La proyección internacional de la Revolución Cubana se convirtió, desde los inicios de su victoria, en un potente agente dinámico y original que reprodujo constantemente su proceso revolucionario interno y el espacio autónomo de Cuba en la palestra mundial, en especial, en Latinoamérica y el Caribe con el fin de lograr la supervivencia del país, consolidar las conquistas revolucionarias y socialistas, salvaguardar la independencia, la soberanía y preservar su seguridad nacional. Esa política exterior con una visión y convicción nacionalista-patriótica, latinoamericanista, antiimperialista, tercermundista (no alineada) y socialista, que salvó el escollo de ser excluyente y discriminatoria, porque fue además anticolonialista, antineocolonialista, antirracista, antixenofóbica y, más que todo, humanista universalista, también se ganó el odio inmediato de los círculos más reaccionarios del panorama político capitalista norteamericano, latinoamericano-caribeño y mundial. Los gobernantes del Potomac y las oligarquías clientelistas-entreguistas de la región, prisioneros de los dogmas de la Guerra Fría y de una mentalidad reaccionaria con respecto a los movimientos de liberación nacional y social radicales (de raigales, de raíces) no pudieron convivir, menos aceptar, en este corto pero intenso período histórico - ni de facto ni de jure -, un proceso revolucionario autónomo por lo que, tempranamente, acusaron al “régimen” de la Isla de formar parte de un “complot comunista”, de convertirse en un “satélite” incondicional de ese bloque/sistema y de colaborar en la “desestabilización” del continente bajo la égida sino-soviética.
Ese internacionalismo latinoamericanista y tercermundista fue una realidad. Y no fue solamente, una simple respuesta de Cuba ante su expulsión de la Organización de Estados Americanos (OEA-1948), en 1962, y el hecho de que se le impusiera sanciones políticas, económicas, comerciales, militares y jurídicas en ese ministerio de colonias yanqui, en 1964. Ello formó parte ineludible de la armonía coherente de su discurso político solidario con la realidad de un proceso revolucionario, que tiene como principios angulares de su proyección externa, el internacionalismo proletario y socialista. La participación en la expedición armada cubano-dominicana en 1959 para derrocar al dictador Rafael Leónidas Trujillo; la ayuda prestada a las primeras células organizativas del posterior Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua, bajo la dirección de Carlos Fonseca Amador; la entrega de ayuda militar al movimiento de liberación nacional de Argelia en 1960, así como posterior a su triunfo contra las intenciones invasionistas de Marruecos; la colaboración con los revolucionarios argentinos, en especial, los esfuerzos del dirigente Jorge Ricardo Masetti para abrir un frente guerrillero en su país; los primeros contactos y la asistencia militar a varios movimientos guerrilleros africanos en la década del 60 y el 70; la guerrilla internacionalista de Ernesto Che Guevara en el Congo y Bolivia entre 1965-1967; la presencia de la Mayor de las Antillas en la guerrilla venezolana entre 1967-1968; la presencia de unidades de combate cubanas en Siria para defender a esta nación de la agresión sionista; las misiones militares internacionalistas en Angola y Etiopía desde mediados de la década del 70 hasta finales de los años 80 de la pasada centuria; la colaboración cubana en la construcción del Camino de la Victoria en la última etapa de la guerra de Vietnam contra el invasor norteamericano; la ayuda logística y en hombres para apoyar el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua en 1979; la asistencia en armas y otros recursos urgentes para la guerrilla centroamericana, especialmente la salvadoreña en los años 80, son solo algunos ejemplos de esa convicción revolucionaria cubana de apoyar con todos los medios posibles a los pueblos que iniciaban su lucha por la definitiva independencia y la justicia social, sin la consulta y, mucho menos, con la utorización del entonces campo socialista, de la China Popular y la Unión Soviética.
Esa política exterior fue muy activista y osada, dispuesta siempre a enfrentar numerosos riesgos internacionales e intereses nacionales concretos en sus relaciones con los EE.UU. y sus aliados en el orbe. Si la proyección internacional cubana se hubiera basado solo en la real-politik, como afirman algunos académicos y políticos, entonces no pudiéramos aseverar, definitivamente, que su asistencia solidaria a otros países y fuerzas de izquierda reflejó un grado elevado de conciencia política, principios e ideales, signo de un desprendimiento ético y militante, poco usual en los asuntos exteriores de una nación pequeña, incluso de países grandes y medianos, pero éste a solo 90 millas de la potencia imperialista más fuerte de la historia. Por eso, no estaba tan errado, aunque acaso en algo pudo exagerar, el premio Nóbel de Literatura, el colombiano Gabriel García Márquez cuando expresó que Fidel "(…) ha creado una política exterior de potencia mundial en una Isla sin agua dulce, 84 veces más pequeña que su enemigo principal.”Paralelamente, en todos estos años la Cuba Socialista ha sido muy agredida por las diez administraciones de los Estados Unidos de América, que cobijaron en su territorio de Miami, Florida, a los asesinos, torturadores y ladrones del anterior régimen, así como a todos los contrarrevolucionarios cubanos. El bombardeo de sus ciudades y campos, el boicot petrolero, los atentados dinamiteros y sabotajes de todo tipo contra la economía nacional y la población civil, la invasión mercenaria por Playa Girón (organizada y sufragada por los EE.UU., y derrotada en menos de 72 horas por el pueblo uniformado, del 17 al 19 de abril de 1961); el despliegue total del bloqueo económico, comercial, financiero, diplomático y político, verdadero genocidio que pretende matar al pueblo cubano de hambre y enfermedades, y aprobada por J. F. Kennedy, el 4 de febrero de 1962; el desarrollo de una verdadera guerra civil gracias al apoyo logístico, el financiamiento y el armamento entregado a las bandas contrarrevolucionarias (1960-1966); la Crisis de Octubre (1962); la guerra psicológica; la aprobación de la Ley de Ajuste Cubano (1966) que ha propiciado un tráfico ilegal de personas hacia Estados Unidos porque allí reciben la oportunidad única de ser aceptados como inmigrantes políticos; la guerra radial y televisiva - 22 trasmisores de radiodifusión de diferentes servicios sonoros y de televisión transmiten más de dos mil horas semanales hacia la Isla -; el diversionismo ideológico propagado constantemente; las agresiones biológicas contra los seres humanos, la agricultura y el sector pecuario; los atentados contra sus principales dirigentes, más de 600 atentados contra la figura máxima de la Revolución, el Comandante en Jefe; la organización y financiamiento de organizaciones contrarrevolucionarias en los EE.UU., Europa, América Latina y en la propia Cuba con el fin de desestabilizar a la Revolución, llamando constantemente a la desobediencia y a la insurrección; el terrorismo de Estado ejercido contra Cuba - infiltraciones de agentes que pusieron bombas en lugares económicos, centros turísticos y de recreación públicos -; las incitaciones para que se produzca un éxodo masivo de inmigrantes hacia el gigante norteño con el fin predeterminado de provocar un conflicto entre las dos naciones; las presiones y chantajes contra otros Estados-naciones para que apoyaran las acusaciones contra Cuba en varios escenarios internacionales como la OEA, las Naciones Unidas, la Comisión de Derechos Humanos, etc.; las imputaciones de que Cuba producía armas biológicas o que preparaba interrupciones electrónicas a las comunicaciones estadounidenses, entre otras calumnias y mentiras, fueron parte del arsenal de agresiones utilizados contra la Mayor de las Antillas.
Casi 48 años después de estas embestidas constantes, la Revolución Cubana sobrevivió, no sin dificultades, al derrumbe del socialismo de Europa Oriental y la desintegración de la Unión Soviética, entre 1989 y 1991, respectivamente. Fueron los tiempos aciagos del desencanto y la desesperanza de muchas fuerzas de izquierda y progresistas que se dividieron y desintegraron, disipándose sus programas principistas ante el auge del Sistema de Dominación Múltiple del Capital, ahora neoliberal, y bajo la hegemonía unilateral, económica y militar de los EE.UU., además, de la proliferación de las modas postmodernistas, del pensamiento único y de las múltiples seudo-teorías del fin de la historia, las ideologías y las utopías, del choque de civilizaciones y de aquella famosa frase de la ex-primera ministra del Reino Unido de “Not are alternative”. Según la predicción futurista y apocalíptica de los politólogos y los intelectuales al servicio del imperio, la ficha cubana, según la “teoría del efecto dominó”, debía caer ante el influjo de los cambios mundiales, y también fue anunciada la “Hora final de Castro”. Pero ambas profecías jamás llegaron a convertirse en realidad. La desilusión de los que soñaron con una Cuba derrotada, más que todo, arrodillada y humillada fue enorme, a pesar de que continuaron con sus planes desestabilizadores en todas las esferas de la vida social y cultural. El oportunismo de los gobernantes norteamericanos, ahora con el reforzamiento de los Neocom en el poder de esa nación, se acrecentó con nuevas leyes y medidas de bloqueo de carácter extraterritorial, todas ellas concebidas para doblegar y producir el roll back de Cuba hacia el capitalismo. La Ley Torricelli y la Ley Helms Burton de 1992 y 1996, respectivamente, así como el “Plan de Transición Democrática para Cuba” (Plan Bush para Cuba), son ejemplos fehacientes de ese recrudecimiento genocida contra el pueblo cubano y su gobierno legítimo.Sin embargo, contra la lógica imperial y la de sus testaferros a sueldo, esos procedimientos han sido desbaratados por la dirección de la vanguardia política, sus organizaciones de masas y sociales y por la inmensa mayoría del pueblo cubano. Las fortalezas de la Revolución fueron subestimadas y hasta obviadas por los que pretendieron derrocarla y, por otros que no supieron analizar las profundas causas de ese comportamiento unido, valiente y decidido, no obstante, las insuficiencias, las deficiencias y los errores propios. En la balanza de los éxitos y los fracasos, subestimaron las raíces fundacionales del proceso revolucionario, los logros y las conquistas materiales y espirituales que la joven Revolución o el propio pueblo como protagonista principal había proporcionado a los sectores más pobres y marginados, así como minimizaron la importancia de los procesos rectificadores permanentes que tensionan la dinámica social hacia un mayor socialismo, perfeccionable y perfeccionador. El alcance de la dignidad plena del hombre, como ciudadano y pueblo, es el mayor logro ético y político que los cubanos estiman como su tesoro superior tras la victoria de enero de 1959.
*Dr. En Ciencias Históricas, Instituto de Filosofía, Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba
No hay comentarios:
Publicar un comentario