martes, 12 de marzo de 2013

El Tifón rompió sus velas

Por Emilio Comas Paret*

En ese monumento literario llamado “La guerra y la paz”, Tolstoi pone en boca de la princesa María, uno de sus personajes protagónicos, la siguiente reflexión:

“Desde entonces han pasado cinco años, y yo, con mi débil inteligencia, empiezo a comprender por qué ha tenido que morir y veo que esa muerte no es sino la expresión de la bondad infinita del Creador, cuyos actos, aunque no somos capaces de entender la mayoría de ellos, son una manifestación de su amor infinito hacia sus criaturas…”Ni un solo cabello caerá de tu cabeza sin su voluntad”. Y su voluntad no se guía sino por el amor infinito hacia nosotros. Por eso, todo lo que nos ocurre es siempre para nuestro bien”.

Que me perdonen aquellos que coinciden con el pensamiento de la princesa María, pero yo me declaro en completo desacuerdo.

Siempre se ha dicho que la muerte es un acto natural de la vida, pero esto aún siendo así, cuenta con una gran dosis de relatividad.

Es hasta normal que cuando se llegue a cierta edad la persona deba prepararse para el dormir definitivo, pero estoy seguro que nadie lo hace con la resignación que proclama Tolstoi, y no lo hace porque en el momento en que nos llega la muerte es cuando mejor preparados estamos para vivir, cuando acumulamos más experiencias, llegamos a la sabiduría que dan los años, somos más capaces, más comprensivos, más indulgentes, en fin, en sentido general nos convertimos en mejores personas. Y entonces la muerte.

Pero si sucede lo contrario y esta desagradable circunstancia llega en el mejor momento de nuestro accionar como seres humanos, cuando hay más ímpetu, más arrojo, más valentía, más audacia y se tienen todos los deseos de cambiar al mundo para mejor; entonces si que uno se rebela contra esa agresión a la lógica, a la propia naturaleza humana, a la inteligencia y a la capacidad de vivir. Y eso me pasa con la reciente muerte de Hugo Chávez.

Cierto es que cuando se combina su intensa y fructífera vida con lo corto de su existencia, la Historia lo ha de convertir en un ícono, en un recuerdo vivo que da fuerzas para seguir la lucha, en un ejemplo para los que vienen detrás; sin embargo, muchos seguiremos insistiendo en que nunca debió irse, en que aún nos hace mucha falta acá.

En la soledad cómplice con mi televisor, donde mi machismo se achica y mis ojos se ahogan sin control, no puedo dejar de recordar aquella bella canción que nos enseñó el propio Chávez que terminaba diciendo: “ y su un día tengo que naufragar – y el tifón rompe mis velas – enterrad mi cuerpo cerca del mar – en Venezuela”.

Y el tifón desgraciadamente y para siempre rompió sus velas, no lo dejó llegar a una vejez fructífera y plena, y por eso no deja de martillarme en la mente una pregunta sin respuesta:

¿Por qué?

*Poeta, narrador y periodista (Caibarién, Villa Clara, 1942)


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