lunes, 13 de diciembre de 2010

Wiliam, los llaveros y el minotauro

No conozco a Wilian -así, con una sola L- y apenas he cruzado un par de correos con José Aurelio... pero al leer este artículo, yo, que conservo algunos de los llaveros que conformaron la extinta colección de mi hijo y he recibido otros enviados por amigos, decidí compartir con Wilian los dos más bonitos y apropiados para un niño... y ni corta ni perezosa dejé un mensaje en la página de Invasor, el periódico digital de Ciego de Ávila y ni corto ni perezoso, José A. que para mayor dicha se encuentra por estos lares, me ha contactado para hacerselos llegar a Wili... y quién sabe si tú también tendrías alguno para regalarle al niño de la sonrisa tierna y el optimismo imperecedero. Porque ellos son los que saben amar... y yo tampoco quiero convertirme en minotauro!!


Wiliam, los llaveros y el minotauro

Por José Aurelio Paz, con fotos del autor|

Tomado de
http://www.invasor.cu/index.php/es/sociedad/6907-wiliam-los-llaveros-y-el-minotauro


wilianWiliam es el amigo más especial que tengo.

Cuando no lo voy a ver todo lo que él quisiera y nos encontramos cierra el puño, golpea suavemente su rosto, y me dice "cara de palo" con el gesto, mientras me regala la sonrisa más tierna que hay sobre la tierra, porque no he conocido un optimismo como ese. Y no es que él no esté consciente de lo que significa para un joven una silla de ruedas desmintiendo una enfermedad con pocas esperanzas. El asunto está en que se ha empecinado no solo en vivir para él, sino en vivir para los demás. Por eso, cuando me mira, de su cuerpo echan a volar miles de esperancitas invisibles que le unen a mí y ponen luz en cada lunar de tristeza.

Siempre me sorprende con un chiste o una historia que su madre me traduce. Una mujer a la que la vida le impuso, en su condición de actriz, su papel más difícil. Ese en que se enjugan las lágrimas y se ríe, aunque muchas veces no se tengan motivos ni deseos. Creo que Wili, como le decimos quienes le queremos, es así porque lo bebió de la leche de su madre.

Ella me premia con fabulosos flanes queriéndome agradecer que yo le mime a su hombre-niño y le lleve chocolates, pero sobre todo los llaveros que colecciona. Y no sabe la muy despistada que su muchacho es mi reservorio de alegría, que cuando estoy deprimido, ahogándome en mis mínimas penas, me voy a ver a mi mago de Oz y él me toca con sus ojos y me trasfunde su entusiasmo, y salgo nuevecito a enfrentarme otra vez a la vida.

A veces me asusto. Pienso que si las tantas personas depresivas que andan por ahí como yo, a veces sin causas profundas, descubrieran a mi Wili, un mozalbete con iluminaciones en el pelo, un pequeño brillante como arete y una cadena y un anillo con el Yin y el Yan que son sus preferidos, me lo robarían sin discusión. Y entonces tendría yo que hacer largas colas frente a su casa para poder "conectarme" a él y cargarme con los invisibles oiones y cationes de sus ansias de vivir.

wilianPero mi amigo Wili tiene un sueño y quiero cumplírselo. Además de escuchar buena música romántica -porque "el reguetón es para un ratico"- le apasiona coleccionar llaveros y los agradece con unos enormes ojos negros y una risa contagiosa que no tienen precio. De manera que cada vez que viajo o encuentro alguno se lo traigo.

¡Ya ha llegado a la envidiable cifra de 72! Yo le digo que el propósito es tener los 100 antes de que concluya el año, y él se ríe a carcajadas y hace giros, con su índice sobre la oreja, para decirme que estoy loco.

Es verdad. Tratar de tejer esperanzas en medio de las oscuridades cotidianas, hoy por hoy, es calificado por muchos como signo de locura. No me importa. En lugar de exasperarme ahora porque el arroz que vino a la bodega está "de truco" o el café hace mutis de mi cafetera y no le encuentro en las mañanas en que, queriendo escribir palabras, así de simples, a veces se me escapan palabrotas, ando enamorado de esta loca idea.

Busco la manera de encontrar los 28 llaveros que nos faltan. Esos que atarán llaves invisibles y me abrirán otras puertas del alma generosa de Wili, para encontrar el lugar exacto donde esconde sus volantinas esperancitas, esas que me salvarán, definitivamente, de no convertirme en Minotauro.

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