Acabo de leer las Reflexiones del compañero Fidel titulada Espero no tener que avergonzarme (
www.cubasocialista.cu, 29/2/08), las que me motivaron a reiterar en estas líneas razones que explican mi absoluto y resuelto acompañamiento a su vida y obra.
Ante todo deseo recordar que cuando Fidel decidió no aspirar ni aceptar el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe, fue consecuente con su discurso del 6 de marzo de 2003 ante la Asamblea Nacional del Poder Popular en el que él había prometido estar en tales responsabilidades “mientras tenga conciencia de que pueda ser útil y si antes no lo decide la propia naturaleza, ni un minuto menos, ni un segundo más”, acotando inmediatamente: “Ahora comprendo que mi destino no era venir al mundo para descansar al final de la vida”. Por cierto, Wilkie Delgado Correa en su trabajo Una decisión consecuente (www.juventudrebelde.cu, 24/2/08), trae a colación cómo el Máximo Líder de la Revolución Cubana, en entrevista concedida al académico Jeffrey Elliot y al congresista Mervin Dymally, ambos norteamericanos, efectuada los días 27, 28 y 29 de marzo de 1985, de manera natural manejó el asunto. Entonces, estamos frente a la evidencia de una invariable posición de principio.
En este momento evito repetir lo que escribí en Gracias, infinitas Gracias por ser Fidel (www.adelante.cu, 19/2/08). Pero sí quiero hacerme eco de lo publicado en Nuestra decisión (www.juventudrebelde.cu, 24/2/08), donde aparecen respuestas a la interrogante “¿Qué lecturas, más allá de las pasiones sentimentales, le dan los jóvenes al valiente mensaje de Fidel?”. Aquí va apenas una muestra sobre qué piensan jóvenes cubanos acerca del Comandante en Jefe en la actual coyuntura histórica:
“Con él no se puede andar con tapujos, critica con fuerza, de frente, pero siempre ha sido el primero en criticarse. Así pasó en la zafra de los diez millones. Fue él justamente quien impulsó el proceso de rectificación de errores. Eso todavía necesitamos aprenderlo muchos”.
“Él mismo pudo haberse dedicado a ser escritor, por su excelente prosa; o a la abogacía que fue lo que estudió; o a administrar los bienes de su familia. Sin embargo, analizó que tenía primero deberes morales y patrióticos que cumplir”.
“Si lo seguimos, si le somos fieles, la Revolución, sin duda, continuará. No obstante, sería insensato perder de vista ciertas realidades. La generación más nueva no piensa como la de hace 50 años, tampoco vivió las privaciones de nuestros padres y abuelos. Ellos han sido testigos del período especial y de cómo las carencias económicas han limitado los espacios espirituales de ellos mismos y de sus familiares; por eso creo que hay que abrir espacios de participación a la juventud. No se puede convencer solo a base de ejemplos históricos y más cuando tienen una realidad tan difícil delante. Hay que lograr que emitan sus criterios, que sean más protagonistas”.
“Cuando lo de Elián yo me decía ‘Bueno, ¿y por qué no tomamos al niño y ya, a la fuerza?’. Y Fidel nos enseñó que las cosas no se pueden lograr con la violencia, que las convicciones y las ideas, si se saben utilizar, pueden ser armas tremendas. En esencia, yo creo que Fidel es un gran maestro. El hombre que le ha dado continuidad al legado de Martí”.
He aquí elementos que confirman cómo el grueso de la juventud cubana reconoce que Fidel Alejandro Castro Ruz es la concreción de la utilidad de la virtud. Tal percepción es la misma de la inmensa mayoría de quienes vivimos y guapeamos en Cuba. Poco, muy poco importa que viejos y nuevos mercenarios se sumen al concierto de la terrorista mafia gusano-yanqui de la Florida y su amo del “Norte revuelto y brutal”.
Lejos, muy lejos está la posibilidad de que el compañero Fidel se tenga que avergonzar. No puede ser de otro modo, si en rigor él ha sido –por lo menos- esclavo de su pueblo. Sus Reflexiones por siempre constituirán un arma más del arsenal con la cual se cuente, sabia nutriente de nuestra Patria revolucionaria y socialista. Su combate a tono con el apotegma martiano según el cual “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras” es un Sol moral.
Su ser deviene compañía de todas las generaciones de sus compatriotas: de la que con él nos condujo a la clarinada del Primero de Enero; de la generación intermedia que aprendió con él los elementos del complejo y casi inaccesible arte de organizar y dirigir una Revolución; de la generación de jóvenes cuyo paradigma de defensa-enriquecimiento-superación constante es su ejemplo; de la generación de infantes, adolescentes y hasta de la que está aún por nacer, por el compromiso guevariano que él hizo suyo: ¡Hasta la victoria siempre! Es nuestro imperecedero Comandante en Jefe.
Sencillamente, es él síntesis de la vergüenza por excelencia.
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