jueves, 26 de diciembre de 2013

Recuento de fin de año

Por Carlos Zamora Rodríguez

 Fue  campesina mi primera infancia. Faltaba Santa Claus, pero nunca los buñuelos. Cuando no estuvo la abuela Paula, que tenía las mejores manos para aquellas torcidas y legendarias figuras de yuca, mi madre, ya en el pueblo,  se hizo cargo. Aunque no heredó todos sus méritos culinarios, no permitió que se interrumpiera nuestra infancia privándonos de robar de la cocina los deliciosos dulces almibarados.

 Y luego, los turrones, las cidras, las empanadas, el vino dulce, las manzanas…mi abuelo que llegaba sobre su caballo, con las alforjas cargadas y su risa rotunda de hombre sembrado a la tierra;  la familia entera a la mesa, servida con cerdo o con guanajo… el pasado. Por ausencias, pérdidas, imposiciones, hemos cedido, más tarde, a otras ceremonias, pero no olvidamos.

 No sabíamos entonces de la guerra, de la contrarrevolución, de los sabotajes, aunque los hombres casi nunca estaban en casa y las mujeres rezaban o lloraban en silencio. Éramos niños. Nos enseñaron que el futuro eran las flores de los limoneros y los naranjos, una polluela echada muy cerca del maizal, un panal de abejas; ni siquiera juguetes nuevos porque duraban todavía aquellos de madera. Todo tan simple, tan inocente, que da tristeza comprobar que hemos crecido.

 Han muerto ya los abuelos y mi padre; mamá confunde los nombres y los tiempos, tengo unas libras de más y unas arrugas nuevas, mis hijos varones me llaman cordialmente “viejo”. Comienzo a sospechar que la media rueda va inclinándome cuesta abajo, pero me resisto. Releo libros, comparo discursos, estoy atento, escribo, participo; para mi ocio, vigilo, con algunos cofrades, las series y películas que valen entre tanta mediocridad, discuto…

 He concluido que el mundo va más de prisa pero no necesariamente mejor. Que las tecnologías, en su efervescencia, a veces fomentan la desmemoria y el descuido de la Historia. Que se cometen errores conocidos y se recurre a fórmulas gastadas en otras latitudes. Que se calla lo que verdaderamente necesita ser analizado y debatido, como si a todos no correspondiera decidir el destino de la Humanidad.

 Cada fin de año somos un poco más viejos y también el planeta, aunque, casi siempre, sólo sacamos las cuentas domésticas. Entretanto, como las fugas radiactivas, el olor de la guerra se expande peligrosamente, con todas sus secuelas. Pero se gasta más en armas que en medicinas y cuadernos, por lo que sólo el dolor y la ignorancia siguen creciendo.

 En Cuba, pese a los noticiarios, la prosperidad no llega. El consuelo de que a otros les va peor, ya nos agota. Nos resistimos a pensar que la generación que sobrevivió a la crisis de los misiles y a la Opción Cero, todavía no pueda ver la mesa lo suficientemente dispuesta al finalizar el año, como para creer que el esfuerzo ha valido la pena.

 No se trata de lujos,  se trata de celebrar con beneficios tangibles (techo adentro, en correspondencia con Marx),  el éxito, no de haber sobrevivido, sino el de haber crecido, de verdad. Porque no se degustan los números como los buñuelos y porque el año siguiente queremos festejarlo aquí.

 De su blog La ventana de Carlos Zamora
 
 *Filólogo, Poeta y narrador. Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas 2012 en Literatura para niños y jóvenes, ha sido jefe de redacción de la revista digital Librínsula, que edita la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y participó en la gestación de sus Ediciones Bachiller y de las Ediciones Vigía, de Matanzas: también se desempeño al frente del Grupo Nacional del Programa de la Lectura. Fue director de la Biblioteca Provincial José Martí (Las Tunas); presidente de la AHS y de la Biblioteca Municipal en Puerto Padre.

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