Por Jorge Ángel Hernández
La guerra mediática contra la revolución cubana no es, por supuesto, nueva; tiene cincuenta años de ininterrumpida experiencia. Han sido habituales además otros mecanismos de agresión, incluidos los atentados terroristas y la introducción de enfermedades a nuestra población. Son hechos a todas luces condenables, crímenes de paz (en guerra sucia) que no consiguen, en cambio, llegar a la justicia.
Se confían a la efímera memoria global y a la distracción que genera el propio acontecer informativo, saturado de elementos espectaculares y al mismo tiempo carente de sentido crítico. Industria cultural que sólo a sí misma satisface.
De acuerdo con un precepto de José Martí, quien presenciaba en calma un crimen se convertía en su comisor simbólico. ¡Qué diremos entonces para quienes no sólo se alían con los criminales sino que en nombre de sus aberradas ideas se confabulan para generar sus propios gremios de oposicionismo financiado por el departamento de estado de la más imperialista de todas las potencias en la historia humana! ¿Añadiríamos, bajo el mismo precepto martiano, algo acerca de esos paladines de la información, o de los politólogos y analistas diversos, que insisten en enjuiciar la historia a partir del propio hecho aislado, tergiversado y mutilado de acuerdo con los intereses particulares de los empresarios de la política estadounidense, o proestadounidense?
Los elementos inmediatos de la campaña que un buen número de monopolios de la información desata contra Cuba, conforman un capítulo más de esa ya larga saga. Se levantan acaso con la esperanza de que se deje pasar como si más de lo mismo nos viniera encima.
Pero este capítulo de hoy ha adquirido un franco carácter de guerra de invasión. Para que funcionen sus resortes, tanto la contrarrevolución interna como la propaganda al servicio del neoliberalismo, han decidido usurpar ciertos estamentos simbólicos que han sido patrimonio exclusivo de la izquierda y, en particular, de la revolución cubana: la defensa de igualdad de derechos con independencia de razas, credos y tendencias culturales. No se trata, quiero asumir el criterio, de una verdadera oposición, con un mínimo de características de partido opositor para la más elemental de las democracias representativas. Tampoco son, siquiera, grupos de presión social, pues sus miras y alcances no van más allá de paquetes de reclamaciones de tipo incidental, apenas extensivas al propio círculo de reclamantes. Sus críticas tampoco rebasan un elemental análisis sistémico: son si acaso síntomas magnificados por el apoyo de una propaganda de estricta ideologización que, en demagogia de campaña, declara haber rebasado las ideologías.
Las damas de blanco acontecen, en efecto, como el sainete que pretende usurpar la sombra del reconocimiento social globalmente ganado por las madres argentinas de la Plaza de Mayo. Su itinerario no sólo es más confuso, sino que sus motivaciones parten de estamentos esencialmente antagónicos, ya que sus familiares cumplen prisión por causas judiciales -vigentes en la mayoría de los códigos internacionales-, recibiendo la asistencia que a todo recluso se confiere. Las madres, y abuelas, argentinas, por su parte, apenas aspiraban a encontrar los restos de sus familiares vilmente asesinados, o a sus nietos, vendidos a opulentas familias sin escrúpulos. En sus recorridos por la Plaza de Mayo se arriesgaban desde el desarraigo de su propio dolor, con sus contados recursos económicos, en tanto el dolor de estas señoras (ya que nadie es inmune a la prisión de un familiar) sólo aparece conjugado con el sostén económico que para divulgar esa misma actividad reciben. No quiero decir que en una aplicación tecnicista del derecho se les niegue la posibilidad de desfilar, con lo cual usurpan de paso el concepto construido por la propia revolución cubana, pero sí es seguro que sus grados de legitimidad se anulan en la medida en que la valoración de circunstancias y el ejercicio del análisis político se profundiza. Si todavía son válidas algunas aristas weberianas de legitimación, a estas damas les resta bastante para concluir el llenado de planilla.
Un delincuente común, sin el más mínimo antecedente ideológico, es convertido de pronto en un luchador político, representante de los valores de la libertad. Es algo insólito desde cualquier punto de vista. Oficialmente, Cuba lleva a cabo una campaña por equilibrar la composición racial de sus representantes en organizaciones de masa y de dirección, cuyas aplicaciones burocráticas son con frecuencia satirizadas por el humor interno.
Paradójicamente, la contrarrevolución externa se ha ensañado con el humor racista a costa de aquellos de raza negra que ocupan puestos de dirección. Sin embargo, la propaganda de los invasores manipula de pronto la posibilidad de un ejercicio de discriminación racial en el asunto. Prefieren, obviamente, emplear la sugerencia antes que el hecho probatorio. La divulgada conversación telefónica entre Zapata y su madre demuestra hasta qué punto la farsa, como farsa se asume. Al mismo tiempo y en similar paquete, en nombre de ese proceso de farsificación de la realidad social, se reclama la libertad de generar conspiraciones fundamentadas por esas mismas falsas construcciones. (No es posible olvidar la cuestión de las armas de destrucción masiva que “justificó” la invasión a Irak). Y, una vez más, se extrapolan supuestas condiciones de los cinco para legitimar ante la opinión pública interna las promovidas peticiones del delincuente, criminal en potencia, devenido en defensor de los derechos humanos. No es baldía la estrategia, toda vez que nuestra población ha adquirido conciencia de la necesidad de una verdadera justicia con los cinco.
Fariñas, devenido una especie de fantasma de la contrarrevolución, falsificador de noticias y autor de al menos un libro que, a pesar del carácter elemental de las temáticas que aborda y su básica redacción escolar, se hace ilegible desde los primeros párrafos, consigue por fin un impulso de promoción internacional tras su veintitanta huelga de hambre, huelga decir que debidamente mantenidas con líquidos ad hoc. Encaja ahora en el patrón de discriminación racial y mejor les parece, en tanto psicólogo y opositor de prolongado oficio, para sustituir la imagen del anterior. ¿Dónde está la obra político-social de Fariñas, más allá de hacerse eco de rumores o de desprenderse de parte del dinerito que le llega para socorrer a algún que otro vecino con una puntual necesidad? Ningún medio podrá aportar cuestiones sustanciales que sobrepasen el hecho de declararse opositor e intentar generar muy limitados focos de contrarrevolución.
Yoani Sánchez, esa bloguera que como estrella de pop, de pasarela o de serial televisivo, ha “conquistado” al mundo, se monta sobre patrones comunicativos que han llegado a su punto de saturación para negar por principio el fondo sociocultural de las, esas sí, conquistas revolucionarias. Con comentarios de cantina y debates de puro culebrón, se empeña en hacer creer que esos estados de opinión que la secundan, en reducidos círculos, son estamento general en la opinión pública cubana. Sus puntos focales para el interior se basan en asumir necesidades ciertas e inmediatas de nuestra población y redireccionarlas, con el definitivo sine qua non del fracaso absoluto del sistema socialista. Se trata de una ecuación lógica neoclásica que a toda costa intenta sazonar con construcciones sintácticas de patrón ideológico entreguista, para encubrir, qué paradoja, su inocultable intención anexionista. Es tan hipócrita, que no le importa el país en lo más mínimo. Desaparecería de plano si la estrategia interna se limita a ocuparse de lo necesario, a redimensionar un trabajo ideológico raigal, no de superficial acción declamatoria. Es, una vez más por paradoja clásica, la que menos se ajusta a los patrones de plagio, la que más cumple con los manuales de la guerra fría.
Hay, pues, un claro patrón de usurpación de valores, una intención de, como en todo ejército de ocupación, revertir para su propio dominio los valores tradicionales del pueblo invadido mediante la ocupación de las mismas plazas y a través de la parodia de causas arraigadas en su propia historia.
No obstante, la campaña ha mantenido patrones básicos de comportamiento en cuanto a la búsqueda de incidencia en la opinión pública, sobre todo la opinión pública internacional, mediante la cual es posible generar presiones y bloqueos sobre Cuba en un momento de crisis económica global, y en un proceso de reestructuración de nuestras ineficiencias económicas. Aquí entra entonces la manipulación de declaraciones críticas, revolucionarias por tanto, como las de Silvio Rodríguez, acosándolo mediáticamente, redireccionando, cómo no, el objetivo y la esencia de sus críticas, que son llamados a recuperar una conciencia sacudida por la crisis, acaso aletargada en viejas fórmulas. De algún modo, también se descarga la (ir)responsabilidad del capitalismo por su crisis estructural -entiéndase: las consecuencias de su depredatorio mercantilismo natural- y se localizan las causas de las carencias en la propia nación en resistencia. Previendo esta obviedad, acaso, tapan la apuesta mediática con las declaraciones de H. Clinton acerca del bloqueo como pretexto. (Este es, por ejemplo, uno de los patrones que, aún vigentes, han entrado en el campo de la saturación desde el punto de vista de la estrategia comunicativa). No tapan, aun así, la idea que de tales declaraciones se desprende: el bloqueo a Cuba no es, entonces, un acto de asedio criminal a nuestra población civil, a la cual se dice defender, a la que se somete a una psicología de plaza sitiada para traumatizar los procesos internos de socialización, sino una ingenua estrategia política que no acaba de arrojar el resultado esperado. Tampoco es el bloqueo una injerencia decisoria de una potencia extranjera sobre una nación soberana, sino un mal paso en la benefactora política estadounidense. ¿No debería estar contemplado en el código penal este tipo de cinismo? ¿No deberían los monopolios de la información taparse al menos dejando claro que las consecuencias de la frase son exclusivamente de la secretaria y, por consiguiente, de la secretaría de estado? ¿Es demasiado peligroso acaso?
La información suele ser en extremo tolerante con aquellos que controlan las fuentes financieras en tanto es indolente con quienes se atreven a obstruir, o redistribuir hacia la sociedad, el flujo de esas mismas fuentes. No por sabido podemos dejar de reseñarlo. El más de lo mismo que en forma de guerra de invasión sobre los cubanos sobreviene (y no excluyo en el paquete de las consecuencias a los contrarrevolucionarios que desde el extranjero vociferan, indolentes ante el caótico futuro que nos depararían), se presenta con ciertas diferencias a las que es necesario plantar una incansable resistencia.
La información que de los monopolios llega es, en esencia, la infantería del propio ejército invasor: buscan a toda costa la ocupación del territorio. Son parte, no observadores; son arma, no lente en filmación. No hay ética ni subterfugios; van adelante con la guerra. Si, como he dicho otras veces, esta guerra se gana con la paz, para llegar a esa paz de la victoria es necesario detener la invasión, derrotar, siquiera en la frontera, al invasor, neutralizar, con estrategia e inteligencia política, al mercenario que le sirve de zapa. Y ser, sin plazo alguno, consecuentes con las estrategias que ahora mismo, y después, hacia un futuro constante, seguirán fortaleciéndonos.
Publicado el 16 Abril 2010 en Especiales Cubadebate
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