jueves, 15 de mayo de 2008

La impronta del Comandante en Jefe Fidel Castro (III), Por Orlando Cruz Capote*

Hace algún tiempo, quizás años, deseaba escribir sobre la personalidad del líder indiscutible de la Revolución Cubana, pensamiento que me era recurrente porque, a pesar de que en Cuba no hemos escrito mucho - casi nada públicamente - sobre nuestro proceso revolucionario, siempre he considerado una obligación, desde el ángulo académico, reflexionar sobre el rol de las personalidades en la historia, tantas veces debatido y, en muchas ocasiones, hasta denigrado y vilipendiado.

Tenía en la mente, desde entonces, un ensayo publicado muy tempranamente por Ernesto Che Guevara, “Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista?”, un artículo de Gabriel García Márquez, “Fidel: el oficio de la palabra”, escrito en 1988, y “Una Biografía Crítica” del profesor norteamericano Tad Szulc - que pude leer posterior a 1987 -, entre otros ensayos y libros consultados. Otros trabajos científicos y publicísticos que intentan abordar, con mayor o menor objetividad, la estatura histórica del líder de la Revolución Cubana, así como del mismo proceso revolucionario, me hacían recordar, constantemente, la frase del escritor brasileño Jorge Amado de que, nadie logró permanecer indiferente a la Revolución de los barbudos. O se estaba a favor o se estaba en contra y siempre ferozmente. Era imposible la neutralidad, la imparcialidad, los términos medios.

Pero esa pretensión personal no fue posible hacerla pública desde nuestra propia Patria. Siempre hemos sido renuentes al endiosamiento de una figura que en la vida trascendental y cotidiana, continuaba realizando su labor revolucionaria y comunista, en silencio y en público, sin desear él mismo, desde el propio año del triunfo (1959), que se le rindiera ningún tipo de culto. Cuando se le celebró su 80 cumpleaños, los cubanos cedimos la palabra, prioritariamente, a los amigos y simpatizantes del mundo, idea que de seguro aprobó con agradecimiento. Ahora, parece llegado el momento, de expresar algunos criterios sobre su personalidad y su impronta en el proceso revolucionario.

El carisma del líder de la Revolución Cubana fue, es y será resaltado por muchos estudiosos del proceso revolucionario como decisivo para la imagen e irradiación del ejemplo cubano. Ello es cierto si se parte de que él es una de las singularidades de la misma. El carácter honesto, ético y valiente del compañero Fidel es un tema a considerar al examinar la influencia colosal, en tiempo y espacio, del papel de la personalidad en la historia y de la repercusión que tuvo en el triunfo revolucionario y en su posterior transcurrir histórico. Dotado de un atractivo nato - imán personal dirían algunos -, de una oratoria vibrante y pedagógica, capaz de llegar a los más variados niveles de educación y cultura de la población cubana y del mundo, Fidel es el exponente más claro y profundo de la obra de la Revolución Cubana. Su genialidad política, su visión estratégica y su método lógico, razonable y, por sobre todo, dialéctico e historicista, capaz de comprender la realidad nacional, regional e internacional en sus diversos giros y cambios, coyunturas y disyuntivas, lo convirtieron en el líder revolucionario popular más genuino de la contemporaneidad. Otros rasgos de su personalidad, como la de concebir toda idea justa, por pequeña que sea, como un proyecto gigantesco; de creer en las virtudes humanas por encima de todas las miserias y mediocridades, (García Márquez afirmó que esa es su mayor falta o defecto); de ser tenaz y audaz en la lucha contra lo imposible, para alcanzar lo máximo posible, lo convierten en un soñador o un utopista irremediable, virtudes de un comunista con razón y sentimientos.

Hombre de una voluntad de acero, probada en las más disímiles coyunturas, lo muestran en una faceta humana de querer ganar siempre a toda costa y en cualquier terreno, demostrando una fuerza energética inquebrantable para convertir los reveses en victorias, y de no rendirse ante las adversidades. La anécdota de que en el reencuentro con el actual Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, el General de Ejército Raúl Castro - su hermano menor y su más fiel continuador en las ideas y en la acción revolucionaria - en Cinco Palmas, pocos días después del naufragio del desembarco del Granma, donde exclamó optimistamente que con 7 hombres y cinco fusiles podía ganar la guerra contra un ejército de 80 mil hombres, lo reafirman con esa esperanza ilimitada de quien puede ser destruido, pero no derrotado, máxima que siempre resaltó de la obra hemingwyana “El Viejo y el Mar” y que recuerda, además, aquel apotegma de Romain Rolland, que tanto le gustaba repetir al insigne comunista italiano Antonio Gramsci, de que frente al pesimismo de la inteligencia el optimismo de la voluntad. Aunque en su caso no hubo nunca ausencia de talento y de certidumbre revolucionaria. Fidel además, no solo se sintió el líder de la Revolución, sino que se consideró como un hombre de las filas del pueblo. El día 8 de enero de 1959, a su entrada a la capital de la República expresó, en un discurso memorable en el Campamento de Columbia, hoy Ciudad Libertad, que ninguna organización, ni ninguna tropa en específico había ganado la guerra, sino que había sido el pueblo, y desentrañó y estimuló una idea que siempre estuvo presente en su estrategia: desde el principio se debió estar unido en una sola organización; ello demostró que la responsabilidad era de todos, dirigentes y dirigidos, para llevar adelante el proceso revolucionario de forma colectiva y con gran sentido histórico.

El Comandante en Jefe Fidel Castro siempre ha estado entre el pueblo, nunca ha perdido el termómetro de cuáles son los estados de ánimo y de la más mínima opinión popular, de las inconformidades y las carencias del ciudadano de la calle. Ello le permite representar las demandas más sentidas y sensibles y ser, a la vez, un catalizador innato de las iniciativas colectivas para resolver las necesidades de la gente común, de ser un portavoz crítico de las deficiencias e insuficiencias del proyecto revolucionario, como el más genuino representante de la idiosincrasia del cubano. Y ese comportamiento natural lo ha desarrollado con una timidez y cordialidad rayana al más común de los mortales - “Fidel, simplemente, Fidel” -, lo llama el pueblo cuando lo interpela, al cual responde sin vanidades y con gran respeto de quienes conversan con él, como uno más. El gran sentido del honor y del deber que practica es lo que lo lleva a estar presente, directamente, en las arenas de Playa Girón (1961), en la Crisis de Octubre (1962), en el vórtice del huracán Flora (1963), en los múltiples actos oficiales y públicos, en Cuba y en el extranjero, a pesar de las advertencias de la Seguridad del Estado de que podía ser víctima de un atentado. Es el dirigente que visita Vietnam del Sur en plena guerra imperialista, a Salvador Allende cuando la Unidad Popular en Chile, que recorre la zona de Medio Oriente en apoyo del pueblo palestino, entre otros de sus múltiples compromisos internacionales, desafiando los más variados riesgos y peligros.

Es el compañero Fidel, un hombre caballeroso, culto y enciclopédico en el saber pero, a la vez, capaz de utilizar, en el plano privado y público - muy limitado -, las palabrotas de cualquier cubano común; de ser un hombre entusiasta, comunicativo y dialogador con todas las personas que se encuentra; de saber escuchar y, a la vez, preguntar con avidez incesantemente para que sean completadas las ideas de su interlocutor, aunque sean adversarios de su ideología y de sus principios políticos, eso dice mucho de su nivel de educación, muy caballeresco, similar a un Quijote de las ideas y las costumbres morales. Y todo ello sin hacer concesiones y con un discurso coherente y armónico con el quehacer revolucionario. Poseedor de una gran avidez de conocimientos, lector voraz que comprende las esencias de las lecturas; dueño de una memoria privilegiada y entrenada, capaz de manejar cifras y resolver ecuaciones difíciles con una rapidez y precisión matemáticas; un estadista y líder político antidogmático por naturaleza, que duda permanentemente de todas las propuestas y soluciones, incluidas las suyas; rebelde y conspirador nato - “en silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas” - y, al unísono, sabedor del momento indicado para explicarle al pueblo las políticas aplicadas o por ejecutar, por muy difíciles y complicadas que estas fueran.

Solidario con todas las causas justas en cualquier lugar del mundo, lo ha expresado siempre de frente a sus adversarios. Estas y otras, son algunas de sus múltiples virtudes. Ejemplo inigualable de desprendimiento y de cualquier vanidad y egoísmo personal, “(...) toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, posiblemente la frase Martí que más le gusta repetir, es además, el primer crítico de la obra revolucionaria sometiéndose a sí mismo a una autocrítica constructiva, pero fuerte, reveladora de que no hay obra humana perfecta.

Todo ello lo hacen el cubano que somos, que queremos y debemos Ser, solo comparable, salvando el tiempo en que vivieron, a nuestro, José Martí. Por eso, Fidel Castro, el eterno Comandante en Jefe, centellará y sobrepasará su vida biológica; su nombre se inscribe ya como el líder político revolucionario y comunista más genial de la contemporaneidad cubana, latinoamericana y caribeña, tercermundista y del orbe. Hoy, cuando ha solicitado no ser más el Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba y Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, solo nos resta mostrar y ratificar el reconocimiento y agradecimiento justo a un hombre que ha sido el PADRE de esta colosal obra y que continúa ofreciendo lo mejor de su vida a la causa revolucionaria nacional, regional y mundial. Fidel es de esos hombres que, como dijera el dramaturgo y revolucionario Bertolt Brecht, son y serán imprescindibles.

*Dr. En Ciencias Históricas, Instituto de Filosofía, Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba

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