Por Pedro González Munné*
No
creo en los culpables, me hastían las excusas y me dan rabia los
cómplices. Ese tiempo precioso en este planeta, del cual apenas somos
efímeros pasajeros, no lo podemos desperdiciar en tretas y discursos
vanos de políticos. Pasó la hora de los manuales y las mentiras: llegó
el momento de los pueblos, de las palabras honestas abiertas al viento
feraz como multicolores banderas de fervor.
Basta ya de muros,
carceleros y sospechas. Es hora del amor: abierto, doloroso y a plena
luz, como parto maravilloso que es de la vida. Quien no lo entienda, que
simplemente se sume a la marea olorosa a trabajo, preñada de tierra
fecunda, preciosa en su acerada valentía… lo conducirá hacia el futuro
que es hoy, tras los papeles falaces, los retumbantes altavoces y las
pantallas heladas de los mensajes, púlpito de vida.
Siempre he
creído en la hermosa parquedad de los héroes, de aquellos a quienes, por
nosotros y por todos, se les oxidó la vida en las fronteras del odio y
espero por la aprobación en la mirada limpia de los nuevos, con esa
esperanza infinita de que los protegeremos de maldad y dolor.
Es
hora de cambios, de estremecedora valentía de amaneceres, no de recelos y
coartadas: si de algo sirve mi voz, mi incansable pedantería de adepto,
les digo a todos: hay una sola vida, no nos permitamos venderla por tan
poco.
*Escritor, editor, periodista. Publica La Nacion cubana
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