Por Lorenzo Gonzalo*
Ciertos periódicos, como El Nuevo Herald, se desgastan en hablar sobre la llamada “era Post-Castro”. ..
Laexpresión tomada en
frío puede parecer cierta, pero el tono del comentario implica que Cuba
abandonará la línea socialista y abrazará la consabida y desgastada concepción
de la democracia representativa como rumbo político.
Fidel Castro, líder
histórico del proceso revolucionario cubano y su hermano Raúl quien lo acompañó
y participó en la insurrección armada en contra de la dictadura de Batista, fue
en segundo plano el otro gran líder, tanto del movimiento como del proceso
posterior.
En ese segundo proceso
comenzó la Revolución, donde participamos la mayoría de la
población.
La dinámica de esta
segunda parte del proceso tuvo escisiones, porque los objetivos sociales
perseguidos por quienes participamos en la lucha armada en contra de la
dictadura, fueron interferidos por la intromisión de Estados Unidos de América
en los asuntos internos del país.
Llevar a cabo las
reformas planteadas en el documento del Moncada y otras más que formaban parte
del sentir de quienes teníamos una formación socialista, con influencias en las
obras de Marx y otros pensadores, con diferente corte pero iguales objetivos,
puso al descubierto las consabidas dificultades tácticas que demandó la inminente necesidad de
defender el territorio de dichas intromisiones.
A esto se agregó luego el
sectarismo de grupos que, por una u otra razón, se sentían con mayor autoridad
para expresar y hacer valer sus opiniones. En la mayoría de las veces se trataba
más de demostrar la capacidad de mando asumida por cada grupo, que defender las
ideas programáticas sustentadas en los objetivos sociales compartidos de
consenso.
El proceso llevó luego a
sancionar la infalibilidad del liderazgo, entorpeciendo con ello parte de la
racionalidad de quienes participábamos activamente en los distintos niveles de
la población y las diversas regiones. Ese proceso de racionalidad fue
reemplazado en gran medida por la necesaria elaboración de consignas que, si
bien eran una fuente de energía para producir grandes movilizaciones,
entorpecían ver con claridad todas las aristas de aquella complicada
dinámica.
Por otro lado esa
dialéctica llevó a otros que habíamos combatido a la dictadura de Fulgencio
Batista, a optar por el único procedimiento que la historia hasta aquel entonces
nos enseñaba, si las opciones de ser escuchados eran conculcadas o se
dificultaban en extremo: apelar a la violencia. Este era un ciclo interminable,
repetido desde las guerras por la independencia de España.
La confrontación sectaria
para muchos se tornó enfrentamiento insurrecto, violento, y armado
Optar por esa línea
irracional, era tan irracional como la de otros muchos que optaban por aprobar
cuanta regulación o decreto decidiera el liderazgo de Fidel Castro, conducta que
se convirtió en el denominador común para que la gente se definiera como
revolucionario, lo cual también se había convertido en una palabra de
orden.
Sin dudas que esta visión
mostraba una estrecha noción de la dialéctica y negaba la diversidad dentro de
la búsqueda de objetivos comunes.
Llegado a ese punto la
dirección del proceso optó por la política del Blanco y Negro como forma de
aliviar el sectarismo y denunciar y combatir a los pocos militantes que
realmente conspiraban en contra de las transformaciones que, por honor a la
verdad, compartían tanto sirios como troyanos.
Desde entonces y por
muchos años en Cuba solamente existieron revolucionarios y
contrarrevolucionarios. Se perdieron los matices.
Por otra parte, el
objetivo común se convertía cada vez más en defender al país de las agresiones y
las conspiraciones fomentadas por el gobierno estadounidense, con lo cual la
apelación a la violencia quedaba relegada solamente a quienes realmente se
oponían a las transformaciones.
La gran masa de personas
que aspirábamos a una transformación del Estado y que habíamos recurrido a la
violencia, siguiendo la tradición histórica de nuestros pueblos hasta aquel
entonces cuando se agotaban las vías de participación, quedamos prendidos de la
brocha. La realidad pudo más que cualquier racionalización a partir de ese punto
y no hubo cabida para armonizar con todos los actores.
Ante la imposibilidad de
enfrentar a Estados Unidos, presentando un bloque diverso de opiniones con
objetivos nacionales y sociales comunes, lo cual fue impedido por la
disgregación de fuerzas a la cual contribuyeron los órganos de inteligencia de
aquel país, la dirección política apeló a buscar el apoyo de Rusia.
En Rusia existía un
proceso que si bien proclamaba un mundo de justicia social, optó por
procedimientos e interpretaciones que el tiempo demostró fallidas y que, en su
momento, careció del liderazgo para rectificarlos.
Rusia solamente sirvió
para que la debacle natural que origina un proceso de transformación, cuyos
mecanismos no estaban dados por experiencia de índole alguna, pudiese prevalecer
a las agresiones de Washington y también ayudó a sobrepasar la crisis causada
por los errores económicos que precisamente fueron importados de aquel mismo
país. El otro aspecto que contribuyó a las carencias y dificultades, fue el
bloqueo a Cuba decretado por Estados Unidos de Norteamérica.
En asunto de Revolución,
todos nos habíamos equivocado. Cada cual desde ángulos
diferentes.
Al final el proceso
sobrevivió a la debacle y vive ahora una recomposición donde todos los factores
que proclamábamos la creación de un nuevo Estado coincidimos, y laboramos juntos
a favor de soluciones, no solamente para Cuba sino para Suramérica y el
Caribe.
Dice Carlos Alzugaray que
nadie podrá gobernar como Fidel Castro y Raúl Castro.
En primer lugar, no creo
que nadie en su sano juicio, quiera que alguien gobierne como los mencionados
líderes.
Son procesos diferentes,
que parten de un tronco común, pero
ambos dirigidos a la organización de un nuevo Estado, para lo cual es
necesario crear estructuras políticas diferentes de las conocidas hasta
hoy.
En Cuba no se vislumbra
que ocurra un cambio histórico sino una continuación histórica, la cual parece
indicar que llevará a sucesivas transformaciones que en nada deben parecerse
finalmente a los Estados llamados capitalistas y donde el Poder deberá ser
estructurado a favor de los intereses sociales por encima de los
privados.
Las inversiones y los
trabajos y la iniciativa privadas para nuevas producciones o nuevas innovaciones
tecnológicas tendrán que ser respetados para lograr esto, pero no será permitido
el juego de bolsa, ni la política de producciones que apelen al asombro en
detrimento de los objetivos básicos de la economía.
Ahora bien para lograr
todo esto, está por ver cómo las reformas políticas podrán garantizar un poder
que verdaderamente esté representado en las bases sociales y sea superada
también la tendencia a la formación de castas, lo cual ha sido el camino seguido
por la humanidad desde antes y después de la creación de los Estados
Nación.
Por lo pronto no habrá
una Cuba Post-Castro. Todo será parte de un proceso que aunque no ha sido
lineal, ni podrá serlo por muchos decenios, va en pos de objetivos claros, donde
lo único turbio han sido los procedimientos inevitables causados por la
improvisación.
Esto es, en resumen, cómo
lo pienso yo y cómo lo veo.
Lo dejo escrito para
deleite de quienes entienden y para los que no quieren entender.
*Lorenzo
Gonzalo periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de
Radio Miami.
Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación
Estos textos pueden ser
reproducidos libremente siempre que sea con fines no comerciales y cite la
fuente.
Imagen: Serigrafía."Cuba post Castro / Ares
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