En los días en que estuve totalmente incomunicada de Internet, se publicó este trabajo que me complazco en compartirles:
Cómo ser Willy Toledo
Por Rafael Narbona
Hace
tiempo, me enviaron un correo anónimo, comparándome con Willy Toledo:
“Se te está poniendo la misma cara de imbécil”. Es evidente que no tengo
el carisma ni la notoriedad del famoso actor, pero a los ojos de la
derecha (y de la presunta izquierda) mis opiniones me sitúan entre las
hordas de rojo-separatistas y perro-flautas que pretenden destruir
España. Nunca me he planteado ser Willy Toledo, pero entiendo lo que
significa nadar contra corriente en una sociedad tristemente manipulada
por los grandes medios de comunicación y con enormes dosis de
intransigencia. En nuestro maltratado país, Willy Toledo ha malogrado su
carrera por culpa de su rebeldía y de su sentido de la ética y el
compromiso. Se ha atrevido a defender la Revolución cubana, la Venezuela
de Hugo Chávez y el derecho de autodeterminación de los pueblos. Se ha
fotografiado con el número de preso de Arnaldo Otegi, ha abogado por los
derechos de los palestinos, los saharauis y los mapuches, y no ha
establecido distinciones entre Libia e Irak a la hora de condenar a las
intervenciones militares de la OTAN. Solidario, simpático y sin pelos en
la lengua, Willy Toledo se enorgullece de haber atraído las antipatías
de figuras tan execrables como Mario Vargas Llosa y Rosa Montero. No le
molesta, pues sólo reconoce como enemigos a los energúmenos de la
extrema derecha o a las plumas venales al servicio de un capitalismo
disfrazado de economía de mercado.
No le conozco personalmente [Vea, a propósito Una Tarde con Willy Toledo
], pero me encantaría saber cómo ha sobrellevado el papel de paria
apaleado por la derecha neoliberal y la socialdemocracia neoliberal. No
pido excusas por la reiteración de adjetivos, pues estimo que las
fronteras ideológicas entre el PSOE y el PP son simple retórica
electoral. El neoliberalismo es la plaga que devasta el planeta desde el
duunvirato compuesto en los ochenta por Margaret Thatcher y Ronald
Reagan, dos presidentes que emplearon el terrorismo de estado con
inaudita desvergüenza, atribuyendo sus crímenes a la intención de
propagar la libertad y la democracia hasta el último confín del planeta.
La confluencia ideológica entre los partidos socialdemócratas y
neoliberales se manifiesta nítidamente al leer los cinco grandes diarios
de la prensa española, agrupados en la plataforma Kiosko. El País ha atacado con la misma saña que el ABC, El Mundo y La Razón a Willy Toledo. Jorge M. Reverte ha escrito en El País:
“Toledo ha apoyado públicamente la dictadura de Raúl Castro en Cuba
[…]. Y apoya públicamente, con un lenguaje chulesco y retador, la
retórica amenazante y la práctica violenta de un personaje tan siniestro
como Nicolás Maduro […]. Willy Toledo me representa menos que Rajoy,
porque no sé cómo se le quita”. Reverte no menciona que la dictadura de
Raúl Castro es –según Unicef- “el único país sin desnutrición
infantil”. Esto se debe a que el gobierno cubano garantiza una canasta
básica alimenticia y promueve la lactancia materna. Además, entrega un
litro de leche diaria a todos los niños de cero a siete años, junto con
otros alimentos, como compotas, zumos y galletas, respetando siempre el
principio de la equidad. Por el contrario, en la democrática España de
Rajoy ya hay dos millones y medio de niños y niñas con graves problemas
de malnutrición. Algunos dirán que no debe confundirse la malnutrición
con la desnutrición y no se equivocan, pero esta distinción es tan
endeble como la diferencia entre penuria y pobreza. En cuanto a la
malnutrición en Cuba, según Unicef, la tasa se sitúa en el 0%. El último informe de Cáritasha señalado que España es el segundo país de la UE con una tasa más alta de pobreza infantil. Sólo nos supera Rumanía. Cáritas ha
apuntado que con 2.600 millones de euros se podría resolver el
problema. Es una cantidad inferior a la que se necesita para el “rescate
de las autovías”. En un gesto de cinismo e indignidad sin precedentes,
Cristóbal Montoro, Ministro de Hacienda, ha afirmado que el informe de Cáritas “no se ajusta a la realidad” y que no debería provocar debates en ese sentido.
En
cuanto al “siniestro Nicolás Maduro”, su presunta dictadura nace de
unas elecciones libres, donde la mayoría decidió apoyar a la Revolución
bolivariana, con sus imperfecciones, sí, pero también con sus grandes
logros en materia social: reducción de la mortalidad infantil en un 50%,
erradicación del analfabetismo, construcción de 350.000 escuelas,
notable incremento del salario mínimo, pensiones para todos los
trabajadores (incluidas las amas de casa y los que nunca habían
cotizado), provisión de alimentos para las familias más pobres, con
rebajas de un 60% en los precios (sistema Mercal), grandes
inversiones en la red de hospitales y una política medioambiental que
prohibió la pesca de arrastre. Se dice que en Venezuela no hay
democracia, pero los grandes medios de comunicación están en manos de la
oposición, que instiga sin descanso a la sublevación. El “movimiento
estudiantil” que ha incendiado las calles de Caracas, saboteando
servicios de abastecimiento de alimentos y reduciendo a escombros
recintos universitarios, no es representativo ni defiende el bienestar
común. En 1998, había 600.000 universitarios. Gracias al chavismo, el
número creció hasta 2’5 millones y se construyeron 11 universidades, el
75% de carácter público. Los estudiantes que se manifiestan y aparecen
en la CNN, BBC o FOX News no superan los 40.000 y casi todos están
matriculados en universidades privadas. Son los hijos de las oligarquías
financieras y empresariales, que perdieron sus privilegios cuando
Chávez nacionalizó el petróleo para mejorar las condiciones de vida de
los sectores más desfavorecidos. Los supermercados no están
desabastecidos, pero hay escasez de leche, harina, aceite y papel
higiénico. Es una escasez artificial, planificada, semejante a la que
organizó el Departamento de Estado norteamericano en el Chile de 1973
para derrocar a Salvador Allende. La guerra económica contra la
Revolución bolivariana se combina con una ofensiva mediática, que
infringe todos los códigos éticos del periodismo. Se han utilizado
fotografías de la represión policial en España, Chile, México e incluso
Egipto. Por ejemplo, se recurrió al rostro desfigurado de Unai Romano
como ejemplo de brutalidad policial, pero en realidad se trata de la
foto de un vasco torturado por la Guardia Civil en 2011.
Es
cierto que han muerto 34 personas en los disturbios, pero casi todos
los casos se han producido cerca de las “guarimbas”, barricadas
levantadas en las zonas residenciales que cortan el tráfico. Casi todas
las víctimas han sido policías o ciudadanos que intentaban retirar las
barricadas y han caído abatidos por francotiradores. Algo semejante ha
sucedido en Damasco y Kiev. El director de la Red Voltaire, el
periodista y activista Thierry Meyssan, ha denunciado que Estados Unidos
se encuentra detrás de estos crímenes. Es altamente probable, pues su
objetivo es exacerbar la violencia para forzar un cambio de gobierno.
Esta estrategia es menos costosa que una intervención militar directa.
El “siniestro Maduro” al que apoya el “pijoflauta” de Willy Toledo (por
utilizar la expresión del inefable Alfonso Ussía) ha aplicado sanciones
contra los agentes y los mandos implicados en excesos. Luisa Ortega,
fiscal general, ha declarado que investiga 59 casos de presuntas
violaciones de derechos humanos. Al margen ha ordenado la detención de
17 agentes. En España, un joven ha perdido un testículo y otro la visión
de un ojo por culpa de las pelotas de goma lanzadas por la Unidad de
Intervención Policial (UIP) durante las Marchas de la Dignidad
celebradas el 22 de marzo, pero no hay ningún agente detenido o
investigado. Por el contrario, Cristina Cifuentes, infausta Delegada del
Gobierno en Madrid, ha desplegado su habitual agresividad verbal para
defender la impecable y modélica actuación de la UIP.
No creo ser el único que coincide con Willy Toledo, pero yo cometí la temeridad de expresar las mismas opiniones en las aulas de los centros educativos de la Comunidad de Madrid, donde trabajaba como profesor de filosofía, con plaza de funcionario de carrera. Ingenuamente, también las expuse en un blog con mi nombre al pie de cada artículo. A partir de entonces, mi vida se convirtió en un infierno. En mi último destino –situado en un barrio obrero de la periferia madrileña-, sufrí el acoso de una pandilla de skinheads, que pintarrajearon “¡Rafa Narbona, comunista!” en uno de los muros exteriores del instituto. La pintada no se borró en tres semanas. La dirección –afín al PSOE- se alió con profesores de extrema derecha –hay bastantes en la Comunidad de Madrid- y con los padres conservadores –no son una minoría- para transformar mi trabajo en un penoso viacrucis. En algunas clases, los alumnos ultras me recibieron con cruces gamadas y la gaviota del PP dibujadas con tiza en la pizarra. La verdad es que yo no advertía mucha diferencia, pues apreciaba en los dos símbolos la misma carga antidemocrática. Los que me apoyaron lo hicieron en el pasillo, nunca de forma pública. Incapaz de soportar la presión, pedí la baja por depresión. La Consejería de Educación inició a las pocas semanas la tramitación de mi jubilación y yo no presenté ninguna objeción, pues me encontraba en un estado lamentable. Soy profesor desde 1998. En 2004, sufrí una depresión y me diagnosticaron trastorno bipolar. Nunca lo oculté. De hecho, entregué un informe médico a la inspección al recibir el alta. Sin embargo, hasta 2012 nadie me sugirió que mi enfermedad pudiera resultar incompatible con mi trabajo. De hecho, publiqué el 9 de marzo de 2011 un artículo titulado “El trastorno bipolar y el coronel Kurtz” en el Diario de Alcalá de Henares, hablando abiertamente de mi lucha contra la enfermedad. En esas fechas, era profesor en el mismo Alcalá de Henares y el texto circuló entre profesores, padres y alumnos, sin causarme ningún problema. Todo cambió un año y medio después, cuando escribí varios artículos políticamente incorrectos y empezaron a difundirse por la red. El sistema me escupió y ahora soy un profesor jubilado. Algunos habrían preferido que un consejo de guerra franquista me hubiera enviado a las tapias del Cementerio del Este, pero la sangre no llegó al río. Una jubilación anticipada carece del dramatismo de un despido o un fusilamiento, pero puede desempeñar una función parecida en cuanto a forma de exclusión.
A
Willy Toledo le “jubilaron” también, pues al menos en España le
cerraron las puertas de las series televisivas, las salas de teatro y
los rodajes cinematográficos. Sería un acto de presunción establecer
analogías, pero nuestras peripecias sacan a la luz las entrañas de un
país que desprende un insoportable hedor a franquismo. En Razones para la rebeldía,
Willy Toledo relata que celebró con sus padres la victoria del PSOE en
1982. Hijo de un prestigioso cirujano torácico opuesto a la dictadura,
el pequeño Guillermo se subió a un buzón de correos y agitó una bandera
roja. Un fotógrafo de El País captó el momento y lo
inmortalizó. “Ingenuos de nosotros”, escribe Willy al recordar el gesto,
que por entonces sólo tenía 12 años. Yo tenía 19 y admito que aproveché
la mayoría de edad para votar al PSOE. Nunca pensé que se trataba de
una opción revolucionaria, pero me pareció que significaría un verdadero
cambio político y social. No podía imaginarme que en realidad votaba al
felipismo y su infame cortejo: terrorismo de estado, corrupción,
reconversiones industriales, agresivo neoliberalismo. Willy Toledo ha
dejado de votar: “Personalmente, no voto porque no estoy dispuesto a
participar en un fraude”. Se considera rojo y entiende que “ser rojo
significa, ni más ni menos, ser humanista, luchar y pelear por mejores
condiciones para la vida de los seres humanos”. Dicho de otro modo:
tener compasión, ser consciente del sufrimiento del otro. La compasión
es un término cristiano, pero su auténtico significado es
revolucionario. El Che decía que el verdadero revolucionario “está
guiado por grandes sentimientos de amor”. No resignarse ante el
sufrimiento ajeno implica una rebeldía beligerante y combativa. “Los
avances sociales –apunta Willy Toledo- nunca nos los han servido en
bandeja, siempre hubo que luchar para conseguirlos. A los argelinos la
independencia les costó un millón de muertos, el intento de defender la
República española dejó cientos de miles de vidas. El único modo en que
Cuba, Rusia o China se pudieron sacudir una dictadura fue con violencia,
y no porque los revolucionarios fueran originalmente violentos, sino
porque el que tenían enfrente actuaba con violencia”.
No
sé cómo se siente por dentro Willy Toledo. Desde fuera, parece un
hombre con grandes dosis de coraje y convicción. Parece humano,
divertido y sencillo, no “chulesco”, como afirma con mala baba Jorge M.
Reverte. Eso sí, si alguien quiere ser como Willy Toledo, deslizarse
subrepticiamente en su interior y revivir sus experiencias como
personaje de enorme repercusión mediática, sólo necesita defender de
forma pública y notoria a Fidel Castro, Hugo Chávez o Arnaldo Otegi. En
el mejor de los casos, Alfonso Ussía, Rosa Montero, Elvira Lindo, Vargas
Llosa o Fernando Savater exprimirán el lenguaje para enlazar exabruptos
y frases canallescas. En el peor, si sólo eres un trabajador o un
simple activista político, perderás el empleo, muchos de tus antiguos
amigos te darán la espalda y te difamarán, la policía te apaleará apenas
surja la oportunidad y la Audiencia Nacional te honrará con un juicio
por “enaltecimiento del terrorismo”. Tal vez pierdas las ganas de ser
como Willy Toledo, pero al menos sabrás que en el Estado español la
libertad de expresión y el compromiso con los pobres, los parias y los
excluidos aún tiene un precio.
Fuente: http://rafaelnarbona.es/?p=7234
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