Muchos de mis amigos ven con suspicacia a Vincenzo... yo, tengo que decirlo, encuentro en él a alguien que ama a Cuba y que la defiende... hasta de aquellos que la aman... demasiado:
¿Solidarios con Cuba?
La anécdota reproducida en el post Espacio libre de estalinistas describe un acontecimiento que se relevó necesario e imprescindible para la evolución de mi peculiar conciencia revolucionaria.
Claramente
no fue un caso aislado. En los primeros momentos de mi actividad de
solidaridad con Cuba, no sólo he sido calificado de revisionista burgués, sino hasta de agente de la USAID, explotador del turismo sexual
y otros apelativos muy poco agradables para reproducirlos
integralmente. Todo ello sólo por rechazar los esquemas interpretativos
típicos de la guerra fría, solamente por ejercer mi elemental derecho a
opinar y por dar mi personal visión de Cuba, desde una perspectiva
completamente libre de cualquier tipo de triunfalismo y, sobre todo,
dogmatismo, los dos auténticos enemigos de las revoluciones.
El
primero no permite el levantamiento de la crítica necesaria para
erradicar de la sociedad socialista esas contradicciones que han
permanecido tras el triunfo revolucionario y se manifiestan,
inevitablemente, durante el largo periodo de transición hacia el fin de la historia.
El segundo es mucho más peor. Es la niebla que cae sobre el intelecto.
Es el freno que detiene el progreso teórico que bloquea el progreso
práctico. Es el más grande obstáculo en la edificación y en el
fortalecimiento del socialismo, del comunismo o de cualquier otra obra
humana que pretenda plasmar la realidad.
No voy a hablar de la necesidad de eliminar el triunfalismo en Cuba,
el tema ha sido largamente abordado en otras ocasiones. Lo que aquí se
pretende discutir es la necesidad de eliminar estos males entre las
filas de los movimientos solidarios con Cuba. Expulsar este bloqueo
histórico que afecta a muchos de los educadores que personalmente
he conocido, los que deberían movilizar a las masas, intentar instruir a
la opinión pública mundial, enseñarle al mundo la realidad cubana y
ofrecerle una visión alternativa de los hechos. Esto es seguramente -o
por lo menos debería ser- el objetivo atávico que guía a todos los que
hemos emprendido esta sincera tarea de ponernos al lado del pueblo de
Cuba y de defender su Revolución.
Pero,
como dicho, algunos de ellos -aunque inconscientemente- representan un
inmenso daño para la solidaridad con Cuba, en el momento en que su
atributo principal, el motor interno que los guía, no es el amor a la
Isla, sino una asfixiante y anacrónica mezcla de dogmatismo y
triunfalismo.
Estas
personas, en primer lugar, en sus discursos son unos extremos, a veces
fanáticos. Ellos pretenden ser ‘buenos comunistas’, y tal vez lo son,
pero actúan con violencia verbal, intransigencia política e intolerancia
al pensamiento ajeno. Su actividad no consiste en difundir la verdad de
Cuba entre las masas desinformadas, sino en reunirse con su estrecho círculo de compañeros para hablar de algo que ellos -por supuesto- ya saben. Es decir, estas personas no crean discursos contra-hegemónicos, no
informan a los desinformados sino a los que ya están bien conscientes
de la realidad cubana, anulando completamente el objetivo último de su
tarea.
Por
otro lado, si un incauto visitante -sin una precisa connotación
política pero potencialmente interesado a conocer la realidad cubana- se
encuentra en una de esas reuniones, frente a tanta intolerancia y a una
símil carga ideológica de todo el discurso, decepcionado abandonará la
reunión y su interés a conocer un aspecto distinto de la realidad de la
Isla.
Este
‘solidario con Cuba’ no tolera que este visitante no es un comunista y
no acepta que su objetivo principal -como solidario- no es convertirlo,
más bien ofrecerle una visión distinta de la realidad y de la sociedad
cubana, los logros de su sistema social, político y económico, pero
también las contradicciones que caracterizan a una realidad claramente
imperfecta, evitando así caer en el dogmatismo ideológico. Imagínense a
un grupo de estalinistas intentando imponer su punto de vista a
personas que quieren conocer a una Cuba distinta de la que representan
los medios internacionales pero que no comparten sus visiones sobre la
antigua URSS. Sería el caos.
Si
el incauto visitante preguntase, por ejemplo, sobre los bajos salarios
cubanos o sobre la emigración, podría encontrar respuestas como “Cuba es perfecta. Los que se quejan de los salarios son unos gusanos, unos contrarrevolucionarios. ¡Qué se vayan a Miami!” o “A los que se quejan deberían deportarlos en el barrio más pobre de Haití, para enseñarle como es el capitalismo”. Y no se trata de hipótesis, sino de experiencias reales, ocurridas, a las que asistí con desconcierto y profunda pena.
Esta
gente no quiere aceptar que Cuba es pobre y con muchísimas necesidades
materiales, algunas -por supuesto- debidas al la guerra económica del
vecino, y otras a gestiones internas ineficientes. No quiere aceptar
que el salario cubano no alcanza. No quiere admitir que en Cuba hay
corrupción y excesivo secretismo. Estos ‘solidarios’ no separan
emigración económica y emigración política (que prácticamente ya no
existe). Su visión de Cuba está anclada a la guerra fría, a un discurso
viejo, del siglo pasado, que quiere fomentar rígidas separaciones que ya
no existen en Cuba, entre las nuevas generaciones cubanas.
Pero,
sobre todo, estas personas se caracterizan por una profunda
perversidad. Ellos, en la mayoría de los casos, han viajado a Cuba y han
visto con sus propios ojos lo bello y lo malo de este país. Luego, tras
regresar en su odiado capitalismo, han olvidado los aspectos negativos
de Cuba y han idealizado un proyecto humano imperfecto, elevándolo a
modelo para su sueño, un sueño límpido que tiene que ser protegido por
quienes intentan mancharlo. Así, con todas sus necesidades satisfechas
en su rico país, tienen la arrogancia de establecer como tiene que vivir
el cubano, hasta cuando el cubano tiene que sacrificarse, cuando el
cubano puede quejarse y cuando esta queja lo convierte en un
contrarrevolucionario. Estas personas deciden cuando la queja se hace
peligrosa, cuando la crítica legítima se convierte en algo que puede
manchar su infantil visión paradisiaca y romántica -y de ninguna manera
dialéctica- de la Revolución cubana.
Los
solidarios con Cuba, los verdaderos solidarios, no pueden ser estas
personas. Deben ir más allá de estos anacrónicos esquemas. Deben ser
capaces de discutir y debatir. No se trata de abandonar su eventual idea
política, su pensamiento revolucionario, su pensamiento comunista. El
solidario con Cuba, puede ser marxista, trotskista, estalinista, maoísta
y hasta socialdemócrata. Si ama a Cuba, su idea política no es
relevante. Se trata, otra vez, de preguntarse claramente cuál es el
objetivo que deberían perseguir. Este objetivo es ofrecer a la opinión
pública internacional una visión alternativa de los hechos. Establecido
esto, el solidario verdadero debe entender que su objetivo no lo puede
conseguir a través de un discurso intensamente cargado de ideología, con
consignas y lemas de otras etapas. A mucha gente esto no le interesa.
La gente quiere -y debe- conocer la Cuba real, la Cuba escondida por los
grandes medios, sin necesidad de reproducir -ni imponer- anacrónicas
visiones del mundo.
Los
solidarios verdaderos no pueden presentar un discurso lleno de
triunfalismo. No pueden presentar a Cuba como un paraíso. No deben
repetir el discurso oficial. Tienen que hablar de lo bueno y de lo malo,
de los logros y de los errores. Nadie, nunca, creerá en el cuento de la
sociedad perfecta, un cuento que -privado de cada relevancia
intelectual y muestra de una carente capacidad de pensamiento- no tiene
sentido alguno.
Esto
tiene que cambiar. Esta gente debe ser alejada de estos movimientos
para impedir que los sigan dañando con su actitud inútil, violenta y
aislante. Hasta que sigan militando en movimientos por Cuba, cada día,
miles de potenciales amigos del pueblo cubano se alejarán siempre más de
la realidad de la Isla, una realidad que se les ha presentado de manera
dogmática, triunfalista y anacrónica. Cuba no es una masa gris y
obediente. Cuba es variedad, es unidad en la diversidad, es un crisol de mil tonalidades. Y nuestra misión es enseñárselas al mundo, sin perjuicios ni imposiciones ideológicas.
Tomado de su Blog Desde mi insula
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