La actitud revolucionaria ante la sociedad no puede ser dejada a la espontaneidad ni puede ser un simple asunto de fe o de tener construidos sentidos de la vida a partir de presupuestos falsos, tiene que ser, sobre todo, consciente, como igualmente consciente es la acción del capitalismo para contrarrestar las fuerzas del cambio.
Una de las luchas fundamentales que plantea el enfrentamiento actual contra el capitalismo estriba precisamente en la necesidad de recuperar una visión científica, que contribuya a elucidar los nexos existentes en el proceso social hoy visto de modo desestructurado, fragmentado, convertido en infinitos micromundos, sin relación entre sí, tan pulverizados que muy frecuentemente un trabajador, sin otra propiedad que su capacidad de trabajar, encuentra hoy más razones para enfrentar a otro igual que él, en las mismas condiciones sociales ante los dueños del poder económico, que para identificarse ambos.
Si no se encuentra la explicación científica de realidades como la arriba descrita, si no se estudian los procesos que han dado lugar a la crisis civilizatoria que hoy afecta tanto las conciencias y las actitudes de las personas, si no se comprenden las estructuras socioeconómicas y políticas vigentes que han logrado hoy los niveles de dominación que exhibe el capitalismo tardío, tampoco se podrá trabajar en la concertación de voluntades, en la concienciación de la gente.
Al desaparecer virtualmente los nexos reales, desaparecen también las explicaciones lógicas. Nada más conveniente a la ideología del mercado, se queda sola en el cuadrilátero y tiene al árbitro de su parte.
La batalla de ideas requiere de un arsenal de ideas, pero estas no pueden salir de una construcción arbitraria de sentidos para la vida, sino de una construcción de sentidos que se base en los procesos reales, que parta de la caducidad social y de la perversidad del capitalismo tardío, las desnude, pruebe el daño actual y futuro que ese sistema hace a la humanidad en su conjunto y para sus realidades culturales diversas y fundamente los programas de acción.
La visión científica acerca del capitalismo que aportó el marxismo, sigue siendo hoy el mejor punto de partida para reconstruir su crítica, pero la visión de Marx era una visión integral, no puede, por tanto, so pena de caricaturizarla, tomarse por pedazos según la conveniencia. El carácter científico del enfoque marxista de la sociedad es precisamente integral por su esencia. Marx descubrió las contradicciones fundamentales de la sociedad capitalista y puso en manos de los seres humanos un camino totalmente terrenal, científico, para cambiar las cosas.
La ciencia no puede nacer de otro lugar que no sea de la relación hombre – naturaleza, las ciencias naturales, explica Marx, “...perderán su tendencia abstractamente material –o más bien, idealista- y se convertirán en la base de la ciencia humana, así como se han convertido ya en la base de la vida humana real, aunque en forma alienada.”[1]
Estas consideraciones las hace Marx a partir de su análisis del papel de las ciencias naturales en el desarrollo de la industria. En realidad, la industria aparece como una realización histórica de la relación hombre – naturaleza, y las ciencias naturales que han desarrollado la industria, como un factor de transformación de la vida humana. ¿De dónde puede producirse la ciencia sino es de la realidad, de la naturaleza y de la segunda naturaleza en su constante interacción con los seres humanos en tanto individuos y grupos sociales? La propia segunda naturaleza, es la cultura propiamente dicha y esta es objetiva respecto de los individuos, que nacen y se desarrollan interactuando con la naturaleza, mediados por esa segunda naturaleza. El material científico, en tanto sistematización, conocimiento de la realidad, tiene como origen a la naturaleza propiamente dicha y a la segunda naturaleza, ambas identificadas por su materialidad como rasgo esencial y determinante. Por eso Marx prosigue:: “Una base para la vida y otra base para la ciencia es una mentira a priori.”[2]
La creciente complejidad de la humanidad y de las sociedades humanas en todo el planeta, la enorme profusión de conocimientos, su relativa independencia de la realidad de la cual nace, la especulación con lo ya sabido, la imaginación que puede conducir a numerosas conclusiones erradas, en capacidad de conquistar mentes humanas e incidir en la realidad social, constituyen el medio en el que debe desenvolverse el conocimiento científico, en el que debe realizar su finalidad práctica.
Las ciencias del hombre, las ciencias de la sociedad, también. “La naturaleza que se hace historia humana –la génesis de la sociedad humana- es la verdadera naturaleza del hombre;...”[3], escribe Marx, de ahí también concluye que solo cuando la ciencia procede de la naturaleza es verdadera ciencia.
En consecuencia, una visión revolucionaria del mundo, si es consciente o pretende ser consciente, tiene que ser también científica, tiene que explicar la sociedad con argumentos sólidos, con base real, capaces de concitar voluntades, de lograr la racionalidad práctica que permita poner fin a la dominación capitalista. Otra es la discusión –aunque vinculada a lo anterior- respecto al proceso del conocimiento científico, de los elementos que deben integrarlo, del modo en que se debe construir ese conocimiento, de los métodos, y del modo con el que pedagógicamente deben compartirse los conocimientos colectivamente obtenidos, pero eso en nada cambia la esencia de la historia, como parte del proceso de la naturaleza: “La historia misma es una parte real de la historia natural: de la naturaleza que viene a ser hombre, lo mismo que la ciencia del hombre incluirá a las ciencias naturales; habrá –concluye lapidariamente Marx- una sola ciencia.”[4]
No hay espacio en este artículo para un análisis exhaustivo del pensamiento de Marx sobre el tema, pero vale la pena reproducir finalmente otras líneas de los Manuscritos que expresan el vínculo marxista de teoría y práctica, de ciencia y ética, ”Puesto que para el hombre socialista toda la llamada historia universal no es sino la procreación del hombre a través del trabajo humano, nada sino el devenir de la naturaleza para el hombre, él posee la prueba visible, irrefutable de su nacimiento a través de sí mismo de su proceso de llegar a ser. Puesto que la existencia real del hombre y la naturaleza se ha hecho práctica, sensorial y perceptible –puesto que el hombre se ha hecho para el hombre como el ser de la naturaleza, y la naturaleza para el hombre como el ser del hombre- la cuestión del ser alienado, acerca de un ser por encima de la naturaleza y del hombre –una cuestión que admite la insubstancialidad de la naturaleza y del hombre- se ha hecho imposible en la práctica.”[5]
Ciertamente, la ciencia de Marx se inscribe en el dominio de las certezas; en su lógica histórica la revolución que finalmente transformaría la sociedad la vio como el resultado inevitable del desarrollo capitalista, en ese continuum contradictorio aparecería la negación de la negación.[6] Más allá del debate acerca de la causal y lo casual, de lo necesario y lo contingente, los argumentos de partida de Marx, explicados básicamente en los Manuscritos, tienen, a mi modo de ver, una indiscutible vigencia.
De los tiempos en que Marx estudió la sociedad capitalista hasta nuestros días, muchas cosas han cambiado, pero la esencia del capitalismo se mantiene en su fase tardía, sus rasgos esenciales siguen siendo: la propiedad privada, la explotación del hombre por el hombre, el egoísmo, el predominio de la ley de la ganancia, la violencia económica y extraeconómica y las guerras.
Los argumentos de la izquierda no pueden ser hoy, como tampoco ayer, improvisados, superficiales, místicos ni míticos. Tienen que ser racionales, científicos, claros, explicables. La mística posible de una izquierda tiene que nacer de su capacidad real de conquistar las conciencias con las verdades que construye y las conquistas que se alcanzan en el devenir de su lucha.
En otras palabras, la unidad de pensamiento y acción, incluye como elemento fundamental el pensamiento científico. Si la finalidad es la transformación de la sociedad capitalista, entonces hay que pensar las vías y modos, que serán los más disímiles en condiciones históricas concretas de las diferentes existencias culturales humanas.
En el transcurso de la lucha revolucionaria confluyen con todo derecho en los objetivos de liberación social personas y grupos sociales de diferentes cosmovisiones, se producen alianzas estratégicas, numerosas articulaciones necesarias, coexisten diversas explicaciones del mundo, que generan interacciones sociales, expresiones culturales del más variado tipo, influencias e interinfluencias de diferentes calidades y duración, ninguna de las cuales puede eliminar la necesidad de la explicación científica de la realidad que trace caminos ciertos, que genere soluciones posibles, cuyo signo esperanzador nazca del argumento, no de la contemplación enajenada, no de una fe vana. La izquierda, revolucionaria, se identifica con la cientificidad y el laicismo.
Eso significa la capacidad de mostrar caminos para superar la explotación del hombre por el hombre, la propiedad privada, el individualismo, el egoísmo, la insensibilidad ante la naturaleza, definir y recrear sitemáticamente la estrategia y las tácticas de esa lucha. Esa labor imprescindible para el movimiento revolucionario es una labor colectiva, nadie puede, en medio de la creciente complejidad de la sociedad humana, pretender erigirse como un sabio universal, todos pueden y deben contribuir a construir ese saber de la revolución, pero si nadie se ocupa de eso, dentro de “la izquierda” ¿cómo se logrará aunar las voluntades para el cambio?, ¿cómo se logrará la integridad sistémica imprescindible para derrotar al capitalismo?. Es evidente que impulsar a la gente bajo consignas, con sentidos construidos sin asidero en la realidad o con prédicas de fe puede alcanzar para un tramo de la lucha, pero si no hay contenido científico, si no se tiene una perspectiva científica en ello, a la larga todo se diluirá y finalmente el favor se le hará al capitalismo, ese reto debe ser encarado, sin detrimento de la mayor participación colectiva, sino por el contrario con la mayor participación colectiva posible.
Precisamente una de las aristas del pensamiento neoconservador de hoy es (precisamente) aquella que anula el contenido, la existencia como necesidad, de las ideologías, cuya finalidad política particular es la anulación de la ideología revolucionaria, de los metarrelatos que den cuenta del carácter sistémico del capitalismo y expliquen sus contradicciones, así como los caminos de su superación.
La ideología del movimiento revolucionario se construye sobre bases científicas, su ética debe ser una ética de carne y hueso, que incluye la espiritualidad, pero no el esoterismo. En esa ideología revolucionaria confluyen inevitablemente diferentes sistemas éticos que comparten principios fundamentales deviniendo en la práctica una alianza histórica y estratégica debido a la indiscutible complejidad del proceso mismo de transformación de la sociedad; la propia ideología revolucionaria es una construcción dialéctica, histórica concreta, inacabada, es el sistema de ideas y valores que aglutina y orienta la acción, es la base de la eficiencia del esfuerzo transformador, su aprendizaje debe comprender todas las experiencias positivas, pero su eficiencia se fundamenta en el contenido científico de sus postulados, en el conocimiento de las realidades, saber colectivo que fundamenta la explicación eficiente del mundo cambiante que nos rodea, traza el camino del cambio y aporta las herramientas para su corrección.
Notas
[1] Carlos Marx, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Editora Política,
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
[4] Op. Cit., p. 117.
[5] Op. Cit. P. 120.
[6] Para ampliar en este debate puede consultarse del propio autor: Pensar la sociedad. Las ciencias sociales en Cuba, Editora Política,
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