Por Orlando Cruz Capote*
I
La
pregunta -en sentido negativo- que encabeza este artículo, que a la vez
constituye una seria crítica y advertencia política, tendría una mejor
formulación si expresáramos: ¿Poseen las autoridades de Washington, en
nuestros días, una mirada estratégica, particular y valorativa de
cercano, mediato y largo alcance hacia los procesos de cambios que están
sucediéndose en la América Latina y el Caribe?
¿Acaso al
poderoso establishment estadounidense no les importa los pasos en
materia de integración latinoamericana con la creación de la Alianza
para los Pueblos de Nuestra América-ALBA, la Unión de Naciones
Suramericanas-UNASUR, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños-CELAC, así como el fortalecimiento del renovado Mercado Común
del Sur-MERCOSUR, gracias a la entrada de Venezuela, todos con sus
propios matices ideopolíticos, socioeconómicos y comerciales, pero que
constituyen procesos integrativos a fin de cuentas del Sur geopolítico
más próximo y, algunos de ellos, fuera del marco de la Organización de
Estados Americanos-OEA y del que quedan excluidos, en algunos de ellos,
los mismísimos EE.UU.?
Sí. Sí tienen esa política exterior, y
bien delineada, aunque algunos se llamen al engaño y a la miopía
política por el aparente silencio y el fariseísmo típico de la forma de
actuar del gobierno estadounidense. Como también les preocupa los
espacios ganados en materia de integración y articulación
Nuestroamericana sobre la base de agendas mínimas, otras de mayor
profundidad, de unión regional. El silencio no es sinónimo de aceptación
a ciegas y muchas veces oculta intenciones no solo contradictorias sino
concepciones diferentes que conllevan a antagonismos irreconciliables.
Sin
embargo, la réplica a tal afirmación, que se cuestiona con ingenuidad
si los EE.UU. han obviado e ignorado a la región
latinoamericana-caribeña, tiene varias causales “justificadas” dadas por
una cierta ambivalencia en el discurso político público de Washington,
más retórico, con un evidente bajo perfil y singularizado únicamente
hacia algunos gobiernos y procesos populares.
Un discurso
“distanciado”, que la élite de poder estadounidense ha utilizado hacia
Nuestra América, en específico, luego de la llegada a la Casa Blanca del
mal premiado nobel de la paz, Barack Obama, y el uso por parte de su
administración del lenguaje de lo “políticamente correcto”, del “poder
inteligente” y “blando”, los cuales han sido sobredimensionados sin
ocultarse, no obstante, los deseos de intervenir militar y directamente
si falla el control de su hegemonía en el subcontinente, hoy
indudablemente menguada pero no derrotada.
Los casos de
agresiones de toda índole: sicológica, mediática, militar y subversiva
contra Cuba y Venezuela, Bolivia y Ecuador; el cruento golpe de estado
al presidente Manuel Zelaya, en Honduras, hasta el golpe parlamentario
al presidente Fernando Lugo, en Paraguay, entre otros, vienen a
verificar cuando se transita de la retórica hacia elocuencias y acciones
abiertas y encubiertas tan visibles como sorprendentes.
Ante esa
realidad discursiva, falsa y manipuladora, algunos analistas políticos
de izquierda del subcontinente, han aseverado que ante el
involucramiento-ocupación militar de los EE.UU. en las guerras de Irak y
Afganistán; su participación bélica directa e indirecta en Libia, Siria
e Irán; más la fuerte y renovada presencia geopolítica norteamericana
en Asia, con el objetivo de contrarrestar los desafíos emergentes de
China Popular y Rusia, han obligado al Departamento de Estado a posponer
los asuntos álgidos de los procesos desarrollados en su “patio trasero”
o la comúnmente denominada “cuarta frontera” natural de ese país.
Tal
interpretación del “extraño” comportamiento norteamericano podría
comprobarse además con la aguda crisis estructural y plural que está
padeciendo el sistema de dominación múltiple del capital a nivel
planetario y, en primer lugar, por la situación económica, comercial,
financiera y la deuda fiscal de la primera superpotencia potencia
imperialista, en fase decadente, declinante y parasitaria, la cual
precisa de una atención mayor por parte de sus dirigentes hacia los
numerosos problemas domésticos que aquejan su sociedad, con una economía
en fase recesiva, la pérdida relativa de su competitividad productiva y
científico-tecnológica, así como un desempleo galopante y preocupante.
El
último discurso del presidente Obama ante el Estado de la Unión, en
este febrero de 2013, remarca las insolubles problemáticas que debe
enfrentar en el orden de la reformas educacional, migratoria, de salud,
en el sector inmobiliario, la urgencia de grandes inversiones al
interior del país, sin descartar una posible reducción de sus gastos
militares, cuestión esta que se mantendrá entre paréntesis por lo
complejo que resulta restringir el multimillonario desembolso de dinero
para los grandes contratistas del Departamento de Defensa y de Seguridad
Nacional. Y según noticias, habló de las amenazas contra Irán y Corea
del Norte, de la retirada de las tropas de Afganistán, pero no mencionó a
América Latina y el Caribe en esa intervención. ¿Olvido, simulación o
hipocresía de la peor especie? Lo segundo, sin lugar a dudas.
Una
voluminosa carpeta de problemáticas que brindaría motivos como para
“desatenderse de la América Latina y el Caribe”, envuelta como nunca
antes en procesos que retan en extensión y profundidad la hegemonía
norteamericana.
II
Una pista diferente sugiere, si
precisamos una correcta visión crítica, que la proyección internacional
de Washington no sólo y únicamente se halla en las oficinas de la Casa
Blanca y en su cancillería, sino que, desde hace algún tiempo, esta se
elabora y despliega por las agencias de espionaje y especiales, sin
descontar al Pentágono, en cuyas dependencias se trazan, fraguan y se
llevan a cabo cientos y miles de planes desestabilizadores hacia todo el
planeta, en específico, con respecto a su vecinos del sur. Hace algunos
años, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) elaboró un abultado
volumen que proyectaba las posibles acciones de esa nación mesiánica
ante los desafíos mundiales, hasta casi el medio siglo de la presente
centuria.
Paralelamente, si se prosiguiera con un análisis
pormenorizado de la realidad real -excusando un exceso de contenido y
gramatical- se podrá percibir que la estrategia, tácticas y métodos del
plan magistral de las doctrinas de política exterior norteñas no
necesariamente tiene que ser determinada por una presidencia en
particular, pues existen numerosos antecedentes históricos que
demuestran que los procedimientos matrices de largo alcance, que tienen
plazos delimitados, han estado diseñados desde el propio surgimiento y
desarrollo de esa nación y que, luego del triunfo de la Revolución
Cubana y la victoria vietnamita contra sus tropas, han ido conformando
un entramado de políticas, que varían tácticamente, y que siempre han
estado dirigidas al apoderamiento de los recursos naturales y humanos de
América Latina-Caribe -una nueva re-neocolonización-, a los que se
suman hoy la rica biodiversidad de la región, incluyendo sus inagotables
fuentes de recursos hidráulicos, hidrocarburos, minerales estratégicos,
incluidos los de nueva generación, la floresta, la fauna y hasta el
mismísimo sol y el aire que se respira.
Tal percepción imperial,
en constante alerta, se profundiza con habilidad, aunque también con
dureza y cinismo, luego de las victorias de la Revolución Bolivariana de
la Venezuela del presidente Hugo Rafael Chávez Frías, la Revolución
Ciudadana del mandatario Rafael Correa y de la Revolución del Estado
Multinacional de la Bolivia del presidente, indígena por más señas, Evo
Morales, entre otros gobiernos de un matizado espectro ideopolítico de
las izquierdas continentales, que están en el ejercicio del poder,
siempre mediados por las fortalezas que posean sus administraciones y su
más o menos estrecho consenso y articulación con las masas populares
representadas por los heterogéneos movimientos sociales, políticos, más
los partidos tradicionales progresistas y democráticos. No hay una
acción desestabilizadora al interior de esos países, desarrollada por la
oligarquía derechista criolla, hoy también transnacionalizada, que no
haya contado con la iniciativa y el apoyo de las embajadas y las
agencias especiales de los EE.UU.
Sirvan algunos ejemplos,
siempre incompletos, de esas políticas estratégicas imperialistas para
demostrar lo anteriormente enunciado: el Destino Manifiesto, la Doctrina
Monroe, el New Deal o Política del Buen Vecino, el Plan Clayton, el
eterno panamericanismo coronado con la creación de la Organización de
Estados Americanos (OEA), en 1948, instrumento de su dominio y
hegemonía; la Alianza para el Progreso; los innumerables esfuerzos,
logrados o no, de afianzar los asimétricos ejes asociativos
económico-comerciales y financieros con el subcontinente (Tratados de
Reciprocidad, el NAFTA, los Tratados de Libre Comercio (TLC), el ALCA,
etc.), así como las permanentes cumbres de la OEA y de las Américas. Tal
conglomerado de políticas sirven para ilustrar esa política de larga
mira, que no obvia el escenario inmediato, que coadyuvan a solidificar
el dominio imperial de los EE.UU. al sur del Rió Bravo.
Sin
olvidar tampoco, los múltiples informes sobre América Latina y el Caribe
elaborados por instituciones y comisiones designadas, los denominados
tanques de pensamientos o Thins Tanks, que asesoran y confeccionan las
doctrinas que después se implementan con algunas modificaciones o
completamente en la realidad, según las coyunturas. Todo un dossier
inagotable de políticas injerencistas, como aquellas elaboradas en los
documentos programáticos Santa Fe I y II (1980 y 1988), que mantienen
plena vigencia en cuanto a propósitos a lograr.
Si no fuera aun
suficiente ese rosario de prácticas, abiertas o más sutiles, de la
estrategia geopolítica estadounidense pudieran mencionarse, entre otros,
los planes militares de intromisión e intervención -la reactivación de
la IV Flota sería un buen ejemplo-; la expansión y consolidación de la
macabra “política de seguridad nacional” que abarcó, y continua
siéndolo, los golpes de estado, el manejo de los gobiernos a través de
las cañoneras, la diplomacia del dólar -la eterna política de la
zanahoria y el garrote- hasta la implantación de incontables bases
militares, algunas bajo el manto de instalaciones civiles, pero muy
operativas ante cualquier circunstancia; las plataformas terrestres,
aéreas y marítimas para “enfrentar” el narcotráfico, el movimiento
ilegal de personas y combatir la “criminalidad” y el “terrorismo”; la
penetración de agencias encubiertas de espionaje, como la propia CIA,
los Cuerpos de Paz, la Agencia para el Desarrollo (NED), la agencia
antidrogas (DEA), la aberrada y vieja USIA, ahora con nueva
denominación, y las más actuales y eficaces Organizaciones No
Gubernamentales (ONGs) bajo su égida hegemónica, las que despliegan
numerosas actividades especiales y operativos de subversión contra los
procesos democráticos y progresistas. Nada más habría que preguntarles a
los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa, para conocer y comprender
el accionar malintencionado de tales ONGs dentro de algunos movimientos
sociales.
Continuemos. O la reciente base militar concedida por
el gobierno chileno a EE.UU, las otras abiertas en Costa Rica, Panamá y
Colombia (sin olvidarnos del Plan Mérida-Colombia y las controvertidas
siete sedes ofrecidas por el exmandatario colombiano Álvaro Uribe, a las
cuales el actual presidente Juan Manuel Santos a dado “marcha atrás”,
según sus declaraciones oficiales), las cuales complementan esa
presencia castrense inmediata. Aunque realmente, las grandes unidades
intervencionistas estadounidenses, como las 82 y 101 divisiones, no
necesitan de una especial basificación para su despliegue rápido y
efectivo.
A esta lista, que posee subalternidades imposibles de
contabilizar, se integra el enorme dominio y hegemonía de los medios
masivos de comunicación, los mass media o mediáticos, hoy
transnacionalizados y convertidos en un primer poder, cuyas casas
matrices radican fundamentalmente en los EE.UU. y también en Europa, así
como las novedosas guerras culturales, informático-comunicacionales y
cibernéticas contemporáneas (la posibilidad de una agresión militar con
drones, o de otra índole, ante una amenaza o ataque cibernético a los
EE.UU. ya fue declarado por el presidente Obama), que abarcan el
imaginario posible, todo aquello que pueda convertirse en mercancía, en
un mecanismo de control de la mente de las personas, al que no escapa la
propaganda subliminal, negra, gris y del más plural mosaico de técnicas
“inteligentes” o “blandas” que constituyen un esfuerzo permanente de
individualizar egoístamente -excusando la redundancia- al hombre
latinoamericano a través de ese eurocentrismo norteamericanizador
colonial del poder y el saber, de fortificar el mercado y la
privatización salvajes, vendiéndolas como panaceas para todos los males
subyacentes en las sociedades ya consumistas de la región, bajo el
engañoso “gran sueño americano”.
III
La activación ipso facto de tales planes agresivos es una realidad que no podemos ignorar.
¿Hay que esperar que el gobierno de los EE.UU. nos envíe a sus marines, invada e intervenga para estar alertas y tomar medidas?
¿Es
necesario escuchar palabras, casi siempre hipócritas y cínicas, para
descuidar nuestra soberanía e independencia nacionales?
¿No
conocemos que las últimas guerras de los EE.UU. no han sido declaradas y
que buscan su legitimación en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas luego de su iniciación?
¿No es capaz ese imperialismo
rapaz y sus aliados de montar una campaña de propaganda eficaz, en pocas
horas y días, en los mediáticos transnacionalizados en contra de una
nación, una región y una localidad, “en cualquier oscuro rincón del
mundo”, para infundir temores, zozobras y demonizar a la futura víctima?
Una
vez, en un artículo también digital, advertía este autor sobre la
necesidad de activar el “sospechómetro” revolucionario y popular en
máxima alerta, porque sería tristemente recordado el que fuéramos
agredidos militarmente por confiar en que el gobierno de los Estados
Unidos no ha hablado públicamente de que América Latina y el Caribe se
encuentra en sus radares militares y políticos de los cuales, repetimos,
nunca saldremos del punto rojo de su colimador.
Todos los
procesos revolucionarios deben saber defenderse de los enemigos y
adversarios, internos y externos, siendo esa una máxima que siempre será
la mejor manera de demostrar la autenticidad de una revolución, ya sea
encaminada por reformas o por vías más radicales.
La óptima
forma de evitar la guerra es preparándose conscientemente para ella
desde los tiempos de paz, esa paz tan relativa en el mundo de hoy
inmerso en polifacéticos conflictos y tensiones, con un sistema de
dominación capitalista-imperialista que no cesa en su carrera
armamentística con el fin consabido de reconfigurar su geopolítica
agresiva en los nuevos tiempos que se viven.
Negar la experiencia
histórica sería entregar las banderas y las conquistas con una ceguera
política demasiado costosa para los pueblos de Nuestra América.
La Habana, 16 de febrero de 2013.
*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, CITMA. Cuba
Imagen agregada RCBáez
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