Por Gloria Analco*
Un hecho muy singular ocurriría ese día que estaba marcado por la tragedia.
El
fotógrafo Alberto Korda llevaba varias horas sin dormir, a causa de que
el día anterior -4 de marzo de 1960- había estallado el barco francés
La Coubre, cuando descargaba armamento y explosivos en el Puerto de La
Habana.
En
la esquina de 12 y 23, en El Vedado, se improvisó una tribuna donde
Fidel pronunciaría el discurso de despedida de duelo de las víctimas.
La
histórica esquina se había llenado con los ruidos y las voces de la
muchedumbre afectada por los acontecimientos de la víspera, y que guardó
silencio cuando Fidel se dispuso a hablar.
Sobre
la tribuna estaba la plana mayor de los revolucionarios, donde también
se encontraban Simone de Beauvoir y Jean Paul Sastre. Fue una casualidad
que esos hechos, que involucraban a cubanos y franceses, coincidieran
con su visita a La Habana.
Era
aquel el mejor momento de la jornada de luto para Korda. A placer
tomaba fotografías sin saber todavía que en breves instantes más
capturaría la imagen que iba a contribuir a inmortalizar al Che, y que
se convertiría en la fotografía de mayor circulación en la historia.
Fidel
se encontraba en su sitio respectivo, llenando la escena con su
altísima figura, y elevaba la voz a todo lo que daba para que ni una
sola alma dejara de escucharle.
“Hay
instantes que son muy importantes en la vida de los pueblos, hay
minutos que son extraordinarios, y un minuto como ese es éste, minuto
trágico y amargo que estamos viviendo en el día de hoy”, comenzó a decir
Fidel con voz vibrante.
Korda
se esmeraba en tomarle a Fidel la mejor fotografía, que seguramente
ocuparía la primera plana del periódico Revolución del día siguiente, en
la que, desde luego, debían aparecer también los famosos intelectuales
franceses.
El
fotógrafo procuraba que sus tomas resultasen interesantes en los
detalles de manera que pudieran reflejar la magnitud de lo que estaba
aconteciendo, según él mismo me contaría en la misma esquina, 36 años
después.
Era un momento excepcional, que había traído calamidades y muerte.
El
Che veía la situación como una gigantesca trama urdida desde
Washington, al igual que Fidel, que en esos momentos no lo estaba
poniendo en duda. Algo, en fin, que constituía un hecho susceptible de
una profunda reflexión.
“¿A
qué se debía aquella explosión?”, preguntaba Fidel a la audiencia. “Se
sabe que los explosivos explotan, y es posible imaginarse que puedan
explotar fácilmente. Sin embargo, no es así”, afirmaba Fidel sin asomo
de duda.
Entonces
procedió a dar detalles muy precisos de por qué había sido un sabotaje.
Fidel había evidenciado la mano de la CIA en el estallido de La Coubre.
Estados
Unidos se había negado a venderle armas a Cuba, por lo que se había
visto obligada a comprárselas a Francia, país que no había puesto
ninguna objeción.
Apenas
unas cuantas semanas atrás, Fidel le había ofrecido un tour por la isla
a Anastas Mikoyan, Vice Primer Ministro y Canciller de la otrora Unión
Soviética, dando a entender que si los norteamericanos no variaban su
política de presiones, irremisiblemente caerían en los brazos de la
URSS.
Sin
embargo, el Departamento de Estado norteamericano se mostraba todavía
más hostil en una política ilógica, al predominar más la soberbia que el
sentido común.
Lo
ocurrido con La Coubre constituía la tarjeta de presentación
estadounidense de una confrontación que dejaba de ser simplemente
económica.
“Cuando
se trata de un régimen revolucionario, justo… que tanto se ha esforzado
por defender los intereses del pueblo… de nuestro pueblo sufrido y
explotado, explotado por los monopolios, explotado por los latifundios,
explotado por los privilegiados, un régimen que ha librado al pueblo de
todas esas injusticias… un régimen humano, lo combaten. ¡Vaya democracia
que ayuda a los criminales y ayuda a los explotadores!”, afirmaba Fidel
en aquellos momentos de luto.
A
medida que el duelo por las víctimas iba transcurriendo y se sentía la
fuerza de las palabras de Fidel, el rostro del Che iba adquiriendo un
aspecto muy particular.
En
esos momentos de reflexión, el Che estaba sabiendo muchas cosas, al
igual que Fidel, sólo que Fidel las estaba diciendo con palabras, y,
entre tanto, el Che las había concretado en una mirada.
Pero
si tenían que ganar en experiencia, en aquellos precisos momentos ellos
se estaban convirtiendo en revolucionarios más hechos y maduros
todavía. El estallido de La Coubre era un aviso de que Estados Unidos
estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que la Revolución
fracasara.
“Quiere
decir que si nosotros hacemos leyes aquí, si nosotros tomamos medidas
en beneficio de nuestro pueblo, ellos se arrogan el derecho de matar de
hambre a nuestro pueblo”. “Es decir que, utilizando la ventaja económica
de que disfrutan a consecuencia de la política de monocultivo y de
latifundio y de subdesarrollo que siguieron aquí, tratan de restringir
los derechos de nuestro pueblo a actuar de manera independiente y
soberana, bajo la amenaza de matarnos de hambre. ¿Qué quiere decir eso,
si no una Enmienda Platt económica?”.
Fidel ya visualizaba que el embargo económico por parte de Estados Unidos contra Cuba ya venía en camino.
Todas
esas cosas también pasaban por la mente del Che, acomodado unos pasos a
la derecha de Fidel, pues se trataba del inevitable proceso que iba a
perpetuar la guerra.
El Che se quedó ensimismado en sus propios pensamientos, con la mirada puesta en alguna parte, cuando Korda lo vio.
Acostumbrado
a observar con detenimiento en una ráfaga de tiempo, sintió que aquella
imagen que le ofrecía el líder guerrillero quedaría almacenada en la
historia.
Korda
me confió que ese pensamiento le vino después, ya que de momento
“observé aquella expresión en el Che y me quedé perplejo. No atinaba a
reaccionar. Se me olvidó momentáneamente que yo era un fotógrafo, pero
tuve la suerte de que él permaneció largo rato así, y entonces pude
tomar la fotografía”.
Lo
que expresaba el rostro del Che no era para menos. Si los
revolucionarios cubanos continuaban en su destino, no cabía duda que las
cosas se pondrían todavía más difíciles para ellos. Entonces era un
momento que causaba muchas preocupaciones, sobre ellos había negros
nubarrones, y el Che sintetizaría esas circunstancias en una mirada.
Nadie
ha podido descifrar suficientemente con palabras lo que el Che proyecta
en su histórica fotografía, pero paradójicamente muy pocas personas
pueden prescindir de ella.
Es
la fuerza de la imagen que no nos mira, pero que nos lleva a un lugar
en el que, por alguna razón desconocida, quisiéramos estar.
Reportera mexicana, publica en Uno más uno y otros órganos de prensa. Colaboradora habitual de Cuba coraje
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