jueves, 5 de febrero de 2009

Señor de la Vanguardia

Por Roberto Ginebra

En las gestas cubanas siempre hubo líderes políticos y/o militares que combinaron el alcance estratégico de sus concepciones con su habilidad táctica, y otros que descollaron en uno y otro terreno indistintamente. De los primeros vemos, en los albores, el adecuado realismo ideopolítico de Céspedes, contrapuesto al idealismo fundacional agramontino, de mayor alcance, pero menos aplicable prácticamente ante el despertar de una nación. O la larga visión militar de Máximo Gómez al pretender llevar la guerra a todo el país, concretada finalmente en la Invasión, integrándose a la táctica beligerante de Maceo de ganar la guerra combate a combate.

Esas tendencias, robustecidas por el paso de la historia, tuvieron eco en la complementación entre Mella, cuya acción se transfiguraba en pensamiento, y Villena, pensamiento que se convertía en acción. Tales enfoques, quizás menos visibles, se manifestaron también en varios líderes revolucionarios de la seudorrepública, hasta llegar a la última guerra de liberación en los años cincuenta del pasado siglo.

Si Céspedes o Maceo, en lo político-militar, desarrollaron un pensamiento táctico-estratégico; Agramonte y Gómez desarrollaron un pensamiento estratégico-táctico. En el caso de los protagonistas de Guáimaro, surgieron divergencias casi irreconciliables; pero entre el Generalísimo y su Lugarteniente hubo fusión. Así sucedió después con Mella y Villena.

Martí, por su parte, fue el gran ideólogo del anticolonialismo y el antimperialismo, al definir la unidad de las fuerzas independentistas, de adentro y de afuera, en un frente único, con un alcance extranacional, encontrado con la visión sectaria del liderazgo militarista o civilista de aquellas contiendas, y se puede decir que Fidel Castro tuvo igual dimensión integral de aglutinamiento llegada la hora de la Generación del Centenario. Ambos estuvieron, a mi juicio, por encima de los conceptos esbozados.

Pero en la guerra de guerrillas también se apreció la dicotomía mencionada entre los dirigentes. Como ejemplos sobresalientes: Che Guevara y Raúl Castro, estrategas programáticos, sin dejar de ser combatientes de primera línea; Frank País y Camilo Cienfuegos, tácticos naturales del combate, que iban convirtiéndose tras cada acción en organizadores de mayor quilate. De este último se ha dicho con toda justicia que fue el más audaz y original de los guerrilleros.


El Señor de la Vanguardia, como ha sido legítimamente inmortalizado, tuvo como mayor refuerzo a su arrojo, perspicacia y carisma, la propia capacidad creadora del ingenio. No digo nada nuevo, pero a mi entender, desde el 6 de febrero de 1932 hasta el 28 octubre de 1959, pasó una estela fugaz de 27 años, que ha dejado en el surco aún abierto de la historia, un retoño embravecido de inmediatez, que no puede verse como un condimento más de la idiosincrasia del cubano, sino como cimiento forzoso de nuestra procedencia originaria, en la raíz de todo tiempo vivido o porvenir. La clave que nos deja su legado es la posibilidad siempre latente de lo perfectible aquí y ahora. Camilo apenas hizo un boceto de futuro, pero nos enseñó a responder de forma inmediata al presente. Recomenzar el alba ahora mismo, renovar lo no eficaz ahora mismo, conquistar la utopía desde el primer minuto y no descansar ni siquiera después de haber ganado la última batalla.

Desde esa visión, siempre táctica, siempre revolucionaria, se valora la significación del 77 aniversario de su natalicio, que es la cifra de la plenitud, según la creencia bíblica. Y realmente está en plenitud su recuerdo vivo, necesario como nunca en el vórtice de una época donde la estrategia ya está trazada y definida, y se reclama la acción firme y redentora. Comandando la nueva ofensiva rebelde de la nación cubana hacia un imprescindible mundo mejor, nos espera, siempre a la vanguardia, Camilo Cienfuegos.

No hay comentarios: