viernes, 25 de febrero de 2011

24 de febrero: Verdades irrefutables

Por Felipe de J. Pérez Cruz

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La guerra contra la dominación de la corona española que se reinició el 24 de febrero de 1895, ha sido profusamente estudiada, pero la labor del historiador no termina en la develación de ciencia, pasa por nuestra función como maestros, promotores y activistas de la cultura revolucionaria. Debemos ser capaces de llegar a nuestros jóvenes y pueblo con los hechos y sobre todo con razones.  Y una conmemoración siempre será propicia para renovar nuestra lectura en presente del legado que heredamos.

El 24 de febrero de 1895

El 24 de febrero fue continuidad del proceso revolucionario emprendido por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, en el ingenio Demajagua, en la región de Manzanillo. La historiografía burguesa hizo énfasis durante muchos años en que esa guerra grande terminó con el Pacto del Zanjón en el que los jefes de las fuerzas insurrectas mambisas, firmaron el fin de las hostilidades militares con el gobierno español. Para quienes rescatamos en la historia, por sobre los reveses, los hechos que marcan los cambios trascendentales de futuro, la guerra de los Diez Años  termina con el canto al patriotismo y la intransigencia revolucionaria del general mulato Antonio Maceo y Grajales en la Protesta de Baraguá el 15 de marzo de 1878: No puede haber paz sin independencia,  precisó para todos los tiempos quien ya representaba la llegada, a fuerza de valor e inteligencia, de los sectores populares al liderazgo histórico de la revolución emancipadora.

José Martí y Pérez, el hijo de una humilde familia habanera de migrantes españoles, fue conciencia y vida de la preparación y conducción del nuevo estallido independentista. Con el espíritu de intransigencia de la Protesta de Baraguá, Martí se entregó con pasión a  la labor emancipadora. No fue una tarea fácil la de vencer las divisiones y pasiones desatadas en el campo patriótico, la de asumir un discutido liderazgo sobre aquellos que peinaban canas y tenían la gloria de años de combate. Venció sobre dudas, y prejuicios, contra la desidia de los sietemesinos, la lucidez política, las inigualables dotes de organizador, la honradez y pasión del Apóstol. La grandeza de Máximo Gómez, Antonio Maceo, Calixto García y de los más preclaros líderes del mambisado fue también decisiva, supieron ver en el joven Martí, el dirigente capaz de conducirlos a la victoria.

Martí estudió con profundidad las causas y factores que propiciaron los reveses de los cubanos entre 1868 y 1880; trabajó ardua e intensamente para dar solución a los principales problemas que entonces se confrontaron, y para ello elaboró las concepciones político - estratégicas que sirvieron de base a la guerra de 1895. Enfrentado a las frustraciones y el desánimo que dejó la primera contienda, Martí se situó en el problema principal: “Nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos”, afirmará. Aludía así a las divisiones y pugnas entre los patriotas que condujeron al fracaso de aquel esfuerzo heroico mantenido durante diez años.

Tuvo que batallar Martí contra el miedo al negro sembrado en no pocos, en constantemente manipulación por la propaganda colonialista. Contra los apátridas de entonces y los que renunciaron a seguir en la pelea, para ensayar las fórmulas del reformismo autonomista, o trabajar por la anexión al imperio del Norte.

De la evaluación de errores y victoria extrajo como conclusión esencial que la nueva guerra había que dirigirla de otro modo. Y para ello concibió y organizó el Partido Revolucionario Cubano, que fundó el 10 de abril de 1892.

El Partido se develaría como el más eficaz instrumento para forjar la necesaria e imprescindible unidad y para dirigir la guerra con criterio político. Ese partido, constituido en las filas de la emigración en Estados Unidos primero, y con representación, más tarde, en suelo cubano, se propuso alcanzar no solo la independencia de Cuba, sino también la de Puerto Rico.
Martí no sólo contó con el concurso de los patriotas veteranos, sino también con el aporte de la más joven generación de cubanos y cubanas a los que llamó “pinos nuevos”.

A finales de 1894, los planes insurreccionales estaban listos para dar reinicio a las hostilidades, se preveía el levantamiento de los comprometidos tanto en el Occidente como en el Oriente y el desembarco de tres expediciones con los principales jefes por las hoy provincias orientales, Camagüey y la región central.

El 10 de enero de 1895, las autoridades norteamericanas confiscaron tres embarcaciones que estaban listas para partir hacia Cuba, y con ellas todos los materiales y pertrechos de guerra celosamente preparados por Martí, para armar a 1 000 hombres.  Se trata de la frustrada expedición que conocemos por nombre del puerto floridense de la Fernandina, donde se produjo el vil acto de confiscación del Gobierno  de los Estado Unidos. Quedaron así en manos yanquis los recursos brindados para la guerra por los humildes trabajadores tabaqueros de la Florida junto a otros cientos de emigrados, colectados centavo a centavo, en años de enormes esfuerzos.

El revés de la Fernandina pudo haber sido el fin del esfuerzo revolucionario. Pero el terrible golpe no había disminuido la capacidad de lucha de Martí. Los preparativos comenzaron de nuevo. La guerra revolucionaria era ya un proceso inevitable y otro plan de alzamiento fue concebido de inmediato. "Yo no miro a lo deshecho, sino a lo que hay que hacer", afirmaría Martí.

Lejos de producir desaliento, el fracaso del Plan de Fernandina fortaleció la decisión de los revolucionarios, y fueron muchos los que quedaron asombrados por la magnitud del esfuerzo, así como convencidos del buen empleo de los fondos donados por ellos para propiciar el inicio de la Revolución. Amaron más aún los cubanos y cubanas de bien, a aquel hombre que en las frías jornadas del invierno neoyorquino, llegaba con un precario abrigo, con una levita siempre pulcra, pero de evidente desgaste, a quien vieron subir a una tribuna con las suelas de los zapatos desgastadas, en la seguridad de sus pies húmedos, de sus carnes castigadas por el frío norteño.  Así, el revés levantó a más aún la confianza en Martí y fue acicate para que se apresurara, sin más dilación, el ansiado levantamiento en armas dentro de la Isla.

El 29 de enero de 1895, a solo 19 días de la pérdida de la Fernandina, Martí cursó la orden del levantamiento simultáneo, firmada por él, como Delegado del Partido Revolucionario Cubano, junto a Mayía Rodríguez, como representante personal del mayor general Máximo Gómez, y a Enrique Collazo, representando a la Junta Revolucionaria de La Habana. La orden iba remitida al mulato  matancero Juan Gualberto Gómez, el Delegado en La Habana del PRC, con copias para los jefes mambises Guillermón Moncada, residente de Santiago de Cuba; Bartolomé Masó, radicado en Manzanillo; Francisco Carrillo, localizado en Remedios, y el camagüeyano Salvador Cisneros Betancourt.

Tras recibir la orden en los primeros días de febrero de 1895, el joven estudiante Tranquilino Latapier la llevó a los conspiradores del Oriente.  Con la aceptación de los jefes del interior de la isla, reunidos en La Habana, Juan Gualberto Gómez, Julio Sanguily, José María Aguirre, López Coloma y Pedro Betancourt, acordaron aceptar la propuesta del general negro Quintín Bandera de fijar como fecha del alzamiento el 24 de febrero, primer domingo de carnaval.

En la fecha acordada se produjeron levantamientos armados simultáneos que había organizado el Partido Revolucionario Cubano. Según varias fuentes, en unas 35 localidades de distintas partes del país se levantaron en armas los patriotas aquel 24 de febrero, aunque inicialmente solo en la región oriental, sobre todo en su parte sur, pudieron consolidarse las fuerzas mambisas.

Me detengo en mencionar el hecho de la simultaneidad de los principales alzamientos, porque a pesar de que los historiadores han demostrado hasta la saciedad que en este día se desarrolló un levantamiento simultáneo, se sigue repitiendo que en Baire se inicio la Guerra Necesaria. Hacer del heroico Baire el centro aislado o principal del levantamiento, no sólo sería omitir lo que realmente ocurrió, además resultaría en desconocer que el 24 de febrero de 1895, fue el resultado de una sabia concepción estratégica de José Martí, plenamente compartida por Máximo Gómez y Antonio Maceo.

La guerra revolucionaria

Iniciada la guerra en Cuba, Martí trabaja intensamente para logra el arribo al país de los principales jefes. Viaja a República Dominicana y el 25 de marzo, desde Montecristi, junto con  Máximo Gómez, da a conocer el Manifiesto: El Partido Revolucionario Cubano a Cuba, exponiendo los fundamentos de la revolución que se iniciaba.

En momentos tan intensos reverdece el conflicto personal entre dos paladines Antonio Maceo y Flor Crombet, Martí toma la decisión que más conviene a la causa aunque su relación con Maceo se agudiza. Gómez apoya a Martí y con su sabiduría y prestigio aconseja al Titán de Baraguá. Lo más importante es llegar a Cuba y ponerse al servicio de la causa, Maceo acepta aunque siente afectada su dignidad personal. De Puerto Limón, en Costa Rica salen el 25 de marzo Maceo y Flor con destino a la Patria. El primero de abril desembarcaba cercan de Baracoa. Y ese mismo día salían Martí y Gómez de de Montecristi, y llegan a su destino el día 11 de ese mes por Playitas.

El cinco de mayo de 1895 se celebra la entrevista de la Mejorana entre Gómez, Martí y Maceo. El 18 de mayo escribe la carta inconclusa a Manuel Mercado, donde ratifica la naturaleza antimperialista y la vocación latinoamericanista del Partido y la guerra revolucionaria que dirige. Como sabemos al día siguiente, el 19 cae en combate.

La guerra iniciada por Martí, con Gómez y Maceo, se prolongó cerca de tres años y medio.  Los cubanos nos enfrentamos al mayor ejército que España puso sobre nuestras tierras de Américas, más incluso que en las contiendas en las que perdió frente a Simón Bolívar y  José de San Marín  su dominio sobre la América continental. Por la parte española participaron 250 000 hombres de su ejército regular, dirigidos por más de 40 experimentados generales, cerca de 700 jefes y unos 6300 oficiales; así como el Cuerpo de Voluntarios, los guerrilleros, y otras tropas auxiliares al servicio de la metrópoli, calculados en más de 80 000 hombres.

Toda esa colosal fuerza militar equipada con los más modernos medios de la época –no casualmente vendidos por la naciente industria bélica de los Estados Unidos-, no pudo quebrara  la voluntad de resistencia, la preparación militar y la inteligencia de los guerrilleros del Ejército Libertador, con no más de 45 mil efectivos. La invasión de Oriente a Occidente realizada por Gómez y Maceo es considerada  por los estudiosos una de las hazañas militares y políticas, más destacas del Siglo XIX. Maceo muere en una acción militar en Punta Brava, el 7 de diciembre de 1896, pero es unánime el criterio de historiadores y politólogos acerca de la inevitable derrota española por las fuerzas cubanas.

El 20 de mayo del 1902

El triunfo de las armas cubanas y la aspiración a lograr la independencia no resultó posible por la intervención del gobierno imperialista de los Estados Unidos a partir de abril de 1898. Nada justifica la intervención militar yanqui, sus razones mentirosas lograron paralizar y confundir a una dirigencia mambisa que yo no contaba con la sagacidad política de Martí y Maceo, mientras encubaban la traición dentro de las propias filas insurrectas. Por demás los espurios objetivos de la intervención y la guerra contra España, han quedado al desnudo con las pruebas irrebatibles de su conducta anexionista y la propia documentación estadounidense de la época.

El país imperialista con la decisiva colaboración del Ejército mambí derrota al decadente corona europea. Y si definitivamente los imperialistas no alcanzaron convertirnos en una colonia como si lo hicieron con la hermana Puerto Rico, fue por la resistencia cubana a la idea anexionista, por la presencia de un pueblo en armas, convencido de su dignidad nacional en treinta años de combates anticolonialistas. También por la sabiduría política de un grupo de patriotas, que evitó que realizaran contra la nación las masacres que si sufrieron los patriotas y pobladores filipinos.

Resulta importante subrayar que el logro de los propósitos hegemonistas, expansionistas e imperialistas de los Estados Unidos y el nacimiento de una república neocolonial, con la cooptación de una parte importante del liderazgo mambí para su política antinacional, es solo una parte de la verdad histórica.

El 20 de mayo del 1902, el reconocimiento de la República de Cuba y el fracaso de los planes netamente anexionistas, también fueron un logro del movimiento revolucionario que se reinició el 24 de febrero de 1895, el espacio mínimo pero definitivo de realización de nuevas luchas, de nuevas batallas emancipadoras, donde la liberación nacional se articularía definitivamente con la justicia social, donde nacionalismo y socialismo configurarían el escenario de la Revolución del 30 y el movimiento definitivo que en el año del Centenario del nacimiento de José Martí, bajo la conducción de Fidel Castro Ruz, inició el fin del capitalismo en Cuba. No tenemos pues porque dejarle a los apátridas y a la contrarrevolución la efeméride del 20 de mayo.

El 24 de febrero del 2011

pict1061.JPGRememorar el 24 de febrero en el año que conmemoraremos los 50 aniversarios de la declaratoria del carácter socialista de la Revolución, de la Victoria de Girón y del nacimiento, desde el pluripartidismo revolucionario del triunfo de enero de 1959, del partido único de todos los revolucionarios cubanos, nos coloca, en un privilegiado   escenario. Nos impone la necesidad de pensar sobre nuestra contemporaneidad: ¿Son nuestras dificultades actuales,  superiores a las que enfrentaron  Martí, Gómez, Maceo y sus compañeros? ¿Acaso somos diferentes a los héroes del 24 de febrero de 1895?

El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en un discurso que sentó pautas para la historiografía nacional, el 10 de octubre de 1968, en conmemoración del Centenario del inicio de la gesta independentista de los Diez años, develó la dialéctica de los cien años de luchas de la  Revolución Cubana: “nosotros ayer hubiéramos sido como ellos, ellos hubieran sido como nosotros hoy”.

La historia no es la que se quiera escribir, sino la que realmente sucedió, y la nuestra entre muchas, define seis verdades incuestionables:

Primero: Esta es una nación construida con el heroísmo y la inteligencia de todos sus hijos, de  hombres y mujeres, de la simiente de los indígenas que sobrevivieron al genocidio de la conquista y colonización, de  los negros esclavos, campesinos y artesanos peninsulares, de los culíes chinos, de muchos otros migrantes de América y del mundo, de sus hijos y los hijos de sus hijos.   Nuestra diversidad es fortaleza. La indoamericanidad, la negritud y universalidad de nuestros padres, dio esa mezcla real y maravillosa de la cubanidad, que se hizo cultura y sentido de nación en estas guerras por la liberación nacional. Somos indoamericanos y más. Somos afroamericanos y más. Somos hispanoamericanos y más. Somos CUBANOS y CUBANAS. NO HAY DEFINICIÖN MÁS EXACTA Y DEFINITIVA QUE ESTA.

Segundo: La existencia de la nación cubana ha estado siempre fundamentada en la unidad política de sus combatientes y en el apoyo decidido de las masas trabajadoras. De José Martí a Fidel Castro el liderazgo en Cuba pasa siempre por la prueba de las masas, nuestro pueblo ha desarrollado una peculiar y sabia sensibilidad para sentir la grandeza de sus servidores, la exige por demás en el ejemplo, en la eticidad, en la capacidad de expresar sus más íntimos anhelos, en la valentía y la audacia, en la certeza.

Tercero: Las derrotas que hemos tenido han sido en lo fundamental, fruto de nuestros propios errores, de las contradicciones no resueltas, de la desunión dentro del propio campo revolucionario. La solución de este peligro no pasa por discursos, si por la construcción efectiva de unidad y socialidad revolucionaria todos los días, a toda hora. Pasa por la entrega personal y el patriotismo de cada revolucionario, por su sentido del deber, por la postergación de lo secundario en función del interés superior de la Revolución.

Cuarto: La causa de Cuba ha estado indisolublemente ligada a la de los pueblos de América. La solidaridad y el internacionalismo, cuya figura suprema en la independencia es el Generalísimo Máximo Gómez, resulta esencia e identidad del devenir de la historia patria

Quinto: El gobierno de los Estados Unidos como representante de los grupos de poder hegemónico e imperialista de ese país, ha sido un enemigo histórico de la nación, de la independencia, la soberanía y la felicidad de los cubanos y cubanas.

Sexto: Para los fines de la Revolución Cubana, para cumplir sus tareas históricas de liberación y realización nacional, construir una patria feliz y próspera, crear, consolidar y enriquecer la unidad de todos los patriotas frente a los retos emancipatorios y la constante agresividad del vecino imperialista, para cumplir nuestro destino solidario e internacionalista, José Martí creó un Partido Revolucionario, un solo Partido para todas y todos los que se decidieran a pelear y vencer por tan trascendentales objetivos.

Me ratifico en el criterio de que vivimos momentos tan heroicos como aquellos del 24 de febrero: tiempo de balance y cambios trascendentales, que se hacen desde la madurez de una dirección martiana, que nos ha dado la victoria en el último medio siglo de vida de la nación cubana,  tiempo en que por demás,  los pinos nuevos, los jóvenes, ya tienen  en sus manos el curso definitivo de los acontecimientos.


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