miércoles, 24 de junio de 2009

Las mentiras de la derecha continental II

Las mentiras de la derecha continental ante la anulación de la injusta separación de Cuba socialista del seno de la Organización de Estados Americanos. II parte
Por Orlando Cruz Capote *

En primer lugar, que no existe una declaración del gobierno venezolano, en los documentos de la OEA de entonces (bien archivados en Washington y en otros países, incluso en el Archivo del Ministerio de Relaciones de la República de Cuba-MINREX), que diga que en 1962, oficiales cubanos estén en ese país matando soldados y asesinando a campesinos, porque esa no es la ética de los revolucionarios cubanos: no se asesina a nadie, ni a oficiales, soldados y a gente inocente, y porque además no fue cierto.

En segundo lugar, que no fue Venezuela quien propició la expulsión de Cuba de la OEA, aunque tomó parte en la conjura y expresó que Cuba perturbaba la paz del hemisferio; en tercer lugar, el gobierno de Cuba no era un adversario mortal para Venezuela, solamente esta última dio cobija a la contrarrevolución cubana-americana, incluyendo a Luis Posada Carriles y Orlando Bosh, entre otros muchos, quienes trabajaron para los servicios de inteligencia de ese país, en la primera época de Carlos Andrés Pérez y quizás, antes y después de ese ADECO corrupto; en cuarto lugar, cuando sí se produjo una ayuda más numerosa de combatientes cubanos en ese hermano país fue entre 1967-1969, (Luis Báez / Secretos de Generales, Editorial SIMAR, S.A., La Habana, 1996) y allí murió en un desembarco el Comandante cubano Briones Montoto, pero esa presencia fue a solicitud del movimiento revolucionario venezolano, y estos guerrilleros -entre los que se encontraban de otras nacionalidades- no fueron derrotados por el Ejército constitucional venezolano, si no que fueron victimas de las divisiones internas en las fuerzas de izquierda de ese país, que se fueron a la vida política-electoral dejando a sus camaradas de combate -no sólo cubanos, sino venezolanos- en las montañas y las selvas, aunque otro grupo de compañeros de las mismas y otras fuerzas revolucionarias ayudaron a salir a los cubanos en la operación de rescate más grande realizada por los servicios de seguridad cubanos -según contó en un libro el Comandante Manuel Piñeiro Lozada (Barbarroja), y estos regresaron a su patria; en quinto lugar, Cuba nunca fue la causante de la expulsión ni de las sanciones en la OEA, fue la política agresiva y hostil de los gobernantes norteamericanos, de sus élites de poder conservadoras y reaccionarias y las oligarquías burguesa-terratenientes de América Latina y el Caribe, incluyendo a su casta militar siempre proclive a liquidar el ejercicio democrático y libre de los pueblos, quien arremetió contra el proceso revolucionario cubano por temor a su ejemplo moral (Luis Suárez Salazar Barbarroja / Selección de testimonios y discursos del Comandante Manuel Piñeiro Lozada, Editorial TRIcontinental-SIMAR S.A., La Habana, 1999).

Y en sexto lugar, porque la presencia cubana actualmente en la Venezuela Bolivariana que dirige Hugo Rafael Chávez Frías, con el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) no es de intromisión en los asuntos internos de ese país, y no se controla nada como expresa el periódico “El Nacional”, si no debían hablar de los miles de médicos, enfermeras y técnicos cubanos de la salud, de la Misión Cultura en Barrio Adentro, de los maestros, instructores de arte y de educación física que hicieron que la población fuera alfabetizada y que tenga otra forma de vivir con dignidad y honor, pero que se hace en forma solidaria, como cooperantes y complementación internacionalista entre dos pueblos y gobiernos hermanos, iniciadores e impulsores de la Alternativa Bolviariana para América Latina (ALBA).

Pero démosle argumentos históricos y políticos a esa derecha dolida y virulenta para que se den cuenta de su error malintencionado, lleno de odio y con mucha carencia de educación y cultura histórica y política.

Una aproximación a la verdad histórica

No pretendemos repetir lo que ya hemos publicado en las páginas digitales cubanas y que tuvo amplia repercusión en los medios alternativos de izquierda y de otras altitudes, incluso de variado espectro ideo-político. Pero resulta indispensable refrescarle la memoria histórica a los desdibujados y malintencionados derechistas venezolanos de la actualidad, aunque también los hay de vieja data como los entonces de izquierda Pompeyo Márquez (este elegido Secretario General del Partido Comunista de Venezuela- PCV, en 1957), y Teodoro Petkoff (líder del Movimiento Al Socialismo-MAS), entre otros conversos y trasvestis políticos de mala especie que hoy se encuentran en la oposición de Chávez, el primero un viejo ricachón y desprestigiado en la televisión por un joven revolucionario que lo acusó de traidor, y el otro viviendo en los EE.UU. y que fue Ministro del gobierno de Rafael Antonio Caldera Rodríguez, perteneciente al partido COPEI, el inventor de la concertación y la alternancia democrática en el poder, más conocida como el Pacto Fijo, entre ADECOS y COPEYANOS.

La verdad histórica no debe ni puede ser pisoteada y debe salir a la luz y alguien debe de salirle al paso a esa mentira que de seguro se repetirá en otros medios de (in)-comunicación masiva.

Ante el contexto hemisférico y mundial muy adversos, uno de los primeros pasos de la política exterior de la Revolución Cubana, triunfante el primero de enero de 1959, fue la de insertarse en el sistema de relaciones políticas internacionales, en especial, en su región geográfica natural, la América Latina y el Caribe, a pesar de la omnipresencia de los EE.UU. y de su instrumento panamericano, la OEA, creada en 1948, del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR-1947) y la Junta Interamericana de Defensa (JID) fundada en 1946. Pero esa incorporación cubana se realizó con un nuevo discurso que llevó como sello indiscutible el signo político del bloque socioclasista que había tomado el poder en la Isla. Tal proyección internacional tenía que ser necesariamente patriótica-popular, nacional-antiimperialista, latinoamericanista, tercermundista, solidaria y en plena correspondencia con la actitud que asumieran los gobiernos con respecto a Cuba. (Orlando Cruz Capote / La Revolución Cubana, Latinoamérica y el Caribe en 1959, en cuatro partes, Cubacoraje, Lapolillacubana.cu, Kaosenlared y otros medios digitales alternativos, diciembre de 2008)

El Comandante en Jefe Fidel Castro lo hizo tangible en un programa televisivo en el primer trimestre de 1959, cuando expresó que “[...] Se habla mucho de antiimperialismo, pero un antiimperialismo verbal [...] Nosotros lo primero que hemos hecho aquí, es restablecer plenamente nuestra soberanía nacional, como un derecho del pueblo cubano, y de una manera abierta y clara y terminante. [...] Después hemos promovido la necesidad de estrechar los vínculos entre los pueblos de América Latina; primero, sobre una base de identificación política, sobre una base de identificación con una causa justa, con la Revolución Cubana, que ha servido en este momento de vínculo entre los distintos pueblos de la América Latina. Les hemos pedido el respaldo a los pueblos de la América Latina; les hemos dicho que estamos conscientes de que la fuerza de la opinión pública de los pueblos de la América Latina la necesita la Revolución Cubana para triunfar. [...] Una de las primeras cosas de las que deben convencerse los pueblos de América Latina, es que tienen que eliminar ese cáncer que se llama las castas militares, y que constantemente están en acecho de los pueblos para tratar de subyugarlos”. (Fidel Castro Ruz / Comparecencia por CMQ- TV, La Habana, 6 de marzo de 1959, Versiones Taquigráficas del Consejo de Estado, Archivo del Instituto de Historia de Cuba).

En los primeros pronunciamientos de la dirección revolucionaria posterior al triunfo del Primero de Enero de 1959, se evidencia una línea de continuidad con respecto a aquellas concepciones y expresiones proclamadas en el exilio y luego en la Sierra Maestra y, aún más, la prosecución del ideal latinoamericanista solidario de las epopeyas libertarias del siglo decimonónico y de lo mejor del pensamiento y accionar revolucionario radical y antiimperialista del siglo XX. Al unísono, continuaba latente y con pleno potencial, el espíritu nacional revolucionario y latinoamericanista de la gesta liberadora y social cubana en sus diferentes períodos y etapas. Por eso, en un lugar prominente, la dirección revolucionaria se declaró partidaria del respeto inalienable de cualquier pueblo de implantar en su país el sistema sociopolítico y económico que decidiera; contraria a la violación de los principios de no intromisión e intervención en los asuntos internos de otros Estados; acorde con la idea de la convivencia, la cooperación, la amistad y la solidaridad entre los gobiernos y pueblos, y abanderada de la lucha por el desarrollo y la paz hemisférica y mundial.

En ese afán de búsqueda de unidad y articulación urgente, la vanguardia política cubana distinguió dos grupos fundamentales de formas de gobiernos en la América Nuestra: las democracias burguesas representativas y las dictaduras. Hacia cada una de ellas se elaboró una política diferenciada, e incluso, muy variada al interior de cada una de las mismas.

Esclareciendo meridianamente la posición cubana acerca de la interpretación del derecho internacional y la solidaridad entre los desposeídos y oprimidos, el máximo líder del proceso revolucionario afirmaba, el 24 de abril de 1959, desde el Parque Central de Nueva York que, “[...] Desde aquí decimos que Cuba y el pueblo de Cuba y los cubanos, dondequiera que estemos, seremos solidarios con los anhelos de liberación de nuestros hermanos oprimidos [...] No quiere decir que nosotros vayamos a intervenir en otras naciones, porque hay un principio que es vital para los pueblos de nuestra América, el principio de no intervención, el derecho a que no se intervenga en nuestros pueblos [...] Se nos ha preguntado si creemos que las revoluciones deben exportarse y hemos respondido que no [...], que las revoluciones se hacen por los propios pueblos, que los propios pueblos son capaces de conquistar su libertad. Pero hay algo que los pueblos oprimidos necesitan y es la solidaridad. [...] sembremos fe y estaremos sembrando libertades; sembremos aliento y estaremos sembrando libertades; sembremos solidaridad y estaremos sembrando libertades. [...] Cuba está ahí. Allá en nuestra patria tienen acogida generosa los perseguidos políticos. Allá en nuestra patria los demócratas de todo el continente encontrarán siempre el aliento y la fe de todos los cubanos”. (Fidel Castro Ruz / Discurso en el acto de masas en el Parque Central de Nueva York, el 24 de abril de 1959. En, El Pensamiento de Fidel Castro. Selección temática, T. I, Vol.II, Instituto de Historia del Movimiento Comunista y la Revolución socialista de Cuba, Editora Política, La Habana, pp. 608-609).

De esa forma, fueron duramente repudiadas las dictaduras de República Dominicana, Paraguay, Nicaragua y Haití, las cuales fueron emplazadas y criticadas en la arena internacional, ya fuera en el marco de la OEA o en la Organización de Naciones Unidas (ONU), proclamando que la Isla sería una segunda patria para aquellos combatientes que necesitaran de un exilio seguro y una base de apoyo para continuar la lucha en sus países. Muy en especial, fueron acusadas las tiranías caribeñas de Santo domingo y Haití. Hacia estos gobiernos tiránicos, aunque no se tomó la iniciativa de romper las relaciones diplomáticas, a excepción de Santo Domingo, se establecieron vínculos de muy bajo nivel o de una relación crítica, realizándoseles denuncias sistemáticas por violar los más elementales derechos humanos de sus ciudadanos, además de ser serviles lacayos de los imperialistas norteamericanos y componentes esenciales de su sistema hegemónico.

En fecha tan temprana, como el 15 de enero de 1959, Fidel Castro en un pronunciamiento en el Club de Rotarios, en La Habana, además de resaltar la importancia y el significado del proceso revolucionario cubano para los demás pueblos latinoamericanos, condenó a la dictadura trujillista, la acusó de ponerse del lado de las campañas anticubanas de algunos círculos de poder y de la prensa norteamericana y profetizó el derrocamiento inevitable de ésta y otras tiranías en el hemisferio gracias a la lucha mancomunada de sus pueblos, el apoyo solidario de los gobiernos y pueblos democráticos y progresistas del continente. Y el 22 de enero, en una conferencia de prensa, definió su pensamiento bolivariano y martiano, ante la pregunta de un periodista, al decir que, “[...] Yo quisiera, un sueño que tengo en mi corazón [...] sería ver un día a la América entera unida y no solamente dándonos la mano ahora para resolver nuestro problema, sino ser todos una sola fuerza como debiéramos serlo, porque tenemos la misma raza, el mismo idioma y el mismo sentimiento. [...] Esto tal vez sea una utopía, pero yo les digo mi sentimiento en eso. [...] Se le han hecho muchas estatuas a Bolívar y muy poco caso a sus ideas, es la verdad [...]. ” (Fidel Castro Ruz / Conferencia de prensa, en el Hotel Habana Riviera, la Habana, 22 de enero de 1959, Idem., p. 565.)

Magnitud especial tuvo la referencia hacia el caso puertorriqueño. Al respecto expresó que “[...] soy martiano sobre el problema de Puerto Rico. Usted sabe que Martí era partidario de un Puerto Rico libre. [...] Creo que esa es una opinión que la puedo sostener, un sentimiento que emana de nuestra tradición libertadora [...]” (Fidel Castro Ruz, Idem., p. 607.) La solidaridad con los presos políticos nacionalistas de esa pequeña Isla hermana fue incesante así como la lucha por su liberación inmediata. También se convirtió en accionar de primera línea de la incipiente política exterior cubana, la reincorporación del caso borinquen al grupo-comité de des-colonización de la ONU y, con ello, el reinicio de lograr su inclusión en la lista de países coloniales a los cuales Estados Unidos debían otorgarles su independencia y soberanía, aunque en la década del 50 le había concedido el eufemístico status de “Estado Libre Asociado”.

Los pronunciamientos de solidaridad con las causas justas y democráticas y el rechazo a los gobiernos totalitarios-tiránicos tenían sólidos basamentos. Y no solo vistos desde el ángulo político y diplomático sino a través de una óptica revolucionaria y ética de profundas raíces humanistas, que estaban en correspondencia con el pensamiento antidictatorial que animó la lucha político insurreccional y con la política democrática-popular de la Revolución Cubana. Como lo afirmó el historiador y politólogo haitiano Gerard Pierre Charles, al escribir que “[...] Cuba no solo instaba a la opinión pública y a las naciones del continente a combatir a esos regímenes, sino también proclamaba su derecho y decisión de brindar toda clase de ayuda a los revolucionarios de estos países, en su combate emancipador”. (Gerard Pierre-Charles / El Caribe a la hora de Cuba, Casa de las Américas, La Habana, 1981, p. 183).

La Revolución Cubana necesitó insertarse en su medio natural geográfico, histórico, lingüístico y cultural fundamental, aunque con una visión latinoamericanista y antiimperialista, por lo tanto nacional y anti-panamericanista autóctona, siempre del lado de los pueblos y las fuerzas sociopolíticas más avanzadas. Ello además le granjeaba prestigio y le permitía consolidar un amplio movimiento solidario para con su proceso revolucionario. Y este objetivo debía lograrse con principios, pero con una realpolitik que les permitiera, sin concesiones, una selección crítica hacia cuáles gobiernos democráticos burgueses podía asociarse o coexistir, aunque fuera transitoriamente, para lograr el propósito cubano de preservar su Revolución y lograr la unidad latinoamericana. En tal sentido fue significativo el nombramiento de Raúl Roa García en febrero de 1959, como embajador cubano en la Organización de Estados Americanos y en junio como Secretario de Estado, luego Ministro de Relaciones Exteriores de la República de Cuba. La presencia de esta personalidad revolucionaria en las esferas del poder político, a pesar de la continuidad de algunos ministros reformistas, despertó amplios resquemores y recelos no solo en las autoridades de Washington, sino en las propias democracias representativas del subcontinente y sus oligarquías en el poder, porque su amplia trayectoria política latinoamericanista y antiimperialista era destacable desde la década del 30 del propio siglo XX.

Los discursos iniciales de éste y otros dirigentes de la Revolución Cubana, llamando a las masas populares a incorporarse de manera protagónica a los cambios, eran observados con admiración por parte de algunos y, como un mal ejemplo a seguir, por la mayoría de los políticos burgueses tradicionales. No obstante, el impacto del éxito guerrillero rebelde y revolucionario cubano fue in crescendo y su repercusión marchó simple y llanamente indetenible en la opinión pública subcontinental. En esa lógica, la naciente Revolución debía aprovechar ese eco positivo en muchos sectores, incluso burgueses -aquellos que proclamaban su derecho nacional capitalista, separados de las ansias monopolistas exógenas-, por servir de ejemplo en la lucha anti-tiránica y contra la dependencia norteña, levantar la solidaridad con el proceso en curso, evitar un aislamiento prematuro del mismo y neutralizar las intenciones norteamericanas de desviar y revertir el cauce revolucionario isleño. Se trataba de alejar al máximo posible la intervención estadounidenses y un dictamen-pronunciamiento de la OEA en contra de la Revolución Cubana. Y a decir verdad, estos últimos objetivos se lograron en cierta medida durante ese primer año 1959. Todos los gobiernos latinoamericanos y caribeños reconocieron al nuevo gobierno de Cuba. Esta actitud estuvo justificada, en parte, porque los EE.UU. habían dado ese paso el 7 de enero.

Por ello, y gracias a la política diferenciada hacia las democracias representativas burguesas, el primer gobierno en reconocer al joven proceso revolucionario fue el de Venezuela y no por azar. Ello sucedió el 6 de enero de 1959, un día antes del reconocimiento de Cuba por los EE.UU. Como tampoco correspondió a la contingencia el hecho de que el inicio del periplo internacional del Comandante en Jefe Fidel Castro, por los diferentes países del hemisferio y el mundo se diese en tierra bolivariana, país al cual arribó el 23 de enero de 1959. Ese fue el pueblo que había derrocado al dictador Marco Pérez Jiménez en 1958. Allí comenzó “La Operación Verdad” en la cual Cuba, en las palabras de su máximo líder, expuso tempranamente las ideas de la Revolución y, al mismo tiempo, intentó desbaratar las campañas insidiosas en su contra, a raíz de los juicios llevados a cabo contra los criminales de guerra, con todas las garantías de un Estado de derecho.

El caso venezolano ocupó un lugar especial en los intentos de Cuba revolucionaria de reinsertarse en la región. La oposición democrática y progresista venezolana había derrotado al régimen dictatorial de Pérez Jiménez. Poco después hubo un tránsito democrático que llevó al poder y a la presidencia de ese país, al Dr. Rómulo A. Betancourt. Tal proceso interno venezolano sirvió de acicate a los revolucionarios cubanos en la contienda guerrillera y clandestina contra Batista. Además, el triunfo popular venezolano amplió la base de solidaridad hacia Cuba, al convertir a ese país latinoamericano-caribeño en la sede de uno de los principales grupos de exiliados político-revolucionarios cubanos. La Radio Rebelde, inaugurada el 24 de febrero de 1958, contó a partir de entonces con la posibilidad de reproducir y amplificar con mayor potencia su señal de trasmisión hacia Cuba, gracias a las instalaciones venezolanas a las cuales tuvo acceso y apoyo.

También en esa capital se celebró la reunión entre las diferentes fuerzas insurreccionales y oposicionistas a Batista, en julio de 1958, firmándose el conocido Pacto de Caracas. Asimismo algunas expediciones aéreas que trajeron armas y otros medios para la lucha guerrillera se organizaron y partieron desde tierras venezolanas. Esa amistad y solidaridad provenía desde las gestas independentistas latinoamericanas encabezadas por El Libertador, Simón Bolívar, el cual en una carta escrita en Kingston, Jamaica, el 6 de septiembre de 1815, expresó que, “[...] Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse [...] ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar de discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo. [...] Las islas de Puerto Rico y Cuba que, entre ambas, pueden formar una población de 700 a 800.000 almas, son las que más tranquilamente poseen los españoles, porque están fuera del contacto de los independentistas. Más, ¿no son americanos estos insulares?, ¿no son vejados?, ¿no desean su bienestar? [...]” (Documentos. Simón Bolívar, Colección Literatura Latinoamericana, 2da Edición, Casa de las Américas, La Habana, 1975, pp.41-43). Y retomando el tema de portorriqueño y cubano, en una misiva dirigida al General Andrés Santa Cruz, Bolívar reafirmó, en 1827, que ”[...] Parece llegado el momento de que hagamos la deseada expedición a La Habana y Puerto Rico, pues que ninguna ocasión se presenta más favorable. La Inglaterra nos dará buques y dinero. Así debe Ud. tener las tropas colombianas y peruanas en el mejor pie de marcha para cuando yo las pida”. (Idem., p. 319).

No era nada extraño entonces que entre las democracias representativas burguesas en América latina y el Caribe, la nación venezolana ocupara un lugar especial para Cuba revolucionaria. Esta actitud estaba también respaldada por la actitud hostil del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo contra el proceso democrático de ese país. En aquellos momentos, en el panorama político latinoamericano, Venezuela democrática aunque burguesa, era la antítesis de la República Dominicana dictatorial.

Las coincidencias políticas e ideológicas de los procesos cubano y venezolano no eran ni siquiera lo más importante para promover un compromiso o una alianza de Cuba y las fuerzas representadas en el gobierno de Caracas -muy heterogéneas en su espectro ideopolítico-, en especial, de su Presidente Rómulo A. Betancourt, sino lo básico fueron las movilizaciones populares encabezadas por los trabajadores sindicalizados y los estudiantes venezolanos, fundamentalmente, que se sucedían en esa nación solicitando mayor radicalización de su proceso y que, además, mostraron de inmediato una gran solidaridad y apoyo hacia la Revolución Cubana.

Para el Gobierno Revolucionario constituyó una política de principios apoyar y encontrar una mancomunidad con ese pueblo y las fuerzas progresistas de la Venezuela democrática con el fin de enfrentar de forma unida las campañas difamatorias contra los dos gobiernos, respaldar la lucha del pueblo dominicano y, como corolario, contar con el voto favorable a Cuba del gobierno venezolano en la OEA, y el voto de Cuba a favor de la tierra de Bolívar en el mismo organismo regional, en caso de que fueran sentenciados por los EE.UU. y sus acólitos.

Y tales fueron los múltiples objetivos de la visita de Fidel Castro a ese hermano país entre el 23 y el 27 de enero. Pronunciando varios discursos, brindando entrevistas y reuniéndose con el Presidente Rómulo Betancourt, así como con otros ministros, senadores y representantes, el 25 de enero, el máximo dirigente cubano hizo llegar la verdad de Cuba al pueblo y gobierno venezolano. Allí expuso los propósitos de la Revolución en la Isla en su presente y para el futuro y, como punto clave, se conversó acerca de la realidad dictatorial en República Dominicana y se acordó, entre ambos mandatarios, un plan conjunto para ayudar a los patriotas de ese país. Ello evitaría que el sátrapa quisqueño continuara sus planes desestabilizadores contra Venezuela y Cuba.

La idea de crear y apoyar una fuerza dominicana e internacional para derrocar al dictador se la hizo llegar el mismísimo Rómulo A. Betancourt a Fidel Castro. Este último fue receptivo a los planteamientos venezolanos, no por la propuesta de su presidente, sino por los principios internacionalistas que sustentaba la Revolución. Además, se previó -a juicio de este autor- la posibilidad de iniciar la creación de un frente común, con dos países en un comienzo, contra el imperialismo norteamericano, los gobiernos tiránicos y los más clientelistas y seguidistas al mismo. A Cuba le era necesaria una revolución o frente continental para poder hacer frente a la ya incipiente embestida imperial norteamericana y de sus seguidores.

El llamado de solidaridad del máximo líder cubano con el proceso democrático venezolano llegó hasta el extremo de expresar la convicción, en el Congreso de ese país el 24 de enero, de que Cuba estaba dispuesta a apoyar al pueblo bolivariano no solo moralmente sino con el posible envío de hombres y armas en caso de agresión externa. Fidel expresó en aquel momento histórico que, “[...] De ahora en adelante, sepan los tiranos que para hacer daño a Venezuela, hay que contar con Cuba, así como hay que contar con Venezuela cuando se piense en dañar a los cubanos. Allá tenemos hombres y armas para cuando se necesiten [...]” (Fidel Castro Ruz Discursos para la historia, Imprenta Gall, Monte 516, La Habana, 1959).

A pesar de las presiones norteamericanas y algunos antagonismos con las dictaduras de Trujillo, Duvalier (hijo), Somoza y contradicciones con el gobierno de Panamá, Cuba logró reinsertarse en el panorama político latinoamericano y caribeño, aunque con ciertas limitaciones políticas y económicas. Ello constituyó un logro de la joven diplomacia revolucionaria, a pesar de algunos acontecimientos que fueron aprovechados por los EE.UU. y algunos gobiernos de la región para acusar a Cuba de intervencionista y convocar a la OEA, para analizar las tensiones en el Caribe.

Por otra parte, algunos de los principios básicos de esa política regional diferenciada, según el carácter democrático-representativo o dictatorial de los gobiernos, tuvieron también una rápida aplicación práctica hacia los regímenes que tenían un orden represivo a lo interno de sus sociedades, un rumbo exterior anticubano y un alto grado de entreguismo con respecto a los Estados Unidos. La solidaridad con los movimientos revolucionarios fue la respuesta cubana.

*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba

(Continuará)

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