El Sr. Sunstein es profesor de Leyes en Harvard. En el 2007 impartió una conferencia en AEI que creció hasta convertirse en este libro. Como era de esperar, nada se dice, pero se sospecha que se trata de un encargo y que los dioses tutelares neoconservadores pagaron generosamente por esta versión frondosa. No es casual, se trata de un tema que trae desvelados a quienes encendieron desde las sombras las guerras de Irak y Afganistán, creyendo que bajo el terror y la barbarie los pueblos del mundo aceptarían pasivamente la tutela imperial, y hoy no pueden dormir contando los estallidos de los coches bombas y temblando ante la perspectiva de que algún atacante suicida se esconda bajos sus camas.
“¿De qué manera la conducta de ciertos grupos puede conducir al extremismo que desafía los valores democráticos?”- es el punto de partida en este libro del seráfico profesor de Leyes de Harvard, dando por sentado que cualquier ataque contra las tropas y los intereses del país que lleva sobre su conciencia más de un millón de iraquíes muertos en esta guerra, es, de hecho, un ataque contra los elevados valores que supuestamente encarna.
La respuesta que aporta el Sr. Sunstein es extremadamente simplista: la causa debe buscarse en la dinámica social, en la manera que unos grupos de individuos influyen sobre otros. O dicho de otra manera, las causas del terrorismo o cualquier otra manifestación de extremismo, no debe buscarse en las relaciones de dominación y hegemonismo que las clases sociales privilegiadas y las naciones ricas y expansionistas establecen entre si, ni en la exclusión y la ignorancia, en la desesperación de quienes han perdido los canales democráticos para que sus demandas de justicia e inclusión sean escuchados. No se trata de un problema anclado en la realidad objetiva, sino en un asunto de relaciones grupales, en la manera en que se habla o se discute, en la mayor tolerancia y urbanidad que se despliegue a la hora de las argumentaciones y las polémicas, en fin, algo que se puede resolver con un poco más de “ecuanimidad y sabiduría”, afirma.
“Cuando gente que tiene un pensamiento similar termina un intercambio de ideas, lo más común es que las nuevas conclusiones a las que arriben sean una versión más extrema de las iniciales”-dice el Sr. Sunstein. Tal parece que se nos pide aislar a las personas que piensan de manera similar, atomizar a la sociedad en estancos cerrados, y de ser posible, en individuos aislados, para de esta manera evitar, piadosamente, que arriben a conclusiones peligrosas. Como el Sr. Sunstein no se refiere seguramente a los prohombres del AEI, por ejemplo, o a los miembros del Congreso norteamericano, es de suponer que está alertando sobre los peligroso que es, por ejemplo, permitir que un venezolano chavista intercambie con otro, un activista antiglobalización se comunique con los demás, o que un indio boliviano acuerde con otros indios bolivianos la manera de defender al gobierno de Evo Morales ante los embates de la reacción vendepatria, que, claro, derrocha “sabiduría y ecuanimidad” cuando organiza a sus turbas paramilitares y las lanza a las calles.
La explicación que brinda en su enjundioso tratado el Sr. Sunstein a los problemas vinculados con lo que califica como “el fenómeno de la polarización grupal”, se puede resumir en los siguientes aspectos:
“Los prejuicios iniciales expresados por individuos que piensan de manera similar, crecen hasta empujar al grupo en la dirección de más prejuicios y extremismo. Los individuos se mueven hacia la dirección en que creen se encuentran los puntos de vista más populares dentro de su propio grupo, y por último, Internet puede incrementar el riesgo de extremismo al facilitar el contacto entre individuos y grupos que piensan de manera similar”
No es difícil identificar detrás de estos sabios y ecuánimes pensamientos del Sr. Sunstein, la misma mentalidad neoconservadora que propició la implementación del Acta Patriótica para controlar las ideas, las lecturas y el pensamiento de los ciudadanos norteamericanos, bajo el pretexto de combatir el terrorismo. No es difícil apreciar a los extremos a que se impulsa a los siempre febriles políticos conservadores y neoconservadores yanquis, cuando se insinúa que Internet es una amenaza para la seguridad nacional, en tanto puente para conectar a grupos supuestamente radicales y violentos.
Una vez más, bajo la brillante envoltura de las ideas de un aséptico profesor de una prestigiosa universidad norteamericana, se adelantan los argumentos y las tesis represivas que serán elevadas al rango de certeza y verdad revelada y comprobada por las ciencias, de presentarse las condiciones favorables para ello, por ejemplo, una victoria en noviembre del candidato continuista, John Mc Cain.
Lo más difícil no es que AEI lance su maquinaria propagandística a divulgar y promover los anhelos inconfesados de un sistema represivo y totalitario que se expresa mediante las suaves maneras del profesor Sunstein, sino que el mundo compre esa propuesta.
Las imágenes que llegan a diario de niños masacrados en Afganistán y de iraquíes cazados por el fuego de los sabios y moderados helicópteros artillado yanquis son demasiado rotundas para que este encantador de serpientes de Harvard pueda ser medianamente tomado en serio.
Septiembre del 2008
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