Por Carlos Angulo Rivas*
Han
transcurrido sesenta años exactos desde cuando, aún cursando mi
educación primaria, escuché una conversación de carácter emotivo. Mis
padres no eran políticos, sin embargo, durante varios días estuvieron
pendientes de las noticias procedentes de Cuba. Un grupo de sublevados,
encabezados por el joven abogado Fidel Castro, su hermano Raúl y Abel
Santamaría, había tomado por asalto el Cuartel Moncada en Santiago de
Cuba, instalación considerada la segunda fortaleza militar del país.
La
acción armada de más de cien combatientes se llevó a cabo el 26 de
julio de 1953 con la finalidad de derrocar a la sangrienta dictadura de
Fulgencio Batista. Esta gesta revolucionaria quedó inscrita no sólo en
la historia de la isla sino del mundo entero, debido al enunciado de una
voluntad democrática inspirada en el apóstol cubano José Martí. El
movimiento liberador de la patria fue derrotado y los protagonistas
fueron asesinados progresivamente, siendo los más conocidos
encarcelados, torturados y enjuiciados. Durante el juicio Fidel Castro
se hizo famoso, en todo el país, al asumir su propia defensa mediante un
alegato histórico memorable titulado “la historia me absolverá.”
La
defensa, vista desde los acontecimientos posteriores en Cuba y en
América Latina fue, en realidad, un planteamiento de fe en la libertad,
la democracia y la justicia social. La derrota sufrida en ese primer
intento rebelde, alimentó los corazones cubanos consagrando el derecho a
la insurgencia, a la rebelión, contra las brutales dictaduras, el
despotismo y la tiranía; además, transportó al presente, desde la lejana
antigüedad, este derecho humano desarrollado por todas las doctrinas,
los tratados de derecho, las ideas, y las creencias de los más grandes
pensadores universales de la humanidad. El tiempo demostró que la
derrota sufrida, el 26 de julio de 1953, se convirtió en un enorme
triunfo innovador de lucha continuada contra la opresión de los pueblos
subyugados por la ambición desmedida de un sistema capitalista cada día
más agresivo y avasallador. Soy muy crítico con la situación actual del
mundo entero, económica, política y social; demasiado crítico para
aceptar las verdades oficiales, aquellas relativas a la democracia y la
libertad cuando la mitad del universo poblacional, cerca de tres mil
millones de seres humanos, padece hambre, miseria, insalubridad,
enfermedades y desgracias evitables. Tal vez sea inmoderado cuando
escribo acerca de los problemas de la excesiva acumulación financiera
transnacional, de los problemas de la vivienda, la educación, el
desempleo, la concentración de tierras en pocas manos, los problemas de
salud y alimentación, etc. pero no puedo escapar a esa realidad viviente
soslayada por el individualismo, la indiferencia y la falta de
solidaridad.
A veces algunos nos preguntamos cómo somos capaces
de observar grandes iniquidades, sinrazones, inmoralidades, la miseria y
el dolor humano, sin sentir la obligación ética y espiritual de
transformar este mundo que estamos mirando. La verdad, las entidades
distintivas no funcionan bien menos cuando por facilidad verbal,
especulativa y mental, hablamos de libertad y democracia, sabiendo que
del contenido de estas palabras no nos queda sino un conjunto de gestos,
de conmemoraciones, ritos ceremoniales y pompas patrioteras, siempre de
repetición mecánica. Lo venimos comprobando porque el verdadero poder
no se encuentra en las casas de gobierno sino en los directorios de las
grandes corporaciones financieras y en la administración de las empresas
multinacionales, ya que allí se deciden los destinos de todos los
países y la apropiación de los recursos naturales. Sin democracia
económica nunca podrá existir justicia social, tampoco democracia
política y libertad ciudadana. En las sociedades modernas auto tituladas
democráticas, el grado de manipulación de conciencias ha llegado a un
nivel inaceptable, prevaleciendo el criterio de la democracia
representativa formal sin la efectiva participación ciudadana.
El
problema fundamental de casi todos los países es que por encima del
poder político, de la democracia representativa, existe un poder
verdadero no elegido, económico y financiero, que desde arriba determina
las políticas de esas democracias nominales. Debemos trabajar
arduamente para detener la guerras, las invasiones, las amenazas, pero a
su vez tenemos la obligación de rescatar la democracia. No se puede
seguir llamando democracia a un sistema que concentra el poder político
subordinado al voraz capitalismo económico, utilizando a sus empleados
llamados presidentes de la república, congresistas, jueces y
magistrados. Una definición conocida por todos nos dice que democracia
es el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo; sin embargo,
en estas tan mentadas democracias occidentales está invariablemente
ausente el pueblo, pues la participación activa de los ciudadanos es
nula. Particularmente, yo creo en la democracia, debemos seguir creyendo
en la democracia pero de ninguna manera en una trampa inventada por los
medios de comunicación masiva. En las definiciones fundamentales, la
democracia no está en peligro más bien ha quedado atrapada, invalidada,
corrompida, por los políticos y candidatos que no cumplen con los
votantes y olvidan las promesas electorales con una facilidad
sorprendente, convirtiendo a los ciudadanos en víctimas de sus mentiras.
Gracias
a ese primer grito liberador del asalto al cuartel Moncada, a la
revolución cubana, a la lucha de los pueblos en Centroamérica y
Sudamérica, contra dictaduras como las de Somoza, Ríos Montt, Pinochet,
Videla, Bordaberry; y en el mundo entero a través de los países no
alineados; nuestro continente viene asumiendo una revolución social de
ancha base mediante el incentivo de la participación activa de la
ciudadanía en los asuntos de gobierno, en el entendimiento de que cada
elector es un político y no un simple espectador de los acontecimientos.
La democracia participativa, la consulta popular permanente, en el
proceso revolucionario bolivariano iniciado por el presidente Hugo
Chávez está a la vanguardia de las nuevas formas de gobierno. La
conciencia popular va creciendo y no habrán bloqueos económicos ni
políticos, por parte de los Estados Unidos, como el que sufre Cuba desde
hace más de medio siglo que nos detenga.
“La historia me
absolverá” ha dado su veredicto, fue una promesa que se fue cumpliendo
en el tiempo transcurrido; y hoy el bloqueo a Cuba contra la opinión
pública mundial y el consenso unánime de las Naciones Unidas, a
excepción de Estados Unidos e Israel, significa la negación de la
democracia practicada por el país líder de la falsa propaganda de la
libertad.
*Carlos Angulo Rivas es poeta y escritor peruano.
ARGENPRESS
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