viernes, 3 de octubre de 2008

La dura e incontrastable realidad, por Carlos Rodríguez Almaguer


“El valor real a la larga se impone, casi siempre de un modo súbito y violento, y todo el orden falso de existencia edificado sobre estos valores huecos, viene a tierra…”

José Martí

La Nación, Buenos Aires, 23 de octubre de 1885

Cuando el 23 de octubre de 1885, José Martí escribía para el diario La Nación, de Buenos Aires, sobre las amenazas terribles que representaban para la economía y para toda la sociedad norteamericana, especialmente para los más pobres, las acciones especulativas en la bolsa, no estaba sino alertando sobre algo evidente: la explosión tarde o temprano de esas burbujas financieras a las que él llamó “bombas de jabón”:

Hincha la especulación los títulos de riqueza cotizables en Bolsa. Fuera de toda relación con el producto real de la suma de riqueza que representan, y se crea así todo un mundo mercantil vacío: que va del valor real del título a su valor ficticio: este mundo mercantil, por el consentimiento público que le reconoce su valor de Bolsa como valor sustancial, crea, cambia, fabrica, atrae obreros, levanta pueblos, habilita comarcas, evoca de la selva nuevos Estados.

Como el mismo sistema pernicioso se ha seguido en todos los ramos de riqueza, el día del balance no pueden ayudarse unos a otros, puesto que todos tienen sobre sí ese mismo mundo mercantil ficticio. Llega el día del balance, porque los obreros hambrientos se impacientan, porque los accionistas alarmados dejan de percibir sus dividendos; se afirma entonces el valor real de los títulos hinchados; se niega el país a aceptar éstos por encima de su valor real, y aun por éste; y las esperanzas, los lujos, los compromisos, y cosas más reales, las fábricas, las minas, los Estados, los millares de obreros con familias traídos a ellos para trabajar en empresas sin base, todo se derrumba.

Todavía Lenin no había descrito al imperialismo como fase superior del capitalismo, lo cual hará entre enero y junio de 1916, cuando ya el cubano mayor veía, desde las entrañas del monstruo, las inevitables crisis a que se enfrentaba aquella sociedad marcada por el ansia de la acumulación de lujos y riquezas a toda costa.

Así como a Carlos Marx le había tocado en suerte vivir en Inglaterra en el período de efervescencia mayor del capitalismo industrial -y esto le permitió describir sus esencias como nadie lo había hecho hasta entonces-, a Martí le correspondió vivir en los Estados Unidos en los momentos en que se formaban los grandes monopolios, se fusionaban los capitales bancario e industrial, se hacía imprescindible la exportación de capitales y se ponían de manifiesto como nunca antes los estrechos lazos entre el dinero y la política: el poderoso que paga la campaña del político que mañana lo habrá de favorecer y proteger.

Más de cien años después de esas páginas escritas por Martí, con la esperanza quizá de que las reservas morales de aquella gran nación acudieran en rescate del sentido común y pusieran fin a la orgía desenfrenada del dinero, vemos como, luego de haber sucedido varias veces, alguna de ellas dramáticas como en 1929, vuelve a reventar sobre las cabezas incorregibles de estas generaciones no escarmentadas, la burbuja terrible y ahora descomunal de la mentira financiera, con su saga de desconsuelo y frustraciones, mayores como siempre sucede para los más necesitados, sean personas o países. Los que ayer exorcizaban al Estado para alejarlo de los asuntos económicos, ahora levantan las manos hacia él en demanda de auxilio. Y una palabra proscrita en los predios del capitalismo, asoma a las puertas del gran capital como un fantasma recurrente: NACIONALIZACIÓN.

La historia suele repetirse con una tozudez a prueba de amnésicos. Los rescatados de la crisis de 1929 que, sobrevivientes de los suicidios y repuestos del susto tremendo, la emprendieron luego por ambición e insensatez contra la salvadora doctrina económica de Keynes, vendieron a grandes voces por los cuatro horizontes del mundo el modelo neoliberal como la panacea de la sociedad humana.

La teoría de Adam Smith [imagen] fue sacada del cementerio, energizada y revivida ahora como un Frankestein disfrazado de Papá Noe. El Estado que había venido en rescate de los náufragos, ahora era puesto a raya por éstos, y su papel debía reducirse solo a servir de garante de sus intereses donde quiera que estuvieran. Las transnacionales irrumpieron entonces con sus poderes supra estatales, sus mercados laborales, sus maquiladoras, sus bajos salarios, su esclavitud moderna anestesiada por la previa inyección de parámetros culturales consumistas, suministrada en sobre dosis a millones de seres humanos por los grandes medios masivos de incomunicación. El mercado se convirtió en Dios en la tierra a cuyo influjo se resolverían los dramáticos problemas acumulados por las sociedades humanas en su devenir. América Latina fue el laboratorio formidable donde se realizaron los principales ensayos; Pinochet y su pandilla de tiranos coetáneos sirvieron de cancerberos, y los latinoamericanos fuimos los ratones que “soportamos” las pruebas.

A la larga el ensayo tuvo un efecto contrario al esperado por los especialistas, porque, si bien el método despiadado sirvió para que desangraran nuestras economías y casi aniquilaran nuestras culturas, sirvió también para acumular en la desgracia las fuerzas que nos harían resistir primero, y luego hacer saltar el vidrio de los tubos y unir fuerzas para agarrar por el gaznate a los ensayistas y a sus dueños. No en vano había asegurado Martí que la tiranía fomenta las virtudes que la matan.

Hoy América Latina se une y se protege de los descalabros a los que era frecuentemente arrastrada por sus malas compañías, y con los cuales casi siempre tuvo que cargar, mal que les pesara a sus pueblos. El ALBA, la Unión de Naciones

Sudamericanas, el Banco del Sur, Petrocaribe, son realidades que reafirman el camino correcto que siguen nuestros pueblos, guiados únicamente por las ansias de salir adelante y desperezarse del prolongado letargo en que los habían sumido la ignorancia, las traiciones y los gobernantes corruptos.

Los presidentes Chávez, Correa, Lula, Evo, Daniel, hablan con seguridad del porvenir, mientras los otrora oráculos del neoliberalismo apenas balbucean excusas y no hayan cueva donde esconder sus caras de culpables. Estos teóricos del capital volverán, sin duda, a zurcir sus ya largamente remendados sistemas, pero la dura e incontrastable realidad muestra a los ojos del mundo que no hay capitalismo bueno porque nada bueno puede hacerse sobre la base de satisfacer ambiciones desmedidas de unos pocos seres humanos, mientras las mayorías se mueren de hambre a las puertas de una sociedad a la que no le importa dejarlos a la intemperie.

Solo el socialismo, profundamente humano y democrático, con tantos matices como sociedades quieran construirlo, donde cada persona pueda contribuir con su esfuerzo individual a su propia felicidad y a la felicidad colectiva, donde ningún ser humano quede abandonado a su suerte, como ha dicho Fidel, podrá brindarle a la especie humana una prórroga de vida para salvar de la catástrofe ecológica al planeta en que vive, y construir en él con su propias manos un mundo mejor.

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