Buscando en la red los datos biográficos de nuestro colaborador Enrique Ubieta, encontramos esta reseña, que a pesar de los años transcurridos, mantiene total vigencia… Preguntémonos ¿cuánto hemos hecho, cuánto estamos haciendo, para que, realmente, los niños no solamente continúen siendo “la esperanza del mundo”, si no dueños de su niñez y su futuro:
La mirada de los compiladores es antropológica, no política. Se constatan realidades, no se explican. Por ejemplo, el boliviano Óscar, de nueve años de edad, es retratado en el surco con el pico en las manos. El pie de foto dice: “En esta fotografía Óscar está preparando la tierra para sembrar papas. Las papas son la cosecha más importante en el Altiplano. Crecen de manera silvestre en Bolivia mucho antes de que los conquistadores las llevaran al resto del mundo”. ¿Por qué Óscar trabaja en el campo, en lugar de dedicar su tiempo al estudio y al juego? Curiosa tradición. Las fotos de los niños muestran su vestimenta típica. Se señala y comenta cada prenda.
Celina vive en la selva amazónica de Brasil. Tiene nueve años como Óscar. Una flecha señala sus pies descalzos: “Siempre ando descalza –nunca he tenido zapatos. No obstante, casi nunca me he lastimado los pies”. Aseye, de Ghana o Meena, de
También son diferentes las viviendas. Hay casas de adobe, de madera, casas de mampostería, de una sola habitación, o de dos pisos, casas precarias y apartamentos modernos. Así son, según muestra el libro, las respectivas tradiciones. Los niños, sin embargo, parecen felices. Tan felices como pueden serlo el negro neoyorkino Taylor (6 años), de padre abogado y madre modista, que vive en un edificio del centro de la ciudad, el finlandés Ari (11 años), que habita en un pueblo ganadero al norte de su país o la francesa Rachel (9 años), que vive en un antiguo y lujoso castillo de 16 habitaciones, perteneciente, desde
Todos los niños del libro son iguales de derecho. Pero no de hecho. El libro muestra las diferencias que nos caracterizan, las justas y las injustas, las naturales y las artificiales, como si todas formaran parte de las tradiciones nacionales o étnicas. Calla otras. Nos insta a respetarlas. Es decir, a dejar las cosas como están. A veces, cuando alguien recomienda no decir de forma clara la verdad, o que se enmascare de manera tal que nadie sienta que sus intereses peligran, nos aconsejan: utiliza el lenguaje de Naciones Unidas. Se supone que es un lenguaje neutro. Pero ya sabemos que nada es neutro en este mundo. Los antepasados del boliviano Óscar y los de la francesa Rachel viven uno en su choza de adobe y otra en su palacio desde 1715, probablemente desde antes. ¿Debemos respetar esa tradición?
Quizás, el mérito mayor del libro está en hacernos ver que todos son niños y como tales teóricamente iguales. Es una propuesta de reflexión tímida. Ponderada. “Es que unos son ricos y otros son pobres”, intenta explicarse Víctor, mi hijo de ocho años, y es como si dijera: algunos son más desiguales que otros, ni siquiera tienen derecho a la niñez. Mi pequeño hijo intuye que el libro evade la pregunta más importante: ¿por qué?
http://www.lajiribilla.cu/2003/n095_03/laopinion1.html
“Ensayista e investigador (
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