Con las palabras introductorias de Frank González García, en la actualidad Decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Habana, comenzó en la mañana de hoy el encuentro convocado por la FELAP y la UPEC en ocasión del Día de la Libertad de Prensa. En una apretada pero documentada síntesis, González expuso los orígenes de esta celebración que conmemora la Declaración de Windhoek, Namibia (África), que el 3 de mayo de 1991 reconocía la importancia de una prensa libre e independiente para toda sociedad; dos años después, en diciembre de 1993, la Asamblea General de Naciones Unidas declaró el 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa
Sin embargo, destacó González, lejos están las grandes transnacionales de la información de cumplir cualquier postulado que vaya contra sus intereses: “Crean el hecho noticioso, y al mismo tiempo le dan cobertura, porque sólo una ínfima parte de los acontecimientos noticiosos pasan a ser ‘noticia’, a partir de su intencionalidad editorial, condicionada por los intereses político-económicos de esos consorcios. Por ello, todo acontecimiento que pretenda instalarse en la agenda pública, tiene que instalarse en los medios. Ellos definen qué es noticia, construyendo la realidad noticiosa: ya sea por acción o por omisión, como en el caso de nuestros Cinco compatriotas prisioneros en Estados Unidos desde hace 13 años, tema que ha de colocarse en la agenda mediática, para evidenciar el doble rasero de Estados Unidos en su supuesto “tratamiento al terrorismo”.
Y para compartir sus vivencias sobre el Caso de los Cinco y los medios de comunicación con periodistas, miembros de los diferentes Comités de Solidaridad con los 5 y familiares de Ramón, René, Fernando, Ramón y Antonio, presidieron este encuentro, además, José dos Santos, Director Ejecutivo de la FELAP, Gloria La Riva del Comité Nacional (EE.UU.); Alicia Jrapko, coordinadora del Comité Internacional por la libertad de los Cinco y Ricardo Alarcón de Quesada, Presidente del Parlamento cubano, y una de las voces más autorizadas para hablar de los Cinco.
Gloria La Riva continuó con las exposiciones, cuando a petición de Dos Santos expuso a los presentes el cinismo de la prensa norteamericana, al convertirse en cómplices, previo pago, del gobierno de los Estados Unidos. Alrededor de la fecha en que fueron juzgados los cinco antiterroristas cubanos, crearon una matriz de opinión adversa a los Cinco, induciendo a la opinión pública a ligar a los Cinco con el terrorismo internacional, inventando falsas alianzas o expresando que Cuba usó alucinógenos al “adiestrar a sus espías”. Gloria nos habló del trabajo realizado por el comité para denunciar cómo los Cinco no sólo fueron víctimas de una acusación por causas políticas, sino también de la operación de propaganda realizada por el gobierno de los Estados Unidos. En el sitio Reporteros por contrato informan que más de 2200 páginas de contratos entre periodistas de Miami y de Radio y TV Martí -hechas públicas hasta ahora por el periódico Liberation, a través de una petición de la Ley de Libertad de Información (FOIA)- demuestran la complicidad, la premeditación, para infamar a nuestros cinco hermanos, inocentes de las causas que les imputaban.
Alicia Jrapko dio continuidad al encuentro, al expresar que al pueblo norteamericano se la ha negado el derecho a conocer el caso de los Cinco, durante casi 13 años, y a través de tres administraciones –republicanas o demócratas- al punto que esta información ha sido citada en Proyecto Censurado, libro que publica desde 1976 la Universidad del Estado de Sonoma con las que considera las veinticinco noticias más censuradas del año.
Alicia agradeció a los medios del ALBA, únicos, según la activista argentina, que cubren y dan a conocer lo relativo a los Cinco y a las tareas y actividades que a su favor fomenta el comité, ya que sólo de forma tangencial se “filtran” a la opinión pública norteamericana estas noticias: Ejemplo de ello es, según Alicia –información que corrobora Andrés Gómez, periodista cubano residente en Miami, fundador de la Brigada Antonio Maceo y director de la Revista Areito- la indiferencia ante las marchas que realiza en Miami la llamada Alianza Martiana, que sólo son reproducidas de fuentes cubanas, pero no directamente de los hechos realizados por ellos.
Algunos de los hermanos que a diario llevan adelante la hermosa tarea de romper los muros de silencio en el caso de los 5 estaban presentes en este conversatorio y participaron con ideas, experiencias o anécdotas. Periodistas que desde Cuba comparten informaciones con el resto del mundo como Rafael Hojas, Santiago Feliú, Daysi Francis o Ida Garberi; hermanos que en las propias entrañas del monstruo intentan romper la falta de libertad, de cobertura mediática en este caso como Walter Lippmann, Peter Gellert, o el cubano radicado en Miami, Andrés Gómez. El salvadoreño José Mario Zavaleta, uno de nuestros más constantes difusores de información, habló de las experiencias de su trabajo a favor de los Cinco.
Mucho ha sido el compromiso estos grupos solidarios con nuestros 5 compatriotas en Estados Unidos, la principal plaza a cubrir con estas informaciones: conciertos, exposiciones –como por ejemplo la de caricaturas políticas de Gerardo Hernández Humor con Causa (el titulo en Ingles es Humor from my Pen) que será expuesta en varias ciudades de los Estados Unidos- o las iniciativas de Alianza Martiana de colocar una valla en Miami o publicar un anuncio en el Nuevo Herald a favor de los cinco, que no sólo fue retirado sino que incluso ¡están exigiendo al comité que retire de su web la imagen que recuerda este hecho!.
Es inmensa la censura y el desconocimiento del pueblo norteamericano sobre el caso de los Cinco; una de las anécdotas narradas por Gloria habla de un breve espacio que le fuera concedido en Univisión de San Francisco, donde al hablar de los Cinco le preguntaron en qué lugar de Cuba estaban presos… “Sólo si somos capaces de comprender esta férrea censura y actuamos en consecuencia, podremos vencer el ocultamiento y la acción perversa de los medios”.
Luego de las intervenciones de algunos de los presentes con opiniones o propuestas de acción, el Presidente de nuestra Asamblea Nacional cerró la Jornada. A continuación, el texto íntegro de su intervención:
Cuando el 25 de abril el Gobierno de Estados Unidos rechazó la solicitud de Habeas Corpus de Gerardo Hernández Nordelo, lo hizo de modo muy categórico sin dejar margen a la duda. Washington quiere que el tribunal de Miami declare inadmisible esa petición y que lo haga sumariamente, sin convocar una audiencia para examinar sus méritos, sin escuchar a Gerardo, sin presentar las evidencias que oculta. Así responde al último recurso de un ser humano condenado a dos cadenas perpetuas más quince años.
De modo semejante Washington solicitó que sea desestimada la apelación de Antonio Guerrero y la de René González.
Son tres acciones casi simultáneas que revelan la naturaleza profundamente arbitraria e injusta del sistema norteamericano. Ocurrieron hace una semana, pero no se convirtieron en noticia, salvo alguna referencia en nuestros medios.
La dictadura mediática es, probablemente, en la actualidad el instrumento más eficaz en la política hegemónica del imperialismo. Domina ampliamente la información a escala planetaria, determina lo que la gente puede saber y bloquea con mano de acero lo que quiere encubrir.
La batalla por la liberación de nuestros Cinco compatriotas sólo podrá ganarse si comprendemos ese dato esencial del mundo de hoy y somos capaces de actuar en consecuencia.
No es casual que exista tan férrea censura. Precisamente la apelación colateral de Gerardo se fundamente en el ocultamiento de las evidencias y en la función perversa de los llamados medios de información.
Se trata de un caso del que casi nada se supo más allá de Miami. Las grandes corporaciones impusieron total silencio hacia afuera, mientras sus corresponsales en esa ciudad se unieron a medios locales de dudosa reputación para desatar una virulenta campaña contra los acusados que contribuyó a formar lo que los tres jueces de la Corte de Apelaciones describieron como una “tormenta perfecta” de prejuicios y hostilidad en la que basaron su decisión de anular el juicio.
La propia Jueza Lenard en repetidas ocasiones protestó por las acciones provocadoras que realizaban esos supuestos periodistas que creaban miedo a los miembros del Jurado quienes se sentían amenazados.
En el 2006 se supo que esos provocadores recibían pagos del gobierno norteamericano para realizar su sucia labor. Desde esa fecha varias organizaciones de Estados Unidos están reclamando a Washington que entregue los datos que esconde sobre el alcance de una conjura cuya existencia es más que suficiente para demostrar la escandalosa prevaricación de las autoridades.
Durante cinco años aquellos amigos norteamericanos han librado un esfuerzo tan noble como solitario, sobre el cual nada han reflejado los medios corporativos y poco es lo que ha trascendido a los que se consideran su alternativa.
Por eso no le resultó difícil al Gobierno mantener su obstinada posición y seguir imponiendo el secreto.
Tampoco ha encontrado obstáculos para mantener invisibles las imágenes de satélite que celosamente guarda sobre el incidente del 24 de febrero de 1996. No permitió que las vieran hace 15 años los investigadores de la Organización de Aviación Civil Internacional, se negó a presentarlas al Tribunal de Miami y ahora reitera su negativa. Tan obvia y sospechosa es su actitud de impedir que otros vean las pruebas que sólo conoce Washington que en su dilatado alegato de 123 páginas y tres anexos contra Gerardo apenas aluden al asunto en un torcido párrafo de cinco líneas.
Permítanme una breve recapitulación. Gerardo Hernández Nordelo no tuvo absolutamente nada que ver con el derribo de las avionetas el 24 de febrero de 1996. El propio Gobierno de Estados Unidos, el de W. Bush, reconoció que carecía de pruebas para sostener su acusación contra Gerardo y pidió a última hora retirarla. Lo hizo en un documento oficial, titulado “Petición de Emergencia” y que, según ellos mismos, constituía una acción sin precedentes en la historia de ese país.
Aquí está el documento fechado mayo 25 de 2001, pronto cumplirá diez años, pero él no existe para quienes se hacen llamar “medios de información”. De mi ancestro andaluz guardo cierta tendencia a la obstinación y por eso cargo con él de vez en cuando, pues los gitanos también creen en el azar. Nunca se sabe. A lo mejor un día alguien descubre que este documento existe.
Volvamos al incidente del 24 de febrero de 1996. Ningún tribunal de Estados Unidos tenía jurisdicción sobre tal hecho, salvo que hubiese ocurrido en el espacio internacional. La investigación realizada por la OACI reveló algo sorprendente. Pese a estar advertidas de antemano por su gobierno las estaciones de radar norteamericanas o no registraron el suceso u ofrecieron datos contradictorios o destruyeron esos datos. La única “prueba” suministrada por las autoridades estadounidenses es el testimonio del capitán de un navío que opera, ¿casualmente?, desde Miami.
De ahí el interés, primero de la OACI y luego de la defensa de Gerardo por las imágenes satelitales. El Gobierno norteamericano nunca negó la existencia de esas imágenes, admitió tenerlas pero lleva quince años prohibiendo que alguien más pueda verlas.
¿Cómo explicar que hayan logrado ocultarlas con éxito durante tanto tiempo? Simplemente porque su reveladora conducta nunca se ha vuelto noticia, porque han contado con la complicidad de las grandes corporaciones mediáticas, pero también, hay que decirlo, con la indolencia nuestra.
El peor enemigo de la libertad de prensa es la dictadura mediática, la que ejercen las grandes corporaciones que manipulan la información y la sustituyen por la industria del engaño.
Esa dictadura impone el menú noticioso que circula por nuestras redacciones y con él sus códigos de lenguaje e interpretación. Si queremos desarrollar un periodismo veraz, capaz de transformarse en verdadera alternativa, es preciso salirse del menú y buscar la verdad en otras fuentes. Esa es una necesidad profesional pero también un deber de solidaridad para con aquellos que, carentes de recursos, libran duras batallas en solitario. Ayudar a la articulación de sus dispersos esfuerzos es obligación de la prensa revolucionaria. Es también la mejor receta para curar la infección de aquellos códigos que circula, muchas veces inadvertida, entre nosotros.
Actuando así también pudiéramos hacer noticias. Sin inventarlas ni fabricarlas, como las que abundan en el menú que nos sirven día y noche. Sino quebrando los cerrojos que encierran verdades como las que me he permitido mencionar aquí. Seamos, en fin, como quería Julio Antonio Mella que fuésemos: “Seres pensantes, no seres conducidos”.
Son tres acciones casi simultáneas que revelan la naturaleza profundamente arbitraria e injusta del sistema norteamericano. Ocurrieron hace una semana, pero no se convirtieron en noticia, salvo alguna referencia en nuestros medios.
La dictadura mediática es, probablemente, en la actualidad el instrumento más eficaz en la política hegemónica del imperialismo. Domina ampliamente la información a escala planetaria, determina lo que la gente puede saber y bloquea con mano de acero lo que quiere encubrir.
La batalla por la liberación de nuestros Cinco compatriotas sólo podrá ganarse si comprendemos ese dato esencial del mundo de hoy y somos capaces de actuar en consecuencia.
No es casual que exista tan férrea censura. Precisamente la apelación colateral de Gerardo se fundamente en el ocultamiento de las evidencias y en la función perversa de los llamados medios de información.
Se trata de un caso del que casi nada se supo más allá de Miami. Las grandes corporaciones impusieron total silencio hacia afuera, mientras sus corresponsales en esa ciudad se unieron a medios locales de dudosa reputación para desatar una virulenta campaña contra los acusados que contribuyó a formar lo que los tres jueces de la Corte de Apelaciones describieron como una “tormenta perfecta” de prejuicios y hostilidad en la que basaron su decisión de anular el juicio.
La propia Jueza Lenard en repetidas ocasiones protestó por las acciones provocadoras que realizaban esos supuestos periodistas que creaban miedo a los miembros del Jurado quienes se sentían amenazados.
En el 2006 se supo que esos provocadores recibían pagos del gobierno norteamericano para realizar su sucia labor. Desde esa fecha varias organizaciones de Estados Unidos están reclamando a Washington que entregue los datos que esconde sobre el alcance de una conjura cuya existencia es más que suficiente para demostrar la escandalosa prevaricación de las autoridades.
Durante cinco años aquellos amigos norteamericanos han librado un esfuerzo tan noble como solitario, sobre el cual nada han reflejado los medios corporativos y poco es lo que ha trascendido a los que se consideran su alternativa.
Por eso no le resultó difícil al Gobierno mantener su obstinada posición y seguir imponiendo el secreto.
Tampoco ha encontrado obstáculos para mantener invisibles las imágenes de satélite que celosamente guarda sobre el incidente del 24 de febrero de 1996. No permitió que las vieran hace 15 años los investigadores de la Organización de Aviación Civil Internacional, se negó a presentarlas al Tribunal de Miami y ahora reitera su negativa. Tan obvia y sospechosa es su actitud de impedir que otros vean las pruebas que sólo conoce Washington que en su dilatado alegato de 123 páginas y tres anexos contra Gerardo apenas aluden al asunto en un torcido párrafo de cinco líneas.
Permítanme una breve recapitulación. Gerardo Hernández Nordelo no tuvo absolutamente nada que ver con el derribo de las avionetas el 24 de febrero de 1996. El propio Gobierno de Estados Unidos, el de W. Bush, reconoció que carecía de pruebas para sostener su acusación contra Gerardo y pidió a última hora retirarla. Lo hizo en un documento oficial, titulado “Petición de Emergencia” y que, según ellos mismos, constituía una acción sin precedentes en la historia de ese país.
Aquí está el documento fechado mayo 25 de 2001, pronto cumplirá diez años, pero él no existe para quienes se hacen llamar “medios de información”. De mi ancestro andaluz guardo cierta tendencia a la obstinación y por eso cargo con él de vez en cuando, pues los gitanos también creen en el azar. Nunca se sabe. A lo mejor un día alguien descubre que este documento existe.
Volvamos al incidente del 24 de febrero de 1996. Ningún tribunal de Estados Unidos tenía jurisdicción sobre tal hecho, salvo que hubiese ocurrido en el espacio internacional. La investigación realizada por la OACI reveló algo sorprendente. Pese a estar advertidas de antemano por su gobierno las estaciones de radar norteamericanas o no registraron el suceso u ofrecieron datos contradictorios o destruyeron esos datos. La única “prueba” suministrada por las autoridades estadounidenses es el testimonio del capitán de un navío que opera, ¿casualmente?, desde Miami.
De ahí el interés, primero de la OACI y luego de la defensa de Gerardo por las imágenes satelitales. El Gobierno norteamericano nunca negó la existencia de esas imágenes, admitió tenerlas pero lleva quince años prohibiendo que alguien más pueda verlas.
¿Cómo explicar que hayan logrado ocultarlas con éxito durante tanto tiempo? Simplemente porque su reveladora conducta nunca se ha vuelto noticia, porque han contado con la complicidad de las grandes corporaciones mediáticas, pero también, hay que decirlo, con la indolencia nuestra.
El peor enemigo de la libertad de prensa es la dictadura mediática, la que ejercen las grandes corporaciones que manipulan la información y la sustituyen por la industria del engaño.
Esa dictadura impone el menú noticioso que circula por nuestras redacciones y con él sus códigos de lenguaje e interpretación. Si queremos desarrollar un periodismo veraz, capaz de transformarse en verdadera alternativa, es preciso salirse del menú y buscar la verdad en otras fuentes. Esa es una necesidad profesional pero también un deber de solidaridad para con aquellos que, carentes de recursos, libran duras batallas en solitario. Ayudar a la articulación de sus dispersos esfuerzos es obligación de la prensa revolucionaria. Es también la mejor receta para curar la infección de aquellos códigos que circula, muchas veces inadvertida, entre nosotros.
Actuando así también pudiéramos hacer noticias. Sin inventarlas ni fabricarlas, como las que abundan en el menú que nos sirven día y noche. Sino quebrando los cerrojos que encierran verdades como las que me he permitido mencionar aquí. Seamos, en fin, como quería Julio Antonio Mella que fuésemos: “Seres pensantes, no seres conducidos”.
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