lunes, 5 de enero de 2009

Cuba en la vanguardia de la historia

Por Atilio Borón

Es una tarea ciclópea resumir en unas pocas líneas el significado de algo tan especial como la Revolución Cubana, que el viejo Hegel no hubiera dudado un instante en caracterizar como un acontecimiento «histórico-universal».

Una Revolución que destruyó mitos y prejuicios profundamente arraigados: que la revolución jamás podría triunfar en una Isla situada a 90 millas de Estados Unidos; que el imperialismo jamás permitiría la existencia de un país socialista en su patio trasero; que la revolución era impensable en un país subdesarrollado y, para colmo, sin el protagonismo de un partido «marxista-leninista» conduciendo la insurrección de las masas. Todos estos pronósticos, y muchos otros que sería largo enumerar, fueron refutados por el triunfo del Movimiento 26 de Julio y la consolidación y heroica sobrevivencia de la Revolución Cubana.

En efecto: ha sido —y sigue siendo— una hazaña resistir a medio siglo de un bloqueo económico sin precedentes en la historia de la humanidad y que año tras año es condenado por casi todos los países de la ONU, con la excepción de Estados Unidos y un puñado de sus indignos «estados-clientes». Pensemos simplemente lo que hubiera ocurrido en la Argentina (o cualquier otro país) ante un bloqueo de apenas un año, limitando drásticamente desde la importación de bienes esenciales hasta el ancho de banda de la Internet: este país se habría desintegrado producto de la conmoción social y la crisis integral que los sufrimientos y privaciones del bloqueo habrían desencadenado.

Es precisamente por eso que quien no quiera hablar del imperialismo norteamericano y sus políticas de permanente bloqueo y agresión hacia Cuba debería abstenerse de formular cualquier tipo de crítica a la Revolución. Es bien importante marcar esta postura porque tanto dentro como fuera de la Isla —especialmente el «progresismo bienpensante», una especie ampliamente difundida en la región— no son pocos quienes disparan sus dardos contra las asignaturas pendientes de la Revolución sin hacer la menor mención al influjo radicalmente desestabilizador de la política del imperio. Es cierto que hay mucho por hacer todavía en Cuba pero, ¿cómo explicar esas falencias al margen de un bloqueo de medio siglo cuyo costo, según cálculos muy conservadores, oscila en torno a los 93 000 millones de dólares, una cifra dos veces superior al Producto Interno Bruto de Cuba, más allá de otras consecuencias que trascienden lo económico y que se miden en vidas humanas y en sufrimientos innecesarios e indiscriminados de toda la población? Cualquier crítica a la política, la economía o la sociedad cubana que no comience por un análisis del bloqueo y su demoledor impacto termina siendo —involuntariamente pero eso no importa— objetivamente reaccionaria. Equivaldría, salvando las distancias, a criticar a los judíos que lucharon con extraordinaria valentía y dignidad en la defensa del gueto de Varsovia por su incapacidad para resistir a los embates de la maquinaria militar de los nazis, explicando su aniquilamiento como producto exclusivo de la situación interna del gueto e ignorando por completo el contexto más amplio que hizo posible su derrota.

A las restricciones propias del bloqueo habría que agregar, entre muchas otras, el humillante servilismo de la casi totalidad de los países de la región, con la honrosa excepción de México, que ante un ucase del imperio cortaron relaciones con la patria de Martí a partir de 1962, profundizando los efectos deletéreos del bloqueo. Pese a ello, los 50 años de la Revolución encuentran a Cuba sólidamente a la cabeza en una amplia diversidad de índices de desarrollo social. Este es un asunto que ya se da por descontado pero conviene recordarlo puesto que tales logros se alcanzaron bajo la hostilidad permanente de Estados Unidos y debiendo además sobreponerse a las tremendas consecuencias derivadas de la implosión de la Unión Soviética y la desaparición del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Los otros países de la región, rutinariamente cubiertos de elogios por la prensa imperialista y sus voceros en el mundo político, registran índices de desarrollo social muy inferiores —en algunos casos vergonzosamente inferiores— a los cubanos pese a que a lo largo de este medio siglo contaron con el permanente apoyo financiero y político de Washington. Un solo indicador habla con elocuencia: la tasa de mortalidad infantil por cada mil nacidos vivos coloca claramente a Cuba por encima de cualquier otro país de las Américas, con un nivel semejante al de Canadá (5/1 000) y aventajando a Estados Unidos (7/1 000), para no hablar de países como Argentina, Brasil, México, en donde estas tasas triplican o cuadruplican a la cubana.

Este cincuentenario plantea renovados desafíos a la Revolución Cubana, originados en: (a) los grandes cambios que caracterizan a la economía mundial y que provocan la obsolescencia del viejo modelo de planificación ultracentralizada; (b) la creciente beligerancia de un imperialismo que se enfrenta con renovadas resistencias a lo largo y ancho del globo, sobre todo luego de la crisis global estallada pocos meses atrás; y, (c) la necesidad de renovar el impulso revolucionario y, sobre todo, transmitirlo a las nuevas generaciones. Desafíos que requieren de respuestas innovadoras pero, como el mismo Fidel lo recordara, para nada significa caer en el «error histórico» de creer que «con métodos capitalistas se puede construir el socialismo». En otras palabras: la indispensable reforma que Cuba necesita no puede significar la reintroducción de métodos capitalistas en la gestión de la economía, como se hizo en China o Vietnam. Cuba, colocada una vez más en la vanguardia de la historia, como a mediados del siglo pasado, deberá transitar por un estrecho sendero en donde se mantenga la planificación de las actividades económicas y el papel rector del Estado pero apelando a estructuras más flexibles de planificación y control y a procesos más ágiles de conducción y ejecución. De lo contrario las desigualdades se multiplicarían y la corrupción y la desmoralización resultante de las mismas podrían, al cabo de un tiempo, debilitar irreparablemente el impulso revolucionario y favorecer los planes de la reacción imperialista. Fue ese el mensaje claramente expresado por Fidel en su discurso de noviembre de 2005 en la Universidad de La Habana. Por eso Cuba está a la vanguardia de la historia, realizando un experimento sin precedentes: reformar al socialismo pero profundizando el socialismo. Al igual que antes, Cuba rompe con todos los manuales y con el saber convencional. Estamos seguros de que también en esta oportunidad el éxito rubricará su osadía.

Una reflexión final: imaginemos lo que habría sucedido en América Latina si la Revolución Cubana hubiese sucumbido ante las agresiones del imperialismo o como consecuencia del derrumbe de la Unión Soviética. La respuesta es clara y contundente: en tal hipotético caso nuestra historia habría sido radicalmente diferente. Sin el fuego emancipador preservado heroicamente por Cuba durante medio siglo los pueblos de las Américas difícilmente habrían tenido la inspiración y la audacia para resistir la renovada opresión de que eran objeto, y para rebelarse en contra del imperio y sus lugartenientes locales. Fue su vibrante ejemplo el que incendió la pradera de América Latina en los años 60, lo que alimentó las grandes movilizaciones que impulsaron el ascenso de la Unidad Popular en Chile y el triunfo de Héctor Cámpora en la Argentina. Fue su ejemplo el que abrió el espacio para el giro radical de Juan Velasco Alvarado en el Perú y para la instauración de la Asamblea Popular y el gobierno de Juan José Torres en Bolivia; fue el rotundo mentís que Cuba le propinó al fatalismo y al inmovilismo lo que nutrió la insurgencia constitucionalista del Coronel Francisco Caamaño Deñó en la República Dominicana ultrajada por el invasor yanqui. Fue la inconmovible lealtad y solidaridad de Cuba con todos los pueblos en lucha lo que hizo posible resistir las atrocidades de las dictaduras que asolaron la región en los años 70 y, entre tantas otras cosas, asegurar el triunfo del Sandinismo en Nicaragua y, con el sacrificio de sus hijas e hijos, derrotar al apartheid sudafricano y garantizar la independencia de Angola. Fue la inconmovible fortaleza de Cuba la que la convirtió en referencia obligada cuando, a mediados de los 80, el continente retomaba el escarpado —¡y todavía inconcluso!— sendero de la «transición democrática» agobiado por el peso de una deuda externa que ya en 1985 se definió en La Habana como «incobrable e impagable». Ejemplo que adquirió dimensiones gigantescas cuando la Isla demostró ser capaz de resistir a pie firme el derrumbe de los mal llamados «socialismos realmente existentes», desplomados precisamente por no ser socialismos. Y la Isla resistió en esos terribles momentos las presiones y los cantos de sirenas de los agentes del imperialismo y sus publicistas (entre los cuales sobresale por su dedicación el lobbista número uno de las transnacionales españolas: Felipe González) que le recomendaban a La Habana «volver a la sensatez» y olvidarse de la Revolución, para reemerger victoriosa, como el ave Fénix en medio de la debacle de la Unión Soviética y el CAME para animar a los pueblos del mundo entero a decir ¡basta! Es en este escenario, que lleva la marca indeleble de la resistencia de Cuba como una de sus señas de identidad, que irrumpe la Revolución Bolivariana y la figura excepcional de Hugo Chávez, mientras que más al sur Rafael Correa ponía en marcha su Revolución Ciudadana y en la Bolivia del Che un extraordinario dirigente cocalero, Evo Morales, se proyectaba como el líder de un pueblo en pos de una reivindicación que se le debía desde hacía más de cinco siglos. Hay también otros procesos en marcha en Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y, en general, en casi toda nuestra geografía. Con características externas diferentes según los casos pero, invariablemente —al menos en el espíritu de los pueblos— como expresión de un intransigente rechazo al imperialismo, al capitalismo y las políticas neoliberales que rara vez se refleja en las políticas que propician esos gobiernos.

Todo esto no habría sido posible si Cuba hubiera sido derrotada en Girón, o si sus hombres y mujeres hubiesen defeccionado, abandonando sus ideales, ahogando la antorcha que con tanto esfuerzo y dignidad sostuvieron en alto durante medio siglo. Por eso la deuda de los pueblos latinoamericanos —y en gran medida también los del África Sub-sahariana— con la Revolución Cubana es inmensa. Una Revolución cuyo internacionalismo la llevó a apoyar a todos los movimientos de liberación nacional de América Latina y el Caribe, a todos los gobiernos que sinceramente se proponían cambiar las vetustas e injustas estructuras de nuestras sociedades y a derrotar, empuñando las armas, a los fascistas sudafricanos apoyados por las «democracias occidentales» bajo la conducción de Estados Unidos. Y como si todo lo anterior no fuera suficiente hoy Cuba inunda al Tercer Mundo de médicos, enfermeros, maestros, instructores deportivos; una Revolución que siembra educación, salud y vida, contra un imperio y sus aliados que siembran ignorancia, destrucción y muerte. Por eso, y por tantas otras cosas que sería imposible siquiera nombrar, vaya nuestra eterna gratitud para con el pueblo y el gobierno cubanos, para Fidel y para Raúl, y antes para el Che, para Camilo, para Haydée, y tantos otros héroes anónimos, cubanas y cubanos que con su lucha cotidiana y su tenacidad de hierro hicieron posible la sobrevivencia de la Revolución y el renacimiento de las perspectivas del socialismo en América Latina.

Fuente: Rebelión

Tomado de http://www.juventudrebelde.cu/opinion/2009-01-04/cuba-en-la-vanguardia-de-la-historia/

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