sábado, 31 de diciembre de 2011

Los cubanos: extraña metamorfosis de pasado y ensoñación

Por Arnoldo Fernández Verdecia

Intelectuales de otros mundos piensan que la calidad de vida del cubano no se corresponde con las profesiones que realizan. Valoran profundamente los resultados del ingenio de ese hombre que labora con los recursos del intelecto; por eso se asombran al verlos en un ciclo, un camión de carga devenido trasporte de pasajeros, o mordisqueando un bocadito como almuerzo para volver a las labores.

Vivir en Cuba es un acto de magia, quizás una ilusión, tal vez un delirio. Los paseantes del mundo llegan a nuestra isla y experimentan un regreso en el tiempo. No comprenden cómo los cubanos aman y fundan en medio de tantas limitaciones.

Algunos llegan a pensar que somos una especie de Haití. Sus hijos sienten pena si saben que vienen a Cuba. Otros prefieren traerlos para educarlos en el valor del trabajo y las cosas.

Los cubanos no son sencillamente una etiqueta más en el universo, son seres que construyen la felicidad con pequeñas cosas, como celebrar cumpleaños montados en una caravana de bicitaxis, o tomarse unos tragos de ron barato en un parque y jugar al dominó en torno a un puerco asado en púa.

Intelectuales de otros mundos piensan que la calidad de vida del cubano no se corresponde con las profesiones que realizan. Valoran profundamente los resultados del ingenio de ese hombre que labora con los recursos del intelecto; por eso se asombran al verlos en un ciclo, un camión de carga devenido trasporte de pasajeros, o mordisqueando un bocadito como almuerzo para volver a las labores.

Así somos los cubanos de la Isla. Nuestra cotidianidad puede parecer absurda para el resto del mundo, incluso inexplicable, pero esa magia es la que invita a venir, a conocernos, a compartir.

No somos un país del futuro, sino una extraña metamorfosis de pasado y ensoñación. Estar en Cuba es convivir con autos reliquias que andan las calles, diligencias de volantas donde los enamorados se casan o sencillamente viajan al trabajo. Estar en Cuba es tener los ojos de Alonso Quijano (El Quijote) y creer que nuestra mirada nos engaña con las imágenes que llegan a nuestro cerebro y no se pueden procesar. Colapso mental dirían algunos, otros gritarían es una magia absurda pero interesante. La herejía no se perdona, expresarían los amigos.

Cuba no es sólo el paraíso del Trópico donde las mujeres del allende vienen a comprar un hombre. No es sólo el paraíso donde reinan atractivas mulatas de siniestras caderas que desatan el deseo sexual. No es sólo el lugar del ron más exquisito de la tierra. Es el país de los soñadores, personas con filosofías ingenuas que no han perdido la justicia que todavía anida en sus corazones.

Su Isla anda en muletas, alguien me ripostaría. Yo le respondería: A cualquier hora del día o la noche me atiende un buen médico y no hace falta seguro, ni dinero en efectivo para hacerlo. Mi título universitario no me lo compró mi padre, ni me lo regaló ningún político.

Cada día recorro las calles sin el miedo a pensar que alguien me dará un disparo, por un ajuste de cuentas, o porque un cartel de la droga se confundió y me llenó de agujeros el cuerpo.

Vivo en Cuba. Aquí sigo. Deben venir a conocer mi mundo. No es Macondo, ni la Atlántida. Deben venir a conocer a los cubanos y no quedarse en la superficie de la fruta. Su sabor está en lo profundo. Encontrarlo requiere una búsqueda sacrificada.

Tomado de Caracol de agua
Imagen agregada "Cuba Simplemente" FOTOS DE Mariangela y Fabio

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