domingo, 10 de marzo de 2013

Chávez vivirá

Por Darío Machado Rodríguez*


La noticia del deceso me llegó estando en Santo Domingo. Junto al pueblo dominicano marché a la Plaza Bolívar, donde centenares de personas acudimos espontáneamente para abrazarnos en el dolor, rendir homenaje al hermano desaparecido y comprometernos con mantener viva su memoria y continuar unidos en la causa que con tanta devoción embanderó.

Las horas y los días están pasando lentamente y uno sabe que no hay palabras que puedan expresar los sentimientos.

Muchos tuvieron la suerte de conocerlo personalmente, de verlo de cerca; no era difícil. Otros no. Pero Chávez llegaba a todos.  Era un ser auténtico que se entregó en cuerpo y alma a la causa que como joven comandante abrazara cuando su amada Venezuela sufría la mayor violencia del capitalismo salvaje.

Era evidente que nunca se creyó imprescindible, encaró con alegría y optimismo los riesgos de su difícil misión; arengó, denunció, discutió, contó historias, jugó pelota, abrazó, peleó, lloró, cantó, bailó, escribió, rindió cuenta, explicó, pero sobre todo amó. Quizá amor es la palabra que mejor lo define. Chávez tenía ese candor que solo existe en quienes acrisolan en su personalidad desprendimiento, valor y amor. Transmitía de cerca o de lejos endorfinas de amistad sincera que cautivaban a todos.

Era, a la vez un hombre inteligente, la prueba principal era ese don fundamental que le acompañó siempre: sabía escuchar. También sabía enfrentar peligros, sabía encontrar el camino, sabía orientar, sabía unir, sabía vencer. Chávez –como afirmó Raúl- murió invicto, invencible y victorioso.

Su amistad con Fidel era la más lógica de las consecuencias. Líderes auténticos, nacidos en momentos distintos de la historia en el fragor de la lucha por la soberanía y la justicia social de nuestros pueblos, herederos de Bolívar y Martí, se encontraron en el camino naturalmente anudando una fraternidad que hizo puente entre Cuba y Venezuela para sumar fuerzas que luego se desbordarían generosamente hacia muchos confines de la América Nuestra para llevar salud, educación, para hacer el milagro de devolver la vista a cientos de miles de compatriotas latinoamericanos y caribeños, para compartir, colaborar, para crecer juntos, para hacer el bien.

El Comandante Presidente creció indeteniblemente junto con el noble pueblo venezolano con la generosidad de una revolución que no cabía ya en los límites de la nación, ofreciendo a los países de nuestra región y del mundo la solidaridad, el apoyo, los valores, las ideas, la mano amiga. Chávez puso toda su energía, se entregó en cuerpo y alma, a la tarea de cerrar el paso al gigante de las siete leguas. El ALBA, UNASUR, la CELAC tienen la huella indeleble de su paso por la historia. Chávez hoy es símbolo. Su muerte es semilla. La marea roja que acompañó sus restos mortales por las calles de Caracas mostró al pueblo redimido que es hoy huracán indetenible.

No hay ser humano perfecto, pero cuando las buenas personas desaparecen físicamente, solemos olvidar errores y defectos y recordar sus aciertos y virtudes, y estos últimos en Chávez, como en el sol, hacen invisibles las manchas. Él era Venezuela y era la América Nuestra, porque encarnó a la gente de a pie, al pueblo llano, a los humildes, a los que hoy desde lo más profundo de su ser afirman para la historia y de cara al futuro “todos somos Chávez”.

Santo Domingo, 9/3/2013


*Licenciado en Ciencias Políticas, Diplomado en Teoría del proceso ideológico y Doctor en Ciencias Filosóficas, preside la cátedra de Periodismo de Investigación y es vicepresidente de la cátedra de Comunicación y Sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

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