las zonas montañosas del país, los intentos de atentados contra la máxima dirección política de la nación, la prohibición de comprar azúcar (la cuota completa de la zafra de 1961) y de impedir el tráfico interestatal de artículos desde o hacia Cuba, entre otras medidas, fueron solo una muestra del arsenal que pusieron en función los EE.UU., para crear un clima prebélico entre ambas naciones.
Los asesores de John F. Kennedy también aprovecharon la derrota de Girón para sacar adelante sus ideas acerca de la "Nueva Frontera" o plataforma programática de política exterior de los EE.UU. hacia América Latina y el mundo. Tal pensamiento o Nuevo Discurso -Newspeak- tenía dos vertientes bien definidas y nunca excluyentes, que partían de un análisis realista (lo que no quiere decir que no fuera imperial), que había confeccionado desde hacía un tiempo atrás un grupo importante de académicos y estrategas, acerca de la realidad cambiante económica, social y política del mapa geopolítico del orbe. Ello permitió a los representantes del imperialismo apreciar que la fortaleza político-militar de la URSS y el campo socialista era suficientemente persuasiva o disuasiva para enfrentarla abiertamente con una confrontación bélica. Había que recurrir entonces a una política reformista hacia los pueblos del planeta con el fin de destruir las bases objetivas, y las subjetivas también, del movimiento de liberación nacional y popular, de un acercamiento light-subversivo -lo que después se denominó "tendido de puentes"- para revertir desde dentro a los países socialistas, y la creación de fuerzas de contrainsurgencia para desarrollar “guerras limitadas” (más tarde se titularían como "guerras de baja intensidad") que evitaran la "expansión del comunismo" hacía otras latitudes. Todo ello sin obviar la continuación de la política de presión, chantaje y amenaza militar y nuclear sobre la Unión Soviética y sus aliados -la denominada “política al borde del abismo o de la guerra” es un buen ejemplo.
En América Latina y el Caribe, por su cercanía geopolítica, se puso a prueba la efectividad de tales lineamientos. El panorama socioeconómico y político del subcontinente fue propicio para desarrollar ese pensamiento y experimentar sus resultados. Surge entonces una de las vertientes, la reformista, con La Alianza Para el Progreso -el New York Times la denominó también "la respuesta de Estados Unidos a Fidel Castro"- que se anunció en la Casa Blanca el 13 de marzo de 1961, y fue puesta en práctica en el Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA, el 15 de agosto de ese año. El “evitar nuevas Cuba” fue una obsesión para el establishment norteamericano. La otra cara o vertiente del mismo planteamiento estratégico geopolítico, el de la contrainsurgencia, se desarrolló a pasos agigantados. Se llevó a cabo una reestructuración de las fuerzas armadas del Pentágono, surgiendo de esa forma las agrupaciones de "fuerzas especiales" -las “famosas boinas verdes"- capaces de trasladarse rápidamente a cualquier país de la región y del planeta para intervenir directa e indirectamente y defender “los intereses norteamericanos”. Asimismo aumentó el asesoramiento militar intensivo a los ejércitos latinoamericanos y caribeños para coadyuvar a derrotar a los movimientos revolucionarios y, además, derrocar a los gobiernos de la región, encubierta o abiertamente, menos proclives a la política de Washington mediante golpes de estados, imposición de personalidades pronorteamericanas y juntas militares. (3) Aunque, supuestamente, en la agenda política estadounidense no estuvo el desestabilizar a las democracias representativas, sino todo lo contrario, sustentarlas con el fin de mostrarlas como una alternativa al caso cubano, el plan nunca descartó la instauración de regímenes dictatoriales. Al final esa fue la variante más utilizada. Los intentos de la administración de Kennedy de organizar una “cuarentena” en la OEA en torno a las camarillas militaristas reaccionarias, apoyándose sobre todo en los gobiernos latinoamericanos y caribeños de orientaciones liberales, resultaron de facto ilusorias. Al convocar a una reforma liberal burguesa para derrocar a la insurgencia subversiva y popular en el subcontinente y, al mismo tiempo, tratar de destruir a la Revolución Cubana, el gabinete norteamericano tuvo que apoyarse finalmente en los regímenes militares y en la oligarquía derechista a toda ultranza.
Mientras, Cuba tuvo que recurrir al apoyo solidario de los sectores más progresistas y democráticos de América Latina y el Caribe, en especial, las masas populares y las izquierdas más radicales del subcontinente. Al unísono, el diapasón de la proyección internacional de la Revolución Cubana ganó en amplitud y profundidad. Toda fuerza revolucionaria que se concibiera de forma antiimperialista, ya fuera desde el ángulo de la lucha armada, política y popular, cívica y nacional-reformista fue apoyada por el proceso revolucionario, quien a su vez recibió el respaldo de estos disímiles movimientos en todos los foros y eventos internacionales. La unidad antiimperialista y la mancomunada acción anticapitalista de Nuestra América fue la divisa de la Revolución. A los efectos de coordinar con mayor organización y efectividad el intercambio y la ayuda hacia el movimiento revolucionario se creó en 1961, el Vice Ministerio Técnico y el Departamento General de Inteligencia, luego de surgir el 6 de junio, el Ministerio del Interior de la República de Cuba, al frente del cual estuvo el hoy Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez y como Viceministro, el Comandante Manuel Piñeiro Losada (“Barbarroja”).
A finales de ese año, la entrada de la Isla en el recién estrenado Movimiento de Países No alineados como fundador y miembro pleno ensanchó su política exterior, al igual que creció su prestigio en las naciones del Sur. No había tribuna y escenario internacional en la que no estuviera presente la Revolución Cubana por derecho propio. La fortaleza interna de los revolucionarios cubanos y el apoyo solidario internacional fueron la carta de triunfo de Cuba ante las agresiones del gobierno de los Estados Unidos y los regímenes oligarcas de la región.
La Alianza Para el Progreso o "La Revolución de las Américas": reformismo frustrante.
La idea de La Alianza Para el Progreso aunque no novedosa sí implementaba por primera vez para América Latina y el Caribe un plan articulado con el fin de brindar apoyo económico a los gobiernos de la región y, especialmente, a los empresarios privados en estos países durante un período de 10 años. No era ni mucho menos un “Plan Marshall” a lo europeo, pero sus objetivos -menos ambiciosos- permitirían, si hubieran sido cumplidos, ampliar la base de la modernización del capitalismo dependiente latinoamericano, sin eliminar las raíces del atraso y subdesarrollo secular de estas naciones y su subordinación al capital extranjero. Tuvo, ante todo, un empeño para desmoralizar a las fuerzas revolucionarias del subcontinente. Los debates acerca de la eficacia de La Alianza Para el Progreso y su realismo imperial, sus objetivos diáfanos u oscuros, así como sus fines estratégicos, constituyen una apreciación de que este plan norteamericano estuvo inmerso en la trama subcontinental a la luz de la Revolución Cubana y no como algo aislado de ella, aunque algunos analistas sobrestimen el enfoque latinoamericano y caribeño y vean a Cuba como un subproducto menos importante. Incluso otros no dejan espacio a la Revolución Cubana en la concepción y despliegue de la Alianza.
Para algunos historiadores y politólogos, la pretensión norteña consistió en que América Latina tenía que hallar, en el seno de las relaciones interamericanas, una tercera vía que ejerciera una fuerte influencia no solo en la región, y sobre Cuba esencialmente, sino en todos los países subdesarrollados, incluyendo los que se encontraban en vías de desarrollo en el planeta. El proyecto reformista de la ayuda intentaría frenar las luchas revolucionarias radicales, y los EE.UU., a través de la Alianza para el Progreso, podrían convertirse en el líder de esos procesos “revolucionarios” y en el garante de una fuerte asociación económica y política de los países del Tercer Mundo con el Occidente capitalista. Aunque partidario de medidas duras de toda índole, incluidas las militares contra Cuba y otras naciones, Kennedy y sus asesores reconocían que no solo a través de la fuerza bélica se podían solucionar los problemas sociales que tenían una base socioeconómica secular. Para otros muchos observadores políticos e historiadores la alianza era ante todo “la lanza económica de un plan anticubano de mayores dimensiones”. El contexto histórico-político, los discursos del Presidente norteamericano y de sus miembros del gabinete, más la retórica anticubana empleada por sus diplomáticos y funcionarios hacen corroborar la fuerza de esta última hipótesis.
En el Informe presentado por los patrocinadores de este plan, en el punto V del temario, se dice que “(...) La tardanza en aceptar el deber que incumbe a los medios de información democrática en orden (sic) a defender a los valores esenciales de nuestra civilización, sin desfallecimiento ni compromiso de orden material, significaría un daño irreparable para la sociedad democrática y el peligro inminente de la desaparición de las libertades que hoy gozan, como ha ocurrido en Cuba, donde hoy sólo existen prensa, radio, televisión y cine controlados por el orden absoluto del Gobierno”. (4) Al anunciar La Alianza Para el Progreso, los Estados Unidos regresaron a la política del “garrote y la zanahoria”, si es que alguna vez la habían abandonado. La promesa de “derramar” cerca de 20 mil millones de dólares para ayudar al subcontinente no podía solucionar ni siquiera una parte de los problemas de la región, pero era, sin lugar a dudas, un buen comienzo, aunque aún no se conociera el final. (5) El Presidente J. F. Kennedy, habló una y otra vez de eliminar la pobreza y la ignorancia en la región, de implementar reformas agrarias, de la necesidad de analizar los problemas de los productos básicos, sus precios oscilantes y la necesidad de un mercado estable y seguro, también invitó a científicos y técnicos de la región a estudiar en las universidades y centros de investigación de los EE.UU. (6) Como era de esperarse en este mensaje la política intrínseca de tal planeamiento no podía ocultarse, por lo que también aseveró que era necesario completar "la Revolución de las Américas", refiriéndose a la Revolución norteamericana de 1776, para vivir con dignidad y altos niveles de vida. Aunque advirtió que las fuerzas militares de los Estados Unidos estaban dispuestas a ir a los países latinoamericanos para defender su independencia y que, además, se le brindaría ayuda técnica a través de los recién creados Cuerpos de Paz. Estos últimos de inmediato demostrarían sus verdaderas intenciones, al descubrirse que bajo el manto de una misión pacífica, de ayuda al desarrollo, a la educación y la cultura de los pueblos, se convirtieron en agencias de espionaje muy ingerencistas en los asuntos internos latinoamericanos. (7) El disfraz que intentó ocultar la política de intervención estaba enunciado y solo se esperó que los gobiernos latinoamericanos y caribeños se disputaran la cuantía de la ayuda. El 5 de agosto de 1961 (hasta el 17), comenzó la Conferencia Especial del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la OEA, en Punta del Este, Uruguay, en la cual se expuso y se lanzó formalmente la Alianza y se discutieron los aspectos técnicos acerca de la forma de realizarla. En la reunión participó como jefe de la delegación cubana el Comandante Ernesto Che Guevara, a la sazón Ministro de Industrias del Gobierno Revolucionario.
En el enfrentamiento del dirigente cubano con el responsable del Gobierno de los Estados Unidos, el Secretario del Tesoro, Douglas Dillon, y los demás miembros de las delegaciones latinoamericanas, se pusieron de manifiesto dos concepciones diametralmente opuestas. La Alianza Para el Progreso no incluía a la República de Cuba y el Che lo recordaría casi al inicio de su intervención al decir que “(...) Yo me pregunto, señores delegados, si es que se pretende tomar el pelo, no a Cuba, porque Cuba está al margen, puesto que la Alianza para el Progreso no está con Cuba, sino en contra, y no se establece darle un centavo a Cuba, pero sí a todos los demás delegados”. La presencia cubana no constituyó, sin embargo, un obstáculo para el desarrollo de la reunión y la propia aprobación de la Alianza, sino todo lo contrario. Si estaba Cuba en ese plenario era para realizarle una crítica constructiva, aunque demoledora, para que en un trabajo mancomunado y armónico se pudiera “enderezar” lo que había nacido muy torcido. Incluso la representación de la Isla aspiró a que se le incorporara a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, cumpliendo con los requisitos siempre y cuando se le respetara su peculiar organización económica y social, aceptándose como un hecho consumado e irreversible su Gobierno socialista. Cuba también llevó 29 proyectos a la Conferencia con el fin de cooperar con el mejor desenvolvimiento de la misma.
El primer emplazamiento crítico del Comandante Guevara al temario se produjo cuando, ante la advertencia de un estudio técnico de que debían realizarse trabajos sanitarios previos a establecerse un planeamiento para un crecimiento económico de la región, el delegado cubano ironizó ante la inversión de los términos y sus prioridades al plantear que “(...) Me da la impresión que se está pensando en hacer la letrina como una cosa fundamental. Eso mejora las condiciones sociales del pobre indio, del pobre negro, del pobre individuo que yace en una condición subhumana; “vamos a hacerle la letrina y entonces, después que le hagamos la letrina, y después que su educación le haya permitido mantenerla limpia, entonces podrá gozar de los beneficios de la producción”. Porque es de hacer notar, señores delegados, que el tema de la industrialización no figura en el análisis de lo señores técnicos (...) Para los señores técnicos, planificar es planificar la letrina”.
En las primeras objeciones cubanas estaba el meollo de la discusión. Los Estados Unidos no estaban brindando un apoyo al desarrollo económico de la región, sino a cierto crecimiento económico y no se partía de una idea de realizar inversiones en nuevas industrias nacionales, en una planificación de una diversificación agrícola e industrial autóctona que permitiera al subcontinente crear una economía menos dependiente, crear nuevos empleos y alcanzar índices de desarrollo económico armónicos. El pensamiento de construir nuevas obras de infraestructura tuvo un matiz colonial (al decir del Che) y neocolonial pues tales proyectos parecían servir de “anillo al dedo” a las presentes y futuras inversiones de capital extranjero, norteamericano esencialmente, en busca de mayores facilidades y, por tanto, de ganancias sustanciosas. Además, las precondiciones para las inversiones o la ayuda financiera externa, según la propuesta norteamericana, debían tener bases firmes para la concesión y su utilización, especialmente, al proporcionar criterios eficaces para evaluar proyectos individuales. O sea, serían los acreedores extranjeros quienes exigirían y determinarían el monto y lugar de los préstamos de acuerdo a criterios de la situación interna de cada uno de los países y gobiernos y si estos “toman las medidas internas necesarias”. Y únicamente, en ese momento, de los 20 mil millones de dólares prometidos, solo estaban aprobados 500 millones, la otra parte dependía de las medidas que tomaran los regímenes latinoamericanos y con todo, ello no se realizaría de manera inmediata. Cuba advirtió a los gobiernos latinoamericanos que debían asegurarse de que la ayuda total fuera aprobada por el Congreso de los EE.UU., ya que se conocía por experiencias anteriores, que muchas veces intenciones presidenciales quedaban frustradas ante las luchas de los grupos políticos y económicos internos presentes en la Cámara y el Senado estadounidense.
En otro de los puntos sometidos a polémica por el Che, éste dejó sentado que no se trataba de realizar una reforma agraria sustituyendo ineficientes latifundios y minifundios por fincas mejor preparadas y equipadas, sino de distribuir la tierra entre el campesinado trabajador gracias a la eliminación del latifundio. Además, que se debía apoyar a los nuevos propietarios con créditos y facilidades monetarias, tecnológicas y seguros, ante catástrofes naturales y otros eventos que pudieran afectar su desenvolvimiento. En el tema de la industrialización como pieza fundamental del desarrollo, el Ministro cubano hizo énfasis en que solo la planificación económica exitosa en la región podía estar basada en la necesidad de que el poder político estuviera en manos de los trabajadores, que se eliminara el dominio de los monopolios imperialistas y que el sujeto popular lograra el control estatal de las actividades productivas. Y, sin desmeritar la democracia en el proceso económico, se planteó que la dirección central de la economía debía estar concentrada en un poder de decisión único con la participación activa real de todo el pueblo en las tareas de planificación, producción y distribución.
La discusión también se trasladó al plano de los requisitos que debían tener los países para ser acreedores o no de la ayuda. La posición cubana fue firme al respecto, tenía que existir una igualdad de trato y el disfrute equitativo de las ventajas de la división internacional del trabajo; la eliminación de las condicionantes ideológicas y geográficas para llevar adelante el estudio de planes racionales de desarrollo y la coordinación de la asistencia técnica y financiera de todos los países industrializados; la proscripción de los actos de agresión económica de unos contra otros; la defensa de los más débiles para salvaguardar sus intereses; garantías para proteger a los empresarios latinoamericanos de la competencia desigual de los monopolios extranjeros y la reducción de los aranceles norteamericanos para los productos industriales y agrícolas de los países de la región que irían a su mercado. Y en este momento, el Comandante Guevara propuso que se iniciaran negociaciones bilaterales inmediatas para la evacuación de las bases militares o territorios ocupados por otros países miembros, para que no se produjeran casos como el denunciado por el delegado de Panamá, donde la política financiera del país no podía cumplirse en la Zona del Canal por estar bajo jurisdicción de los EE.UU., así como el de la Base Naval de Guantánamo en Cuba. Acerca del territorio cubano ocupado ilegalmente por los norteamericanos, ya en los inicios de su intervención había denunciado que, varios días antes del 26 de julio, en Cuba, la Seguridad del Estado había desbaratado un plan contrarrevolucionario a desarrollarse durante los festejos por el VII aniversario del 26 de julio, la “Operación Patty”, (8) en el que se trataba de atentar contra la vida de los Comandantes Fidel Castro y Raúl Castro y, al mismo tiempo, ejecutar un auto-ataque contra la Base Naval para provocar un incidente entre las tropas de ambos países que obligara a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos a intervenir en la Isla, bajo una justificación premeditada.
La ambigüedad del punto III del temario se contradijo con los pronunciamientos del presidente John F. Kennedy que había declarado que se someterían a estudio y solución los problemas de los precios y los mercados estables. En la reunión, la parte cubana habló de que se requerían para los países de la región garantías estables de precios, así como contra agresiones o la suspensión unilateral de compras, garantías contra el dumping de excedentes agrícolas subsidiados, contra el proteccionismo a la producción de productos primarios y la creación de condiciones en los países industrializados para que estos compraran productos con mayor grado de elaboración de los países subdesarrollados.
Los cuestionamientos críticos cubanos al plan estadounidense no solamente se dirigieron hacia el enfrentamiento entre ambas partes, sino que desnudaron las intenciones de la seudo-ayuda que con tantos “bombos y platillos” habían divulgado los EE.UU. para que resonaran en los oídos de los pueblos latinoamericanos y caribeños. La agenda cubana fustigaba y proponía a la vez nuevos elementos a ese plan para demostrar si éste no ocultaba malas intenciones. Por ello el Che afirmó que “(...) Cuba manifiesta que sería deseable que la delegación de Estados Unidos conteste, en el seno de las comisiones, si continuará subsidiando su producción de cobre, de plomo, de zinc, de azúcar, de algodón, de trigo o de lana. Cuba pregunta si Estados Unidos continuará presionando para que los excedentes de los productos primarios no sean vendidos a los países socialistas, ampliando así su mercado”. (Ernesto Che Guevara, Ob. Cit., p. 443) Al final, en el análisis del punto V del temario propuesto por los organizadores, el representante cubano Comandante Ernesto Che Guevara, leyó e interpretó que ese era un programa de medidas para la “regimentación” del pensamiento, la subordinación del movimiento sindical y, si era posible, la preparación de una agresión armada contra Cuba revolucionaria. La creación de una agencia o federación interamericana de prensa, radio, televisión y cine que permitiera dirigir a todos los órganos de comunicación masiva del continente, era un esfuerzo hegemónico estadounidense de dominar y establecer pautas únicas acerca de la ideología y la propaganda, porque “(...) Se pretende, señores delegados, establecer el Mercado Común de la Cultura, organizado, dirigido, pagado, domesticado; la cultura toda de América al servicio de los planes de propaganda del imperialismo, para demostrar que el hambre de nuestro pueblo no es hambre, sino pereza ¡magnífico!.” En una reflexión profunda acerca de esa idea de unificar de forma monopólica el pensamiento y la cultura señaló premonitoriamente que ello constituía “(...) un intento del imperialismo de domesticar lo único que nuestros pueblos estaban ahora salvando del desastre: la cultura nacional”.
El Che Guevara en su discurso denunció que con la Alianza para el Progreso el imperialismo norteamericano había presentado un programa de ayuda, “con la bolsa de oro en una mano y la barrera para aislar a Cuba en la otra” y que en nombre de llevar adelante ese apoyo financiero, supuestamente dirigido al desarrollo económico, se estaba tratando de comprar, chantajear y sobornar a algunos gobiernos del subcontinente con el objetivo de sumarlos a la campaña anticubana y contra la lucha de nuestros pueblos por su libertad. Al respecto señaló sin ambages que esta Alianza se convertiría en un vehículo destinado a separar al pueblo de Cuba de los otros pueblos de América Latina, a esterilizar el ejemplo de la revolución Cubana y domesticar a las masas populares de acuerdo con las indicaciones del imperialismo. Algunos documentos leídos por el Che en el seno de la conferencia ponían al descubierto algunas de las ideas y acciones ingerencistas de ese país y los pretextos para atacar a Cuba y su ejemplo. Los mismos habían sido elaborados por las agencias especiales y los ministerios del Gobierno de los EE.UU. En uno, redactado por el Departamento de Estado se exponía que “(...) La magnitud de la amenaza que constituyen Castro y los comunistas en otras partes de la América Latina seguirá dependiendo en lo fundamental de los siguientes factores: a. La habilidad del régimen en mantener su posición (...) b. Su eficacia en demostrar el éxito de su modo de abordar los problemas de reforma y desarrollo (...) c. La habilidad de los elementos no comunistas en otros países latinoamericanos en proporcionar alternativas, factibles y popularmente aceptables. Si, mediante la propaganda, etc., Castro puede convencer a los elementos desafectos que existen en la América Latina, de que realmente se están haciendo reformas sociales, que es verdad básica que benefician a las clases más pobres crecerá el atractivo del ejemplo cubano y seguirá inspirando a los imitadores de izquierda en toda la zona. El peligro no es tanto de que un aparato subversivo, con su centro en La Habana, pueda exportar la Revolución, como de que una creciente miseria y descontento entre las masas del pueblo latinoamericano proporcione a los elementos pro-Castro, oportunidades de actuar”. Finalmente, el documento norteamericano hacía una referencia sobre la Alianza Para el Progreso y sus fines estratégicos al plantear que la misma “(...) pudiera muy bien proporcionar el estímulo para llevar a cabo programas más intensos de reforma, pero a menos que éstos se inicien rápidamente y comiencen pronto a mostrar resultados positivos, es probable que no sea un contrapeso suficiente a la creciente presión de la extrema izquierda (...) Los años que tenemos por delante serán testigos, casi seguramente, de una carrera entre aquellas fuerzas que están intentando iniciar programas evolutivos de reformas y las que están tratando de generar apoyo de las masas para la revolución fundamental económica y social. Si los moderados se quedan atrás en esta carrera, pudieran, con el tiempo, verse privados de su apoyo de masas y cogidos en una posición insostenible entre los extremos de la derecha y la izquierda”. (Idem., p. 456) El Comandante Ernesto Che Guevara culminó su intervención con un impresionante análisis diplomático y político al decir que “(...) Y a todos ustedes, señores delegados, la delegación de Cuba les dice, con toda franqueza: queremos, dentro de nuestras condiciones, estar dentro de la familia latinoamericana; queremos convivir con Latinoamérica; queremos verlos crecer, si fuera posible, al mismo ritmo que estamos creciendo nosotros, pero no nos oponemos a que crezcan a otro ritmo. Lo que sí exigimos es la garantía de la no agresión para nuestras fronteras”.
El día 16 de agosto el Comandante Ernesto Che Guevara anunciaba que el Gobierno Revolucionario de Cuba no firmaría el protocolo denominado “Carta de Punta del Este” que daba el aliento final a la Alianza Para el Progreso. Su abstención se sustentó en que el documento no ofrecía garantías a los países pequeños y a los subdesarrollados en general de que se iba a poder iniciar esa “nueva era” de la que tanto se habló. Asimismo, porque no se respondió a la pregunta cubana de si iba a ser incluida y porque no se podía apoyar una alianza en la cual uno de los aliados no va a participar en nada, ya que no se atacaba a los monopolios extranjeros que eran la raíz esencial de los males que distorsionaban la economía de las naciones y la ataban a los dictados exteriores, no se condenaba la agresión económica y nunca se trató de realizar cambios en la estructura económica total de los países porque solo se insistió en una política de cambios monetarios y de la incentivación de la libre empresa.
Cuba y la propuesta de un “Modus Vivendi” con los Estados Unidos. Una novedad para la historiografía.
A pesar de ese discurso contrario a la Alianza, de fuerte crítica a la política norteamericana hacia la región y la Mayor de las Antillas, el Comandante Ernesto Che Guevara sostuvo el 17 de agosto una conversación con el Asistente Presidencial norteamericano Richard Goodwin. (9) El encuentro, guardado secretamente por ambas partes, se celebró a instancias de las delegaciones de Brasil y Argentina y con la anuencia de los dos dirigentes.
Según el Memorándum del representante estadounidense, el Comandante Guevara tuvo plena confianza y soltura en la reunión planteando sus puntos de vista -que eran coincidentes con los del gobierno revolucionario cubano- y manifestó el deseo de que se le informara a las más altas autoridades de Washington sus ideas -valoradas por Goodwin como “bien organizadas”. El Che planteó que los EE.UU. debían entender a la Revolución Cubana, como un hecho irreversible, en los inicios de la construcción del socialismo y fuera definitivamente de la influencia del vecino del norte. En el afán de argumentar contra una posición de fuerza del Imperio de variar el decursar de la Isla, el Comandante cubano le hizo conocer que su país no debía dejarse engañar acerca de la posibilidad de un éxito norteamericano a través de una acción directa para “arrancar a Cuba del comunismo”, menos de derrotarla con acciones contrarrevolucionarias internas y que el líder de la Revolución, Fidel Castro, no “era un moderado rodeado de un grupo de hombres fanáticos y agresivos”. Mencionó, una y otra vez, la fortaleza de la Revolución debido, por sobre todo, al gran apoyo popular con que esta contaba, del ejemplo que emanaba de ella hacia otros pueblos de la región y del respaldo que recibiría en caso de una agresión. Advirtió que el proceso revolucionario cubano no era una copia del socialismo del Este y que la dirección política no deseaba construir una cortina de hierro alrededor de Cuba, sino al contrario, apreciaría que técnicos y visitantes de todas las naciones fueran al país y trabajasen mancomunadamente con los cubanos en su proyecto social.
Ante la realidad que vivía Cuba de hostilidad interna por parte de sectores de la burguesía, de la Iglesia Católica, de la escasez de recursos materiales (piezas de repuesto) que debían comprarse en EE.UU. y de la baja en las reservas de moneda dura para realizar compras en el exterior, principalmente alimentos, el Che planteó que el Gobierno Revolucionario pretendía, no una comprensión del Gobierno norteamericano, sino un modus vivendi entre ambos países. Y refirmó que Cuba no devolvería las propiedades nacionalizadas pero que podría pagar una indemnización a través del comercio; asimismo que su gobierno no llegaría a “una alianza política con el Este”, aunque ello no afectaría sus simpatías naturales con ese bloque; que nunca se atacaría a la Base de Guantánamo; que podrían realizarse elecciones libres, luego de un proceso de institucionalización de la Revolución, pero siempre bajo el establecimiento de un Partido único, etc. El esfuerzo permanente cubano de evitar una guerra o un conflicto mayor con los EE.UU. volvía a repetirse una vez más en esos tres años de Revolución. El Comandante Ernesto Che Guevara era el portavoz, en esta ocasión, de los deseos del Gobierno Revolucionario de darle una solución pacífica y negociada a la confrontación entre ambas naciones y, aunque él sabía que era difícil negociar todos los problemas de una sola vez, propuso comenzar las conversaciones de los dos gobiernos por cuestiones o asuntos menores -el problema de los secuestros de aviones, por ejemplo- que permitieran darle cobertura a otras rondas con mayor contenido en los posibles puntos de las agendas de discusión.
El Asistente del Presidente de los EE.UU., admitiendo que él no tenía potestad alguna para darle contestación a las proposiciones cubanas, se comprometió a hacerle llegar el contenido del diálogo a la más alta instancia del gobierno de su país. Pero nunca se recibió una respuesta oficial de esta conversación por parte del gabinete de John F. Kennedy que, en esos momentos, continuaba enfrascado en el estudio y desarrollo de los planes para destruir de una vez y para siempre el proceso revolucionario cubano.
Este esfuerzo cubano por encausar la normalización de las relaciones entre los dos países se repitió en años posteriores, pero la prepotencia norteamericana no permitió avances en ese rumbo.
Notas bibliográficas y referencias:
(5) La Alianza Para el Progreso nunca cumplió sus objetivos, y ni siquiera el monto total de la ayuda se envió a los países del hemisferio. El magnicidio de John F. Kennedy, en 1963, le impuso un “impasse” a este plan que el gobierno de J. B. Johnson continuó uno o dos años más, pero ya con un carácter muy sesgado. En el nuevo gobierno la agresividad volvió a imperar, por encima de planes más objetivos. El involucramiento de EE.UU. en la guerra de Vietnam fue un ejemplo de esa política reaccionaria.
(6) Este discurso lo pronunció en la Casa Blanca el día 13 de marzo y luego fue recurrente en esas ideas en otras intervenciones públicas y privadas.
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