Por Nuria Barbosa León*
Año
1970, amanecer de rutina en el campamento para movilizados al corte de
caña de San Pedrito, en el municipio de Artemisa. El de pie casi de
madrugada, la higiene entre sueños cansados, silencio por el cuerpo
estropeado ante un esfuerzo físico de varios días, desayuno de leche en
un jarrito de aluminio, formación para recibir las noticias en el
matutino, informe de los resultados alcanzados por los movilizados,
convocatoria a cumplir con la tarea de alcanzar los Diez Millones.
En
el corte, Máximo Rivero Frómeta deslumbra por su destreza, alcanzada
desde una niñez ligada a la caña en la finca Chapala, ubicada en la
comunidad de El Salvador, provincia de Guantánamo.
El producto de
la sacarosa brindó por mucho tiempo el sustento a una prole de diez
hijos, quienes aprendieron a dar filo a la mocha, andar escasos de ropas
y descalzos por las guardarrayas, beber el jugo de la caña como único
alimento en el día, festejar la comida cuando se conseguía, dormir en
hamacas y apilados en la casa de horcones de madera, techo de guano y
piso de tierra.
Para él y su familia, la Revolución cumplió con
un sueño, añorado, bendecido y necesario. En los primeros años todos los
días hubo un discurso para aplaudir, una medida de cambio a celebrar,
una tarea por cumplir, una jornada para acudir.
Las difíciles
condiciones del campamento: literas en grandes naves bajo techo, duchas
de agua fría en los alrededores, baño colectivo, comedor con bastante
comida en bandejas metálicas y reuniones diarias, se alivian con los
chistes diarios y la convicción de no ser un flojo o raja’o.
Un
día, Máximo llega al campo y conoce que en la otra brigada cortaba Fidel
Castro en una faena de trabajo voluntario. En un momento de receso para
tomar agua, ve al Comandante entre un grupo de curiosos que deseaban
entablar algún tipo de diálogo.
Se concentra en su tarea, y
arremete la mocha a una feroz velocidad. Su deseo, derribar la mayor
cantidad de caña para
Siente la
proximidad del líder de la Revolución, con el cuerpo sudoroso bajo el
uniforme verde olivo. Entonces, no hubo tiempo que perder, el brazo
subió y bajó sin cansancio, no hubo fatiga, no hizo falta otra consigna o
frase. Su empeño: demostrar la seguridad en el triunfo.
*Periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba
Imagen agregada RCBáez
No hay comentarios:
Publicar un comentario