Publicado por Lilibeth Alfonso
Por fin, las embajadas de Cuba en Washington y de Estados Unidos en La Habana deben abrir sus puertas como tales el próximo 20 de julio. En la calle, las expectativas son altas aunque, como en los pasos anteriores, el cubano promedio entiende que no son un boleto al paraíso sendas banderas ondeando de un lado y otro del mar.
Sobre todo porque reestablecer relaciones diplomáticas dista muchísimo de normalizarlas. En concreto, es más fácil decirlo que hacerlo. De hecho, desde ayer, varios expertos citados por medios de prensa coinciden en la supervivencia de ciertos puntos casi insalvables de un lado y del otro.
Por Cuba, la devolución de la base naval de Guantánamo, el levantamiento del bloqueo, el cese del apoyo a la subversión…, por Estados Unidos, los mismos temas de siempre, relacionados con algunos derechos humanos.
El clima, no obstante, es de progreso. De movimiento que, ojalá, no sea irreversible. Ambos países lo necesitan. Más allá de los discursos, el reestablecimients de relaciones diplomáticas beneficia tanto a Los Estados Unidos como a Cuba, aunque sea de maneras diferentes.
En el actual contexto de un América más integrada, Cuba es una llave de entendimiento hacia los países continentales y ella misma un mercado poco explotado que, por su cercanía y confluencias sobre todo en materia cultural, es casi natural. Y Cuba, bueno, Cuba avanzaría a años luz solo con la posibilidad de saciar su lista de la compra a la distancia de noventa millas sin necesidad del cansón juego del gato y el ratón.
Incluso manteniendo el bloqueo -que únicamente puede remover el Congreso de Los Estados Unidos- con eliminar a la isla de la lista de países patrocinadores del terrorismo nos quita mil y una trabas que antes se esgrimían por la famosa ley de no comerciar con el enemigo, y eso es solo un dedo de lo que se puede lograr con algunas flexibilizaciones que sí están en manos del ejecutivo.
Pero ni siquiera esas ventajas pueden salvar un hecho que se hace cada vez más evidente en los discursos de ambos países. Se conviene en el entendimiento y en el diálogo, pero desde las diferencias. Cuba no está dispuesta a poner en la mesa de negociaciones asuntos que considera, y son, temas de autodeterminación y soberanía, a fin de cuentas en décadas de relaciones con China, no ha sido necesario que ésta cambie su sistema político que, no obstante, sus socios norteamericanos no dudan en denostar.
Estados Unidos tiene, ante sí, la típica imagen de quien está entre la espada y la pared. De un lado, la necesidad histórica y práctica de mejorar las relaciones con uno de sus vecinos más cercanos, y del otro, el poder de los grupos de presión y de un considerable número de actores políticos cuya carrera ha dependido de sus posiciones “duras” con el tema Cuba, desde la derecha. El nombre más mediático, ahora mismo, es el senador y aspirante a la presidencia Marcos Rubio, cuyo discurso sigue la línea de que cualquier acercamiento al gobierno cubano es un empoderamiento de la dictadura castrista, propio del mismo sector que ha tratado de frustrar, desde el principio aunque sin demasiada consistencia -y es mi opinión, a fin de cuentas con tanto enfadado cualquiera hubiera creído más tortuoso, por ejemplo, la exclusión de Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo-, el reestablecimiento de las relaciones bilaterales.
En general, creo aunque no descarto algunos confundidos y verdaderos entusiastas de ese discurso, es una línea de necesaria coherencia con posiciones y promesas anteriores, especies de poses ante un cambio tan radical como el que se anunció aquel 17 de diciembre.
No es, empero, la línea del presidente Barack Obama. Si Raúl ha dejado clara sus posiciones, su contraparte estadounidense no ha sido menos. Desde el 17D, el presidente al que deberemos el descongelamiento de las relaciones entre dos países enemistados desde hace más de medio siglo, ha sido claro en sus propósitos:
Lo suyo es una política diferente para lograr el mismo fin que las ineficaces que le antecedieron. En sus últimas declaraciones, así lo decía: “No se trata de algo meramente simbólico (la futura visita de Kerry a la Habana para el acto de apertura oficial de embajadas)…Con este cambio podremos incrementar considerablemente nuestros vínculos con el pueblo cubano, tener más personal en nuestra embajada, y nuestros diplomáticos podrán hacer contactos más amplios en toda la isla. Esto incluirá al gobierno cubano, la sociedad civil, y cubanos comunes que aspiran a tener una vida mejor.”
Y eso es más insalvable que todo lo demás. De un lado un régimen que defiende su derecho a la libre determinación, a resolver sus asuntos internos, a decidir su sistema político, de participación, democrático…., y del otro, un régimen que intenta cambiarlo, ahora más suavemente, pero no por ello menos entrometido.
Habrá que ver hasta dónde son capaces de ceder, cada uno. De eso, y nos de las trabas que intentan para negar el dinero para la apertura de la embajada y la designación de un embajador, dependerá realmente que las misiones diplomáticas cumplan la sobreentendida promesa de mejorar las relaciones entre los dos países, promover el intercambio, el entendimiento.
Yo tengo mis dudas. No importa que en las negociaciones se tomara, como referencia del proceso que vivimos, las convenciones de Viena… A buen entendedor y a mejores hechos, pocas palabras.
Tomado de su blog La esquina de Lilith
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