lunes, 25 de agosto de 2014

Politización y despolitización: Una ecuación dialéctica

Por Luis Sexto*

Al pretender escribir de política habría que empezar por definirla. ¿Qué es? Un término sumamente polisémico. En la historia de la filosofía hay diversas definiciones: entre otras, una se refiere a la teoría del Estado; aquella a la del derecho y a la moral según Aristóteles; y esta se relaciona con el arte y la ciencia de gobernar, que comparto porque es la que nos corresponde en este artículo.

 La vanguardia y el aparato políticos podrían estar preocupados por fortalecer al Estado, para convertirlo en el “estado fuerza”, como teorizó Maquiavelo, mediante la politización, con base filosófica, de la ciudadanía. Pero al ciudadano común le interesa más la política aplicada, el arte y la ciencia del buen gobierno, cuya finalidad consiste en construir y preservar una sociedad ordenada, y proveer, en justicia, los medios fundamentales de existencia.

 Por otro costado, el término politización tiene también un significado peyorativo. Con frecuencia escuchamos: “En Cuba la politización es excesiva”. ¿Y en qué país del planeta el ciudadano no se despierta y se duerme con mensajes en diversos dialectos políticos, como los anuncios comerciales o electorales, o los editoriales de los medios a favor de una injerencia militar, o justificativos de tal o más cual compromiso entre partidos? Pero, ciñéndonos a Cuba, la excesiva politización puede tener su correlato en una despolitización que trata de equilibrar los excesos, trazando un círculo vicioso: te politizo porque te despolitizas, o me despolitizo porque me politizas hasta abrumarme.

 A menudo, la política socialista ha recaído en la ritualidad; es decir, ciertos actos se ejecutan porque componen un imperativo, sin que tengan una explicación o una formulación que permita a los ciudadanos asimilarlos conscientemente. Y ello condiciona cierta despolitización, cierto desentendimiento de índole defensiva ante el predominio de un mayor interés por fortalecer el Estado, y preservar incólume la capacidad decisoria y la invulnerabilidad de sus ministros, que por exigir y proyectar el arte y la ciencia del buen gobierno.

 El interés de proteger al Estado de cualquier aparente debilidad ha servido, por momentos, como comodín para justificar la insuficiencia y la deficiencia, o aplicar un impolítico, y por tanto más expedito, ahorro del ejercicio de la política. Por ejemplo, recientemente, en una intervención de un alto funcionario del gobierno ante el plenario de la Asamblea Nacional, entre otras informaciones, dijo –cito las ideas y no las palabras- que nadie espere que como consecuencia de la inminente unificación monetaria, bajen los precios: serán los mismos de hoy. El pueblo, en mayoría, ante esa formulación inapelable, demandará: Dígannos, ¿para qué cambiamos?

 Está clara la verdad del alto funcionario, a pesar de que no lo vimos ni lo oímos esclarecerla en la TV. Por tanto, lo que hoy cuesta 2.00 CUC en una tienda donde se venda en esa moneda fuerte, el precio de un mañana previsto, pero sin día fijo, equivaldrá a 50.00 CUP,  para entonces la única moneda vigente, pero sin la fuerza del que será ya el “extinto peso convertible”. Uno comprende el fundamento económico financiero de la medida. Mas, lo más espinoso de aceptar es el tono y el hermetismo de una decisión, técnicamente justa y necesaria, aunque sin explicaciones plausibles. O lo mismo: los términos empleados por el alto funcionario gubernamental se expusieron desde una posición extraña a nuestra política. Si al menos hubiera explicado que al bajar los precios, a causa de una sobrevaloración artificial del CUP, se trastornaría la relación ente oferta y demanda dentro de circunstancias en que la producción e importación de bienes de consumo se someten a las irregularidades, insuficiencias y deficiencias de la economía cubana.

 Si lo hubiera dicho, o a lo mejor lo dijo y la TV no lo difundió, ni tampoco los demás medios, el ciudadano, en su parecer práctico, podría entender que la situación, sin revaluar el CUP, no se mordería la cola. Lo contrario, es decir, si bajaran los precios por decisión voluntarista, con una sola moneda continuaríamos girando alrededor de los mismos problemas. Desde luego, tanto los diputados como al pueblo, mucho más que conocer una decisión técnica, urgen de la legitimación política, de la explicación de por qué, aunque no lo parezca, la unificación monetaria condicionará favorablemente la evolución de la economía en un plazo más prolongado.

 Ante determinaciones autoritarias que niegan el ejercicio del buen gobierno, o de renuencias impopulares a explicar, mediante el uso racional de la política, los propósitos de una línea de administración o de gobierno, el ciudadano, como el hijo ante una absurda prohibición paterna, optará posiblemente por el bajo rendimiento, la indiferencia, o el descomprometimiento, y derivará incluso hacia la delincuencia u oposición. El ciudadano, al no comprender, podría experimentar una pérdida de fe, o una reducción de sus esperanzas de resolver carencias y satisfacer apetencias. Y experimentará la falsa conciencia de ser “la última carta de la baraja”, o de que ser cubano es un delito en Cuba, como ha expuesto en la web cierto comentario, poco equilibrado y sólo valido de argumentos anecdóticos.

 Ahondemos, y comprobemos racionalmente que en cierto momento la despolitización es el nombre de una politización a contrapelo de la política vigente. Como diversa es la nación, diversos son también los distintos modos de asumir y entender la política. Si digo que cierto sector de la juventud rechaza el modo de hacer política en Cuba, no afirmo que por ello esté despolitizado ese conglomerado de jóvenes, sino que ha experimentado el proceso de manera distinta. No lo dudo, adoptar la indiferencia ante un mensaje político equivale a asumir una posición política.

 Si aceptáramos que el valor supremo de la política es la honradez, la reconocida devaluación ética de nuestra sociedad estaría indicando una despolitización en términos generales. Y si continuamos insistiendo en que las consignas y su repetitiva fraseología componen el mejor modo de unir, de hacer política a favor de los empeños nacionales y socialistas, malgastaremos el tiempo. Con frecuencia, el discurso a base de automatismos expresivos y de lemas y consignas, deteriora el acto político: nada clarifica, nada propone, nada advierte, y encubre, incluso, con un código de doble moral, las acciones contra la honradez esencial de la política revolucionaria.

 Como sabemos, algún grupo se ha politizado despegándose de los ideales a favor del socialismo y de una sociedad independiente, justa y próspera. Y consecuentemente difunden otras propuestas desde los extremos de la derecha o de la izquierda. El sujeto político –en Cuba ha de serlo el ciudadano-, a la vez objeto de la política, refleja la vida, las relaciones sociales de diversas maneras; discrimina, elige una cosa por encima de otra. Todo forma parte de la ideología, y también de la política; por ello, al abjurar de una ideología y de su parte integrante, la política, es casi inevitable albergar otra que, por lo común, suele manifestarse como opuesta.

 Mas, no siempre resulta así. Parémonos sobre otro punto de vista. La emigración opera masivamente en Cuba como solución personal a problemas colectivos. En esa opción hay también una base política. Pero ¿de qué política se trata: de la condicionada por las ideologías, o de la funcional, de la que se expresa en reuniones, en postulados, en rendiciones de cuentas, o de la política que llevamos dentro sostenida por aspiraciones o intenciones de prosperidad personal? En el emigrante posiblemente rija la política de lo que necesito, espero, y no obtengo. No podemos, por tanto, emparejarla a la toma de partido del exiliado, perdedor político cuya revancha va en sus valijas hacia el extranjero. El emigrante se marcha, y regresa cuando pueda o estime. Al exiliado, en cambio, lo sostiene el afán de volver con la nueva política que impondrá cuando él sea parte del poder contrario y vencedor.

 Las relaciones humanas son igualmente éticas y políticas. Aceptar lo que el otro dice es una actitud política; negarlo también. Como es también una actitud ética escuchar al otro, incluso ponerse en su lugar de modo que sus necesidades e intereses modifiquen nuestras actitudes. Ética y política, si hablamos de la ética y la política de la revolución, se implican mutuamente. Por ello, la política autoritaria y la democracia teledirigida obran contra los principios éticos de la tradición revolucionaria.

 Y si nuestros valores históricos más firmes provienen del pasado, incluso de las dos o tres décadas iniciales de la Revolución de 1959, algo positivo alienta en nuestra tradición que aún sus valores de solidaridad, libertad, justicia e independencia continúan ofreciéndose como fundamentos preservadores de la integridad de la nación. Ahora bien, el país está precisamente cambiando, porque enjuicia a cuanto estorba proveniente del pasado inmediato, incluso del más lejano. En la literatura inaugural de la república intervenida de 1902, ciertos cubanos hallan páginas con manifestaciones todavía presentes en nuestra sociedad. Por ejemplo, en Generales y doctores. Habría, por tanto, que meditar sobre el conflicto social novelado por Carlos Loveira, y precisar su pervivencia entre nosotros a pesar de medio siglo de revolución reivindicadora. Pero no blindemos el intelecto en actitud de rechazo. Estudiemos la propuesta. Porque la herencia histórica advierte que la dialéctica no es una asignatura que se aprueba o se suspende en la escuela; es, sencillamente, un método de análisis y dirección que, por vinculaciones temporales, tendrá que considerar el pasado - lo que fuimos- para explicar las insuficiencias de lo que somos. Con ello, hemos de salvaguardar los principios éticos de la Revolución. Y así la ética funcionará como contrapartida en la impostergable necesidad de la política de sacudirse tanta rémora logrera y artificiosa, y de mantener su coherencia programática.

 *Periodista cubano y Premio nacional de periodismo José Martí 2009; tiene una columna fija los viernes en el periódico Juventud Rebelde. Datos Ecured
 Tomado de su Blog "Patria y Humanidad"

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