Por Álvaro F. Fernández
Fidel Castro sigue siendo la persona más influyente en Miami. Y en 2012, independientemente de que aún tiene una cierta cantidad de poder en Cuba, un retirado, envejecido y débil Fidel puede que tenga más vitalidad aquí, en la capital del exilio, que hasta en La Habana. Su nombre en Miami provoca las más primarias reacciones por parte de la gente común en la calle, lo cual se traduce en un temor a todo lo que se vincule no muy sutilmente a Castro. Este terror social que provoca el tema de Cuba es parte de la estructura de mi ciudad de residencia, lo cual hace que muchos se nieguen a opinar. Saben que una respuesta “incorrecta” puede llegar a una situación Ozzie Guillén.
A estas alturas, el país entero sabe que los “cubanos locos” de Miami se han alzado en armas de nuevo, esta vez acerca de un comentario que reportó en su edición online la revista Time. Parece que el director del equipo de béisbol Marlins de Miami dijo que amaba y admiraba a Fidel Castro. Los medios de todo el país propagaron la noticia de la declaración, a lo que le siguió una tormenta de fuego de reacciones. En el Sur de la Florida, los idiotas vociferantes en hogares, esquinas, radio y TV pidieron el despido de Guillén.
Yo lo esperaba, sólo que llegó antes de lo que creí. Sé que muchos otros también están esperando. Se sabe que Guillén a menudo mete la pata. Él dice lo que piensa con total desenfado. A veces sus comentarios son una reacción no bien pensada. A menudo, después de haber ingerido algunas bebidas alcohólicas. Pero Ozzie es un jugador de béisbol convertido en director de equipo. No es un político ni un estadista. Sin embargo, había muchos en esta comunidad que estaban tras el micrófono y de puertas de políticos esperando que Guillén hiciera su papel de bufón –esta vez en Miami, donde no le iban a permitir que se saliera con la suya. Y especialmente cuando muchos aquí sabían de los anteriores comentarios favorables de Ozzie acerca de Fidel Castro y de Hugo Chávez –hombres considerados por muchos en el Sur de la Florida como el demonio y su hermano.
Ahora, antes de seguir adelante, dejemos las cosas claras. Guillén está siendo vapuleado por los medios y la comunidad debido a una declaración suya, palabras dichas al periodista de una revista. Punto. No ha matado a nadie ni causado daño físico en ninguna parte. Pero por haberlo hecho, hay que despedirlo. Al menos es lo que piensan muchos en Miami. En una conferencia de prensa el martes en el estadio, dio marcha atrás a su comentario a Time y dijo que odiaba a Fidel y a todo lo que él significa.
Y yo digo, ¿a quién le importa?
Perdido en el alboroto hay algo que Ozzie agregó durante la entrevista, que a mí me pareció más preocupante. Dijo al reportero que cuando el equipo está de visita en otras ciudades, él se emborracha después de cada juego. No he visto muchas quejas acerca de eso. En otras palabras, la posibilidad de alcoholismo está bien.
Lo interesante es que la declaración de Guillén se hizo en un país que enarbola su Primera Enmienda –que garantiza la libertad de palabra– como su bandera de independencia y democracia
¡Aaah, Miami! Un verdadero bastión de la libertad de palabra…
Aquí se tiene el derecho a decir y hacer como a uno le venga en ganas, siempre y cuando no disguste a un poderoso y vociferante segmento de esta comunidad. Si uno cruza los límites trazados por estas personas (casi todos de ascendencia cubana), entonces las reglas no valen.
He pensado mucho y por largo tiempo acerca de lo que acaba de sucederle a Guillén. Y seguramente tengo derecho a estar molesto (o no) por su amor a Fidel. ¿Pero insistir en despedirlo por las palabras que dijo?
La gente que pide la cabeza de Guillén son algunos de los que asisten a los juegos de béisbol en un estadio construido con el dinero de los contribuyentes que nos quitaron de la manera más atroz. Nos engañaron los propietarios de los Marlins y los políticos locales que fueron atraídos por cualquier cosa que el equipo les haya ofrecido. Es más, hasta The Miami Herald, que ha demostrado la estafa de los Marlins, celebra el nuevo estadio como si el negocio hubiera sido totalmente legítimo.
Mientras tanto, el vecindario alrededor de ese estadio y las personas que viven allí –algunos desde que llegaron de Cuba– están siendo forzados a mudarse debido al costo de las nuevas urbanizaciones. Es el aburguesamiento, un proceso que expulsa a los indeseables (porque no pueden pagarlo) a fin de abrir el camino a los que pueden pagar bienes raíces más caros. En otras palabras, como ustedes no pueden pagarlo (lo que ayudaron a financiar) no son bienvenidos. A eso se le llama progreso.
Muchas de esas mismas personas se han alzado en armas por la controversia del caso Guillén. Yo les aconsejaría que no permitan que el equipo (así como los políticos y lo “líderes” de la comunidad) desvíe la atención de lo que es más importante: lo que el estadio está haciendo a la comunidad circundante.
Pero en Miami aún estamos preocupados por Fidel –y por el idiota que tuvo las agallas de admitir que ama al líder cubano, probablemente después de unos cuantos tragos de más.
De Progreso Semanal
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