Por Orlando Cruz Capote*
[...] ¡Chávez no está muerto!, está hablando por la radio y la televisión…,
expresó un ciudadano cubano que, aun conociendo la noticia de la muerte
del presidente Hugo Rafael Chávez Frías, escuchó la voz del inolvidable
Comandante Bolivariano en los medios comunicacionales de la Isla. Nadie
en Cuba podía creer que Chávez había fallecido porque estaba, como
siempre, presente en todos nosotros.
La
defunción de un hombre de la estatura política y humana de Chávez era
un imposible para un pueblo que estaba inmerso intensamente, desde hacía
dos años, en el proceso de recuperación del líder venezolano y
nuestroamericano en su propia tierra.
Menos aun, luego que innumerables
plegarias de toda índole, desde disimiles religiones y cultos, más el
esfuerzo sobrehumano de los médicos y asistentes de la salud habían
tratado de luchar denodadamente por detener lo inevitable.
Nadie
está dispuesto a perder a un hermano que demostró, como nunca antes en
la más reciente historia cubana, esa disposición de apoyar con toda la
fuerza y generosidad posible, e imposible, la consecución del proceso
revolucionario en la Mayor de las Antillas.
Sin
solicitarlo Cuba, Chávez y la Revolución Bolivariana por él dirigida,
tendió esa mano solidaria en los nefastos días en que se había
derrumbado bochornosamente el socialismo en la Europa Oriental y la
Unión Soviética. Era como la mano de un Dios terrenal que, cual señal
salvadora, llegara en el tiempo justo aunque, es preciso expresarlo, el
pueblo cubano estuviera decidido a resistir hasta las últimas
consecuencias ese cambio en la geopolítica mundial, coyuntura en la cual
el imperialismo estadounidense y sus aliados prepararon el golpe final
contra la Revolución Cubana.
Ese
apoyo inmenso y oportuno de la Venezuela de Chávez, aportó ese aliento
imprescindible no sólo para fortalecer la resistencia contrahegemónica
cubana sino para proseguir con el desarrollo del proyecto socialista a
contracorriente de lo que se fraguaba en los centros de poder imperiales
y la derecha neoconservadora-neoliberal regional, en este mundo
hegemonizado por el sistema de dominación múltiple del capital, ahora
más monopolizado transnacionalmente.
Y
ese ejemplo de la Revolución Bolivariana, sirvió además de impulso
vital para toda la izquierda, los verdaderos y, a veces, desencantados
revolucionarios, progresistas y demócratas de Latinoamérica y el Caribe,
que percibieron en la victoria chavista la posibilidad de persistir en
la lucha. El triunfo de Evo Morales, Ignacio Lula da Silva, Rafael
Correa, Néstor Kichner y Cristina, Daniel Ortega, Fernando Lugo
-denostado por un golpe de estado parlamentario-, entre otros tantos
procesos progresistas abiertos en la región, corroboran esa idea que hoy
sigue siendo una realidad palpitante. Un cambio de época en el
subcontinente, como lo han afirmado políticos y analistas de variado
espectro ideopolítico.
Hay
que hablar entonces, de un antes y un después del triunfo de Chávez en
Venezuela, para todo este territorio, diverso pero único, que abarca
desde el Río Bravo hasta la Patagonia: la América Nuestra.
Por
eso, un hermano como éste no debía marcharse en plena juventud y en
medio de la enorme misión que estaba empeñado a cumplir, y lo estaba
ejecutando, para construir y consolidar la independencia y soberanía de
Venezuela, América Latina-Caribe y de todo el Sur geopolítico
subdesarrollado-subdesarrollante. Un esfuerzo gigantesco de integración y
unidad que ya tenía sus frutos en el ALBA, PetroCaribe, la UNASUR y la
CELAC, entre otros tantos pasos de articulación entre los gobiernos y la
mayoría de los pueblos, no solo latinoamericanos-caribeños, sino del
planeta.
La
muerte, sin embargo, es una verdad irrefutable y tenía que ser asumida
otra vez con un inmenso dolor, sentimiento y emoción pero, al mismo
tiempo, con la convicción que tendríamos que proseguir la gran marcha,
más unidos que nunca, para cumplir con el legado de ideas y accionar de
este imprescindible destacado líder revolucionario
latinoamericano-caribeño y de indiscutible alcance mundial.
Quizás,
para algunos, parecería que los cubanos estábamos acostumbrados a la
pérdida de varios de sus más queridos dirigentes, como los Comandantes
Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara, por mencionar a algunos de los
caídos durante el proceso revolucionario, sin embargo, no podíamos
concebir que un hombre de la fuerza, voluntad y alegría de Chávez
pudiera marcharse hacia la eternidad, cuando estaba colmado de un
espíritu solidario, antimperialista, latinoamericanista e
internacionalista inacabable, de una oratoria, prosa, poesía y mística
revolucionaria, carismática y popular perenne.
Era
un hombre bueno, honesto y sincero lo que pudiera ser suficiente para
amarlo por siempre, pero fue aun más, elevó la dignidad y el honor de su
pueblo y de los demás pueblos, luchó por la equidad, la igualdad y fue
un paladín en el combate contra la explotación y la pobreza.
Nadie
en Cuba, en aquellos momentos históricos, 1959 y 1967, creyó en el
accidente que arrebató la vida al Señor de la Vanguardia, y a la caída
en combate del Guerrillero Heroico -en realidad su asesinato- en tierras
bolivianas. Sólo la noticia oficial y el discurso del Comandante en
Jefe Fidel Castro Ruz fueron suficientes para que la certeza fuera
asumida por todos. Era muy duro y difícil creer en la desaparición
física de seres tan queridos para un pueblo.
Tal
como en aquellos instantes, no teníamos que dar por real la ida del
Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, un líder ejemplar y muy vinculado a
la Revolución Cubana y su máximo líder histórico el compañero Fidel, a
quien lo unía una amistad y una familiaridad sin par, similar a la de un
hijo con su padre.
Dolor
multiplicado y sentido del deber también reproducido al infinito por
parte de Cuba entera. Podemos llorar la perdida pero no bajar la
guardia, tenemos derecho a sentir en lo más hondo ese tránsito de la
vida hacia la muerte, pero también poseemos la consciencia de que hay
que proseguir la obra que hombres tan inmensos como él emprendieron,
porque Chávez comprendió todo aquello que iniciaron e indicaron los
próceres de Nuestra América hace más de doscientos años.
No
se ha muerto cuando se ha cumplido bien con el deber y sentido de la
vida.
Después de muertos también somos útiles. Ideales que retomamos en
este momento de pérdida irreparable. Los hombres mueren pero sus ideales
encarnados en las masas populares y sus dirigencias son inmortales.
El
mejor homenaje que podemos rendir al eterno Comandante Hugo Rafael
Chávez Frías es extender y profundizar su obra revolucionaria,
amplificar la solidaridad y la integración entre nuestros pueblos, es
unirnos más en los objetivos revolucionarios comunes para coadyuvar a la
derrota del capitalismo-imperialista, es saber que los hombres pueden
morir pero no sus idearios y ejemplos, menos la unidad necesaria de las
vanguardias, dirigentes y los pueblos concientizados. Hay que llevar a
cabo ese sueño chavista del socialismo en el siglo XXI.
Cuba
no le fallará a Chávez. Nuestro reconocimiento a la Revolución
Bolivariana, su pueblo y sus dirigentes consiste en aumentar el
compromiso político-ético y solidario cubano para con la Venezuela de
Chávez.
Por
Venezuela, los cubanos estamos y estaremos dispuestos a dar nuestra
última gota de nuestra sangre, pudiéramos reiterar hoy, recordando al
Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz cuando se refería a la actitud de
Cuba ante la heroica batalla del pueblo vietnamita contra la agresión
militar norteamericana, causa con la que cumplimos nuestra cuota de
sacrificio.
Al final, como le gustaba repetir al invicto Chávez, Amor con Amor se paga.
¡Viva Chávez para siempre!
¡Viva Venezuela Bolivariana para siempre!
¡Viva la unidad latinoamericana siempre!
*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, CITMA, Cuba
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