viernes, 27 de febrero de 2015

El día en que mataron al Primer Presidente de Cuba

 Por Wilkie Delgado Correa* 
El día de su muerte era viernes, igual que hoy, 27 de febrero de 1874…
 

Carlos Manuel de Céspedes cayó en combate en San Lorenzo, un punto remoto de la geografía de la Sierra Maestra en la provincia de Oriente. Libró su último combate solo y disparando con un arma en mano, para ser consecuente con su decisión y gesto rebelde de alzarse en armas contra España el 10 de octubre de 1868. Fue el primer presidente de la República de Cuba en Armas y devino con el tiempo en Padre de la Patria.

    El día de su muerte era viernes, igual que hoy, 27 de febrero de 1874  Su cuerpo inerte fue arrastrado por las tropas enemigas desde el fondo del cañadón donde cayera mortalmente herido. El único homenaje en aquel momento aciago provino de la garganta de una humilde mujer, Panchita, con su grito desesperado de “¡Han matado al Presidente!” Aquella mujer llevaba en su seno un hijo que era fruto de un amor azaroso y de consolación surgido en aquel paraje durante los pocos meses transcurridos después de la deposición del cargo de presidente en circunstancias graves para la revolución en marcha.

    Aquel día cayó aquel líder impetuoso y visionario que el día del inicio del levantamiento armado había dicho a sus esclavos:   “-Ciudadanos, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar su independencia. Los que me quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan libres como los demás”

    Aquel día cayó el líder revolucionario y rebelde que cuando, en los inicios de la campaña independentista, sus tropas fueron diezmadas y su compañía estuvo  reducida a doce hombres, y alguien desalentado ante el espectáculo de la derrota y la desbandada, exclamó: -¡Todo se ha perdido!, contestó impertérrito: y resuelto:    -Aún quedamos doce hombres: basta para hacer la independencia de Cuba.

    Aquel día cayó el estadista que a mediados del año 1869 analizaba en su campamento en Sabicú, una vez más, la necesidad de la llegada, desde el exterior, de expediciones que aportaran a la Revolución los recursos que urgentemente requería. Pensaba en las armas, las municiones, en una tienda de campaña para las reuniones del gobierno ambulante, en los materiales para reproducir documentos y, por supuesto, en los hombres que se incorporasen a las tropas insurrectas en el país. Comprendía, sin embargo, que para todo ello se requería dinero. Y hasta ese momento las recaudaciones entre los emigrados no lograban con prontitud el monto que se requería. Ante esta realidad, Carlos Manuel decidió desprenderse de todo su dinero y joyas personales y familiares.

    El 8 de junio se puso a contar el dinero y hacer el inventario de las prendas que remitiría al exterior para que con lo producido se realizara la compra de armas, las municiones de guerra y otros artículos necesarios. El dinero sumó 4 000 pesos. Las joyas permanecían en un cofre de caoba bellamente tallado. Carlos Manuel tomaba cada una de las prendas. Cuando la colocaba en una de sus manos abiertas, rememoraba su procedencia y el momento de adquisición. Comenzó por un par de espolines de plata, después fue alineando en la rústica mesita un par de brazaletes de oro con ópalos y esmeraldas, un prendedor para reloj de señora, un prendedor esmaltado con esmeraldas y brillantes, un prendedor con esmeraldas, un prendedor de oro con una cruz de brillantes, un juego de sortijas, alfiler y pendientes de brillantes, una gargantilla de brillantes, un sortijón de brillantes, un par de botones esmaltados de brillantes, una sortija de brillantes y rubíes, un reloj de oro patente inglés, una leontina de oro con una cornalina y dos cadenas de oro.

    Al terminar el recuento, Carlos Manuel escribió a su amigo Francisco José, expresándole su sentimiento por no poseer una mayor cantidad de dinero y alhajas para ofrecer en obsequio a la patria.

    Aquel día caía muerto por el enemigo para levantarse inmortal para la historia, el primer presidente que tuvo Cuba, el hombre que al asumir el cargo el 11 de abril de 1869, expresara, en alocución al pueblo cubano: “… No desconozco la grave responsabilidad que he asumido al aceptar la Presidencia de nuestra naciente República. (…) Cuba ha contraído, en el acto de empeñar la lucha contra el opresor, el solemne compromiso de consumar su independencia o perecer en la demanda: en el acto de darse un gobierno democrático, el de ser republicana.

 Este doble compromiso, contraído ante la América independiente, ante el mundo liberal, y lo que es más, ante la propia conciencia, significa la resolución de ser heroicos y ser virtuoso:

 "Cubanos: Con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República. Contad vosotros con mi abnegación”.
 
*Médico cubano; Profesor de Mérito del Instituto Superior de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba

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