No soy especialista en Meteorología, poco sé a profundidad de huracanes, de tornados o de otros fenómenos naturales similares, salvo que pueden matar en un segundo las esperanzas de muchos y destruir en igual tiempo la obra creadora de hombres, mujeres y pequeños aspirantes a ser como aquellos que le dieron el aliento vital…sólo soy un hombre común que, a lo largo de más de cinco décadas, casi todas ellas compartidas con su pueblo en Revolución, ha aprendido que lo más importante a preservar por todos, cuando nos amenaza un evento catastrófico de origen natural es, en primer lugar, la totalidad de los seres humanos y en segundo, tercer o cuarto plano, el resto de las cosas materiales que nos rodean y nos sirven para llevar una existencia plena o satisfactoria, de ahí que ahora, me sienta tan orgulloso al conocer la noticia de que : NO HUBO QUE LAMENTAR NI UN SOLO FALLECIDO durante el paso por Cuba del huracán de gran intensidad Gustav. Durante más de una semana, cada día conocíamos de las decenas y decenas de muertos que iba dejando por su paso en la República Dominicana, Haití, Jamaica y Gran Caimán, cuando aun Gustav no había llegado a la categoría de huracán y muchos amigos me escribían preocupados por la posibilidad de que el desastre que nos anunciaban pudiera dejar una estela interminable de muertos y heridos, además de los daños económicos que serían cuantiosos y nos pedían que alertáramos a todos aquellos que pudiéramos para que se prepararan para lo peor; a todos les agradecía su gesto y les decía que no se preocuparan , que la Revolución y sus instituciones en cada lugar, por remoto que se encontrara, tenía previsto un plan de contingencia para la ocasión y dispuestos los recursos médicos y materiales para que nada sucediera con las vidas de nuestros ciudadanos e incluso, con sus bienes esenciales…algunos, los más incrédulos, los acostumbrados a que los gobiernos de sus países muy poco hacen en casos similares, dejando que cada familia se las arregle como pueda, sin brindarles auxilio inmediato a las víctimas, ni preocuparse por sus perdidas, me escribían de nuevo a veces con comentarios nada hermosos dudando de mis palabras y la seguridad que les manifestaba, no importa, al final sabía que tenía la razón de mi lado y la experiencia práctica de tantos ciclones pasados junto a mi pueblo.
Desolador ha sido el saldo y escalofriantes las imágenes que ahora, ya reinstalado el sistema eléctrico en mi zona de residencia, después de casi treinta horas interrumpidas por cables en el piso, transformadores explotados como bombas en guerra, árboles frutales destrozados, me permiten visualizar que nuestros daños comunales no significan nada ante la tragedia y destrucción que causó el meteoro a su paso por la Isla de la Juventud y Pinar del Rio; allí, pueblos enteros quedaron sin cubiertas en los techos de sus casas, muchas viviendas ya no existen, cosechas listas para ser recogidas fueron a parar al mar y otras en pleno desarrollo no servirán siquiera como abono pues el agua y el viento se encargaron de arrasarlas precisamente ahora cuando los precios de los alimentos en el mercado mundial son prácticamente inalcanzables por nuestros pobres países. Parecería que la recuperación sería imposible y esos miles y miles de personas damnificados esta vez tendrán que esperar sólo un milagro celestial que les ayude a paliar el hambre, la sed y la recuperación de un por ciento de sus desperdigados o destruidos bienes materiales, de por sí pocos y nada ostentosos. Sé que no será así pues el milagro en Cuba es permanente y no necesita que el Vaticano le de su visto bueno y tome nota de los dispuestos a testificar a su favor; desde el propio año 1959 aquí comenzó a desarrollarse un proceso de cambios sociales en el que el ser humano ha sido el protagonista por excelencia y todos saben –los que lo han perdido todo y los que apenas hemos dejado de tener electricidad por unas horas- que la ayuda les llegará sin falta, que sus casas volverán a levantarse y los techos aparecerán, no por arte de magia, sino porque el país les brindará el apoyo moral y material que pueda , que días más, días menos, brigadas solidarias de todas las provincias repararán las calles, los tendidos eléctricos y la vida volverá a la normalidad ; que los máximos dirigentes del estado no se esconderán en algún “bunker” subterráneo o tomarán un avión que los aleje de la tragedia, no, estarán allí donde ocurrió el fenómeno dándole ánimo al más necesitado y llevando un mensaje de esperanza y la certeza de que nadie será olvidado en este instante de infortunio.
Casi medio millón de nuestros ciudadanos fueron puestos a buen recaudo con el tiempo suficiente: unos en escuelas, otros en casas seguras de familiares, amigos o vecinos con los que quizás jamás habían cruzado un saludo, compartiendo allí los pocos alimentos y mantas disponibles, pero con la confianza de que sus vidas no correrían peligro alguno; nada había sido dejado al azar pues meses, años de trabajo acumulados por la Defensa Civil estaban detrás como garantía suficiente para que todo el engranaje funcionara como un reloj de alta precisión y así sucedió esta vez y seguramente seguirá siendo ésta la tónica del futuro, cuando nuevos huracanes nos azoten.
Una sola palabra me viene a la mente en este instante para resumir y agradecer a alguien que nos haya preparado para vivir:
¡REVOLUCIÓN!
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