jueves, 1 de diciembre de 2011

Raíces Bolivarianas de la CELAC

Por Noel Manzanares Blanco 

Que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, tengan una base fundamental que eternice —sostuvo el Precursor de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

Ante el nacimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en la Cumbre de Jefes/as de Estados y de Gobiernos que se desarrollará en Caracas estos 2 y 3 del corriente, me dispongo a compartir algunas fragmentos del pensamiento de El Libertador, Simón Bolívar, para desde su propio verbo evidenciar cómo devino raíces de la emergente Entidad de Nuestra América.

Si se considera que para Bolívar “la patria es la América”, no debe extrañar el hecho de que él entendiera que nos correspondía a nosotros mismos “ocuparnos de nuestros intereses”, ni que apreciara la verdadera lucha en el correr del “nuevo mundo la sangre de sus hijos por la libertad, único objeto digno del sacrificio de la vida de los hombres”. Tampoco se debe pasar por alto que también en los planes de El Libertador se encontraba contribuir a la emancipación de la mayor de las Antillas —y de Puerto Rico—, razón que hizo a Martí sentenciar: “[…] ¡los cubanos lo veremos siempre arreglando con Sucre la expedición […] para libertar a Cuba!”.

No obstante, la América que deseaba para los habitantes del subcontinente el Padre Fundador de Venezuela no se limitaba simplemente a la obtención de la independencia política. Por ello, expresó: “Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América por obtener el sistema de garantías que, en paz y en guerra, sea el escudo de nuestro nuevo destino, es tiempo ya que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de esos gobiernos”.

Nótese en lo anteriormente expresado —de paso, fundamento de lo que más tarde se convirtió línea de continuidad en lo mejor del pensamiento latinoamericanista— un indiscutible llamado a que las repúblicas americanas emergentes, en aras de sus intereses y de las relaciones que las acercaban entre sí, procuraran una sólida unidad como fundamento de la durabilidad de sus soberanías.

Corrobora esta idea lo que sigue: “Yo soy del sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán la más completa ventaja; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nuestras comarcas” —dijo quien sin duda es el Precursor de la CELAC.

A todas luces, la unidad de Nuestra América se encuentra en la perspectiva de Simón Bolívar, aspecto que además queda ilustrado en sus siguientes palabras:

“Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes y el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; mas no es posible [advierte, y debe haber sido con gran pesar], porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Que bello sería [sin embargo exclama, como si tuviera el corazón en la mano] que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!”.

Al argumentar las ventajas que él veía en esta última idea, precisa:

“Parece que si el mundo hubiese de elegir su capital, el Istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino, colocado, como está en el centro del globo, viendo por una parte el Asia y por la otra el África y Europa. El Istmo de Panamá […] está a igual distancia de las extremidades; y, por esa causa, podría ser el lugar provisorio de la primera asamblea de los confederados”.

Cuando Bolívar tenía al citado Istmo en la mirilla política, le acompañaba la percepción que continúa:

“De cuantas épocas señala la historia de las naciones americanas, ninguna es tan gloriosa como la presente, en que desprendidos los imperios del Nuevo Mundo de las cadenas que desde el otro hemisferio les había echado la cruel España, han cobrado su libertad, dándose una existencia nacional. Pero el gran día de la América no ha llegado. Hemos expulsado a nuestros opresores, roto las tablas de sus leyes tiránicas y fundado instituciones legítimas; mas todavía nos falta poner el fundamento del pacto social, que debe formar de este mundo una nación de Repúblicas”.

Lamentablemente, ese pacto en pro de Repúblicas devenidas una sola República estaba lejos de concretarse en la época de El Libertador, como lo vino a confirmar el hecho de que, si bien el Congreso Anfictiónico de Panamá se efectuó entre el 22 de junio y el 15 de julio de 1826 y aprobó un Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua, nada de ello fue jamás ratificado ni, consiguientemente, llevado a la práctica.

No obstante, con el devenir histórico José Martí completó la obra Bolivariana y también compulsó el andamiaje conceptual de la CELAC que emerge en la Tierra que vio nacer a El Libertador.

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