No creo que ninguno de los dos recuerde la fecha exacta...
El año anterior, 1961, fue el de la Campaña de Alfabetización, que empezó en enero y terminó en diciembre. Alrededor de 100,000 jóvenes de las brigadas alfabetizadoras “Conrado Benítez” (1) hurgaron en los más recónditos lugares de la geografía cubana y aniquilaron la ignorancia a lapizazos y libretazos, con valor y entereza encomiables, y en abril, casi recién comenzada la campaña, el gobierno de los Estados Unidos de América lanzó por Playa Girón la invasión criminal mercenaria de más de 1,200 hombres pagada, organizada y apoyada militarmente por ellos, la que terminó en menos de 72 horas ridículamente derrotada y sus mercenarios cambiados por compotas.
En el transcurso del año harían otras felonías, como asesinar al campesino Pedro Lantigua y al adolescente alfabetizador Manuel Ascunce. Al año siguiente, el nombre de Manuel Ascunce lo llevarían unas brigadas de trabajo agrícola en las montañas orientales, las que también ofrecerían clases de seguimiento a los recién alfabetizados.
De manera que el curso tradicional 1961-1962 no existió, y 1962 comenzó sus clases en enero o febrero, en escuelas que por primera vez obedecían a un plan único de estudios, inaugurado por el pueblo en el poder.
En la otrora Escuelas Pías de La Habana (2) y recién bautizada “José Antonio Echeverría”, (3), se ofrecían clases de secundaria diurnas y nocturnas, para estudiantes y trabajadores. Hasta abril de ese año no se crearía la Unión de Jóvenes Comunistas -UJC-, por lo que la organización juvenil más amplia era la Asociación de Jóvenes Rebeldes –AJR-, a la que pertenecíamos Silvio Rodríguez y yo. Precisamente en las reuniones de la organización nos conocimos. Ya él trabajaba en la Revista Mella como dibujante, y como habitualmente pintaba en las pizarras un personaje muy simpático creado por su maestro de dibujo Virgilio Martínez (“Pucho”, un perrito sato que levantaba la patica y meaba al imperialismo, encarnado en el Tío Sam), los compañeros de la AJR nombraron a Silvio como responsable de cultura, además de endosarle el nombre del perrito. Como yo era un poco fuerte –tenía tremendos antebrazos, como los de Popeye El Marino- me pusieron de responsable de trabajo productivo. Así transcurrieron los primeros meses de 1962, entre clases, reuniones, estudios políticos, enfrentamientos con provocadores, guardias en la escuela, apasionadas discusiones filosóficas, cortes de caña los fines de semana y alguna que otra escapada para ir a bailar a los círculos sociales y fiestecitas de quince.
Si no recuerdo mal, alrededor de mayo se creó la Unión de Estudiantes Secundarios –UES-, y quedé yo entre los dirigentes de la escuela. En las vacaciones de ese año se conformaron brigadas para recoger café en las montañas de Oriente, a las que prestamente me apunté. Estando en esas tareas se produce la crisis de los misiles, recordada por nosotros como la Crisis de Octubre. El país entero se dispuso a enfrentar la agresión nuclear que John F. Kennedy, el demócrata, estaba prometiendo si los soviéticos no sacaban los cohetes que habían entrado en Cuba. Finalmente, la URSS en la persona de Nikita Krushov, decidió bilateralmente con Kennedy y sin contar con nosotros sacar el armamento. Los cubanos, encabezados por Fidel (el de entonces, y el de siempre y hasta siempre) plantamos con una frase memorable: ¡Nunca aceptaremos un alto al fuego, venga de donde venga la orden! Así quedó bien clara una vez más nuestra soberanía.
Andaba yo por esas intrincadas montañas orientales al frente de un campamento de bisoñísimos recolectores de café (quizás debiera decir demoledores del café) hasta que terminó la Crisis, a finales de noviembre o diciembre. Por supuesto que en ese tiempo no me afeité, ni me corté el pelo -tenía entonces, y en abundancia- y me bañé lo menos que pude, de manera que “bajé de la Sierra” medio harapiento, flaco, barbudo, peludo y hediondo.
Noris era en la secundaria como la hermana que no tenía, y andaba de novia con Silvio. Ella fue la primera persona que fui a ver a mi regreso y suponía que él estaría allí. Toqué la puerta y me abrió Silvio, se me quedó mirando extrañado y me preguntó: ¿Qué desea? Inmediatamente después, boca y ojos desmesuradamente abiertos, un par de palabrotas, abrazos y besos y cuéntame y anécdotas de un lado y de otro. Él había estado fusil en mano esperando la bomba atómica en la capital mientras yo la esperaba en la Sierra Maestra. Había sido una experiencia que nos marcaría para toda la vida.
Desde entonces esa amistad, forjada en aquellos lances y otros que vendrían inmediata y constantemente después, como la vida misma, viéndonos claramente “marchando a campañas de guerra entre todos y yendo a otras guerras privadas también”. Ha seguido creciendo hasta hoy, y nada ni nadie hace ni hará presumir que pueda interrumpirse.
En el transcurso del año harían otras felonías, como asesinar al campesino Pedro Lantigua y al adolescente alfabetizador Manuel Ascunce. Al año siguiente, el nombre de Manuel Ascunce lo llevarían unas brigadas de trabajo agrícola en las montañas orientales, las que también ofrecerían clases de seguimiento a los recién alfabetizados.
De manera que el curso tradicional 1961-1962 no existió, y 1962 comenzó sus clases en enero o febrero, en escuelas que por primera vez obedecían a un plan único de estudios, inaugurado por el pueblo en el poder.
En la otrora Escuelas Pías de La Habana (2) y recién bautizada “José Antonio Echeverría”, (3), se ofrecían clases de secundaria diurnas y nocturnas, para estudiantes y trabajadores. Hasta abril de ese año no se crearía la Unión de Jóvenes Comunistas -UJC-, por lo que la organización juvenil más amplia era la Asociación de Jóvenes Rebeldes –AJR-, a la que pertenecíamos Silvio Rodríguez y yo. Precisamente en las reuniones de la organización nos conocimos. Ya él trabajaba en la Revista Mella como dibujante, y como habitualmente pintaba en las pizarras un personaje muy simpático creado por su maestro de dibujo Virgilio Martínez (“Pucho”, un perrito sato que levantaba la patica y meaba al imperialismo, encarnado en el Tío Sam), los compañeros de la AJR nombraron a Silvio como responsable de cultura, además de endosarle el nombre del perrito. Como yo era un poco fuerte –tenía tremendos antebrazos, como los de Popeye El Marino- me pusieron de responsable de trabajo productivo. Así transcurrieron los primeros meses de 1962, entre clases, reuniones, estudios políticos, enfrentamientos con provocadores, guardias en la escuela, apasionadas discusiones filosóficas, cortes de caña los fines de semana y alguna que otra escapada para ir a bailar a los círculos sociales y fiestecitas de quince.
Si no recuerdo mal, alrededor de mayo se creó la Unión de Estudiantes Secundarios –UES-, y quedé yo entre los dirigentes de la escuela. En las vacaciones de ese año se conformaron brigadas para recoger café en las montañas de Oriente, a las que prestamente me apunté. Estando en esas tareas se produce la crisis de los misiles, recordada por nosotros como la Crisis de Octubre. El país entero se dispuso a enfrentar la agresión nuclear que John F. Kennedy, el demócrata, estaba prometiendo si los soviéticos no sacaban los cohetes que habían entrado en Cuba. Finalmente, la URSS en la persona de Nikita Krushov, decidió bilateralmente con Kennedy y sin contar con nosotros sacar el armamento. Los cubanos, encabezados por Fidel (el de entonces, y el de siempre y hasta siempre) plantamos con una frase memorable: ¡Nunca aceptaremos un alto al fuego, venga de donde venga la orden! Así quedó bien clara una vez más nuestra soberanía.
Andaba yo por esas intrincadas montañas orientales al frente de un campamento de bisoñísimos recolectores de café (quizás debiera decir demoledores del café) hasta que terminó la Crisis, a finales de noviembre o diciembre. Por supuesto que en ese tiempo no me afeité, ni me corté el pelo -tenía entonces, y en abundancia- y me bañé lo menos que pude, de manera que “bajé de la Sierra” medio harapiento, flaco, barbudo, peludo y hediondo.
Noris era en la secundaria como la hermana que no tenía, y andaba de novia con Silvio. Ella fue la primera persona que fui a ver a mi regreso y suponía que él estaría allí. Toqué la puerta y me abrió Silvio, se me quedó mirando extrañado y me preguntó: ¿Qué desea? Inmediatamente después, boca y ojos desmesuradamente abiertos, un par de palabrotas, abrazos y besos y cuéntame y anécdotas de un lado y de otro. Él había estado fusil en mano esperando la bomba atómica en la capital mientras yo la esperaba en la Sierra Maestra. Había sido una experiencia que nos marcaría para toda la vida.
Desde entonces esa amistad, forjada en aquellos lances y otros que vendrían inmediata y constantemente después, como la vida misma, viéndonos claramente “marchando a campañas de guerra entre todos y yendo a otras guerras privadas también”. Ha seguido creciendo hasta hoy, y nada ni nadie hace ni hará presumir que pueda interrumpirse.
Una canción, de 1974, que habla de esto.
HOY TE RECUERDO
(A “Pucho”, por aquellos tiempos)
Hoy te recuerdo en tiempos de la escuela,
los tiempos del dibujo en las pizarras
(el perro aquél alzando la pata
al yanqui agresor);
aquellos cortes de caña los domingos,
que competíamos a ver quién apilaba más;
aquél colegio viejo, sus balcones,
sus ventanas y alguna mujer…
Recuerdo octubre, al final del conflicto,
cuando trincheras y montañas quedaron como igual;
recuerdo cómo no nos reconocimos
con una barba que nos daba responsabilidad.
Ah, maravillosa adolescencia de esos años,
años de romper el mundo y volverlo a crear.
Ah, época llena de epopéyicas visiones,
época de sueños de fusil y porvenir.
Después nos vimos muy poco en algún tiempo
(tú andabas de soldado y yo volví a estudiar)
y sin saberlo, cada cual por su lado,
huyéndole a la muerte se puso a guitarrear.
Recuerdo un día, en medio de la guerra,
que me decías -”Qué bueno que tú también estás”-
y así estuvimos y estamos, hasta tanto
nos queden energías para enfrentar al mar.
Ah, cuánto sirvió de adiestramiento aquél pedazo,
tiempos de alzarse, caer y alzarse otra vez.
Ah, cuánto de bueno se quedó entre los pobres,
cuánto de bueno nos quedó bajo la piel.
Ah, cuántos mañanas se nos fueron de los sueños,
cuántos mañanas hoy tenemos en las manos.
Paseo y 21. 1973
(1). Joven maestro voluntario asesinado por alzados contrarrevolucionarios, en 1960.
(2). Ubicada en la Calle San Rafael esquina a Manrique, Centrohabana.
(3). En homenaje al héroe estudiantil y presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) caído en combate contra la tiranía, el 13 de marzo de 1957 frente a los muros de la Universidad de La Habana, durante las operaciones del ataque al Palacio Presidencial para ejecutar al tirano Fulgencio Batista.
(2). Ubicada en la Calle San Rafael esquina a Manrique, Centrohabana.
(3). En homenaje al héroe estudiantil y presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) caído en combate contra la tiranía, el 13 de marzo de 1957 frente a los muros de la Universidad de La Habana, durante las operaciones del ataque al Palacio Presidencial para ejecutar al tirano Fulgencio Batista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario