El señor Rafael Rojas des-anda otra vez por la “historia” de Cuba. Con una rigurosa preparación en las aulas universitarias cubanas, con una menos dilatada búsqueda bibliográfica y académica en México y, finalmente, con una ardua preparación “científica y política” conservadora y de corrientes históricas subjetivistas y especulativas, en el exilio-traición miamense, el susodicho “erudito” se ha convertido en un publicista y panfletario de alto vuelo, y vuelve a revisar las páginas recientes de la historia nacional. Su estilo polemista, poseedor de una buena prosa y con “grandes ideas recicladas” siempre despierta algún interés para aquellos que lo leen en las páginas de la prensa de la Florida y lo buscan en Internet. Incluso, como niño mimado -mejor sería decir comprado-cooptado-, publica libros con títulos inverosímiles y habla de invenciones, de símbolos y mitologías acerca de la historiografía revolucionaria. Es un estafador nato, un malabarista y narrador barato de la siempre “novedosa historia no oficial”, que parece ser en su caso, o en casi todos, una seudo-historia.
Rojas tiene la gran virtud de pasar “gato por liebre”, con argumentaciones que parecen están extraídas de un permanente contacto con las fuentes originales y otras secundarias de primer orden. Aunque no descarto que algunas de ellas provengan de los que se fueron y se quedaron en los Estados Unidos de América, y que constituyeron protagonistas directos de una frustración incalculable después del primero de enero de 1959, cuando no prosiguieron el rumbo revolucionario radical de la Revolución Cubana y traicionaron a su Patria, por su norteamericanismo excesivo y anticomunismo acérrimo. También recurre al estudio incesante de la denominada cubanología y otros estudios cubanos en el exterior y, en un acto de acrobacia las compara a todas ellas, y realiza una nueva historia-analogía de “refrito”, incluso con la utilización de algunos libros publicados en la Cuba revolucionaria. En ese instante, es cuando se atreve a lanzar su mirada escrutadora y re-interpretativa por los “rincones ocultos” que a ningún historiador antes que él, se le hubiera ocurrido observar y, muchos menos, extraer nuevas conclusiones definitorias, perdonando la redundancia.
Ahora, reaparece con dos artículos cortos, en El Nuevo Herald, pero repletos de distorsiones y manipulaciones: “La invasión y sus símbolos” y “La ruta del poder”, que poseen los “ingredientes” de una “nueva re-lectura” de la última etapa por la liberación nacional y social de Cuba. Y ataca desmesuradamente donde él cree que menos se le espera y formula aseveraciones “escalofriantes” y “contundentes” contra la Revolución y sus dirigentes, no importándole si están vivos o muertos. No hay respeto ni ética posible.
En esas historias comparadas, al libre albedrío, Rojas cae en el bluf constante de apreciar y percibir, como si pareciese conocer mucho más que aquellos que vivieron y emprendieron las guerras de independencia contra España y los Estados Unidos de América, respectivamente, así como los que lucharon contra las dictaduras y los gobiernos corruptos burgueses de democracia representativa en la Cuba de antes de 1959.
Su egocentrismo es absoluto y convierte su “oficio de historiador” en juez supremo que critica y valora sin humildad y modestia alguna a las personalidades, hechos y procesos históricos. Además, omite las diferencias y solo recepciona las similitudes, olvidando las disímiles condiciones contextuales y las singularidades de cada escenario sociohistórico concreto. Solo demuestra lo que el desea demostrar, papel muy denigrante para un individuo que se cree un historiador serio.
Como todo un iconoclasta dice lapidariamente que: “Por mucho que pesen los símbolos, en un conflicto como la revolución cubana los datos de la historia militar no pueden ser distorsionados por los mitos de la historia política”. ¿Quién puede desmentir que la historia militar de un país esté separada o divorciada de su historia política? ¿Por qué afirma que están distorsionados los datos? ¿Qué significa para Rafael Rojas la mística y la leyenda de la Revolución Cubana, que le son inherentes a todas las verdaderas y autónomas revoluciones en el mundo?
Porque, en este primer texto, Rojas intenta desmeritar todo lo heroico que trascendió en la invasión a occidente, llevada a cabo por la Columna No. 2 “Antonio Maceo”, al mando del Comandante Camilo Cienfuegos, y por la Columna No. 8 “Ciro Redondo”, bajo el liderazgo del Comandante Ernesto Che Guevara. Sus simuladores juegos con los números ponen en evidencia que estas hazañas no pueden compararse con la invasión de finales del siglo XIX, llevada a cabo por el Generalísimo Máximo Gómez y el Titán de Bronce Antonio Maceo, porque estos últimos se enfrentaron a fuerzas militares superiores, realizaron constantes combates y tuvieron muchas bajas, entre heridos y muertos, en sus filas y en las de sus enemigos.
Que yo sepa ningún historiador, antropólogo, psicólogo social, etnólogo, economista y politólogo, que dignifique su oficio, puede sólo comparar las acciones bélicas por la cantidad de combates, hombres enfrentados y las bajas acaecidas en uno u otro bando. El hecho que él denomina “distorsión” es que la dirección revolucionaria, desde la Sierra Maestra, entendió y comprendió que el rescate de las tradiciones históricas revolucionarias no eran un simple símbolo, sino una realidad necesaria para un país como Cuba - insular, alargado y estrecho - y que para impulsar y desarrollar la guerra irregular a un nivel más elevado, era urgente ampliarla hacia el oeste, donde radicaban los centros de poder político-administrativos de la dictadura batistiana. Porque para triunfar definitivamente había que tomar, revolucionariamente, la geopolítica y estratégica ciudad de La Habana, así como evitar un golpe de estado, una intervención militar de los EE.UU. y la fuga del tirano y sus secuaces. Rojas, tan ducho en la realización de múltiples lecturas, debe leerse un manual de guerras de guerrillas, puede entonces consultar el diario de campaña de Máximo Gómez, al propio Che Guevara, a los textos de Mao Tse Dong y la papelería de Ho Chi Minh, entre otros muchos libros y folletos escritos por los eternos guerrilleros revolucionarios.
Su otra mentira, tras demostrar con acierto esta vez, de que el “Héroe de Yaguajay” y el “Che” estuvieron burlando constantemente los combates con el enemigo en su travesía por Camagüey, y que cuando los hubo no fueron de gran envergadura, es describir que ello fue debido - y aquí va el otro resbalón histórico - a “la apatía” del ejército batistiano, como si no supiera que ese cuerpo armado, más las otras fuerzas represivas del tirano, contaban con 80 mil hombres bien dotados de armamentos, entrenados y apoyados logísticamente por los gobernantes norteamericanos. Y que dieron dura batalla hasta su derrota en la llamada “Ofensiva de Verano” contra la dirección política y popular, insurrecional y revolucionaria en la Sierra Maestra, en julio-agosto de 1958. Arremetida bélica que el régimen batistiano aprobó, oportunistamente, ante el fracaso de la Huelga del 9 de abril, en la que cayeron tantos combatientes de la clandestinidad. No obstante, no todos los oficiales y soldados del ejército se rindieron rápidamente, porque si hubiera transcurrido la historia como la describe Rojas, los combates de Guisa, Maffo, Yaguajay y Santa Clara - por citar solo cuatro, entre tantos - fueron un espejismo, así como que el tren blindado enviado por el déspota al Oriente, descarrilado por el Che en el centro de la nación, fue una ilusión del dictador y de las fuerzas del Ejército Rebelde que pelearon arduamente contra sus adversarios.
El hombre que sabe tanto de esa historia y que trata de reinterpretarla debe acabar de comprender que el ABC de una guerra insurrecional irregular, más si su protagonista es una guerrilla, es evitar la confrontación directa, ocasionarle bajas al enemigo, impedir a toda costa las suyas propias, desmoralizarlo, hacerle propaganda política y cívica en su contra, uniendo a las fuerzas revolucionarias y a todos aquellos sectores y grupos que ya son incapaces de soportar al despotismo, la explotación y la opresión nacional. Eso fue lo que hicieron precisamente el Che y Camilo. E incluso lo realizaron de forma magistral, para su tiempo histórico, Máximo Gómez y Antonio Maceo, quienes burlaban las trochas y realizaban marcas y contramarchas de manera constante para despistar a las tropas españolas, que llegaron a tener en Cuba el contingente bélico más numeroso en América. Y aunque hubo deserciones en el ejército batistiano estas no fueron suficientes o, de lo contrario, Batista hubiera huido del país mucho antes y no se hubiera tramado un golpe de Estado en contubernio con la Embajada estadounidense, el mismo día de la victoria revolucionaria.
Otra jugada tramposa y perversa, de este mafioso que esconde el naipe de la victoria, en el interior de la manga, y lo extrae al final de la partida, es cuando Rojas subraya que Camilo Cienfuegos estuvo subordinado al Che Guevara. ¿Qué se pretende con esa definición? El Che fue el primer Comandante nombrado con ese grado en la Sierra Maestra y no es posible olvidar que era argentino de nacimiento, aunque latinoamericano de corazón y convicción, y que profesaba ideas marxistas muy radicales. Camilo, por su parte, era el mejor hombre de la guerrilla, proveniente de una familia revolucionaria, que conocía mejor que nadie de las divisiones entre las distintas y principales fuerzas revolucionarias de su Cuba natal: el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular, y que poseía una visión muy unitaria de la lucha revolucionaria. ¿Qué táctica era la más correcta ante la llegada de los dos Comandantes al territorio villaclareño, donde operaban fuerzas guerrilleras de las tres organizaciones, y otras de dudosos objetivos? Si pretende deshacer la historia real de Cuba, con supuestas ambiciones y envidias, la jugada de Rafael Rojas es más sucia todavía. El Che y Camilo estuvieron apoyándose mutuamente todo el tiempo, eran muy buenos amigos y camaradas de lucha y, para el (des)-conocimiento del mediocre historiador miamense, marcharon al unísono hacia La Habana, el primero de enero, bajo las mismas órdenes del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Otras de las grandes farsas de Rojas es cuando afirma de forma continuada que “(...) Por primera vez los barbudos bajaban al llano y el avance de las columnas invasoras era escenificado como una peregrinación de jóvenes cristianos de clase media que, al frente de un ejército de campesinos, venían a redimir a las ciudades de sus vicios (...)”, y más adelante asevera que lo hicieron “(...) con todos los elementos mesiánicos de las ideologías tradicionales - juventud, campo, virtud, honor, pobreza, guerra y religión contra decadencia, ciudad, mercado, dinero, corrupción, prosperidad y política -, (porque) se tejía la urdimbre de una de las dictaduras comunistas más largas de la historia moderna”. Aquí, quien se atreve a hilar una leyenda y un mito, ambos falsos, es el propio escritor.
El Ejército Rebelde estaba compuesto fundamentalmente por obreros y campesinos pobres, trabajadores de las ciudades y de las zonas rurales, entre ellos, arredantarios, subarredantarios, precaristas, aparceros, etc., también hubo semi-proletarios, estudiantes, profesionales y miembros de la pequeña y mediana burguesía radicalizada, principalmente de la primera. Los barbudos, aunque fueran cristianos, no poseían una ideología mesiánica, sino llevaban consigo, antes que todo, los ideales del apóstol José Martí, y solo los dirigentes más avezados tenían un conocimiento del marxismo y el leninismo. Pero, la inmensa mayoría, eran cubanos de corazón y tenían un patriotismo y una ética a toda prueba. Eran los más firmes legítimos herederos de la historia nacional-patriótica y revolucionaria de Cuba. El verde olivo de los uniformes de los guerrilleros del Ejército Rebelde y los brazaletes rojos y negros de los miembros y simpatizantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, que inundaron las calles y campos en el amanecer de enero revelaron que esta vez los nuevos Mambises no podrían ser detenidos por el imperialismo norteamericano y, mucho menos, escamoteado su triunfo por maniobras traidoras y golpistas. Se había comenzado a lograr el sueño de varias generaciones de patriotas y revolucionarios cubanos de alcanzar la independencia, soberanía nacional y la justicia social.
El segundo artículo de Rojas “La ruta del poder”, es más fácil de descifrar porque, en el colmo del descaro y el ridículo, el personaje cita el libro, que en realidad son dos, del ya fallecido revolucionario intachable, Luis M. Buch, quien fue Secretario Ejecutivo del nuevo gobierno, ambos denominados como, “Gobierno Revolucionario Cubano. Génesis y Primeros Pasos” (de la Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1999) y “Otros Pasos del Gobierno Revolucionario” (éste escrito con otro autor, por la misma editorial y en el año 2002). De las “erratas históricas”, todas malintencionadas, se pueden precisar que, en el Pacto de Caracas firmado el primero de julio de 1958, la conducción político-militar y popular de la Revolución en la Sierra Maestra, tenía por primera vez en sus manos la verdadera dirección de los acontecimientos políticos en todo el país. Por eso se rechaza la propuesta de Felipe Pazos para presidente del país, una vez que ocurriera el triunfo, y se propone al Doctor Manuel Urrutia Lleó, quien ciertamente fue un claro defensor de los jóvenes de la acción del 30 de noviembre de 1956, en Santiago de Cuba. Hecho que se reconoce en la historia de la nación cubana.
Asimismo se pone en evidencia otra mentira e imprecisión de Rojas, ya que no fue el día 1ro de enero de 1959, cuando se constituyó el Gobierno Revolucionario, sino el día 3, en Santiago de Cuba, al efectuarse la primera reunión del Consejo de Ministros. Posterior, y finalmente, el día 5 de enero este se trasladó a la Capital, una vez resuelta la intentona de golpe de estado que se había organizado.
Pero el Primero de Enero de 1959 fue un día decisivo para la Revolución Cubana. El instante donde no solo se alcanzó la victoria sino que se tomaron decisiones fundamentales para defenderla. En horas de la madrugada, el alto mando rebelde ubicado en el central azucarero “América”, en el pueblo de Contramaestre, conoció de los primeros indicios de que se había producido el colapso político-militar del régimen dictatorial y la fuga del tirano Batista. Junto a estas noticias se recibieron rumores, luego la confirmación, de que se había efectuado un golpe de estado en La Habana, preparado por el General Eulogio Cantillo y el embajador norteamericano Earl E. Smith, quienes trataron de imponer en la presidencia provisional de la República a Carlos M. Piedra, como el magistrado más antiguo del Tribunal Supremo (se habían marchado del país, junto a Batista, el Vicepresidente de la República y el Presidente del Senado). Además, extrajeron de la cárcel de Isla de Pinos al militar oposicionista, el Coronel Ramón Barquín, para que asumiera el mando del ejercito constitucional. Tal intentona golpista fracasó por no hallar ni siquiera consenso en el resto de los magistrados del susodicho tribunal y otras fuerzas de la oposición política. Por su parte Barquín, aunque intentó reorganizar al maltrecho y derrotado ejército, su efímero mandato y las órdenes que impartió no fueron aprobadas por la Comandancia General de la Sierra Maestra, quien le advirtió que el único militar con poderes para tomar el mando en el Campamento Militar de Columbia, era el Comandante Camilo Cienfuegos.
Ante tales acontecimientos, la dirección política de la insurrección armada-popular decidió la toma inmediata de Santiago de Cuba, el avance y la entrada a la capital de la República de las Columnas Guerrilleras - como hemos relatado anteriormente - y, ordenó a los demás jefes militares de los Frentes y Columnas, que obtuvieran la capitulación de las ciudades, pueblos y guarniciones en poder de las fuerzas enemigas. Finalmente, como colofón de las acciones que definirían la victoria revolucionaria, Fidel Castro, en la mañana del día primero, desde los micrófonos de Radio Rebelde, en Palma Soriano, convocó a todos los trabajadores y el pueblo a la huelga general revolucionaria. Aseverando en su llamamiento que, “(...) ¡La historia del 98 no se repetirá! ¡Esta vez los Mambises entrarán en Santiago de Cuba!”
Ese mismo día, luego de la conquista de la ciudad oriental de Santiago de Cuba, en un discurso dirigido a todo el pueblo, Fidel Castro planteó la necesidad de la unidad de la nación, de la urgencia de consolidar la victoria contando con la disposición de las masas populares para defender con las armas en la mano los derechos, la soberanía y la libertad recién conquistadas. Afirmó que se cumpliría con el mandato del pueblo y se aplicaría la justicia revolucionaria contra los criminales y los ladrones de la riqueza del país. Anunció, asimismo, que solo la dirección de la Revolución tenía potestad para nombrar a personas en los cargos públicos, ascensos y otorgar grados militares. Y haciendo un breve recuento de las luchas del pueblo cubano desde 1868 hasta la fecha, precisó que esta vez no iban a ser frustrados los anhelos independentistas de las masas populares, que no habría posibilidad de que los enemigos de la libertad y la independencia de Cuba, los EE.UU., evitaran la victoria como hicieron durante la Segunda Guerra de Independencia (1895-1898) y en la Revolución de 1933.
La marea de pueblo tomó virtualmente las ciudades y campos de Cuba. Fueron cerradas todas las fábricas, talleres y establecimientos comerciales. Las instituciones represivas fueron asaltados por los combatientes armados con la participación de la propia población. Allí donde la resistencia enemiga se hizo notable, la audaz acción de los revolucionarios puso fin inmediato a tales enfrentamientos. La presencia del Ejército Rebelde y las instrucciones dadas por la dirección política e insurreccional, en especial, las emanadas del Comandante en Jefe Fidel Castro, evitaron que algunos ciudadanos pudieran tomarse la justicia por sus propias manos contra los delatores y torturadores al servicio de la tiranía, que fueron detenidos entonces. Los excesos fueron limitados al máximo.
La rapidez con que las dos Columnas rebeldes entraron en La Habana dejó sin capacidad de reacción a los conspiradores contrarrevolucionarios. El control militar y político asumido por los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara, los días 2 y 3 de enero, en el Campamento de Columbia y la Fortaleza de la Cabaña, respectivamente, fueron garantía inequívoca de que el antiguo poder castrense se había desplomado. Ya para esa fecha el Comandante en Jefe Fidel Castro decidió que el recorrido del Oriente al Occidente cubano que, en un primer momento tenía un carácter fundamentalmente militar, se realizara con un signo político bajo la denominación de “La Caravana de la Libertad”. De hecho, tal recorrido fue un acontecimiento de una extraordinaria connotación sociopolítica. A su paso por las diferentes provincias y regiones, el líder la Revolución pronunció innumerables discursos y tomó decisiones que incluyeron nombramientos de los nuevos representantes en las funciones públicas y militares y, con ello, el establecimiento en todos los lugares de la Isla del orden y el poder revolucionario. La llegada de Fidel a La Habana, el 8 de enero fue apoteósica.
En su discurso pronunciado en el Campamento Militar de Columbia, habló de la necesidad de la unidad de todas las fuerzas revolucionarias, alertando en contra de todas las posibles divisiones y enfrentamientos que, en momentos anteriores de la historia de Cuba habían dado al traste con la victoria revolucionaria y, avizorando su concepto de la verdadera unidad, expresó que “(...) Creo que todos debimos estar desde el primer momento en una sola organización revolucionaria”.
Finalmente, quisiéramos agregar algo a la historia de aquellos años y días que nos quiere des-narrar el articulista pro-norteamericano Rafael Rojas, no porque creamos que esta sea la única versión de los hechos y procesos y, mucho menos, la absoluta, sino porque considero que es una aproximación a la verdad histórica. Este primer gabinete ministerial revolucionario era en realidad muy heterogéneo. En sus filas, aunque predominaron las personalidades revolucionarias y otras que fueron radicalizándose en el proceso, estuvieron presentes también figuras reformistas y moderadas cuya inclusión en el mismo estuvo dada por la necesidad de la Revolución de lograr cierta unidad entre todas las agrupaciones antibatistianas. Así, en el gobierno había figuras políticas de “viejo estilo” como Manuel Urrutia Lleó, José Miró Cardona y Roberto Agramonte, personas como Manuel Ray, quien perteneció al Movimiento de Resistencia Cívica; un viejo miembro del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) como Manuel Fernández, quien, además, perteneció al autenticismo; y un grupo de intelectuales identificados como nacionalistas (más bien nacional-reformistas) en el terreno económico: Felipe Pazos y Rufo López Fresquet, y otros como Elena Mederos, Ángel Fernández y el Comandante Humberto Sorí Marín.
Entonces resulta cierto que la composición sociopolítica e ideológica de este gobierno era muy diversa, pero los “retardatarios” nunca tuvieron el poder real, ni siquiera dentro del gobierno. Ese verdadero poder lo ejercía el Ejército Rebelde y su dirección político-militar, y lo más que pudieron hacer dentro del gabinete fue demorar la aprobación de leyes e intentar la mediatización de algunas. Fueron denominados ministros y funcionarios “retrancas” por las autoridades revolucionarias y el propio pueblo. Muchos de estos individuos traicionaron a la Revolución algún tiempo después y se marcharon hacia los Estados Unidos.
Pero la comunicación e identificación del embajador Bonsal - sustituto de Smith - con el Presidente Manuel Urrutia Lleó y otras personalidades no revolucionarias persiguieron el objetivo de que no se alteraran las relaciones con los EE.UU. y, mucho menos, se afectaran los intereses norteamericanos en la Isla. Tales ideas “moderadas” del enviado diplomático pronto se vieron frustradas al dimitir José Miró Cardona y el resto del gabinete, el 13 de febrero de 1959 y, asumir el 16 de febrero el premierato, el Comandante en Jefe Fidel Castro, en lo que se consideró la solución a la primera crisis institucional de dicho gobierno. Otro ejemplo de intromisión en los asuntos internos de Cuba se puede apreciar, claramente, en el telegrama del diplomático Bonsal al Departamento de Estado, el 4 de junio de 1959, donde explica descarnadamente que “(...) Muchos Ministros incluyendo a Rufo López Fresquet y Humberto Sorí Marín, son conocidos por haberse opuesto a la Ley (Agraria), pero la han secundado en vez de excluirla por completo. (...) López Fresquet piensa que los ruinosos efectos económicos llevarán a su modificación en el término de seis meses. Carrillo, del Banco de Desarrollo Agrícola e Industrial, hablando con los funcionarios de la embajada la noche anterior, vaticinó malos augurios, pero con entusiasmo simpatizó con la Ley (...) Carrillo piensa que la creación de miles de nuevos pequeños propietarios será el baluarte más fuerte en contra del Comunismo”. (Telegram 1500 from Havana, June 4, 1959; Department of States, Central Files, Lot. 837. 16/6-459).
El otro golpe propinado a los intentos del imperialismo de socavar la unidad y el funcionamiento del gobierno revolucionario sucedió cuando, el 11 de junio, se produce la segunda crisis institucional y son sustituidos algunos de los ministros, unos por razones políticas y otros con el objetivo de mejorar la eficiencia de los organismos que dirigían. En ese momento entran a formar parte del gabinete Raúl Roa García, como Secretario de Estado (denominado el 23 de diciembre de 1959, Ministerio de Relaciones Exteriores), el Comandante Pedro Miret Prieto, José A. Naranjo, Julio Camacho Aguilera y otros.
Poco después, el 16 de julio, las actividades y posiciones vacilantes, conspirativas y anticomunistas del Presidente Manuel Urrutia y sus declaraciones públicas televisivas, del 13 de julio de 1959, censurando las posiciones radicales de la Revolución que catalogó de comunistas, tuvieron una repercusión inmediata en los EE.UU. En un telegrama de la embajada norteamericana al Departamento de Estado se indicaba que "(…) las observaciones de Urrutia representaban la declaración anticomunista más firme que alguna vez fuera hecha por miembro alguno de un gobierno revolucionario". (Ver: Telegram from the Embassy in Cuba to the Department of State, July 13, 1959. Department of State, Central Files, 737.00/7-1359. Confidential).
Ante este escenario, el Comandante en Jefe Fidel Castro renuncia a su cargo de Primer Ministro. En una alocución en la televisión Fidel Castro expone las causas de su renuencia a continuar en el cargo por la actitud no revolucionaria y muy pronorteamericana de Urrutia, así como a su negativa de rebajarse el salario, como lo habían hecho otros miembros del gabinete ministerial. Este último, muy asustado, dimite del cargo retirándose a una casa en los alrededores de La Habana y se introduce tiempo después en una embajada extranjera. Nunca fue perseguido y menos amenazado de ir a prisión o ser ejecutado por un tribunal revolucionario.
El 26 de Julio de ese año, ante una enorme concentración popular en la Plaza Cívica - después denominada Plaza de la Revolución -, en La Habana, el nuevo Presidente de la República OsvaldoLa Habana por el Comandante Camilo Cienfuegos, éste asume de nuevo su mandato. Dorticós Torrado, nombrado en una sesión del Consejo de Ministros, del 18 de julio, planteó al pueblo congregado que, como se había solicitado en múltiples asambleas obreras, campesinas, estudiantiles y por la población en general, era necesario el retorno del Comandante en Jefe Fidel Castro a su responsabilidad de Primer Ministro y, con la aprobación de las masas congregadas, entre ellas una caballería mambisa campesina traída a
Finalmente, en octubre de 1959, se descubre y desbarata la intentona golpista y sedicionista del traidor, y hasta ese momento Comandante Hubert Matos, Jefe de la Plaza Militar en la provincia de Camagüey. Luego de la destrucción de esta conspiración inspirada en el anticomunismo, las ambiciones de poder y los egocentrismos exagerados, las opciones norteamericanas de revertir el proceso revolucionario desde dentro las filas del Gobierno fueron prácticamente nulas.
Estos hechos y procesos históricos reales han conformado la historia, el imaginario popular de Cuba y su Revolución, no solo al interior de la Isla, sino en el exterior. Los mitos y las leyendas de la Revolución se construyen como una respuesta vital ante una situación afectiva y emocional, constituyen miradas hacia el futuro, muchas veces anticipativas, pero tratando de destruir y desencantar un pasado oprobioso y el derecho de poder adherirse a nuevos valores éticos, más elevados, condensando efectos, significaciones e imágenes trascendentes para la historia de una nación y su pueblo.
El señor Rafael Rojas, tan experto en la mística, debe recordar la anédocta de que a inicios de los años 90 se intentó eliminar de los libros de historia de México - en la enseñanza primaria y secundaria -, la acción heroica de los “Niños de Chapultepec”, lanzándose al abismo envueltos en la bandera mexicana ante los invasores norteamericanos en 1847, porque los suspicaces historiadores no encontraban huellas tangibles del suceso. Fue tal la protesta de las masas populares, los profesionales y de tantos sectores de la sociedad mexicana ante la tentativa de devastar, de un plumazo, un pasaje tan patriótico e indispensable para los ciudadanos de ese país, que tuvieron que retirarse esos libros e incluir nuevamente ese episodio paradigmático. De esos mitos y leyendas históricas se alimentan los pueblos para realizar sus hazañas, donde el hombre cotidiano se convierte en héroe, a pesar de tener, virtudes y defectos como ser humano. Nadie tiene el derecho de demolerlas, con el fin solapado y descubierto de destruir a una nación, sus héroes y mártires.
No nos venga con lecciones de historia a esta altura. Las invasiones de Oriente a Occidente se realizaron en dos ocasiones en la historia nacional y contaron al frente de ellas con hombres excepcionales. Como excepcionalidad histórica son la propia Revolución Cubana y su máximo líder el compañero Fidel. Sea objetivo y declare su anticomunismo sin subterfugios y rejuegos seudo-históricos, señor Rafael Rojas.
*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar del Instituto de Filosofía, Cuba
1 comentario:
sólo falta acusar a Fidel del asesinato de Jesucristo. Estos amigos de la explotación del hombre por el hombre sólo reflejan su propia mentalidad al acusar a Fidel del asesinato de Camilo y del ché. ¿Qué se puede esperar de alguien influenciado por la cultura anglosajona que inventó la leyenda negra de otros para ocultar su racismo y su totalitarismo. si Yago escapó de Otelo y se ha refugiado en el cerebro de los ideólogos del capitalismo, periodistas incluídos.
Saludos y a seguir luchando contra estos disfrazados de humanos pero alimañas reales.
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