jueves, 27 de noviembre de 2014

La mano amiga



Si caigo en el camino como puede suceder
Que siga el canto mi amigo cumpliendo con su deber
Silvio Rodríguez

Corría el año 1980. La universidad de San Andrés, en Bolivia, extendió una invitación para que una delegación de músicos del Movimiento de la Nueva Trova fuera a ofrecer un concierto en esa casa de altos estudios, que luego se extendió a otros sitios. El pequeño grupo de jóvenes trovadores lo integraban Augusto Blanca, Lázaro García y Vicente Feliú. Con ellos iba también la joven Sareska Pantoja, hija del guerrillero Olo Pantoja, uno de los valientes acompañantes del Ché Guevara caídos en Bolivia. La muchacha tenía todo el derecho del mundo de conocer la tierra donde había caído su padre. Y hacia allá se fueron.

En aquel año ocupaba interinamente la presidencia de Bolivia Lidia Guiler. Se respiraba en esa nación un aire de inestabilidad política que presagiaba un golpe de estado. No obstante, los jóvenes trovadores —guitarra en mano— cantaron en varias ciudades, y terminaban sus actuaciones con la épica guajira de Carlos Puebla Hasta siempre.

Por la televisión se enteraron de los sucesos acaecidos en la embajada de Perú en La Habana, donde murió el joven custodio Pedro Ortiz Cabrera. Con anterioridad, los jóvenes habían sido advertidos de que si se armaba un tiroteo o se sentían explosiones, fueran para la embajada de Panamá donde iban a encontrar seguridad.

Una noche, cuando estaban en casa de un amigo, sonó una fuerte explosión y pensaron que el golpe de estado se había producido. Se marcharon entonces para la sede diplomática panameña. No pudieron llegar, porque la policía los detuvo en el trayecto.

Fueron acusados de agitadores comunistas. A culatazos y golpes llevaron a una unidad policíaca a los tres trovadores y a la muchacha cubana. Se trataba de una vil patraña para confundir a la opinión pública internacional.

La noticia llegó a La Habana y, por supuesto, Haydeé Santamaría, Presidenta de Casa de las Américas, se enteró de lo que estaba sucediendo y del peligro que corrían los jóvenes cubanos.

Cuando Tony Pinelli —miembro de la dirección nacional del Movimiento de la Nueva Trova— se enteró, llamó enseguida a Casa de las Américas. La propia Haydeé (Yeyé, como le decían con inmenso cariño) lo convocó para ese lugar, donde se había establecido algo así como un “puesto de mando”.
La opinión era que se corría el riesgo de que fueran asesinados. La propia ¨Yeyé¨ comenzó a contactar con amigos intelectuales vía telefónica.

Así se enteró Gabriel García Márquez, que también se sumó a movilizar a otros intelectuales. Miguel Otero Silva habló con la presidenta boliviana y le dijo que iban a mandar un avión con periodistas del diario El Nacional si no soltaban a los muchachos. La campaña de reclamo por la liberación de los trovadores comenzó a sentirse con fuerza. Eduardo Ramos y Tony Pinelli fueron a avisarle a Silvio Rodríguez, que estaba de vacaciones en Santa María del Mar. Enseguida se unió al reclamo, con su enorme prestigio y amor a la causa revolucionaria.

Cuando regresaron a Casa de las Américas se enteraron de que ya Fidel lo sabía. Se comenzó entonces a respirar con más tranquilidad. Estando en casa de Haydeé Santamaría se supo la noticia de que ya estaban los jóvenes rumbo a Panamá. Durante su prisión habían sufrido maltratos y torturas. Incluso los llevaron con extrema violencia a un paredón donde les dijeron que serían fusilados. Augusto Blanca se violentó e insultó a uno de los guardias que lo emprendió a culatazos rompiéndole la cabeza. Vicente Feliú salió en su defensa y también fue agredido.

Cuando los situaron en el paredón de fusilamiento y el piquete de tiradores aprestaban los fusiles esperando la orden de disparar, los tres jóvenes trovadores se tomaron de las manos como una manera de firmeza ideológica de ofrendar sus vidas juntas. Pero los disparos eran un burdo y cobarde intento de amedentrarlos. Ninguno se quejó ni se acobardó.

Ya en Panamá, el embajador cubano Miguel Bruguera del Valle los recibió, y luego de llevarlos para ser atendidos en un hospital, los puso al teléfono para que hablaran con Cuba y se supiera que estaban a salvo.

Del aeropuerto José Martí, en La Habana, fueron directamente para la Casa de las Américas. Allí todos queríamos abrazarlos y besarlos. La primera, claro que así tenía que ser, fue "Yeyé".

Poco tiempo después, Augusto Blanca compuso una canción que es como un canto a la amistad y a la firmeza revolucionaria.

Vale la pena reproducir el texto de esa maravillosa composición titulada La mano amiga.

Una mano amiga es como un río
como un pedazo de pan
como una ceiba del monte,
es como un oasis verde claro
como cristal de colores
como paloma volando.

Una mano amiga
a fin de viaje
cuando ya todo termina,
cuando al minuto siguiente
habremos dado el latido
el último de los latidos.

Una mano amiga
se hace necesaria
para comenzar otro camino
ese otro camino interminable.

Morir así le da sentido a la sonrisa adolescente,
morir así le fertiliza la canción a los poetas
morir así levanta un hospital en el Uvero
que salvará el latido a un niño nuevo
al nuevo corazón que nacerá.

Morir así abre a la tierra
otro surco a la semilla
impulsa el azadón, florece al árbol
endulza más al fruto y lo hace miel.

Aquí detrás
detrás  de nuestras manos apretadas,
aquí detrás
detrás como le cabe a los cobardes,
aquí detrás
revueltos en sus propias repugnancias
sin poder detener el canto, tratan
de enmudecernos
y nos crece más la voz.

Aquí detrás
vencidos miserables humillados
sin entender que damos bienvenida
a un: ¡hasta siempre!
un hasta siempre
¡!que nos mantiene de pie
que nos mantiene de pie!!


—Pinelli, Tony: “El caso Bolivia”. Publicado en Cubarte, S/F
—Conversación de Lino Betancourt con Augusto Blanca.
Fuente: CUBARTE

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