viernes, 28 de enero de 2011

El legado de Martí *

Por Carlos Guillermo Maldonado **

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En estas horas aciagas donde a los humanos, por igual, pareciera anheláramos la contienda antes que la paz, no quede duda que evitamos la primera y hacemos nuestras las palabras del insigne Apóstol cuando sentencia que “estos tiempos nos son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.

El buen juicio y la filosa espada de la verdad que no debe descansar hasta alcanzar toda la justicia, justicia que nos han negado los enanos opresores que regodeándose al amparo de su amo, son las que deben desvelarnos pues los violentos se relamen de gusto cuando nos aniquilamos. Cuando se abren abismos entre pueblos. Cuando logran que los hijos de carpintero se avergüencen de su padre carpintero.

A pesar de ello, no dudamos que la justicia -igual que sigiloso tigre- se aproxima furtiva, vendrá con garras de terciopelo, porque desde el Orinoco a los Andes, desde el Arauca hasta las Segovias, los árboles han comenzado a hacer fila para cerrarle el paso al gigante de las siete leguas. Lo que catapultó a Guaicaipuro es lo mismo que impulsó a Bolivar, a Tupac Amaru y a Sandino; lo que siguió insuflando las almas del Che y Fidel, Otto René y Obregón, Tot, Robin, Bámaca, Choc y millones que han escuchado la hora del recuento, y de la marcha unida, para seguir el viejo consejo del héroe de Dos Ríos: “andemos en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”. La misma trompeta nos llama desde el Aconcagua, el Chimborazo, Izalco, Tajumulco pasando por el Tacaná hasta el Popocateptl.

¿Quién sabe más que nuestros huesos de las heridas, y las llagas conspicuas en nuestras almas, que nos han dejado “los desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios y va de más a menos”?. Esas infames pústulas en la piel de nuestros pueblos que lo mismo esgrimen traiciones en nombre de la democracia burguesa en los parlamentos criollos como se comprometen en complots y adosan bombas para sembrar terror entre sus iguales. Virulentos que han matado miles y se comportan como “aldeanos vanidosos pensando que el mundo entero es su aldea, entregando la tierra a los gigantes que les ponen la bota encima y a los cometas que van engullendo mundos”.

“Sietemesinos que se avergüenzan porque llevan delantal indio, de la madre que los crió”. ¿Cómo habremos de confiar en ellos? Cómo compartir esperanzas, si ellos no ven con nuestros ojos, ni sienten lo que sienten nuestros corazones. Estrechan nuestras manos con sonrisa frívola pero no más están a solas se conjuran para nuestra ruina. Hombres sin patria, la patria es fruto colectivo, entre hermanos. La suya es vacía y mezquina, patria de lujos, fortuna y vanidad. Por eso van de aquí allá, amasando tesoros y orines, entregando y vendiendo, robando y saqueando.

No hablo de los creadores, de esos que se quedan para compartir sus sudores, invenciones y labores. Que añoran felicidad para sí y su vecindad, que son maestros en sus oficios para que su obra prosiga y engrandezca su entorno y el espíritu de su comunidad, sino de los otros, los avaros y siniestros que tras el despojo y el latrocinio sumaron riquezas con el sudor y la sangre de hombres, mujeres, niños y ancianos erigiendo palacios a cuyo derredor, para alimento de su egoísmo, sucumben los pobres, en sus tristes y lastimeras chozas.

Esos nimios jamás podrán “hermanar la vincha y la toga; ajustar la libertad al cuerpo” porque ésta es su enemiga. Nunca podrán alzarse a la cabeza, porque ellos mismos no son libres. ¿Cómo puede un esclavo liberar a otros sin tener soberana testa?  Solo espíritus libres pueden detonar grilletes. “¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos!”.

Tiempos nuevos nos esperan, pero comprender que el camino de la independencia es sórdido y cruel, plagado de cardos y filosas piedras, es preciso. No por gusto la muerte ronda las esquinas, la bufonada colma los resquicios plegados a rubios designios y entregando la patria hacen causa común con los rucios que nos imponen miseria y traición a cambio de frenar de los miserables su revolución. ¡Anexión!, gritan antes que vientos soberanos barran su visión. Dominación antes que emancipación. Contra anhelos tan espurios nos enfrentamos resistiendo cualquier “decreto de Hamilton que pretenda parar la pechada al potro del llanero. Con los oprimidos hacer causa común para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”.

Necesario reconocer que la desunión ha facilitado esa propuesta artera; el indio, mandado a callar, ocultado tras paternidades, “sigue dando vueltas alrededor y sigue yendo al monte, a la cumbre del monte a bautizar sus hijos; el negro sigue cantando en la noche la música de su corazón, solo y desconocido”. Sus hijos corriendo descalzos a la vera de los ríos, malnutridos entre palos y tierra siguen ninguneados y fríos, despreciados en una patria que no parece de ellos; los ancianos abandonados como si no hubiesen forjado la gloria del pasado; jóvenes y maduros no encuentran cabida en ella y se alzan tras un sueño ajeno, una lengua extraña y una moneda que compra sus recuerdos para borrarlos de sus entrañas.

No es sólo por esfuerzo de entreguistas, sino más por tibieza de corazón, la sin razón de los que viendo como cuelgan de las horcas los cuerpos esquivamos los cadalsos entretenidos en historias escritas de otras tierras donde nuestras lenguas son proscritas. ¿Qué patria es esta que tirando sus hijos al río se pregunta dónde se han metido? Madre desnaturalizada en la que la hemos convertido, los que la hemos abandonado para que muera postrada, enloqueciéndola para que no reconozca sus brotes y los que reconociéndola la dejamos a expensas de estos azotes.

Hay que rescatarla de esas garras asesinas y nuestra parricida indolencia; la colonia sigue viviendo en la república pero la luz resplandece pequeña en el horizonte de la mar, la profundidad del llano y en la latente pleamar.

La patria no es tal sino es de todos. De tal cuenta fue en esta parcela donde el maestro se hizo creador, se bañó en sagrados textos mayas, prendió un corazón en llamas, sembró semillas de dignidad y unidad latinoamericana. Donde se ilusionó con revoluciones de apellido libertarias pero do comprendió que si no estaban al frente los mozos de las cuadras, los indios, los negros, era mejor su suerte no arriesgar. Partió así de esta tierra que ya era de él por haber dejado en ella su engendro libertario para en la suya imprimir su noble ideario: frenar al águila calva que arrogante desde el risco se aprestaba a lanzarse sobre la inerme púber inocente para luego volver y liberar su Madre América, no importando su vida ceder. Pero tuvo la parca a mal abrazarlo antes de cumplir su visión, no obstante otros titanes han enarbolado su caído blasón.

Portentos que por su estatura serán efigie en desiertos como en vergeles abiertos, en ciudades como en yermos fríos; en las cúspides montañosas como en playas y ríos. En corazón de seguidores y detractores está sentado Martí. Ufano en los primeros, en los segundos como un bisturí.



De Martí hemos aprendido todo y nada. Sabemos que hemos de unir lanzas pero fragmentamos sus enseñanzas; sabemos que debemos condensar el amasijo de los pueblos pero adosamos fronteras, recalentando las razas de librería y de retablos. Sabemos de nuestra identidad universal y latinoamericana pero corremos tras el bermejo, anhelando su actuar, su lengua y su reflejo.

Apretemos lazos con los nuestros, hablemos nuestros colores y sabores, nuestras vivencias, historias y virtudes, gastemos la brecha al sur que de tanto andar hacia allá, juntaremos multitudes. Al mediodía siempre habrá quien nos entienda, quien sienta la misma nostalgia, quien coma mandioca o yuca, fríjoles o chícharos, cure sus llagas y las nuestras con salvia santa o romero, entone coplas, sones y chacareras, monte a pelo en calzones o con chaparreras.

Dejemos cual palomillas, de chocarnos en las luces boreales cuyo fuego fatuo engañoso como tal es farol de muerto. Candileja vampiresca que atrae para extraer fluidos de quienes osan posarse sobre su vientre.

Nada tiene que decir el gringo de nuestra historia, nada sabe y lo que no se sabe se desprecia. ¿Cuántas veces se ha paseado por nuestros pueblos, por nuestras villas enjaezados de fusiles y bayonetas, amenazando, enseñando los dientes de rabioso perro, orinándose en nuestros altares y santos? Escupiendo nuestros alegres cantos.

Bien decía el iluminado: “el desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América”. Y, ocurrió lo que muchas veces temió, que relamiéndose de gula se lanzó sobre nuestros tesoros y esclavizó a nuestra gente con la ayuda de los sin patria. Juntos forjaron cadenas en cuellos y manos de negros e indios, juntos escupieron a la cara de los que sembrando prodigan alimento; juntos expulsaron, juntos enterraron vivos a miles en tumbas de oro, plata y cobre; juntos abofetearon rostros y bocas que gritaban libertad, juntos, en sangrienta bacanal, royeron las osamentas de millares de víctimas que en total indefensión cayeron en sus garras trayendo la negra noche para pueblos enteros.

Sus vanidades y ostentaciones son diversas, su designio uno solo: sentarse sobre el monte de las naciones, hartarse de sus esfuerzos; sojuzgar para vivir displicente masticando sus huesos.

Sus vicios y aberraciones hablan de su carácter, cayendo sobre sus semejantes no proclaman más beneficio que embrutecerse en abundancias y fantasías, trastocando lo real por oropel creen traspasar el tiempo y la historia. Desean alargar su vida acortando otras, cabeza de oro, pies de barro.

Por eso, en esta hora, urge escuchar al maestro que firme nos sigue exhortando: “conocer es resolver”.

Qué enseñanzas más pródigas nos da el pasado donde potencias cayeron por excesiva confianza en su viveza. Qué mejor visión aquella que la que simplemente dicta que sucumbe quien gasta más de lo que logra recibir en sus arcas. Pero eso también lo han captado ellos. Ahora no es de arcas de poderosos que huye la riqueza sino de las de la colectividad que convirtiéndose en misérrimos sólo les queda la dignidad y en lógica reacción resisten, pues no es justo que mientras unos sudan otros descansan, mientras unos se agotan otros se apropian de su cansancio. Bajo esos términos, bajo el juego de los reyes, imposible construir patria, solo la de los bueyes.



El Apóstol que no vivió estas épocas pero las intuyó, supo por sus propias heridas, por sus ojos y los de los oprimidos, que existía el peligro real de que el gigante de las siete leguas cayera sobre nuestras tierras y tal como lo temía sucedió. Pero corto, por obvias razones, de tiempo y espacio, jamás imaginó que el eslabón de la cadena con que amenazaba se convertiría en mazmorra para millones; que los sables se trocarían en misiles, los caballos en tanques y aviones, el valor y el honor en perfidia y trampa. Mucho menos sospechó que, al monstruo del que conoció sus entrañas, le crecerían muchas cabezas y se impondría no sólo en nuestra América si no en el mundo entero. Que en poco más de un siglo un Imperio más grandioso y terrible que el romano se levantaría y sus procónsules echarían grillos sobre mares y naciones.

No obstante, tampoco llegó a ver la fuerza poderosa que emergió de las estepas, barrió para siempre con su torbellino de razones al sempiterno zar y sus cosacos. Un ímpetu tan atroz que terminó con el primer sueño fascista del capital, impulsó oleadas en el África y Asia. Bajo su influjo huyó despavorido Johnson de las tierras del arroz y su ejemplo iluminó luchas de avasallados que avanzando a paso lento y sangriento siguen conquistando el futuro. Tampoco pudo ver el insigne cómo se desmoronó de súbito esa esperanza y como triunfal se levantó de nuevo el monstruo regenerado para maldición de todos. Empero luego de minúsculo y petulante nado no duró su gloria y hoy arrinconado está. Bocanadas de niebla lanza y entinta los mares, sin embargo, el cardumen compacto ante la infame rastra transige y avanza tenaz a vencer o morir. Esa es la consigna que arrastra.

Tampoco, y hay que decirlo, imposible acallar la verdad, imposible seguir mintiendo. La barbarie se ha impuesto, los coletazos del cetáceo herido abren enormes lesiones. Por todos lados sangra y desangra, serán los pueblos los que impidan el camino al abismo. Acá, serán “los hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y que van de menos a más”, porque el país que “se ganó con lanzón no puede echar el lanzón atrás, ni al machete le va vaina de seda”. Son tiempos de veda y de toque de queda.
Se regocijaría el maestro de ver los caminos pletóricos de flores, donde hubo guerra ahora buena tierra; donde sangre y violencia, cantos de labriegos y obreros que libres construyen la decencia.

Él, que tanta ofrenda trajo a los pies de Libertad y Soberanía y regó con su vida las palmas floridas ve a través de los dignos, la verdad de su triunfo y la marcha cobriza que mezclada con la negra, la blanca, la mestiza dibuja un nuevo mundo. Y, con pecho tremebundo asombrado contemplaría como los pueblos al otro lado derriban muros, abren sus campos pisoteando alambrados y neutralizan conjuros.

“¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semillas de la América nueva!”

Saludos Gran Semí: en esta hora te pareces y vas adquiriendo el rostro de Martí.

Gracias.

* Discurso pronunciado en la sede de la Embajada de Cuba el jueves 27 de enero de 2011, en el marco de la Conmemoración del 158 aniversario del nacimiento del Apóstol de América, el insigne prócer cubano José Martí Pérez.
** Economista y Profesor en Historia por la Universidad de San Carlos de Guatemala.  Catedrático de la Escuela de Historia de la misma Universidad. Miembro del Secretariado del Sindicato de Trabajadores de las Artes Plásticas de Guatemala –STAP- adscrito al Frente Popular. Miembro fundador del Colectivo de Acción y Reflexión Política “La Gotera”.
Enviado por su autor para Cuba coraje

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