La última etapa del proceso revolucionario cubano que comenzó un 26 de julio de 1953, con el asalto al Cuartel Moncada y el Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente, que continuó con la prisión fecunda, el exilio preparatorio, el desembarco del yate Granma, con 82 expedicionarios, y el inicio de la lucha guerrillera en las montañas y la insurrección en el llano, desde el 2 de diciembre de 1956, tuvo siempre al frente de los aguerridos combatientes al compañero Fidel Castro. La Revolución Cubana luego de múltiples vicisitudes, reveses temporales y de una ofensiva final indetenible demostró fehacientemente la viabilidad real del proyecto histórico concebido y llevado a la práctica por el Comandante en Jefe. La estrategia y táctica, los métodos de lucha y el programa enarbolado en “La Historia Me Absolverá”, en el juicio efectuado el 16 de octubre del propio año 1953, en el cual Fidel se defendió a sí mismo y a sus compañeros ante el régimen de facto y donde expuso el Programa del Moncada, fueron coronados por el éxito. La capacidad de la dirección político-militar de la insurrección popular y cívica de unir a todas las fuerzas posibles en el enfrentamiento contra la dictadura batistiana y de conducir con acierto al Ejército Rebelde y el pueblo en las complejidades del combate demostró la factibilidad del proceso revolucionario. La realidad que representó el Primero de Enero de 1959 rompió todo un esquema teórico anterior en el panorama económico y político cubano y latinoamericano. No fue una quimera llevar adelante una lucha armada, política y popular victoriosa en contra de la oligarquía gobernante y su ejército profesional apoyado por un vecino tan poderoso como los Estados Unidos de América, a solo 90 millas de sus costas. Cuba fue un ejemplo vital de su factibilidad y de la destrucción del mito del fatalismo geográfico.
Heredera de las mejores tradiciones históricas de la nación cubana y, en especial, del pensamiento martiano como síntesis suprema de las ideas libertarias y de justicia social del siglo decimonónico, así como de las luchas de liberación nacional y social propias, pero teniendo presente la experiencia teórico-práctica atesorada por el movimiento revolucionario mundial y, en particular el latinoamericano, la Revolución Cubana emergió triunfante sin derivarse de una confrontación militar de carácter internacional y no contó con el apoyo material de fuerzas externas, y aunque recibió en el fragor de la batalla guerrillera y clandestina, las simpatías y solidaridad de gran parte del mundo, la victoria fue consecuencia de una guerra llevada a cabo en su territorio donde la derrota armada y política, moral también, del aparato represivo de dominación fue el factor determinante. La victoria revolucionaria cubana demostró que sin lo nacional específico ninguna Revolución puede ser creación heroica y que ninguna Revolución auténtica puede separarse de la mejor historia de su pueblo sin peligro de frustración.
Sin embargo, Cuba no estaba aislada y alejada de los acontecimientos y procesos históricos del resto del planeta. El triunfo de enero de 1959 surgió en un complicado, dinámico y contradictorio contexto político internacional. Dicha situación distaba mucho de ser univalente. Los cambios operados en las distintas regiones del planeta - el surgimiento del campo socialista luego de la Segunda Guerra Mundial - señalaron que la balanza podía inclinarse a favor del combate de los pueblos sólo, si eran capaces, de fortalecer su voluntad y decisión de lucha y se consolidaba la capacidad de sus direcciones revolucionarias para organizar, convocar, movilizar y unir a las amplias mayorías de la población. Y estas premisas subjetivas continuaron siendo los factores determinantes en la victoria.
La trascendencia de la Revolución Cubana fue y sigue siendo un hecho indiscutible. Ella signó, con inusitada nueva fuerza, el curso de la historia del movimiento revolucionario mundial - algunos autores han expresado que la victoria de Cuba fue una herejía teórica y práctica para el movimiento comunista -, del hemisferio occidental y, en especial, de la historia latinoamericana y caribeña, imprimiéndole a partir de entonces un sello particular a más de uno de los complejos acontecimientos regionales e internacionales.
Por otra parte, el triunfo, consecuencia de una lucha armada-política y popular contra una dictadura sangrienta, tuvo una profundización ininterrumpida hasta transformarse en una genuina revolución social de carácter socialista y liberación nacional-antiimperialista, sumamente radical, que destruyó el aparato estatal represivo del régimen y liquidó el sistema y orden capitalista vigente rompiendo, además, los lazos neocoloniales que ataban a Cuba con los Estados Unidos de América. Y todo ello implicó, paralelamente, la construcción de un nuevo sistema político a lo interno, muchas veces muy original, y el ordenamiento socialista de su sociedad tanto en el plano de la vida material como en la espiritual. No se trató de alcanzar la liberación nacional para luego abrir paso al socialismo, sino de abrir paso a éste para, consecuentemente, alcanzar la liberación nacional. Toda una conmoción, en un sentido u otro, en la conciencia política de la totalidad de la población de la Mayor de las Antillas y más allá de sus fronteras.
En 1959, Cuba logró como nación, por primera vez en su historia, una voz propia en el concierto de países de la comunidad mundial y regional. Y esa proyección independiente y soberana, libre de ataduras extrañas, tuvo un eco extraordinario en Nuestra América, el subcontinente al que pertenece geográficamente, con quien comparte una comunidad étnica, histórica, lingüística y cultural, con la que identifica sus intereses estratégicos a corto, mediano y largo plazo y que es el espacio natural de su inserción, convivencia e integración económica y política.
La implantación del poder y la política revolucionaria sobre toda la sociedad y en la economía - liquidación de la gran y mediana propiedad privada capitalista extranjera y nacional - y el servicio de esta última dirigida a satisfacer equitativamente las necesidades de la mayoría de la población, la proyección constante de nuevos planes socioeconómicos y políticos radicales por parte de la Revolución, en constante movimiento crítico-rectificador, y la participación popular directa, masiva y organizada demostró que el socialismo no era un otorgamiento brindado desde el poder sino un derecho creado por el poder de todo el pueblo.
La victoria no fue alcanzada bajo la vanguardia política del partido comunista existente, denominado Partido Socialista Popular desde 1944, sino por un movimiento sociopolítico amplio, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (fundado el 12 de julio de 1955), en compañía de ese partido marxista y del Directorio Revolucionario 13 de Marzo (creado el 24 de febrero de 1956 como DR, y rebautizado luego del asalto al Palacio presidencial, el 13 de marzo de 1957), fuerzas políticas y sociales unidas en un proceso posterior al éxito, que no transcurrió por un paseo de Rivera, porque hubo luchas internas contra el sectarismo (1962), las tendencias pequeño-burguesas y anticomunistas y, porque también sufrió, en 1968, de una microfracción promovida por ambiciones personales de algunos líderes de segundo orden. Contra tales errores estratégicos, actuó como dirigente y catalizador de la unidad imprescindible y necesaria, el compañero Fidel. Estas fuerzas constituyeron el embrión fundamental del nuevo Partido Comunista de Cuba, creado el 3 de octubre de 1965, al cual se han ido sumando los cubanos más ejemplares de las diferentes generaciones hasta la actualidad. La Revolución dio vida al partido político de vanguardia para la construcción socialista, lo cual constituyó otra singularidad del proceso revolucionario cubano.
El evento político antillano reafirmó paulatinamente el síndrome de Espartaco: el derecho a la rebelión contra la explotación y la opresión interna y externa de muchas naciones y pueblos. A partir de la Revolución Cubana el epicentro de la lucha revolucionaria se trasladó al escenario del Sur periférico y subdesarrollado - también la guerra de liberación nacional en Argelia, contra Francia, y la lucha del pueblo vietnamita, contra el invasor francés y después contra el yanqui, marcaron hitos históricos en esa nueva época - demostrando, además, el inicio de una ola de auge del movimiento antisistémico capitalista en el orbe que incluyó a los propios países industrializados.
Antes de 1959, el subcontinente no era capaz de concitar la máxima atención de los especialistas - politólogos y académicos - y, muchos menos, de convertirse en uno de los puntos nodales de las relaciones internacionales. De un área de pocos conflictos esenciales en el mapa mundial, a partir del triunfo de la Cuba revolucionaria, esta región pasó a ser un elemento de especial interés, análisis e implementación de nuevas estrategias por parte del imperialismo norteamericano y se transformó en un nuevo foco de controversias, antagónicas en la mayoría de los casos, entre el Este y el Oeste (el socialismo contra el capitalismo) y el Norte industrial vs. el Sur subdesarrollado, entre los explotados y los explotadores, en fin, la confrontación de los oprimidos contra los opresores. Fue también el momento y espacio geopolítico en que los EE.UU. pusieron a prueba sus nuevas doctrinas de política exterior - Vietnam fue el otro gran laboratorio de las estrategias y tácticas de la contrainsurgencia -, en el marco referencial obligatorio de la archiconocida Guerra Fría que, en instantes, pareció trasladarse desde el Berlín Europeo a La Habana Latinoamericana.
Tal repercusión inmediata abarcó no solo a los sectores populares y revolucionarios, sino que desde sus inicios, su experiencia guerrillera para lograr el derrocamiento de un dictador, así como sus éxitos en el terreno socioeconómico y político le ganaron también la admiración de algunos grupos de la burguesía nacional latinoamericana y caribeña, y de otras latitudes, que percibieron este instante como el ideal para relanzar sus programas nacional-reformistas, antidictatoriales y antioligárquicos, con el fin de lograr el sueño de un crecimiento y, de ser posible, el desarrollo de sus países, para limitar, si ello era dable, la dominación de las oligarquías propias y la sempiterna dependencia con los EE.UU. y otras ex-metrópolis, para ocupar espacios políticos importantes en los círculos de poder de sus respectivos Estados-naciones. Pero tal impacto positivo fue solo un espejismo inicial de los grupos y sectores burgueses que desapareció con la comprensión posterior del carácter de la Revolución y su profundización.
No obstante, la resistencia y el desarrollo de la Revolución Cubana, así como su reto permanente a los EE.UU., despertaron muchas simpatías y hasta la consideración de que la Isla era una especie de trinchera de contención, nacional y regional, un muro indestructible ante las amenazas de dominio y agresión imperiales. Sin querer muchas veces al socialismo cubano, paradójicamente, sí desearon a una Cuba independiente, fuerte y rebelde.
Por otra parte, el hecho de que la Revolución Cubana representó un desafío victorioso ante el poderío norteño y una negación de toda su geopolítica hemisférica durante casi un siglo de existencia, demostró con certeza ante los ojos de los revolucionarios latinoamericanos, que se podía realizar una revolución nacional-liberadora y socialista, con fuertes vínculos con la Unión Soviética, el movimiento comunista internacional y las fuerzas revolucionarias tercermundistas. La perduración en el tiempo del proceso revolucionario cubano logró que los marxistas y los radicales de izquierda lucharan con una moral muy alta, justificando la impaciencia revolucionaria de esas organizaciones, agrupaciones políticas y las potencialidades subversivas de los pobres y oprimidos del subcontinente. Y a esas iniciales batallas brindó todo el apoyo moral posible.
*Dr. En Ciencias Históricas, Instituto de Filosofía, Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba
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